martes, 12 de febrero de 2008

Barcelona y Real Madrí...




El reflejo del deporte en los medios de comunicación en España

Manuel E. González Ramallal
Universidad de La Laguna

1. INTRODUCCIÓN

La influencia mediática del deporte no sólo ha sido estudiada desde la política o la economía como ámbitos de referencia más tradicionales, sino que en el último cuarto de siglo su incidencia ha sido también abordada en relación con los modernos estilos de vida: ocio, educación, salud, moda, etc. Sin embargo, una vez reconocida la manifiesta trascendencia que la información deportiva tiene en diferentes ámbitos sociales, echamos en falta una serie de investigaciones sistemáticas que, desde la perspectiva sociológica, se centren en los elementos de significación contenidos en el mensaje mismo y en sus consecuencias. En parte, esto puede deberse a que el deporte como objeto de estudio por parte de la sociología es de un interés relativamente reciente y, aunque hoy en día se acepte que el deporte es un área más dentro de la teoría y métodos propios de la sociología, tradicionalmente esto no ha sido así.
El análisis de la dimensión espectacular del deporte moderno constituye el objetivo general de esta investigación, que forma parte de un estudio mucho más amplio, objeto de mi tesis doctoral, en torno al análisis del deporte en la sociedad.


2. ASPECTOS TEÓRICOS DE LA INVESTIGACIÓN

La dimensión espectacular es la más «visible» del deporte, y vincula a éste con la información y, más concretamente, con los medios de comunicación. Sin embargo, si nos proponemos hallar una definición única de deporte estaríamos abocados al fracaso, ya que encontraríamos tantas como autores se han referido a él. Nos encontramos, pues, ante una paradoja, ya que el deporte es una palabra y un fenómeno comprendido por todos, pero que nadie puede definir correctamente (J. J. Barreau y J. J. Morne, 1992: 92). Se hace necesario, pues, aclarar de qué deporte hablamos cuando hablamos de deporte ya que éste tiene, a grandes rasgos, varias caras y es lo que es, no lo que se pretende que sea.
Una definición de deporte amplia, flexible e inclusiva, fundamentada en tres elementos esenciales la ofrece García Ferrando (1990: 31): actividad física e intelectual humana, de naturaleza competitiva, y gobernada por reglas institucionalizadas. Esta amplia definición del deporte constituye un punto de partida para sistematizar el fenómeno deportivo moderno, entendido como un fenómeno social total, proceso que ha de enmarcarse necesariamente en el contexto social general en el que el éste está inmerso ya que el deporte ha dejado de ser un sistema autónomo y se ha convertido en un sistema abierto con escasa identidad propia y estrechamente conectado a otros sistemas como el económico, el político, el educativo y el de los medios de comunicación (N. Puig y K. Heinemann, 1991). El fenómeno deportivo ha cambiado, produciéndose una ruptura con el modelo deportivo tradicional.
De las diferentes dimensiones del deporte la que nos interesó analizar fue la dimensión espectacular del mismo, caracterizada por su teatralidad y puesta en escena, donde, aplicando el símil teatral (E. Goffman, 2001; L. Zurcher, 1985), nos encontramos indefectiblemente con una obra representada por diferentes actores que desempeñan su papel para un público en unos escenarios altamente formalizados.


3. ASPECTOS EMPÍRICOS DE LA INVESTIGACIÓN

La hipótesis central manejada en este estudio fue la siguiente: «la información deportiva textual, verbal y visual distribuida por los medios de comunicación españoles más representativos configura una realidad deportiva predominantemente futbolística centrada en dos protagonistas principales: el Real Madrid Club de Fútbol y el Fútbol Club Barcelona», de modo que «comparativamente, el reflejo del resto de realidades y protagonistas deportivos es inferior a la realidad presentada mayoritariamente por los medios». Esta polémica cuestión, al cabo de la calle, ha sido también objeto de análisis empírico (J. Rodríguez y J. J. Sánchez, 2001) aunque, en la mayoría de la literatura que hemos revisado, de manera colateral y escasamente centrada en los principales aspectos que realmente conforman el debate, y que nos son otros que el propio deporte y los medios.
Por lo que se refiere a faceta metodológica y técnica de la investigación señalar que mediante la técnica del análisis de contenido (L. Bardin, 1996, K. Krippendorff, 1997) se analizó la información deportiva publicada y emitida en los tres medios de comunicación más representativos de España en cada uno de los soportes, esto es, los diarios matutinos Marca, El País y El Mundo; los informativos de televisión del mediodía de la Primera Cadena de Televisión Española (Telediario Primera Edición), Antena 3 (Noticias 1) y Tele 5 (Informativos Telecinco 14:30); y los programas deportivos radiofónicos nocturnos de la Cadena Ser (El Larguero), Onda Cero (SuperGarcía) y Radio Nacional de España - Radio 1 (Radio Gaceta de los Deportes).
El período de tiempo que se analizó lo constituyeron quince días que podemos caracterizar como representativos de la información deportiva «típica» en España (1 al 15 de abril de 2002). Por ello, se buscaron quince días en los cuales no se produjesen, —en la medida en que ello es posible—, acontecimientos deportivos que pudiesen distorsionar nuestro estudio, como por ejemplo, un Campeonato Mundial de fútbol o de baloncesto o un Tour de Francia.
La unidad a registrar y codificar mediante la técnica del análisis de contenido la constituyó lo que denominé «unidad de información deportiva» que, tal y como se entiende en esta investigación, es una unidad portadora de información que alude al hecho, suceso o referente del cual dan cuenta los medios de comunicación, y cuyos límites los establece en la mayoría de los casos la propia fuente. Cada unidad de información deportiva, cuenta con sus correspondientes titulares, también de diferentes tamaños, antetitulares y subtitulares, protagonistas principales y secundarios tanto de la información textual como de la información gráfica, y así hasta un total de 42 posibles variables (dependiendo del soporte) que se podían extraer de cada una de las unidades de información deportiva consideradas y que se fueron plasmando en una plantilla de datos. En los 126 documentos analizados se identificaron 4.940 unidades de información deportiva, de acuerdo con la definición antes señalada, de manera que ya nos encontrábamos en disposición de sistematizar y estructurar un material a priori no estructurado.


Aproximadamente tres cuartas partes de las unidades de información deportiva contenidas en los medios, versan sobre el acontecimiento fútbol, siendo especialmente significativo el caso de la televisión, donde el fútbol acapara casi un 85% de su contenido.
Y es que como apunta Díaz Nosty, hemos pasado del «fútbol es fútbol» al «fútbol es televisión» (Díaz Nosty: 2001: 250). El resto de modalidades deportivas se distribuyen el escaso remanente de protagonismo.
Respecto a la hipótesis central de esta investigación, ésta se ha cumplido en todos sus extremos y es que, a pesar de la gran cantidad de actores posibles en los medios de comunicación, los dos grandes protagonistas de la información deportiva son, según se aprecia en la tabla 2, el Real Madrid y el Barcelona. El resto de los actores protagonistas se ubican significativamente por debajo de ambos clubes y, únicamente, ocho actores más aparecen en los medios con una frecuencia superior al 1%. Esta dinámica se reproduce de manera similar en todos los soportes informativos analizados.

Nos encontramos, pues, ante un modelo informativo que podemos denominar clásico (por ser el más típico), que hace referencia a la preeminencia informativa del Real Madrid y el Barcelona. Pero, además, atendiendo a estos datos apreciamos otros tres modelos informativos.
El modelo competicional europeo, que alude al éxito deportivo y a la trascendencia que tiene participar en la más importante de las competiciones futbolísticas continentales, la Champions League. De ahí que el Deportivo de La Coruña, —que junto al Real Madrid y al Barcelona, participa en la Champions League—, sea el tercero de los actores protagonistas. Asimismo, los clubes que se enfrentan a estos equipos españoles tienen, por esa razón, una importante cuota de protagonismo.
El tercero de los modelos de información deportiva es el modelo competicional doméstico, que tiene dos vertientes. Una, la exitosa, lleva al Valencia a ser uno de los clubes con mayor protagonismo, no en vano se situó a lo largo del período de estudio como líder de la Liga española, acontecimiento que supuso que se viese reflejado en los medios en un sentido positivo. La otra cara de la moneda, la calamitosa, lleva a que ciertos clubes aparezcan como protagonistas relacionados con algún acontecimiento deportivo de carácter negativo. Este es el caso del Athletic de Bilbao, por sus derrotas acumuladas, o del Betis, por la clausura de su estadio.
Finalmente, el cuarto modelo informativo es el que hemos denominado modelo nacional, debido a la destacada presencia que tiene la Selección Española en los documentos deportivos analizados, circunstancia que se percibe claramente tanto en la emisora pública Radio Nacional de España como en Televisión Española, donde la Selección en sus diferentes modalidades deportivas se sitúa incluso en niveles de atención cercanos a los que merecen el Real Madrid y el Barcelona.
En definitiva, el carácter multifacético inherente al deporte que lo vincula a diferentes ámbitos sociales (ocio, educación, salud) no se ve en absoluto reflejado en los medios de comunicación españoles, cuya orientación unilateral hacia la competición y hacia el espectáculo, hacia el dato y hacia la anécdota, les lleva a prescindir casi absolutamente de una visión más amplia y más acorde con la realidad social y acontecimental del deporte.
Señalar, finalmente, que aunque algunos resultados puedan parecer bastante obvios, hasta el momento no se había llevado a cabo un estudio que permitiese contrastar en que medida el proceso de información deportiva se desenvuelve en una situación de centramiento.

La publicidad en el fútbol
José G. Arribas
Rebelión

El 16 de junio pasado, unos aficionados de la selección de fútbol de Holanda tuvieron que ver el partido en calzoncillos. Y no fue por estar más fresquitos ni por hacer alarde de su disponibilidad sexual, sino porque no habían acudido al campo convenientemente vestidos, según la FIFA. Este organismo internacional, en principio deportivo, consideró que los pantalones naranjas que vestían (el color de la selección holandesa) no podían considerarse adecuados para asistir al encuentro, porque en ellos iba estampada de forma demasiado visible una marca de cerveza que no es la que patrocina el espectáculo, y consideró preferible que los aficionados asistieran al encuentro en paños menores antes que permitir semejante ultraje a la sociedad de mercado.El partido en cuestión fue el celebrado en Stuttgart entre Holanda y Costa de Marfil, y la noticia no ha pasado de ser tratada en los medios de comunicación masivos como una mera anécdota. La FIFA ha defendido su postura aduciendo el dinero que los patrocinadores del mundial se han gastado en la organización del evento, unos 700 millones de dólares, y que los aficionados actuaban en connivencia con la empresa publicitada. La libertad de las personas de poder vestir como quieran ya sabemos qué precio tiene. ¿Cuántas más libertades pueden obviarse a fuerza de cheque? En un alarde de caballerosidad los responsables del expolio permitieron a las mujeres conservar sus pantalones, por lo que la medida disciplinaria sólo se aplicó a los aficionados masculinos. Ante el sesgo machista de la situación, no tardarán en llenarse los estadios de faldas y "tops" publicitarios.Parece ser que las personas son libres de usar su cuerpo como anuncio viviente sólo si las cámaras de la televisión no están cerca, pues queda claro que la prohibición no afecta a las inmediaciones de los estadios sino sólo al recinto interior, allí donde las empresas han pagado por exhibirse o ser exhibidas. La clave de este asunto, lo que lo convierte en algo más que una anécdota risible es precisamente eso. El espectáculo y por lo tanto el negocio no está delimitado por los bordes del terreno de juego, sino que se extiende más allá, hasta allí donde llegan las cámaras que lo retransmiten. Cuando una persona acude a un campo de fútbol, por lo tanto, no acude sólo a presenciar un espectáculo deportivo que le gusta, sino a representar (en el sentido literal de ser actores ) los intereses de las grandes compañías. Aparecer aunque sea de lejos o de forma difusa en el "gran ojo" televisivo hace que las personas dejen de serlo y pierdan todos sus derechos, convirtiéndose en una parte más del "atrezzo" publicitario. Si sales en la televisión ya no eres una persona, eres un anuncio.Convertir a las personas en anuncios, hacer de las gradas cubiertas de gente un enorme panel publicitario, es otra de las canalladas del sistema capitalista de mercado, convertir el deporte en un negocio. Esta mercantilización de las personas y del espectáculo ha calado tan hondo en la sociedad, tiene tal fuerza alienadora, que hace que incluso muchos de los enfervorizados asistentes se esfuercen por obtener su instante de gloria, su propia promoción pública individual, a base de comportarse de la forma más estrambótica o exagerada posible, ya sea luciendo sus encantos si son mujeres o demostrando que son más burros que nadie si son hombres. Todo vale con tal de aparecer en la televisión y lograr esa notoriedad momentánea y global, esa ínfima migaja publicitaria.Asimismo, la utilización publicitaria del fútbol es claro que no se realiza solamente por interés comercial. Países con una identidad nacional digamos que difusa, gobiernos mantenidos artificialmente por aristocracias impresentables o nuevos estados creados "ad hoc" por conveniencias de la geopolítica norteamericana o europea utilizan también el desaforado despliegue de enseñas patrias para afirmar, confirmar o inventarse (según el caso) su realidad y cohesión nacional, utilizando también el encuentro deportivo como mero anuncio de sus "marcas" nacionales. Esto hace pensar, pues, que también los estados habrán colaborado, económica o políticamente, en el espectáculo, pues de otra manera tal vez no les dejarían exhibirse. No es raro que una de las primeras reivindicaciones de los partidos nacionalistas sea la de contar con selecciones nacionales de fútbol propias.Hace tiempo un amigo me comentó que él, aficionado al fútbol desde su infancia, había dejado de serlo por razones políticas. Me habló de los intereses desplegados por aquel entonces para que todas las autonomías tuvieran un equipo en la primera división, y de cómo el fútbol se había convertido en el principal escaparate y sostén de la nueva realidad autonómica española. En aquel entonces me pareció algo exagerado su razonamiento, pero visto lo que se está viendo en este mundial, creo que ciertamente mi clarividente amigo tenía razón. El mundial de fútbol de Alemania y el fútbol en general ya no son más que pan y circo. El opio del pueblo ya no se fuma en las iglesias, ahora prefiere los estadios.
Contra la guerra o la fiesta
Eduardo Galeano. La Jornada.


En los conflictos en el mundo, el futbol es el único instrumento de conciliación que no ha fracasado El año pasado murió el hombre más viejo de Inglaterra. La vida de Bertie Felstead había atravesado tres siglos: nació en el siglo 19, vivió en el 20, murió en el 21. El era el único sobreviviente de un célebre partido de futbol, que se jugó en la Navidad de 1915. Se enfrentaron en ese partido los soldados británicos y los soldados alemanes. Una pelota apareció, venida no se sabe de dónde, y se echó a rodar, no se sabe cómo, entre las trincheras. Entonces el campo de batalla se convirtió en campo de juego, los enemigos arrojaron al aire sus armas y saltaron a disputar la pelota, todos contra todos y todos con todos. Mucho no duró la magia. A los gritos, los oficiales recordaron a los soldados que estaban allí para matar y morir. Pasada la tregua futbolera, volvió la carnicería. Pero la pelota había abierto un fugaz espacio de encuentro entre esos hombres obligados a odiarse. El barón Pierre de Coubertin, fundador de las olimpiadas modernas, había advertido: "El deporte puede ser usado para la paz o para la guerra". Al servicio de la guerra mundial que estaban incubando, Hitler y Mussolini manipularon el futbol. En los estadios, los jugadores de Alemania y de Italia saludaban con la palma de la mano extendida a lo alto. "Vencer o morir", mandaba Mussolini, y por las dudas la escuadra italiana no tuvo más remedio que ganar la Copa del Mundo en 1934 y en 1938. "Ganar un partido internacional es más importante, para la gente, que capturar una ciudad", decía Goebbels, pero la selección alemana, que lucía la cruz esvástica al pecho, no tuvo suerte. La guerra de conquista vino poco después, y el delirio de la pureza racial implicó también la purificación del futbol: 300 jugadores judíos fueron borrados del mapa. Muchos de ellos murieron en los campos alemanes de concentración. Años después, en América Latina, las dictaduras militares también usaron el futbol, al servicio de la guerra contra sus propios países y sus peligrosos pueblos. En el Mundial de 70, la dictadura brasileña hizo suya la victoria de la selección de Pelé: "Ya nadie para a este país", proclamaba la publicidad oficial. En el Mundial de 78, en un estadio que quedaba a pocos pasos del Auschwitz argentino, la dictadura argentina celebró "su" triunfo, del brazo del infaltable Henry Kissinger, mientras sus aviones arrojaban a los prisioneros vivos al fondo de la mar. Y en 80, la dictadura uruguaya se apoderó de la victoria local en el llamado Mundialito, un torneo entre campeones mundiales, aunque fue entonces cuando la multitud se atrevió a gritar, por primera vez, después de siete años de silencio obligatorio. Rugieron las tribunas: "Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar..." Hay partidos que terminan en batallas campales, hay fanáticos que encuentran en el futbol un buen pretexto para el ejercicio del crimen y en las gradas desahogan los rencores acumulados desde la infancia o desde la última semana. Como suele ocurrir, es la civilización la que da los peores ejemplos de barbarie. Entre los casos de más triste memoria se podría citar, por ejemplo, la matanza de 39 hinchas italianos del club Juventus a manos de los hooligans ingleses del Liverpool, hace poco menos de 20 años. Pero, ¿eso da para decir que el futbol incuba huevos de serpiente? En 1969, se llamó "guerra del futbol" a la matanza entre hondureños y salvadoreños, porque la primera chispa de ese incendio se había encendido en los estadios. Pero la guerra venía, en realidad, de mucho antes. Y su nombre mentiroso logró ocultar una historia larga: la guerra fue la trágica desembocadura de más de un siglo de rencores entre dos pueblos vecinos, entrenados para odiarse mutuamente, pobres contra pobres, por sucesivas dictaduras militares fabricadas en la Escuela de las Américas. El espejo no tiene la culpa de la cara, ni el termómetro tiene la culpa de la fiebre. Casi nunca proviene del futbol, aunque casi siempre lo parece, la violencia que a veces hace eclosión en los campos de juego. Es revelador lo que está ocurriendo en la Argentina. La locura de las "barras bravas" no tiene nada de nuevo; pero se han multiplicado los líos, los balazos y los garrotazos, desde que se desencadenó esta última crisis que ha precipitado al país a una caída en picada y ha dejado a los argentinos pataleando en el aire. Los estadios de futbol son los únicos escenarios donde se abrazan los etíopes y los eritreos. Durante los torneos interafricanos los jugadores de esas selecciones consiguen olvidar por un rato la larga guerra que periódicamente rebrota entre sus países. Y después del genocidio que ensangrentó a Ruanda, el futbol es el único instrumento de conciliación que no ha fracasado. Los hutus y los tutsis se mezclan en las hinchadas de los clubes y juegan juntos en los diversos equipos y en la selección nacional. El futbol abre un espacio para la resurrección del respeto mutuo que reinaba entre ellos antes de que los poderes coloniales, el alemán primero y el belga después, los dividieran para reinar. En Medellín, una de las ciudades más violentas del mundo, nació y se desarrolló el proyecto Futbol por la Paz, que durante algún tiempo funcionó con milagroso éxito. Mientras duró demostró que no era imposible cambiar balazos por pelotazos. El futbol resultó ser el único lenguaje alternativo para las bandas armadas de los diversos barrios, acostumbradas a dialogar a tiros. Jugando al futbol los enemigos empezaron a conocerse entre sí, al principio de muy mala manera y en cada partido un poquito mejor. Y los muchachos empezaron a aprender que la guerra no es el único modo de vida posible. Antes de cada partido, en cada Copa del Mundo, los jugadores escuchan y tararean sus himnos patrios. Por regla general, salvo algunas excepciones, los himnos los invitan a matar y a morir. Esos cánticos marciales profieren terribles amenazas, convocan a la guerra, insultan a los extranjeros y exhortan a hacerlos picadillo o con gloria sucumbir en heroicos baños de sangre. Ya vamos para el campeonato mundial número 17. A lo largo de las Copas del Mundo se ha visto que no faltan los jugadores dispuestos a actuar como obedientes soldados, siempre dispuestos a castigar con feroces patadas a los enemigos de la patria y, sobre todo, a los que cometen la imperdonable ofensa de jugar lindamente. Pero, la verdad sea dicha, la gran mayoría de los jugadores no ha hecho caso a las órdenes que sus himnos imparten, ni a los delirios épicos de ciertos periodistas que compiten con los himnos, ni a las instrucciones carniceras de algunos dirigentes y directores técnicos, ni a los clamores guerreros de unos cuantos energúmenos en las gradas. Ojalá los jugadores, o al menos la mayoría de ellos, se sigan haciendo los sordos en el Mundial que viene. Y que no se confundan a la hora de elegir entre la guerra o la fiesta.











Los medios de comunicación como vehículos de la ideología dominante


René Naba
Rebelión
Traducido por Caty R.


El desarrollo de la transmisión por satélite, la multiplicación de las cadenas transfronterizas y otros canales de difusión como Internet, correo electrónico, blogs y también el fax o el teléfono móvil, llevó a los sociólogos y analistas políticos a celebrar la llegada de una “sociedad de la información” como la marca característica del siglo XXI, el fracaso del totalitarismo y el fin de la democracia neoliberal.

No obstante, el aumento del control de los vectores de información por parte de los grandes conglomerados industriales, la importancia que han adquirido las estrategias de comunicación en detrimento de la información propiamente dicha, la endogamia creciente entre los medios de comunicación y la política, así como la interactividad entre los protagonistas de estos sectores, tienden a relativizar esa primera afirmación hasta el punto de que se plantea la cuestión de la viabilidad de un debate democrático en una sociedad donde los principales vectores de información están dominados por los poderes del dinero y la promoción de intereses privados.

En este contexto la lengua, medio de comunicación e intercambio por excelencia, se convierte en una marca de identidad cultural según la terminología o el acento utilizados por el locutor.

El hundimiento de la ideología de dimensión humanista, útil contrapeso de la hegemonía capitalista, aceleró esta evolución hasta el punto de que hoy el lenguaje aparece como un temible instrumento de selección y discriminación, de dominación y exclusión.

I. EL DEBATE DEMOCRÁTICO ANTE LA PROFUSIÓN DE INFORMACIÓN. LA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN O LA ALDEA GLOBAL

En la historia de la humanidad la información nunca ha sido tan abundante e instantánea, hasta el punto de que la información globalizada, al suprimir las fronteras físicas y lingüísticas, ha transformado el planeta en una “aldea global”.

Todos los grandes acontecimientos mundiales se viven casi en una comunión universal, (Mundial de fútbol, Juegos olímpicos, grandes catástrofes naturales como el Tsunami en Asia en diciembre de 2004 y el huracán Katrina del verano de 2005 al sur de Estados Unidos, las dos guerras de Iraq en 1990 y 2003, y el derrocamiento de la estatua del presidente iraquí Sadam Husein en abril de 2003).

Desde la revolución tecnológica que se operó hace veinte años los canales de información continua han sustituido a las cadenas generalistas (CNN en Estados Unidos, LCI y France Info en Francia) desarrollando programas interactivos con intervenciones de los telespectadores en los debates políticos, induciendo antes del fin de las emisiones a un debate participativo.

En Francia el ejemplo más evidente se desarrolló en TF1 con motivo del debate sobre el referéndum constitucional, en abril de 2005, entre el presidente Jacques Chirac y un grupo de jóvenes, así como en la campaña presidencial francesa de 2007, también en TF1, con la emisión “tengo una pregunta para usted”, donde el candidato a la elección presidencial se enfrentaba durante 90 minutos a una muestra representativa de la población francesa.

Incluso la prensa escrita ha introducido un cambio y ha añadido a su publicación de papel una edición electrónica, dando así la posibilidad de que un grupo de lectores más amplio, más allá de los océanos, acceda a la información del diario.

En Francia, por ejemplo, los grandes periódicos parisinos se pueden consultar electrónicamente desde África o Asia, soslayando la censura generalmente en vigor en los países autoritarios. En el mundo árabe, donde la censura es la norma, el periódico Al-Qods Al-Arab, diario crítico del mundo árabe, brinda diariamente la hospitalidad de sus columnas a algunos de los principales intelectuales árabes proscritos y así evita, desde Londres, las restricciones decretadas por los gobiernos.

Del mismo modo, junto a la prensa de pago, se ha desarrollado en los países occidentales una prensa gratuita que amplía la oferta de información. Además se instituyó un servicio de mensajería a la carta para los usuarios de teléfonos móviles.

A. ¿Sobreinformación o desinformación?

Pero, ¿la concertación mediática y la profusión de información contribuyen sin embargo a un mejor conocimiento de los problemas? ¿A una mejor difusión del conocimiento? ¿Contribuyen a una mejora del debate democrático? ¿La sobreinformación favorece la información o desemboca en la desinformación?

En los años ochenta, cincuenta megacompañías dominaban el panorama mediático en Estados Unidos, pero menos de diez años después ya no permanecían más que veintitrés para un dominio similar. “La ola de enormes mercados concluida en los años noventa y la rápida globalización dejaron la industria mediática centralizada en nueve conglomerados internacionales: AOL-TimeWarner, Viacom CBS) News corporation, Bertelsman (Alemania), General Electric (NBC), Sony, ATT-LIBERTY Media y Vivendi Universal France).

Cuatro de ellos (Disney, AOL Time Warner, Viacom y News corporation) controlan todo el ciclo de la producción (películas, libros, revistas, periódicos, programas de televisión, música, vídeo y juegos) y la distribución (radio, cable, grandes superficies y multicines)” (1).

Pero esta concentración mediática, por muy impresionante que sea y con las inmensas posibilidades de difusión que guarda, ¿contribuye a una mejora de la información al ciudadano y al debate democrático?

La respuesta sólo puede ser parcial a juzgar por los disgustos registrados, tanto por Estados Unidos como por Francia, en dos momentos claves de su historia contemporánea: la guerra de Iraq para Estados Unidos y el referéndum sobre la Constitución Europea para Francia.

B. Estados Unidos y la guerra de Iraq

Estados Unidos se dio un baño de fervor nacionalista basado en el horror de los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra los símbolos de la hiperpotencia estadounidense, las Torres Gemelas (Twin Tower) en Nueva York y el Pentágono en Washington. Ese entusiasmo, por otra parte, se fomentó por los medios de comunicación con una amplia difusión de las escenas de horror y los comentarios consecuentes.

La unanimidad nacional alcanzó su paroxismo durante la guerra de Afganistán, en octubre-noviembre de 2001, emprendida por Estados Unidos con la fianza de la ONU y percibida por la opinión estadounidense e internacional como la represalia por los atentados del 11 de septiembre.

Esa unanimidad se reprodujo con el mismo entusiasmo durante la guerra de Iraq emprendida dos años más tarde, en marzo de 2003, gracias, especialmente, al trabajo de movilización de la prensa estadounidense, aunque la guerra de Iraq se acometió sin el apoyo de las Naciones Unidas. Los grandes medios de comunicación de Estados Unidos retransmitieron durante mucho tiempo las tesis de la administración neoconservadora estadounidense antes de reconsiderar sus posiciones por los sinsabores militares de EEUU sobre el terreno: el saqueo del Museo de Bagdad, las torturas en la prisión de Abu Ghraib y las revelaciones de las mentiras de la guerra (ausencia de armas de destrucción masiva o relación del régimen de Sadam Husein con la organización Al Qaeda).

La periodista estrella del New York Times Judith Miller, una de las propagandistas más activas de la falsa tesis de las armas de destrucción masiva en Iraq, ha sido despedida de su periódico y grandes diarios como el Washington post y el citado New York Times han reconocido públicamente sus errores.

Eso no impide que durante la guerra de Iraq los medios de comunicación estadounidenses fueran cómplices de la mayor mistificación de la opinión pública retransmitiendo, sin la menor contención y durante un largo período, la propaganda de guerra del presidente George Bush jr.

La guerra de Iraq ha mostrado públicamente la connivencia entre el poder político y el mundo mediático en detrimento de la democracia.

C. Francia y el referéndum de la Constitución Europea

Los dirigentes de las principales formaciones políticas y casi la totalidad de los comentaristas importantes de los grandes medios de comunicación se pronunciaron a favor de la Constitución Europea tachando de arcaicos a sus opositores, aunque el texto sometido a referéndum fuera largo, denso, confuso e inaccesible para el lector de a pie.

Los partidarios del Sí -grandes magnates de la prensa e importantes dirigentes políticos- fueron rechazados de forma ostensible, pero no se pusieron en entredicho sus métodos de funcionamiento.

En el caso de Francia, aunque la connivencia es tan manifiesta como en Estados Unidos, la desaprobación está más marcada.

Al contrario que en Estados Unidos, los grandes medios de comunicación franceses como Le Monde o TFI nunca han formulado la menor autocrítica, ni por la guerra de Iraq, ni por la campaña del referéndum europeo o por la cobertura de la anterior campaña presidencial francesa, la de 2002 donde, contra todo pronóstico, el jefe de la extrema derecha francesa, Jean Marie Le Pen, líder del Frente Nacional, desbancó, en la primera vuelta de las elecciones, al Primer Ministro Lionel Jospin, candidato del partido socialista, eliminando a la izquierda de la primera competición importante del siglo XXI.

El diario Le Monde nunca dio una explicación sobre la sonora frase publicada por su ambicioso director según la cual “todos somos estadounidenses” tras los atentados del 11 de septiembre. Tampoco nadie le pidió explicaciones por erigirse en portavoz de todos los franceses sin que nadie lo eligiera. Seis años después de esa profesión de fe, mientras Estados Unidos se atasca en el cenagal iraquí, el Sr. Colombani ha cesado en su cargo, en junio de 2007, por un voto de desconfianza de los periodistas de su empresa que se han opuesto a la prórroga de su mandato.

Anteriormente se demostró la manipulación de Patrick Poivre d’Arvor, presentador estrella de TFI, la cadena de televisión más importante de Europa, sin que eso le haya acarreado el menor descrédito. Poivre d’Arvor se atribuyó abusivamente una entrevista del dirigente cubano Fidel Castro sustituyendo su imagen por la del entrevistado y reformulando las preguntas con el fin de dar a la entrevista un sello personal.

Jean Marie Colombani y Patrick Poivre d’Arvor fueron citados en los procesos relacionados con el asunto Pierre Botton, ex yerno del antiguo diputado chiraquiano de Lyon Michel Noir, sin que tampoco eso obstaculizara sus fulgurantes carreras. Poivre d’Arvor incluso fue condecorado con la insignia de caballero de la orden del mérito, en marzo de 2007, por el ministro de Cultura Renaud Donnedieu de Vabres, sin duda como reconocimiento por su contribución a la deontología del periodismo.

Por su parte Serge July, fundador del antiguo diario de izquierda Libération, en vez de preguntarse por su falsa percepción de la sociedad francesa, permanece clavado en su despacho tras el fracaso del referéndum constitucional europeo de mayo de 2005, acusando de todos los males a sus compatriotas, sin la menor crítica hacia los dirigentes que redactaron un texto largo y complejo, sin molestarse en hacer ninguna pedagogía política sobre el alcance y significado de la construcción europea e incluso sin la pretensión de cuestionar al presidente Jacques Chirac por su demagógica maniobra que instrumentalizó la apuesta europea y el referéndum constitucional para recobrar popularidad en la escena política local después de sus amarguras electorales.

Así, dos veces en cinco años, la clase político-mediática francesa ha sido desaprobada sin que eso implique una reforma de las relaciones entre el poder político y los medios de comunicación, hasta el punto de que, a juzgar por el número de emparejamientos cruzados entre políticos y periodistas, parece que se está desarrollando una tendencia a la endogamia.

Los medios de comunicación franceses se declaran y se consideran un “contrapoder” , pero “la prensa escrita y audiovisual está dominada por un periodismo servil, por grupos industriales y financieros, por un pensamiento mercantil, por redes de connivencia (…) Entonces, en un perímetro ideológico minúsculo, se multiplican las informaciones excluidas, los participantes permanentes, las notoriedades indebidas, los enfrentamientos artificiales, los servicios recíprocos (…) un pequeño grupo de periodistas omnipresentes –que consolidan el poder mediante la ley del silencio- impone su definición de la información-mercancía en una profesión cada vez más debilitada por el temor al desempleo. Estos alguaciles del orden son los nuevos perros guardianes de nuestro sistema económico” . Esta acta demoledora se vincula por momentos con la realidad. Ha sido elaborada por un periodista del mensual Le Monde diplomatique, Sarga Halimi, en un opúsculo de título devastador, Les Nouveaux Chiens de Garde (Los nuevos perros guardianes) (2).

El colmo de la coincidencia del periodismo con el poder político es el periodismo embedded , literalmente “en la misma cama”, durante la guerra de Iraq. Esta proximidad fue juzgada malsana por un buen número de miembros de la profesión, ya que falseaba el espíritu crítico en la medida en que se incorporaba al periodista literalmente con respecto a su observación, sin el menor distanciamiento. Con la inmersión total en el planteamiento y el combate de su coinquilino de tanque, inevitablemente se deterioraba su capacidad de valoración. Esta técnica consiguió retrasar, sin cancelarla completamente, la valoración objetiva de una política, como fue el caso en la invasión estadounidense de Iraq en marzo de 2003.

II. LAS CIFRAS DE LA PUBLICIDAD Y EL NEUROMARKETING (*)

La comunicación tiende sustituir a la información y sus derivados nos devuelven a la propaganda básica de los regímenes totalitarios que los países democráticos se supone que combaten. Spin doctor’s, es el nombre que se da en Estados Unidos y Reino Unido a sus “maestros del engaño” encargados de gestionar la opinión pública.

A finales de los noventa el presupuesto estadounidense de la industria de las relaciones públicas sobrepasó el de la publicidad. Según un estudio de John Stauber y Sheldon Rampton, considerados los mejores especialistas de la profesión y coautores de una notable obra sobre la cuestión: Toxic sludge is good for you (La intoxicación es buena para ti, N. de T.), Common Courage presse 1995, el número de empleados de las agencias de relaciones públicas (150.000) sobrepasa el de los periodistas (130.000).

En Estados Unidos el 40% de lo que se publica en la prensa se reproduce directamente, sin alteraciones, en los comunicados de “Public relations” afirma Paul Moreira, productor de la emisión de referencia de Canal+ y autor de la documentada obra Les nouvelles censures -dans les coulisses- de la manipulation de l’information (Las nuevas censuras -entre bastidores- de la manipulación de la información), Ed. Robert Laffont, febrero 2007.

Dos cifras bastan para caracterizar al imperio de los medios de comunicación: viven dos tercios de la publicidad y gastan cada año el doble del presupuesto del estado francés. A escala mundial el volumen de negocios de la televisión, aparte de las subvenciones, se acercó a 220.000 millones de dólares en 2006, de los cuales alrededor de 160.000 millones se financiaron por la publicidad, lo que representa el 70%. El volumen de negocios mundial de los diarios y revistas se acercó en 2006 a 275.000 millones de dólares, de los cuales unos 175.000 millones corresponden a la publicidad, lo que representa un 65%, y subiendo, con un máximo del 88% en Estados Unidos. Si añadimos las emisoras de radio, tendremos unos 540.000 millones de dólares al año, o sea, casi el doble de los gastos anuales del estado francés.

Entertainment (entretenimiento) como herramienta y advertising (publicidad) como finalidad. El objetivo no es informar, sino llamar bastante a la atención para colar el verdadero producto: la publicidad. La “información” que va incluida no es más que un excipiente cuyo objetivo no es informar sino llamar a la atención y transportar mensajes publicitarios. La información se convierte en infotainement, una información de entretenimiento, lo que explica que en Francia las grandes emisiones políticas de las décadas anteriores, como la “Hora de la verdad” en France2, hecha por periodistas desde hacía tiempo, cedió el lugar a las emisiones de entretenimiento. Los políticos prefieren, y con mucho, pasar por los animadores Michel Drucker o Marc Olivier Fogiel para promover sus ideas

El “tiempo de cerebro humano disponible” (**) del lector o telespectador engulle cada año mensajes interesados por valor de 400.000 millones de dólares, ¿emitidos por quién? De los 360.000 millones que proporciona la publicidad a los antiguos medios de comunicación, según un documento del grupo Lagardère, 160.000 millones, lo que representa un 44%, “son asignados” por los siete primeros grupos de publicidad, que hacen un volumen de negocios directo de cerca de 50.000 millones.

La captación del imaginario y el condicionamiento psicológico de los consumidores se hace a una edad cada vez más precoz. Según un estudio de un equipo de investigadores de la Universidad de Stanford (California), el 48% de los niños entre 3 y 5 años están condicionados por la publicidad en su gusto alimentario. El director del equipo, el Doctor Thomas Robinson, jefe del departamento de pediatría de la Facultad de medicina de Stanford, cuyas conclusiones se publicaron en agosto de 2007 en la revista The Archives of Pediatrics & Adolescent Medicine, recomienda “controlar e incluso rechazar la publicidad y la comercialización de productos altos en calorías y de escaso valor alimenticio o prohibir toda comercialización dirigida directamente a los niños”, ya que los investigadores consideran que esa publicidad es “esencialmente desleal” (inherently unfair), porque “los menores de 7 u 8 años son incapaces de comprender los objetivos persuasivos de la publicidad”.

Con el lanzamiento de la campaña presidencial francesa en 2007 los publicistas han afinado sus investigaciones y sus objetivos. Se han volcado en el neuromarketing, una técnica para determinar la combinación ideal de medios de comunicación que permita mejor la penetración del mensaje. En resumen: “qué medios de comunicación elegir para que mi publicidad penetre bien en la cabeza del consumidor”. En la jerga profesional, el estudio puede determinar el impacto de un anuncio en la “memoria explícita” (la memoria consciente) así como en la “memoria implícita”, lo que el cerebro registra a espaldas de la persona.

Ciertamente la multiplicación de las fuentes de información es la garantía de la democracia, ya que permite la formación de una opinión libre cotejando los conocimientos. Pero la profusión de los vectores hegemónicos en su enfoque globalizador (con el control del continente, el contenido, la producción y la distribución), lleva en sí misma el riesgo de una desviación de la democracia por las manipulaciones que los operadores del campo mediático pueden intentar para la satisfacción de objetivos personales que pueden revelarse, por repercusión, nefastos tanto para la libertad de pensamiento como para la democracia.

III. LA LENGUA COMO MARCADOR DE IDENTIDAD CULTURAL O LA GUERRA SEMÁNTICA

La lengua es un marcador de identidad cultural lo mismo que las huellas digitales, el código genético y las medidas antropométricas son marcadores biológicos y físicos. El acento, el uso de los términos y el tono revelan la identidad cultural de la persona.

Bajo una apariencia engañosa (términos generales, planos e impersonales) se codifica y apacigua la lengua. Se convierte entonces en un temible instrumento de selección y discriminación. Un “plan social” remite a una realidad inmaterial contraria al doloroso término de “despido masivo”.

Al igual que “externalización y subcontratación”, operadores que funcionan fuera de las normas de la legislación social, “deslocalización”, “optimizar el rendimiento” que es la explotación salvaje de la mano de obra barata de países pobres y a menudo dictatoriales, sin la menor protección social, o por fin “privatización”, operación que consiste muchas veces en transferir a los capitalistas empresas de servicios sociales a menudo reflotadas por los caudales públicos, es decir, los contribuyentes.

Incluso en el discurso político la lengua se esteriliza hasta el punto de que el antiguo Primer Ministro socialista Pierre Mauroy acusó al candidato socialista a las elecciones presidenciales de 2002, Lionel Jospin, de borrar de su discurso la palabra “trabajadores”. En la lengua convencional se prefiere el pudoroso término “gente de condición modesta” al expresivo “pobres” así como para el tándem “excluidos” y “explotados”. O también clases (que sugiere idea de lucha) y capas sociales. Capas, como capas de pintura.

El lenguaje es connotativo. El único lícito es el LQR Lingua Quintae Respublicae (3), en boga durante la V República Francesa, aprobado y sellado. Cualquiera que recurra a una lengua personalizada forjada en un vocabulario que le sea propio, se arriesga al ostracismo, a ser señalado con el dedo, a que lo ridiculicen y lo tachen de tarado irremediable: “obsoleto”, “indeseable”, etcétera.

El lenguaje sustituye las palabras de la emancipación y la subversión por las de la conformidad y la sumisión. Se habla de flexibilidad en vez de precariedad, en un país que instituyó la renta de situación como un privilegio vitalicio, especialmente en la alta función pública. Los altos funcionarios disfrutan de una renta de situación vitalicia pero a cualquiera que se atreva a señalar esta incongruencia se le acusa de hacerle la cama al “populismo”.

Lo mismo ocurre en el ámbito diplomático: “el problema” de Oriente Próximo o “la cuestión” del Este.

Para un problema la respuesta es única, el problema abre la vía a los expertos que deben aportar técnicamente la solución. Pero la cuestión del Este es más confusa. Una cuestión sugiere respuestas múltiples e implica la ausencia de solución inmediata. Según utilicen un término u otro se les calificará de “modernos y dinámicos” o de “obsoletos”.

Un ejemplo: Le Figaro del 28 de agosto de 2004 ponía en titulares “La confesión del presidente Bush” sin precisar en qué consistía esa confesión, con respecto a qué. Diez años antes, cualquier otro diario complaciente habría titulado: “El presidente Bush admite que sus previsiones en Iraq han fracasado”. Pero si, para su desgracia, un periodista audaz hubiera titulado la verdad estricta: “Bush, el gran perdedor de la guerra de Iraq”, se le habría acusado inmediatamente de “antiestadounidense primario”.

La neolengua resulta de la presencia cada vez mayor de economistas y publicitarios, como responsables en el circuito de la comunicación, que garantizan una instalación gradual del pensamiento neoliberal.

Guerra psicológica tanto como semántica, la guerra mediática tiene por objeto someter al receptor a la propia dialéctica del emisor, en este caso la potencia emisora, imponiéndole su propio vocabulario y, más allá, su propia concepción del mundo.

Si la difusión hertziana es el arma menos contaminante en cuanto a la ecología, en cambio es la más corrosiva en cuanto al espíritu. Su efecto es a largo plazo. Las interferencias operan un condicionamiento lento para terminar por subvertir y forjar el modo de vida y el imaginario creativo de la colectividad humana específica. No hay rastros de daños inmediatos o colaterales. No son necesarios ni una intervención quirúrgica ni un golpe en la frente. En la guerra de las ondas dominan lo imperceptible, la insidia, el engaño y lo subliminal. ¿Quién se acuerda de Tal Ar-Rabih (la colina de la primavera)? Casi un siglo de emisiones sucesivas y repetitivas disipó este nombre melodioso, sinónimo de suavidad de vivir, para sustituirlo en la memoria colectiva por una nueva realidad. Tal Ar-Rabih ya se conoce en todo el mundo, incluso por las nuevas generaciones árabes, por su nueva designación hebraica, Tel Aviv, la gran metrópoli israelí. El trabajo de zapa es permanente y el combate desigual.

Lo mismo ocurre con las expresiones connotativas: el exterminio de una población debido a sus orígenes se llama en francés genocidio (genocidio armenio en Turquía, genocidio de los tutsis en Ruanda). Elegir la expresión hebraica del término bíblico de Shoah (holocausto) señala la pertenencia al campo pro israelí.

Israel nunca ha reconocido el carácter genocida de las masacres de armenios en Turquía a principios del siglo XX, seguramente para señalar el carácter único de las persecuciones de las que fueron víctimas los judíos en Europa: primero los pogromos de finales del XIX en Rusia y luego en Alemania y Francia durante la Segunda Guerra Mundial (1939-45).

Están también los términos antisemitismo y racismo. Árabes y judíos son semitas, pero el antisemitismo sólo se refiere a los judíos para distinguirse de los otros, mientras que el racismo engloba a árabes, negros, musulmanes, asiáticos, etcétera. El propio presidente Jacques Chirac al fustigar “el antisemitismo y el racismo” en su discurso de despedida el pasado 27 de marzo, consagró en el orden subconsciente un racismo institucional.

Hasta ahora los países occidentales en general, y Estados Unidos en particular, han ejercido el monopolio de la información, un monopolio considerablemente propicio a las manipulaciones del espíritu que no obstante se rompió en dos ocasiones con consecuencias perjudiciales para la política occidental: la primera vez en Irán en 1978-79, con la “Revolución de los casetes” en los que se registraron los sermones del ayatolá Jomeini en su exilio de Francia y se comercializaron desde Alemania para levantar a la población iraní contra el Sah de Irán; y la segunda vez con motivo del Irangate en 1986, el escándalo de las ventas de armas estadounidenses a Irán para financiar a la contra nicaragüense, que estalló públicamente como consecuencia de una filtración en el diario de Beirut As-Shirah, poniendo en un serio aprieto a la administración republicana del presidente Ronald Reagan.

Salvo estos dos casos, Estados Unidos ha buscado constantemente volver inaudibles a sus enemigos, si es preciso desacreditándolos con sus poderosos enlaces locales o internacionales, ampliando al mismo tiempo su ofensiva mediática, ahogando a la audiencia en una riada de información y practicando la desinformación a través de la pérdida de referencias debida a la superinformación con el fin de convertir a los oyentes y lectores en perfectos “analfabetos secundarios”, parafraseando al alemán Hans Magnus Einsensberger (4).

“No analfabetos o incultos, sino seres etimológicamente en proceso de desorientación, psicológicamente condicionados y reorientados en el sentido deseado. Puro producto de la industrialización, de la hegemonía cultural del norte sobre el sur, de la imposición cultural como un preludio de la invasión y el enriquecimiento de los mercados, el analfabeto secundario no es digno de lástima, la pérdida de memoria de la que adolece no le hace sufrir, su falta de perspectivas le hace las cosas fáciles”.

Se produce una inversión radical del esquema económico y la ley de la oferta y la demanda deriva hacia un método radicalmente diferente: ahora la fabricación del deseo de consumo determina la actividad de la empresa. Ya no es el consumidor quien marca el ritmo de la producción, sino el productor quien orquesta el deseo de consumo. El control del aparato de producción ya tiene menos importancia que el control de la demanda de consumo.

El ciudadano activo cede así el paso al consumidor pasivo, el aventurero de espíritu al devorador de televisión, el periodista al animador de entretenimiento, el dueño de prensa al capitalista, lo que implica el deslizamiento del periodismo hacia el reino del infotainement, neologismo procedente de la contracción de información y entertainment (entretenimiento en inglés). La globalización de los flujos de información permite así la infusión intravenosa continua de noticias de la prensa y, en consecuencia, la sedentarización profesional de la información, última etapa del analfabetismo secundario.

No obstante, la violación del mundo por la publicidad y la propaganda con su profusión de sonidos e imágenes en el paisaje urbano, en las pantallas, en la prensa y en los hogares, choca con resistencias dispersas pero firmes. Así como el monopolio del conocimiento por la tecnocracia se contradice en el ámbito internacional por contrapoderes, especialmente protagonistas paraestatales (Greenpeace, Médicos sin Fronteras, Confederación campesina), multiplicando las fuentes de información no controladas, también la informática ha desarrollado en la información una esfera de autonomía contestataria contra el orden mundial estadounidense.

Cada descubrimiento tecnológico se celebró con un redoble. Al casete del tiempo de la revolución jomeinista le sucedió el fax, luego los sitios de Internet, el blog y el periódico electrónico, cuyo desarrollo se aceleró desde la guerra de Iraq y la última campaña presidencial de George Bush jr. (2004); redobles que resuenan como señales de una venganza del espíritu contestatario y de la esfera de la libertad individual, en reacción al aporreamiento de la propaganda y la concentración capitalista de los medios de comunicación.

(1) Noam Chomsky y Edward Herman The manufacturing consent-La Fabrique de l’Opinion publique, la politique économique des médias americains, Ed. Le Serpent à plumes (2003).

(2) Serge Halimi Les Nouveaux Chiens de Garde, éditions Raisons d’agir, 2ª edición, 2005.

(3) LQR «Lingua Quintae Respublicae», por Eric Hazan, ed. Raisons d’agir, 2006.

(4) «Analfabetos secundarios», expresión del alemán Hans Magnus Enzensberger, autor de Médiocrité et folie Ed. Gallimard-1991, también en Aux ordres du Nord, l’ordre de l’information de Jacques Decornoy y en el bimestral del diario Le Monde «Manière de voir» N°74 «les 50 ans qui ont changé notre Monde».

Notas de la traductora:

(*) El neuromarketing es la ciencia que permite controlar las decisiones de consumo del cliente mediante técnicas que pueden considerarse agresivas para la intimidad de las personas. La neurología y la psicología se han aliado con la gran industria para llegar a las emociones personales y orientarlas hacia productos del mercado. Se trata de la última versión de la percepción subliminal, explica Le Monde, que señala el objetivo último de neuromarketing: impregnar el cerebro de publicidad sin que la persona pueda darse cuenta.

(**) “…ahora bien, para que un mensaje publicitario sea percibido es necesario que el cerebro del telespectador esté disponible. Nuestros programas tienen por vocación hacer que esté disponible: es decir, divertirlo, relajarlo para prepararlo entre dos mensajes [publicitarios]. Lo que vendemos a Coca-cola es el tiempo disponible del cerebro humano...” (Patrick Le Lay, gerente general de la cadena francesa de televisión TF1).

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