lunes, 28 de abril de 2008

Irak y los Medios de destrucción masiva...

El caso de la guerra en Irak
Modelación y metamorfosis de la opinión pública

José Arturo Salcedo Mena
Rebelión
30-03-2008

La opinión pública es uno de los efectos principales que pueden producir los medios de comunicación, es un sujeto receptor que sufre la presión de los mensajes de los medios de comunicación.[2]

Lo anterior confiere a los medios una realidad que es determinante como ejercicio del poder. Los medios de comunicación poseen la virtud de tener efectos sobre las opiniones, actitudes y conducta de la gente; y en ocasiones se orientan hacia la producción y la transformación de los significados acerca de los acontecimientos. De aquí la necesidad de una actitud crítica que pueda desentrañar esos procesos de la producción, transformación y difusión de los significados.

El objetivo de este trabajo es exhibir la manera en que los medios de comunicación –principalmente estadounidenses– produjeron y transformaron el sentido de la guerra en Irak y la manera en que influyeron en la opinión pública. Para tal efecto, se realizó un estudio del contenido de los mensajes emitidos por los medios de comunicación durante los años 2003 y 2004 –años en que da comienzo y fin la guerra de Irak–, así como el efecto de éstos sobre el receptor.[3] Se evidencia el contraste entre una prensa demasiado crítica que surgió al fin de la guerra y su docilidad antes de ella, tendencia preocupante de los medios de comunicación estadounidenses (de mentalidad sesgada, en el sentido de que editores y reporteros no divergen demasiado de lo que todos los demás están escribiendo).

En un principio, los medios de comunicación se mostraron a favor de la guerra; incluso había un moderado consenso por parte de los liberales. Dos de los más fuertes partidarios de la participación de Estados Unidos fueron el Washington Post y el New York Times. Desde septiembre de 2002, ambos diarios comenzaron una campaña de histeria que aseguraba que el régimen de Saddam Hussein era una amenaza para la paz mundial, pues poseía armas de destrucción masiva y tenía vínculos con la red terrorista Al Qaeda. El 7 de marzo de 2003, el Post publicó en primera plana las declaraciones del Presidente Bush en cuanto a que no “dejará al pueblo estadounidense a merced del dictador iraquí y sus armas”.[4] El mismo día, el New York Times sostuvo que “Bush se ha decidido a ordenar el ataque tras recibir los últimos informes de inteligencia que comprueban que Irak posee armas de destrucción masiva, esperando decapitar el liderazgo del país al comienzo de la guerra”.[5] Un sondeo publicado por el diario estadounidense The Washington Post y ABC News sostuvo que casi tres de cada cuatro estadounidenses (74%) apoyaban en ese momento la guerra en Irak.[6]

Para mediados de 2003, los mismos periódicos mantuvieron una cobertura subordinada a la Casa Blanca, los medios de comunicación estadounidenses “... se convirtieron no sólo en fuentes del argumento oficial a favor de la guerra sino que la legitimaron”.[7]

Finalmente, el Times abandonaría a Bush a finales de 2003, cuando varios periodistas, como Jayson Blair, aceptaron que falsearon sus reportajes en lo que toca a la guerra de Irak.[8] El Post lo haría el 12 de agosto de 2004, cuando aceptó que su cobertura, previa a la guerra, se centró más en difundir la versión oficial sobre la presencia de armas de destrucción masiva en Irak y los lazos del régimen de Saddam Hussein con la red terrorista Al Qaeda, que en cuestionar y verificar los argumentos del gobierno.[9] Al mismo tiempo, las cadenas de televisión se volvieron primero neutrales y luego cada vez más hostiles.

Junto con la postura de los medios de comunicación en torno a la guerra, cambió la opinión pública –no hay que olvidar que la opinión pública se puede crear, controlar y modificar desde la perspectiva de los medios y sus mensajes.[10] Hay tres razones por las que primero los medios de comunicación y después la opinión pública se volvieron en contra de la guerra. La primera es que los costos de la guerra ascendieron estrepitosamente, superando los cálculos que se habían previsto. El Congreso Estadounidense calculó que el conflicto y sus secuelas costarán 75 mil millones de dólares, de los cuales la mitad es insumida por los gastos de transporte de tropas y armamentos.[11] Adicionalmente, 62.5 mil millones de dólares aproximadamente es lo que costará la reconstrucción de Irak. Los estadounidenses, al conocer el costo económico de la cruzada americana en Medio Oriente, pidieron que los millones de dólares que se gastan en la guerra y ocupación fueran utilizados para algo que los beneficiara de manera directa como educación, vivienda, salud y empleos.[12]

La segunda razón fue el incremento de tropas en Irak; para enero de 2004, el número de soldados norteamericanos era de 2,500. El 15 de abril de este año, derrocado ya el régimen de Saddam Hussein, el Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos anunció que “... aumentará el número de tropas que combaten en Irak para hacer frente a desafíos presentados en materia de seguridad”.[13] A medida que se elevaba el número de norteamericanos involucrados en la defensa del terreno y en los combates, aumentaba el número de los que eran heridos o muertos. Para julio de 2004, 904 soldados habían muerto.[14]

La tercera razón por la que Estados Unidos se puso en contra de la guerra no fue tanto la crítica de los editoriales de los periódicos, como la presentación amarillista y algunas veces tendenciosa de noticias. Los medios norteamericanos se tornaron muy parciales en algunos casos; con más frecuencia, fueron engañados, deliberada y hábilmente, o se engañaron a sí mismos. Ya no se habla de la insistencia de los medios sobre la existencia de un supuesto programa nuclear iraquí -que fue desmantelado por los inspectores de la Unscom antes de la guerra-, de que había armas de programas biológicos en Irak -que también fueron destruidas por la Unscom después de la primera guerra del Golfo-, de que aún existían armas químicas “de destrucción masiva” en territorio iraquí –que eran en realidad armas de campo de batalla cuyo alcance y potencial eran limitados-, y de las relaciones del régimen de Hussein con Al Qaeda y otras organizaciones terroristas -que fueron solamente especulaciones[15]-, sino del video difundido impertinentemente de la decapitación de un rehén estadounidense en Irak que resultó ser falso.[16]

Por otra parte, las fotografías difundidas de niños incinerados por los bombardeos estadounidenses dio la impresión de que muchos miles de niños iraquíes habían muerto. A lo anterior se deben sumar las declaraciones del Comité Internacional de la Cruz Roja que describían la intervención como una “catástrofe humana”.[17] Además, los medios de comunicación estadounidense llegaron a un punto tal que informaron sobre los ataques llevados a cabo por soldados estadounidenses sobre Faluja, “... a pesar de la suspensión de las hostilidades... por el administrador civil estadounidense en Irak, Paul Bremen”.[18]

Otros hechos que perjudicaron mucho la imagen de Estados Unidos durante y después de la guerra y que indignó sobremanera a la comunidad periodística norteamericana y por consiguiente a la población, fueron los ataques al Hotel Palestine en Bagdad (donde se alojaba la prensa internacional) el 17 de agosto de 2003, cuando soldados norteamericanos confundieron una cámara de video con un lanzamisiles. Además, días antes soldados norteamericanos abrieron fuego en Khaldiya (a unos 80 km. de Bagdad) sobre un vehículo de prensa marcado AP y habían disparado contra un camarógrafo de la agencia Reuters mientras grababa en el exterior de la cárcel de Abu Ghraib.[19] Murieron tres reporteros durante estos eventos, sin embargo la magnitud de estas muertes fueron multiplicadas por tres por los medios de comunicación norteamericanos.

El deslindamiento de los medios de comunicación y la Casa Blanca llegó a un pico decisivo cuando se informó sobre los abusos contra prisioneros iraquíes. Las fotos publicadas muchas veces y sin censura de soldados estadounidenses que vejaron “por diversión” a prisioneros iraquíes en la cárcel Abu Ghraib, causó la convicción de que era habitual que se diera ese trato a los soldados prisioneros capturados por Estados Unidos. Como lo advirtió John Warner, Presidente de la Comisión de Fuerzas Armadas en el Senado, estas acciones “indignantes y totalmente inaceptables de la conducción militar”, socavaron “buena parte del trabajo... de nuestras fuerzas contra el terrorismo”[20].

Finalmente, la crisis del gobierno, en cuanto a la legitimación que le dieron en su momento los medios de comunicación, estaría por demás evidente cuando publicaron el hecho de que altos funcionarios de la administración de Bush abogaban por la invasión a Irak aun antes de que éste asumiera la presidencia. Los hechos del 11 de septiembre de 2001 resultó ser “una oportunidad” para invadir Irak; incluso, el día 12 del mismo mes Paul Wolfowicz, Subsecretario de Defensa, ya hablaba de atacar Irak. A pesar de no existir razones suficientes para vincular el 11-S con el régimen iraquí, los neoconservadores iniciaron una campaña de mentiras que convenció al pueblo estadounidense de que Saddam Hussein estaba atrás de la tragedia.[21]

A pesar de que en su momento los medios de comunicación fueron el brazo propagandístico de Bush para legitimar la guerra y de haber sido el instrumento para convencer al pueblo estadounidense de que apoyaran la guerra, aceptarían definitivamente que no ejercieron su papel de cuestionar y criticar la línea oficial del gobierno. The New York Times, CNN, The Washington Post y The Columbia Journalism Review, entre otros, aceptarían oficialmente su subordinación a la opinión oficial además de haber jugado un papel importante en la legitimación de la misma.[22]

La cobertura televisiva no sólo nacional sino también internacional se hizo desde un principio cotidiana e intensa. Reporteros y editorialistas, a mitad del conflicto, actuarían contra los intereses norteamericanos. Incluso, se llegó a generar la idea de que Estados Unidos estaba combatiendo una guerra injusta y sin esperanza.

Todos estos acontecimientos reportados por los medios de comunicación estadounidenses provocaron que la sociedad norteamericana analizara y criticara fuertemente la guerra en Irak. El 23 de junio de 2004, una encuesta realizada por la cadena de televisión CNN y el diario USA Today reveló que los estadounidenses habían llegado al convencimiento mayoritario de que la intervención militar en Irak había sido un error; el sondeo indicó que el 54 por ciento de los estadounidenses pensaba que el Gobierno del presidente George W. Bush había cometido un error al invadir Irak.[23]

La población estadounidense comenzó a presionar al gobierno para que diera por culminada su intervención; vidas humanas perdidas, aunadas a la frustración de padres de familia al observar que sus hijos son enviados a la muerte, ha causado la oposición a la ocupación estadounidense. El 20 de marzo de 2004 miles de personas se manifestaron en Nueva York para pedir el retorno de tropas y el fin de la ocupación en Irak además de pedir el rechazo del gobierno de Bush en las urnas.[24]

Se puede prever que en breve habrá un desmoronamiento del liderazgo norteamericano, si es que no lo estamos presenciando ya, que se acelerará dada la reacción mediática respecto a la ocupación de Irak. Más congresistas se sumarán en contra de la ocupación y se opondrán a enviar más refuerzos. Es probable que George Bush II pierda definitivamente la batalla de la propaganda –tanto en su país como en el extranjero– porque los medios de comunicación están enseñando a odiar al jefe del poder ejecutivo de la nación más poderosa.

Si bien es cierto que los medios reflejan la opinión pública, también es cierto que muchas veces los medios son los que dan forma a las percepciones públicas e incluso la opinión pública es modelada por los medios de acuerdo con intereses que no son perceptibles en primera instancia –como en el caso que trata este escrito.

Una dramatización artificial de los acontecimientos en público es el primer paso a una percepción pública negativa del proceso. Esto es exactamente lo que ocurrió en torno a la guerra de Irak. Los medios de comunicación, como se corroboró en este ensayo, pueden modificar y controlar la percepción y la experiencia del lector-espectador sobre los temas de ámbito político. Los medios de comunicación condicionan cada vez más las decisiones políticas mediante la selección de lo que muestran. En Estados Unidos eso se llama foreign policy by NBC, es decir, que los medios de comunicación determinan la política exterior de este país.

Los lectores-espectadores, como lo señala Sheldon Rampton[25], deben pensar seriamente en la era de la información en que viven, y las maneras en que los medios de comunicación pueden funcionar como instrumentos de propaganda; es necesario que el lector-espectador, antes de dejarse bombardear de información por los medios, debe educarse a sí mismo, volverse pensador crítico-analítico, para evitar que instituciones, gobiernos y corporaciones le digan qué pensar.


Un millón de víctimas civiles, un genocidio encubierto
La Administración Bush y los candidatos presidenciales ignoran el nuevo informe
07-02-2008

David Walsh
World Socialist Web Site/Iraq Solidaridad

Justo cuando el gobierno Bush —prácticamente sin oposición demócrata o de los medios de comunicación relevantes— afirma su éxito en Iraq y deja clara su intención de establecer bases permanentes en el país, se ha dado a conocer un nuevo estudio que subraya la dimensión de los crímenes de guerra estadounidense en Iraq. La agencia de sondeos británica ORB (Opinion Research Business) dio a conocer el pasado 28 de enero los resultados de un estudio que confirma sus hallazgos anteriores [obtenidos en un estudio de agosto de 2007] de más de un millón de civiles iraquíes muertos como resultado de la invasión y ocupación estadounidense. La agencia británica llevó a cabo este trabajo junto a su socio iraquí, el Independent Institute for Administration and Civil Society Studies (IIACSS) [1].

En septiembre de 2007, ORB hizo públicos los resultados de su investigación que calculaban en un millón doscientas mil [1.200.000] las muertes violentas ocurridas en Iraq desde marzo de 2003. La agencia comentó que en aquel momento la ocupación estadounidense de Iraq tenía “[…] Un índice de muertes que actualmente sobrepasa el genocidio en Rwanda de 1994 (800 mil muertos),” un millón de heridos y varios millones de iraquíes más expulsados de sus hogares hacia un exilio tanto interno como fuera del país.

Los medios de comunicación estadounidenses, como era de esperar, prácticamente no se hicieron eco del informe a pesar del incuestionable prestigio de ORB, la misma firma que realizó las encuestas para el Partido Conservador británico y para la BBC. Los candidatos a la presidencia del Partido Demócrata también lo ignoraron. Ni la Casa Blanca ni el Pentágono se sintieron obligados a hacer comentario alguno sobre la investigación.

Aval de estudios previos

Los resultados de ORB reivindican el estudio publicado en The Lancet —la revista médica británica— en octubre de 2006, que en ese entonces estimó el número de víctimas iraquíes en unas 655.000, aproximadamente. En septiembre [de 2007] Les Roberts, como co-autor del estudio [de la Universidad John Hopkins de EEUU] publicado en Lancet, escribió un correo electrónico a MediaLens, en respuesta a la publicación del estudio de ORB, en el que indicaba que “[…] el estudio se ha realizado 14 meses después, habiéndose producido una escalada en el número de muertos. Sólo este dato justifica la mayor parte de la diferencia (entre el estudio de Lancet de octubre de 2006 y el de ORB)”. Roberts señaló que las investigaciones de Lancet y de ORB “parecen ser claramente afines”.

En el comunicado de prensa del 28 de enero, ORB explicó que “sondeos adicionales” confirmaron su cálculo preliminar de más de un millón de muertos iraquíes “[…] Como resultado del conflicto iniciado en 2003”. La agencia alude a las críticas previsibles o a las “contestaciones” escépticas a su trabajo previo, que se basó en sondeos realizados, principalmente, en centros urbanos, y explicó que “[…] hemos realizado casi 600 entrevistas adicionales en comunidades rurales. En general, los resultados [de esta última encuesta] coinciden con los “resultados urbanos” y, con estos [nuevos] datos, calculamos que el número de muertos habidos entre marzo de 2003 y agosto de 2007 haya sido probablemente en torno a un millón treinta y tres mil (1.033.000). Si tenemos en cuenta el margen de error que suele haber en los datos de las encuestas de este tipo, la franja de variación se sitúa entre los 946.000 y los 1.120.000 muertos.

Los resultados se han basado en entrevistas personalizadas realizadas sobre una muestra de población representativa en el ámbito nacional de 2.414 adultos mayores de 18 años (con un margen de error del ±1,7%). La pregunta realizada fue: “¿Cuántos miembros de su familia (entendida como los que viven en su casa) han muerto debido al conflicto existente en Iraq desde 2003 (es decir, debido a la violencia y no a causas naturales como pueda ser la edad)? Por favor, fíjese que me refiero a familiares que estaban viviendo realmente bajo su techo”.

Promedio de 1,26 muertos por hogar

Alrededor de un 20,2% de quienes contestaron a la pregunta informaron de al menos una muerte en su hogar como resultado de la invasión y ocupación estadounidense. De estos hogares, el promedio del número de muertos fue de 1,26 personas. El último censo completo de Iraq realizado en 1997 daba cuenta de un total de 4.050.597 hogares. Basándonos en esto, se deduce de los datos que se han producido un total de 1.033.239 muertos desde marzo de 2003. El equipo de investigadores de ORB-IIACSS concluyó que más del 40% de los hogares de Bagdad habían perdido a un miembro de la familia, el porcentaje más alto de todo Iraq. Entre las personas que han querido declarar su credo religioso, alrededor de un 50% prefirieron definirse a sí mismos simplemente como musulmanes. Las familias sunníes fueron mucho más proclives a manifestar que el conflicto les había arrebatado a un miembro de su familia (el 33%), mientras que entre las familias shiíes sólo un 16% informó [de la muerte de un familiar a causa de la ocupación].

Las empresas llevaron a cabo 1.824 entrevistas en zonas urbanas y 590 en los alrededores de núcleos rurales. La metodología de la encuesta utilizó un muestreo de probabilidad aleatoria en múltiples localizaciones que abarcaron 15 de las 18 demarcaciones de Iraq. En conjunto, se trabajó en 112 lugares distintos de muestreo: 90 lugares estaban situados en áreas urbanas y 20 en zonas rurales.

Por razones de seguridad no se llevaron a cabo entrevistas en las provincias de Kerbala y al-Anbar. En Irbil, las autoridades locales kurdas impidieron que el equipo realizara el trabajo. Munqith Daghir, director de IIACSS, declaró a la revista Research que las fuerzas de seguridad kurdas pidieron “[…] acompañar a nuestros entrevistadores a las casas, sólo para estar seguros de que no los perjudicáramos o presionaríamos. Obviamente esto era sólo una excusa; querían saber lo que estábamos haciendo y querían vigilar a las personas para descubrir qué nos contaban”.

La actualización del estudio detectó que el 40% de las muertes violentas se atribuyeron a heridas la bala, el 21% a atentados con coche bomba, el 8% a bombardeos aéreo, el 4% a la violencia sectaria y otro 4% a accidentes. La cifra de muertes por bombardeos aéreos, cerca de 80.000 o más, debe hacer referencia a víctimas mortales producidas por operaciones estadounidenses o británicas, ya que sólo sus ejércitos están equipados con aviones de guerra y helicópteros.

Silencio en los medios

Como ya sucedió en septiembre [de 2007], los medios de comunicación estadounidenses optaron por ignorar las conclusiones de ORB. Los sitios web del New York Times, del Washington Post, del Boston Globe y de ABC News emitieron una nota de Reuters sobre las conclusiones de ORB. Los Angeles Times, Chicago Tribune, Detroit Free Press, Wall Street Journal, CNN y CBS News no se refirieron al sondeo; tampoco Barack Obama o Hillary Clinton hicieron ningún comentario sobre la tasa de mortalidad. Obama, en su página web hace mención a iraquíes desplazados, pero no se refiere en lo absoluto a las muertes de civiles.

El pasado jueves [31 de enero], en un discurso en Las Vegas, George W. Bush defendió sin paliativos la invasión de Iraq e ignoró la oposición pública a sus políticas. Bush afirmó que: “[…] La decisión de derrocar a Sadam Husein fue la correcta. El mundo está mejor sin Sadam Husein en el poder, al igual que el pueblo iraquí. Se han producido avances interesantes en Iraq: han hecho una constitución y la han votado. Imagínense ustedes a una sociedad que en un corto período de tiempo pasa de una brutal tiranía a poder votar”. El presidente se jactó de que su decisión de enviar una ‘oleada” de soldados a Iraq, “[…] Se basó en las consideraciones del personal militar” y no “[…] En ninguna encuesta de Gallup o de un grupo desorientado. [La decisión] Se basó en lo que era mejor para el futuro de Estados Unidos, y por ello, en lugar de retirar las tropas, enviamos más”.

Bush explicó que había intentado acatar el deseo popular: “[…] Mucha gente dice ‘Bien, ¿Y ahora qué, señor presidente?’.Y mi respuesta es que hemos llegado muy lejos en este importante escenario, en esta guerra contra el terrorismo para estar seguros de triunfar. Por lo tanto, cualquier futura reducción de las tropas se basará en las opiniones de los mandos militares y en las condiciones [existentes]. Iraq es importante para nuestra seguridad. Tomaré las decisiones para lograr el éxito en Iraq. Para las personas, desde luego, es tentador decir, bien, asegúrese de hacer lo que es políticamente correcto. Yo no soy así. Eso no es lo que vamos a hacer”.

El pueblo iraquí y miles de estadounidenses continuarán sufriendo la muerte y devastación hasta que la clase obrera internacional intervenga y ponga freno a la ocupación neo-liberal de Iraq.

Notas de IraqSolidaridad:

1. Nota de la CEOSI: Más de un millón de iraquíes han muerto desde el inicio de la ocupación

Traducido del inglés para IraqSolidaridad por Nadia Hasan
www.wsws.org
http://www.nodo50.org/iraq/2008/docs/05_02_Informe_mortalidad_2.html


Crisis en los medios de comunicación

Ignacio Ramonet
Manière de Voir nº 80 – Abril-Mayo 2005

Traducido para Rebelión por Rocío Anguiano

La venta de periódicos cae cada año una media del 2% en todo el mundo. Algunos han llegado a preguntarse si la prensa escrita no será una actividad del pasado, un medio de comunicación de la era industrial en vías de extinción. Las causas externas de esta crisis son notorias. Por una parte, está la devastadora ofensiva de los diarios gratuitos. En Francia, en términos de audiencia, 20 Minutes esta ya a la cabeza y cuenta de media con más de dos millones de lectores diarios, muy por delante de Le Parisien (1,7 millones) y otro periódico gratuito, Metro, que leen cada día 1,6 millones de personas. Estas publicaciones captan importantes flujos publicitarios, ya que los anunciantes no distinguen entre el lector que compra su periódico y el que no lo paga.

Para hacer frente a esta competencia, algunos rotativos proponen, por un pequeño suplemento en el precio, DVDs, cómics, CDs, libros, atlas, enciclopedias, etc. Esto refuerza la confusión entre información y mercadería, con el riesgo de que los lectores ya no sepan lo que compran. Los periódicos alteran su identidad, desprestigian su nombre y ponen en marcha un engranaje diabólico cuyas consecuencias se ignoran. La otra causa externa es, naturalmente, Internet, que prosigue su fabulosa expansión. Solo durante el primer trimestre de 2004, se crearon más de 4,7 millones de nuevos sitios web. En la actualidad, existen en el mundo unos 70 millones de sitios mientras que la Red cuenta con más de 700 millones de usuarios.

En los países desarrollados, son muchos los que abandonan la lectura de la prensa –e incluso la televisión– por la pantalla del ordenador. El ADSL (Asymetric Digital Subscriber Line) ha cambiado especialmente el panorama. Por precios que varían entre los 10 y los 30 euros al mes, es posible hoy abonarse a una conexión rápida. En Francia, más de 5,5 millones de hogares ya tienen acceso, mediante alta velocidad, a la prensa digital (el 79% de los periódicos del mundo poseen ediciones en línea), a todo tipo de textos, al correo, fotos, música, programas de televisión o de radio, películas, juegos de video, etc. También está el fenómeno de los “blog”, tan característico de la cultura web, que se propagaron por todas partes durante el segundo semestre de 2004, y que, bajo la forma del diario intimo, mezclan a veces, sin complejos, información y opinión, hechos verificados y rumores, análisis documentados e impresiones ficticias. Su éxito es tan grande que actualmente aparecen en la mayoría de los periódicos digitales. Este entusiasmo muestra que muchos lectores prefieren la subjetividad y la parcialidad declaradas de los bloggers a la falsa objetividad e imparcialidad hipócrita de cierta prensa. Y la conexión a la galaxia Internet a través del móvil-que-lo-hace-todo puede acelerar el proceso. La información se hace todavía más dinámica y más nómada y, así, es posible saber en cualquier momento lo que pasa en el mundo. El resultado es que, al margen de Internet, todos los sectores de la información pierden audiencia, hasta tal punto se ha endurecido la competencia entre los medios de comunicación.

Pero esta crisis tiene también causas internas que se deben, principalmente, a la pérdida de credibilidad de la prensa escrita. En primer lugar, porque, cada vez con mayor frecuencia, esta pertenece a grupos industriales que controlan el poder económico y están, a menudo, en connivencia con el poder político. Y también porque la parcialidad, la falta de objetividad, las mentiras, la manipulación e incluso simplemente las falacias van en continuo aumento. Es cierto que nunca hubo una edad de oro de la información, pero estas aberraciones alcanzan ahora a periódicos de prestigio. En Estados Unidos, el caso Jayson Blair, el periodista estrella que falsificaba hechos, plagiaba artículos sacados de Internet e inventaba decenas de historias ha causado un gran perjuicio al New York Times, que a menudo había publicado en primera página sus fabulaciones. Este periódico, considerado como una referencia por los profesionales, vivió entonces un verdadero seísmo. A estos desastres, hay que añadir también la asunción por parte de los grandes medios de comunicación transformados en órganos de propaganda, especialmente la cadena Fox News, de las mentiras de la Casa Blanca respecto a Irak. Los periódicos no verificaron ni pusieron en duda las afirmaciones de la administración Bush. Si lo hubieran hecho, un documental como Fahrenheit 9/11, de Michael Moore, no habría tenido tanto éxito, dado que la información que ofrece esta película era pública desde hace mucho tiempo. Pero había sido ocultada por los medios de comunicación.

Un oficial de la CIA, Robert Baer, reveló la forma en que funcionaba este sistema de intoxicación: “El Congreso Nacional iraquí obtenía la información de falsos desertores y la enviaba al Pentágono, a continuación el CNI pasaba esa misma información a los periodistas diciéndoles: ‘Si no se lo creen, llamen al Pentágono’. El resultado era una información circulando en bucle. Así, el New York Times podía decir que tenía dos fuentes sobre las armas de destrucción masiva en Irak. El Washington Post también. Los periodistas no intentaban saber más. Y, además, a menudo los jefes de redacción les pedían que apoyaran al gobierno. Por Patriotismo (1)”. En Francia, los desastres mediáticos no se quedan atrás, como puso de manifiesto el tratamiento de los casos Patrice Alègre, del mozo de equipajes del aeropuerto de Orly, de los “pedófilos” de Outreau y el de Marie L. que aseguraba que había sufrido una agresión antisemita en un tren del extrarradio parisino. El fenómeno es idéntico en otros países. En España, por ejemplo, tras los atentados del 11 de marzo de 2004, los medios de información controlados por el gobierno de José Maria Aznar manipularon la información, intentando imponer una “verdad oficial” al servicio de las ambiciones electorales, ocultando la responsabilidad de la Red Al-Qaeda y atribuyendo el crimen a la organización vasca ETA.

Todos esto casos, así como la alianza cada vez más estrecha con los poderes económico y político, han causado un daño devastador a la credibilidad de los medios de comunicación. Revelan además un inquietante déficit democrático. El periodismo condescendiente se impone, mientras que el periodismo crítico está en retroceso. Incluso nos podríamos preguntar si en la era de la globalización y de los grandes grupos mediáticos, la noción de prensa libre no está en proceso de desaparición. En este sentido, las declaraciones de Serge Dassault confirman todos los temores. Sus recientes explicaciones sobre las razones que le han llevado a volver a adquirir L’Express y Le Figaro –un periódico, dijo, “permite transmitir cierta cantidad de ideas sanas”– han reforzado la inquietud de los periodistas (2).

Si relacionamos estas declaraciones con las de Patrick Le Lay, propietario de TF1, sobre la verdadera función de su cadena, gigante de los medios de comunicación franceses –“La función de TF1, declaraba, es ayudar a Coca Cola a vender su producto. Lo que le vendemos a Coca Cola es tiempo disponible de cerebro humano (3)”– se aprecia a qué tipo de peligros puede llevar la mezcla de géneros, hasta tal punto resultan contradictorias la obsesión comercial y la ética de la información. Cada vez son más los ciudadanos que se dan cuenta de estos nuevos peligros, que muestran una extremada sensibilidad frente a la manipulación mediática y que parecen convencidos de que, en esta sociedad hipermediatizada, vivimos paradójicamente en un estado de inseguridad informativa. La información prolifera, pero sin ninguna garantía de fiabilidad. Asistimos al triunfo del periodismo de especulación y de espectáculo, en detrimento del periodismo de información. La puesta en escena (el embalaje) se impone sobre la verificación de los hechos. En lugar de constituir la última defensa contra esta deriva causada también por la rapidez y la inmediatez, muchos medios de comunicación han faltado a su deber y han contribuido en ocasiones, en nombre de una concepción perezosa o policial del periodismo de investigación, a desacreditar lo que antes se llamaba el “cuarto poder”.

(1) En el documental de Robert Greenwald, Uncovered (2003)
(2) Tras la toma de poder de Dassault a la cabeza de Socpresse, 268 periodistas del grupo, o sea cerca del 10% de los efectivos, recurrieron a la cláusula de cese y anunciaron que se iban.
(3) En el libro Les Dirigeants face au changement, Editions du Huitième Jour, Paris, 2004.


Televisión Al Jazeera, domesticada
La cadena árabe edulcora su línea informativa

Ignacio Cembrero
El País

Al Jazeera aún hace enfurecer a algunos regímenes políticos. La semana pasada, Etiopía rompió relaciones con Qatar, el país que acoge a la televisión árabe vía satélite, por su cobertura supuestamente sesgada del Cuerno de África. Pero la cadena, independiente y provocadora, la de mayor audiencia en el mundo árabe -unos 50 millones de telespectadores-, está suavizando su línea informativa. "Nos están domesticando", se queja uno de sus periodistas.


Hasta finales de 2007 sólo había un tabú informativo en Al Jazeera: la actualidad de Qatar, el pequeño y próspero emirato donde tiene su sede y que la financia con varios cientos de millones de dólares al año. El presupuesto del emporio Al Jazeera, que cuenta también con un canal deportivo, otro infantil, un tercero de documentales y, desde 2006, uno de noticias en inglés, es secreto. A principios de año se ha añadido un segundo tabú: Arabia Saudí. Al Jazeera criticaba sin piedad a este país y profesaba tal odio a la monarquía wahabita que ésta denegaba a sus trabajadores jordanos el visado de tránsito cuando intentaban regresar de vacaciones a su país, pasando por territorio saudí.

Riad retiró incluso a su embajador en Doha en 2002, tras un agrio debate televisivo sobre su actuación en el conflicto palestino-israelí, y creó la televisión Al Arabiya, con sede en Dubai, para competir con la cadena catarí. Ambas capitales han empezado ahora a reconciliarse. Una delegación catarí, que incluía al presidente de Al Jazeera, el jeque Hamad bin Thamer al Thani, fue recibida en septiembre por el rey saudí Abdalá; éste aceptó viajar a Doha en enero para asistir a la cumbre de las monarquías del Golfo, y el ministro saudí de Exteriores, príncipe Saud al Faisal, anunció el próximo regreso de su embajador. Paralelamente, los reporteros de Al Jazeera son de nuevo autorizados a entrar en Arabia Saudí y sus autoridades dejan caer que podrán abrir oficina en Riad. "Damos ahora más información que antes del país", asegura Salim Subash, del gabinete de prensa de la cadena, desmintiendo cualquier concesión. "Sí, pero ésta es acrítica, insípida", replica un periodista que prefiere no ser citado por su nombre.

¿Por qué se produce ahora la reconciliación? "Ante un Irán al que perciben como una creciente amenaza, las monarquías del Golfo han optado por dejar de lado sus disputas y cerrar filas", sostiene un diplomático europeo acreditado en la zona. Su explicación es ampliamente compartida.

De mártir a víctima civil
La línea informativa de Al Jazeera no incluye, por ahora, más tabúes, pero sí se ha edulcorado en otros ámbitos. En Irak, por ejemplo, no ahorra críticas a la presencia militar de EE UU, pero, poco a poco, ha empezado a llamar musalaheen (hombres armados) a los que antes era los muqaawama (resistentes iraquíes) y los muertos causados por los militares estadounidenses ya no son "mártires" sino meras "víctimas civiles". Las presiones de Washington están, probablemente, detrás de éste cambio de lenguaje. Más llamativa aún ha sido la reunión, la semana pasada, entre el presidente de Al Jazeera y la ministra israelí de Asuntos Exteriores, Tzipi Livni, que participó en una conferencia en Qatar. La cadena informó de su presencia en el emirato, pero omitió señalar que fue recibida por el jefe del Estado catarí, el jeque Hamad bin Khalifa.

Livni y el presidente de la cadena acordaron, según el diario israelí Haaretz, iniciar conversaciones a alto nivel para empezar a cooperar. Israel se había quejado por escrito, en marzo, de la omisión por Al Jazeera de los padecimientos de los habitantes del Neguev, golpeados por los cohetes palestinos Qassam, y decidió boicotear a la cadena prohibiendo a sus funcionarios hacerle declaraciones. No vetó, sin embargo, los movimientos de sus periodistas. La "rectificación", como la describe un redactor en Doha, de la línea informativa no sólo afecta al canal en árabe sino también al inglés. El más célebre de sus periodistas anglosajones, el estadounidense Dave Marash, dimitió a finales de marzo alegando un creciente control editorial por parte de la dirección. "La cadena actual (...) no es aquella con la que firmé" el contrato, se lamentó en The New York Times.

Qatar fue, en febrero, en El Cairo, el país que más se opuso a la adopción, por los ministros de Comunicación árabes, de un protocolo que exige a las emisoras vía satélite que "no atenten contra la paz social, la unidad nacional, el orden público o los valores tradicionales", por ejemplo. Pero, con discreción, el emirato está modificando los contenidos de una televisión que, pese a todo, sigue aún siendo un soplo de libertad en un mundo árabe repleto de censores.




El Control de los Medios de Comunicación

Noam Chomsky
aporrea.org
03-07-2004

El material publicado es una conferencia de Noam Chomsky donde describe con precisión las bases fundacionales de la falsa democracia representativa.

El papel de los medios de comunicación en la política contemporánea nos obliga a preguntar por el tipo de mundo y de sociedad en los que queremos vivir, y qué modelo de democracia queremos para esta sociedad. Permítaseme empezar contraponiendo dos conceptos distintos de democracia. Uno es el que nos lleva a afirmar que en una sociedad democrática, por un lado, la gente tiene a su alcance los recursos para participar de manera significativa en la gestión de sus asuntos particulares, y, por otro, los medios de información son libres e imparciales. Si se busca la palabra democracia en el diccionario se encuentra una definición bastante parecida a lo que acabo de formular.

Una idea alternativa de democracia es la de que no debe permitirse que la gente se haga cargo de sus propios asuntos, a la vez que los medios de información deben estar fuerte y rígidamente controlados. Quizás esto suene como una concepción anticuada de democracia, pero es importante entender que, en todo caso, es la idea predominante. De hecho lo ha sido durante mucho tiempo, no sólo en la práctica sino incluso en el plano teórico. No olvidemos además que tenemos una larga historia, que se remonta a las revoluciones democráticas modernas de la Inglaterra del siglo XVII, que en su mayor parte expresa este punto de vista. En cualquier caso voy a ceñirme simplemente al período moderno y acerca de la forma en que se desarrolla la noción de democracia, y sobre el modo y el porqué el problema de los medios de comunicación y la desinformación se ubican en este contexto.

Primeros apuntes históricos de la propaganda

Empecemos con la primera operación moderna de propaganda llevada a cabo por un gobierno. Ocurrió bajo el mandato de Woodrow Wilson. Este fue elegido presidente en 1916 como líder de la plataforma electoral Paz sin victoria, cuando se cruzaba el ecuador de la Primera Guerra Mundial. La población era muy pacifista y no veía ninguna razón para involucrarse en una guerra europea; sin embargo, la administración Wilson había decidido que el país tomaría parte en el conflicto. Había por tanto que hacer algo para inducir en la sociedad la idea de la obligación de participar en la guerra. Y se creó una comisión de propaganda gubernamental, conocida con el nombre de Comisión Creel, que, en seis meses, logró convertir una población pacífica en otra histérica y belicista que quería ir a la guerra y destruir todo lo que oliera a alemán, despedazar a todos los alemanes, y salvar así al mundo. Se alcanzó un éxito extraordinario que conduciría a otro mayor todavía: precisamente en aquella época y después de la guerra se utilizaron las mismas técnicas para avivar lo que se conocía como Miedo rojo. Ello permitió la destrucción de sindicatos y la eliminación de problemas tan peligrosos como la libertad de prensa o de pensamiento político. El poder financiero y empresarial y los medios de comunicación fomentaron y prestaron un gran apoyo a esta operación, de la que, a su vez, obtuvieron todo tipo de provechos.

Entre los que participaron activa y entusiastamente en la guerra de Wilson estaban los intelectuales progresistas, gente del círculo de John Dewey Estos se mostraban muy orgullosos, como se deduce al leer sus escritos de la época, por haber demostrado que lo que ellos llamaban los miembros más inteligentes de la comunidad, es decir, ellos mismos, eran capaces de convencer a una población reticente de que había que ir a una guerra mediante el sistema de aterrorizarla y suscitar en ella un fanatismo patriotero. Los medios utilizados fueron muy amplios. Por ejemplo, se fabricaron montones de atrocidades supuestamente cometidas por los alemanes, en las que se incluían niños belgas con los miembros arrancados y todo tipo de cosas horribles que todavía se pueden leer en los libros de historia, buena parte de lo cual fue inventado por el Ministerio británico de propaganda, cuyo auténtico propósito en aquel momento —tal como queda reflejado en sus deliberaciones secretas— era el de dirigir el pensamiento de la mayor parte del mundo. Pero la cuestión clave era la de controlar el pensamiento de los miembros más inteligentes de la sociedad americana, quienes, a su vez, diseminarían la propaganda que estaba siendo elaborada y llevarían al pacífico país a la histeria propia de los tiempos de guerra. Y funcionó muy bien, al tiempo que nos enseñaba algo importante: cuando la propaganda que dimana del estado recibe el apoyo de las clases de un nivel cultural elevado y no se permite ninguna desviación en su contenido, el efecto puede ser enorme. Fue una lección que ya había aprendido Hitler y muchos otros, y cuya influencia ha llegado a nuestros días.

La democracia del espectador

Otro grupo que quedó directamente marcado por estos éxitos fue el formado por teóricos liberales y figuras destacadas de los medios de comunicación, como Walter Lippmann, que era el decano de los periodistas americanos, un importante analista político —tanto de asuntos domésticos como internacionales— así como un extraordinario teórico de la democracia liberal. Si se echa un vistazo a sus ensayos, se observará que están subtitulados con algo así como: Una teoría progresista sobre el pensamiento democrático liberal. Lippmann estuvo vinculado a estas comisiones de propaganda y admitió los logros alcanzados, al tiempo que sostenía que lo que él llamaba revolución en el arte de la democracia podía utilizarse para fabricar consenso, es decir, para producir en la población, mediante las nuevas técnicas de propaganda, la aceptación de algo inicialmente no deseado. También pensaba que ello era no solo una buena idea sino también necesaria, debido a que, tal como él mismo afirmó, los intereses comunes esquivan totalmente a la opinión pública y solo una clase especializada de hombres responsables lo bastante inteligentes puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan. Esta teoría sostiene que solo una élite reducida —la comunidad intelectual de que hablaban los seguidores de Dewey— puede entender cuáles son aquellos intereses comunes, qué es lo que nos conviene a todos, así como el hecho de que estas cosas escapan a la gente en general. En realidad, este enfoque se remonta a cientos de años atrás, es también un planteamiento típicamente leninista, de modo que existe una gran semejanza con la idea de que una vanguardia de intelectuales revolucionarios toma el poder mediante revoluciones populares que les proporcionan la fuerza necesaria para ello, para conducir después a las masas estúpidas a un futuro en el que estas son demasiado ineptas e incompetentes para imaginar y prever nada por sí mismas. Es así que la teoría democrática liberal y el marxismo-leninismo se encuentran muy cerca en sus supuestos ideológicos. En mi opinión, esta es una de las razones por las que los individuos, a lo largo del tiempo, han observado que era realmente fácil pasar de una posición a otra sin experimentar ninguna sensación específica de cambio. Solo es cuestión de ver dónde está el poder. Es posible que haya una revolución popular que nos lleve a todos a asumir el poder del Estado; o quizás no la haya, en cuyo caso simplemente apoyaremos a los que detentan el poder real: la comunidad de las finanzas. Pero estaremos haciendo lo mismo: conducir a las masas estúpidas hacia un mundo en el que van a ser incapaces de comprender nada por sí mismas.

Lippmann respaldó todo esto con una teoría bastante elaborada sobre la democracia progresiva, según la cual en una democracia con un funcionamiento adecuado hay distintas clases de ciudadanos. En primer lugar, los ciudadanos que asumen algún papel activo en cuestiones generales relativas al gobierno y la administración. Es la clase especializada, formada por personas que analizan, toman decisiones, ejecutan, controlan y dirigen los procesos que se dan en los sistemas ideológicos, económicos y políticos, y que constituyen, asimismo, un porcentaje pequeño de la población total. Por supuesto, todo aquel que ponga en circulación las ideas citadas es parte de este grupo selecto, en el cual se habla primordialmente acerca de qué hacer con aquellos otros, quienes, fuera del grupo pequeño y siendo la mayoría de la población, constituyen lo que Lippmann llamaba el rebaño desconcertado: hemos de protegernos de este rebaño desconcertado cuando brama y pisotea. Así pues, en una democracia se dan dos funciones: por un lado, la clase especializada, los hombres responsables, ejercen la función ejecutiva, lo que significa que piensan, entienden y planifican los intereses comunes; por otro, el rebaño desconcertado también con una función en la democracia, que, según Lippmann, consiste en ser espectadores en vez de miembros participantes de forma activa. Pero, dado que estamos hablando de una democracia, estos últimos llevan a término algo más que una función: de vez en cuando gozan del favor de liberarse de ciertas cargas en la persona de algún miembro de la clase especializada; en otras palabras, se les permite decir queremos que seas nuestro líder, o, mejor, queremos que tú seas nuestro líder, y todo ello porque estamos en una democracia y no en un estado totalitario. Pero una vez se han liberado de su carga y traspasado esta a algún miembro de la clase especializada, se espera de ellos que se apoltronen y se conviertan en espectadores de la acción, no en participantes. Esto es lo que ocurre en una democracia que funciona como Dios manda.

Y la verdad es que hay una lógica detrás de todo eso. Hay incluso un principio moral del todo convincente: la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender las cosas. Si los individuos trataran de participar en la gestión de los asuntos que les afectan o interesan, lo único que harían sería solo provocar líos, por lo que resultaría impropio e inmoral permitir que lo hicieran. Hay que domesticar al rebaño desconcertado, y no dejarle que brame y pisotee y destruya las cosas, lo cual viene a encerrar la misma lógica que dice que sería incorrecto dejar que un niño de tres años cruzara solo la calle. No damos a los niños de tres años este tipo de libertad porque partimos de la base de que no saben cómo utilizarla. Por lo mismo, no se da ninguna facilidad para que los individuos del rebaño desconcertado participen en la acción; solo causarían problemas.

Por ello, necesitamos algo que sirva para domesticar al rebaño perplejo; algo que viene a ser la nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación del consenso. Los medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen que estar divididos. La clase política y los responsables de tomar decisiones tienen que brindar algún sentido tolerable de realidad, aunque también tengan que inculcar las opiniones adecuadas. Aquí la premisa no declarada de forma explícita —e incluso los hombres responsables tienen que darse cuenta de esto ellos solos— tiene que ver con la cuestión de cómo se llega a obtener la autoridad para tomar decisiones. Por supuesto, la forma de obtenerla es sirviendo a la gente que tiene el poder real, que no es otra que los dueños de la sociedad, es decir, un grupo bastante reducido. Si los miembros de la clase especializada pueden venir y decir: Puedo ser útil a sus intereses, entonces pasan a formar parte del grupo ejecutivo. Y hay que quedarse callado y portarse bien, lo que significa que han de hacer lo posible para que penetren en ellos las creencias y doctrinas que servirán a los intereses de los dueños de la sociedad, de modo que, a menos que puedan ejercer con maestría esta autoformación, no formarán parte de la clase especializada. Así, tenemos un sistema educacional, de carácter privado, dirigido a los hombres responsables, a la clase especializada, que han de ser adoctrinados en profundidad acerca de los valores e intereses del poder real, y del nexo corporativo que este mantiene con el Estado y lo que ello representa. Si pueden conseguirlo, podrán pasar a formar parte de la clase especializada. Al resto del rebaño desconcertado básicamente habrá que distraerlo y hacer que dirija su atención a cualquier otra cosa. Que nadie se meta en líos. Habrá que asegurarse que permanecen todos en su función de espectadores de la acción, liberando su carga de vez en cuando en algún que otro líder de entre los que tienen a su disposición para elegir.

Muchos otros han desarrollado este punto de vista, que, de hecho, es bastante convencional. Por ejemplo, él destacado teólogo y crítico de política internacional Reinold Niebuhr, conocido a veces como el teólogo del sistema, gurú de George Kennan y de los intelectuales de Kennedy, afirmaba que la racionalidad es una técnica, una habilidad, al alcance de muy pocos: solo algunos la poseen, mientras que la mayoría de la gente se guía por las emociones y los impulsos. Aquellos que poseen la capacidad lógica tienen que crear ilusiones necesarias y simplificaciones acentuadas desde el punto de vista emocional, con objeto de que los bobalicones ingenuos vayan más o menos tirando. Este principio se ha convertido en un elemento sustancial de la ciencia política contemporánea. En la década de los años veinte y principios de la de los treinta, Harold Lasswell, fundador del moderno sector de las comunicaciones y uno de los analistas políticos americanos más destacados, explicaba que no deberíamos sucumbir a ciertos dogmatismos democráticos que dicen que los hombres son los mejores jueces de sus intereses particulares. Porque no lo son. Somos nosotros, decía, los mejores jueces de los intereses y asuntos públicos, por lo que, precisamente a partir de la moralidad más común, somos nosotros los que tenemos que asegurarnos que ellos no van a gozar de la oportunidad de actuar basándose en sus juicios erróneos. En lo que hoy conocemos como estado totalitario, o estado militar, lo anterior resulta fácil. Es cuestión simplemente de blandir una porra sobre las cabezas de los individuos, y, si se apartan del camino trazado, golpearles sin piedad. Pero si la sociedad ha acabado siendo más libre y democrática, se pierde aquella capacidad, por lo que hay que dirigir la atención a las técnicas de propaganda. La lógica es clara y sencilla: la propaganda es a la democracia lo que la cachiporra al estado totalitario. Ello resulta acertado y conveniente dado que, de nuevo, los intereses públicos escapan a la capacidad de comprensión del rebaño desconcertado.

Relaciones públicas

Los Estados Unidos crearon los cimientos de la industria de las relaciones públicas. Tal como decían sus líderes, su compromiso consistía en controlar la opinión pública. Dado que aprendieron mucho de los éxitos de la Comisión Creel y del miedo rojo, y de las secuelas dejadas por ambos, las relaciones públicas experimentaron, a lo largo de la década de 1920, una enorme expansión, obteniéndose grandes resultados a la hora de conseguir una subordinación total de la gente a las directrices procedentes del mundo empresarial a lo largo de la década de 1920. La situación llegó a tal extremo que en la década siguiente los comités del Congreso empezaron a investigar el fenómeno. De estas pesquisas proviene buena parte de la información de que hoy día disponemos.

Las relaciones públicas constituyen una industria inmensa que mueve, en la actualidad, cantidades que oscilan en torno a un billón de dólares al año, y desde siempre su cometido ha sido el de controlar la opinión pública, que es el mayor peligro al que se enfrentan las corporaciones. Tal como ocurrió durante la Primera Guerra Mundial, en la década de 1930 surgieron de nuevo grandes problemas: una gran depresión unida a una cada vez más numerosa clase obrera en proceso de organización. En 1935, y gracias a la Ley Wagner, los trabajadores consiguieron su primera gran victoria legislativa, a saber, el derecho a organizarse de manera independiente, logro que planteaba dos graves problemas. En primer lugar, la democracia estaba funcionando bastante mal: el rebaño desconcertado estaba consiguiendo victorias en el terreno legislativo, y no era ese el modo en que se suponía que tenían que ir las cosas; el otro problema eran las posibilidades cada vez mayores del pueblo para organizarse. Los individuos tienen que estar atomizados, segregados y solos; no puede ser que pretendan organizarse, porque en ese caso podrían convertirse en algo más que simples espectadores pasivos.

Efectivamente, si hubiera muchos individuos de recursos limitados que se agruparan para intervenir en el ruedo político, podrían, de hecho, pasar a asumir el papel de participantes activos, lo cual sí sería una verdadera amenaza. Por ello, el poder empresarial tuvo una reacción contundente para asegurarse de que esa había sido la última victoria legislativa de las organizaciones obreras, y de que representaría también el principio del fin de esta desviación democrática de las organizaciones populares. Y funcionó. Fue la última victoria de los trabajadores en el terreno parlamentario, y, a partir de ese momento —aunque el número de afiliados a los sindicatos se incrementó durante la Segunda Guerra Mundial, acabada la cual empezó a bajar— la capacidad de actuar por la vía sindical fue cada vez menor. Y no por casualidad, ya que estamos hablando de la comunidad empresarial, que está gastando enormes sumas de dinero, a la vez que dedicando todo el tiempo y esfuerzo necesarios, en cómo afrontar y resolver estos problemas a través de la industria de las relaciones públicas y otras organizaciones, como la National Association of Manufacturers (Asociación nacional de fabricantes), la Business Roundtable (Mesa redonda de la actividad empresarial), etcétera. Y su principio es reaccionar en todo momento de forma inmediata para encontrar el modo de contrarrestar estas desviaciones democráticas.

La primera prueba se produjo un año más tarde, en 1937, cuando hubo una importante huelga del sector del acero en Johnstown, al oeste de Pensilvania. Los empresarios pusieron a prueba una nueva técnica de destrucción de las organizaciones obreras, que resultó ser muy eficaz. Y sin matones a sueldo que sembraran el terror entre los trabajadores, algo que ya no resultaba muy práctico, sino por medio de instrumentos más sutiles y eficientes de propaganda. La cuestión estribaba en la idea de que había que enfrentar a la gente contra los huelguistas, por los medios que fuera. Se presentó a estos como destructivos y perjudiciales para el conjunto de la sociedad, y contrarios a los intereses comunes, que eran los nuestros, los del empresario, el trabajador o el ama de casa, es decir, todos nosotros. Queremos estar unidos y tener cosas como la armonía y el orgullo de ser americanos, y trabajar juntos. Pero resulta que estos huelguistas malvados de ahí afuera son subversivos, arman jaleo, rompen la armonía y atentan contra el orgullo de América, y hemos de pararles los pies. El ejecutivo de una empresa y el chico que limpia los suelos tienen los mismos intereses. Hemos de trabajar todos juntos y hacerlo por el país y en armonía, con simpatía y cariño los unos por los otros. Este era, en esencia, el mensaje. Y se hizo un gran esfuerzo para hacerlo público; después de todo, estamos hablando del poder financiero y empresarial, es decir, el que controla los medios de información y dispone de recursos a gran escala, por lo cual funcionó, y de manera muy eficaz. Más adelante este método se conoció como la fórmula Mohawk VaIley, aunque se le denominaba también: método científico para impedir huelgas. Se aplicó una y otra vez para romper huelgas, y daba muy buenos resultados cuando se trataba de movilizar a la opinión pública a favor de conceptos vacíos de contenido, como el orgullo de ser americano. ¿Quién puede estar en contra de esto? O la armonía. ¿Quién puede estar en contra? O, como en la guerra del golfo Pérsico, apoyad a nuestras tropas. ¿Quién podía estar en contra? O los lacitos amarillos. ¿Hay alguien que esté en contra? Sólo alguien completamente necio.

De hecho, ¿qué pasa si alguien le pregunta si da usted su apoyo a la gente de Iowa? Se puede contestar diciendo Sí, le doy mi apoyo, o No, no la apoyo. Pero ni siquiera es una pregunta: no significa nada. Esta es la cuestión. La clave de los eslóganes de las relaciones públicas como “Apoyad a nuestras tropas” es que no significan nada, o, como mucho, lo mismo que apoyar a los habitantes de Iowa. Pero, por supuesto había una cuestión importante que se podía haber resuelto haciendo la pregunta: ¿Apoya usted nuestra política? Pero, claro, no se trata de que la gente se plantee cosas como esta. Esto es lo único que importa en la buena propaganda. Se trata de crear un eslogan que no pueda recibir ninguna oposición, bien al contrario, que todo el mundo esté a favor. Nadie sabe lo que significa porque no significa nada, y su importancia decisiva estriba en que distrae la atención de la gente respecto de preguntas que sí significan algo: ¿Apoya usted nuestra política? Pero sobre esto no se puede hablar. Así que tenemos a todo el mundo discutiendo sobre el apoyo a las tropas: Desde luego, no dejaré de apoyarles. Por tanto, ellos han ganado. Es como lo del orgullo americano y la armonía. Estamos todos juntos, en torno a eslóganes vacíos, tomemos parte en ellos y asegurémonos de que no habrá gente mala en nuestro alrededor que destruya nuestra paz social con sus discursos acerca de la lucha de clases, los derechos civiles y todo este tipo de cosas.

Todo es muy eficaz y hasta hoy ha funcionado perfectamente. Desde luego consiste en algo razonado y elaborado con sumo cuidado: la gente que se dedica a las relaciones públicas no está ahí para divertirse; está haciendo un trabajo, es decir, intentando inculcar los valores correctos. De hecho, tienen una idea de lo que debería ser la democracia: un sistema en el que la clase especializada está entrenada para trabajar al servicio de los amos, de los dueños de la sociedad, mientras que al resto de la población se le priva de toda forma de organización para evitar así los problemas que pudiera causar. La mayoría de los individuos tendrían que sentarse frente al televisor y masticar religiosamente el mensaje, que no es otro que el que dice que lo único que tiene valor en la vida es poder consumir cada vez más y mejor y vivir igual que esta familia de clase media que aparece en la pantalla y exhibir valores como la armonía y el orgullo americano. La vida consiste en esto. Puede que usted piense que ha de haber algo más, pero en el momento en que se da cuenta que está solo, viendo la televisión, da por sentado que esto es todo lo que existe ahí afuera, y que es una locura pensar en que haya otra cosa. Y desde el momento en que está prohibido organizarse, lo que es totalmente decisivo, nunca se está en condiciones de averiguar si realmente está uno loco o simplemente se da todo por bueno, que es lo más lógico que se puede hacer.

Así pues, este es el ideal, para alcanzar el cual se han desplegado grandes esfuerzos. Y es evidente que detrás de él hay una cierta concepción: la de democracia, tal como ya se ha dicho. El rebaño desconcertado es un problema. Hay que evitar que brame y pisotee, y para ello habrá que distraerlo. Será cuestión de conseguir que los sujetos que lo forman se queden en casa viendo partidos de fútbol, culebrones o películas violentas, aunque de vez en cuando se les saque del sopor y se les convoque a corear eslóganes sin sentido, como Apoyad a. nuestras tropas. Hay que hacer que conserven un miedo permanente, porque a menos que estén debidamente atemorizados por todos los posibles males que pueden destruirles, desde dentro o desde fuera, podrían empezar a pensar por sí mismos, lo cual es muy peligroso ya que no tienen la capacidad de hacerlo. Por ello es importante distraerles y marginarles.

Esta es una idea de democracia. De hecho, si nos re montamos al pasado, la última victoria legal de los trabajadores fue realmente en 1935, con la Ley Wagner. Después tras el inicio de la Primera Guerra Mundial, los sindicatos entraron en un declive, al igual que lo hizo una rica y fértil cultura obrera vinculada directamente con aquellos. Todo quedó destruido y nos vimos trasladados a una sociedad dominada de manera singular por los criterios empresariales. Era esta la única sociedad industrial, dentro de un sistema capitalista de Estado, en la que ni siquiera se producía el pacto social habitual que se podía dar en latitudes comparables. Era la única sociedad industrial —aparte de Sudáfrica, supongo— que no tenía un servicio nacional de asistencia sanitaria. No existía ningún compromiso para elevar los estándares mínimos de supervivencia de los segmentos de la población que no podían seguir las normas y directrices imperantes ni conseguir nada por sí mismos en el plano individual. Por otra parte, los sindicatos prácticamente no existían, al igual que ocurría con otras formas de asociación en la esfera popular. No había organizaciones políticas ni partidos: muy lejos se estaba, por tanto, del ideal, al menos en el plano estructural. Los medios de información constituían un monopolio corporativizado; todos expresaban los mismos puntos de vista. Los dos partidos eran dos facciones del partido del poder financiero y empresarial. Y así la mayor parte de la población ni tan solo se molestaba en ir a votar ya que ello carecía totalmente de sentido, quedando, por ello, debidamente marginada. Al menos este era el objetivo. La verdad es que el personaje más destacado de la industria de las relaciones públicas, Edward Bernays, procedía de la Comisión Creel. Formó parte de ella, aprendió bien la lección y se puso manos a la obra a desarrollar lo que él mismo llamó la ingeniería del consenso, que describió como la esencia de la democracia.

Los individuos capaces de fabricar consenso son los que tienen los recursos y el poder de hacerlo —la comunidad financiera y empresarial— y para ellos trabajamos.

Fabricación de la opinión

También es necesario recabar el apoyo de la población a las aventuras exteriores. Normalmente la gente es pacifista, tal como sucedía durante la Primera Guerra Mundial, ya que no ve razones que justifiquen la actividad bélica, la muerte y la tortura. Por ello, para procurarse este apoyo hay que aplicar ciertos estímulos; y para estimularles hay que asustarles. El mismo Bernays tenía en su haber un importante logro a este respecto, ya que fue el encargado de dirigir la campaña de relaciones públicas de la United Fruit Company en 1954, cuando los Estados Unidos intervinieron militarmente para derribar al gobierno democrático-capitalista de Guatemala e instalaron en su lugar un régimen sanguinario de escuadrones de la muerte, que se ha mantenido hasta nuestros días a base de repetidas infusiones de ayuda norteamericana que tienen por objeto evitar algo más que desviaciones democráticas vacías de contenido. En estos casos, es necesario hacer tragar por la fuerza una y otra vez programas domésticos hacia los que la gente se muestra contraria, ya que no tiene ningún sentido que el público esté a favor de programas que le son perjudiciales. Y esto, también, exige una propaganda amplia y general, que hemos tenido oportunidad de ver en muchas ocasiones durante los últimos diez años. Los programas de la era Reagan eran abrumadoramente impopulares. Los votantes de la victoria arrolladora de Reagan en 1984 esperaban, en una proporción de tres a dos, que no se promulgaran las medidas legales anunciadas. Si tomamos programas concretos, como el gasto en armamento, o la reducción de recursos en materia de gasto social, etc., prácticamente todos ellos recibían una oposición frontal por parte de la gente. Pero en la medida en que se marginaba y apartaba a los individuos de la cosa pública y estos no encontraban el modo de organizar y articular sus sentimientos, o incluso de saber que había otros que compartían dichos sentimientos, los que decían que preferían el gasto social al gasto militar —y lo expresaban en los sondeos, tal como sucedía de manera generalizada— daban por supuesto que eran los únicos con tales ideas disparatadas en la cabeza. Nunca habían oído estas cosas de nadie más, ya que había que suponer que nadie pensaba así; y si lo había, y era sincero en las encuestas, era lógico pensar que se trataba de un bicho raro. Desde el momento en que un individuo no encuentra la manera de unirse a otros que comparten o refuerzan este parecer y que le pueden transmitir la ayuda necesaria para articularlo, acaso llegue a sentir que es alguien excéntrico, una rareza en un mar de normalidad. De modo que acaba permaneciendo al margen, sin prestar atención a lo que ocurre, mirando hacia, otro lado, como por ejemplo la final de Copa.

Así pues, hasta cierto punto se alcanzó el ideal, aunque nunca de forma completa, ya que hay instituciones que hasta ahora ha sido imposible destruir: por ejemplo, las iglesias. Buena parte de la actividad disidente de los Estados Unidos se producía en las iglesias por la sencilla razón de que estas existían. Por ello, cuando había que dar una conferencia de carácter político en un país europeo era muy probable que se celebrara en los locales de algún sindicato, cosa harto difícil en América ya que, en primer lugar, estos apenas existían o, en el mejor de los casos, no eran organizaciones políticas. Pero las iglesias sí existían, de manera que las charlas y conferencias se hacían con frecuencia en ellas: la solidaridad con Centroamérica se originó en su mayor parte en las iglesias, sobre todo porque existían.

El rebaño desconcertado nunca acaba de estar debidamente domesticado: es una batalla permanente. En la década de 1930 surgió otra vez, pero se pudo sofocar el movimiento. En los años sesenta apareció una nueva ola de disidencia, a la cual la clase especializada le puso el nombre de crisis de la democracia. Se consideraba que la democracia estaba entrando en una crisis porque amplios segmentos de la población se estaban organizando de manera activa y estaban intentando participar en la arena política. El conjunto de élites coincidían en que había que aplastar el renacimiento democrático de los sesenta y poner en marcha un sistema social en el que los recursos se canalizaran hacia las clases acaudaladas privilegiadas. Y aquí hemos de volver a las dos concepciones de democracia que hemos mencionado en párrafos anteriores. Según la definición del diccionario, lo anterior constituye un avance en democracia; según el criterio predominante, es un problema, una crisis que ha de ser vencida. Había que obligar a la población a que retrocediera y volviera a la apatía, la obediencia y la pasividad, que conforman su estado natural, para lo cual se hicieron grandes esfuerzos, si bien no funcionó. Afortunadamente, la crisis de la democracia todavía está vivita y coleando, aunque no ha resultado muy eficaz a la hora de conseguir un cambio político. Pero, contrariamente a lo que mucha gente cree, sí ha dado resultados en lo que se refiere al cambio de la opinión pública.

Después de la década de 1960 se hizo todo lo posible para que la enfermedad diera marcha atrás. La verdad es que uno de los aspectos centrales de dicho mal tenía un nombre técnico: el síndrome de Vietnam, término que surgió en torno a 1970 y que de vez en cuando encuentra nuevas definiciones. El intelectual reaganista Norman Podhoretz habló de él como las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar. Pero resulta que era la mayoría de la gente la que experimentaba dichas inhibiciones contra la violencia, ya que simplemente no entendía por qué había que ir por el mundo torturando, matando o lanzando bombardeos intensivos. Como ya supo Goebbels en su día, es muy peligroso que la población se rinda ante estas inhibiciones enfermizas, ya que en ese caso habría un límite a las veleidades aventureras de un país fuera de sus fronteras. Tal como decía con orgullo el Washington Post durante la histeria colectiva que se produjo durante la guerra del golfo Pérsico, es necesario infundir en la gente respeto por los valores marciales. Y eso sí es importante. Si se quiere tener una sociedad violenta que avale la utilización de la fuerza en todo el mundo para alcanzar los fines de su propia élite doméstica, es necesario valorar debidamente las virtudes guerreras y no esas inhibiciones achacosas acerca del uso de la violencia. Esto es el síndrome de Vietnam: hay que vencerlo.

La representación como realidad

También es preciso falsificar totalmente la historia. Ello constituye otra manera de vencer esas inhibiciones enfermizas, para simular que cuando atacamos y destruimos a alguien lo que estamos haciendo en realidad es proteger y defendernos a nosotros mismos de los peores monstruos y agresores, y cosas por el estilo. Desde la guerra del Vietnam se ha realizado un enorme esfuerzo por reconstruir la historia. Demasiada gente, incluidos gran número de soldados y muchos jóvenes que estuvieron involucrados en movimientos por la paz o antibelicistas, comprendía lo que estaba pasando. Y eso no era bueno. De nuevo había que poner orden en aquellos malos pensamientos y recuperar alguna forma de cordura, es decir, la aceptación de que sea lo que fuere lo que hagamos, ello es noble y correcto. Si bombardeábamos Vietnam del Sur, se debía a que estábamos defendiendo el país de alguien, esto es, de los sudvietnamitas, ya que allí no había nadie más. Es lo que los intelectuales kenedianos denominaban defensa contra la agresión interna en Vietnam del Sur, expresión acuñada por Adiai Stevenson, entre otros. Así pues, era necesario que esta fuera la imagen oficial e inequívoca; y ha funcionado muy bien, ya que si se tiene el control absoluto de los medios de comunicación y el sistema educativo y la intelectualidad son conformistas, puede surtir efecto cualquier política. Un indicio de ello se puso de manifiesto en un estudio llevado a cabo en la Universidad de Massachusetts sobre las diferentes actitudes ante la crisis del Golfo Pérsico, y que se centraba en las opiniones que se manifestaban mientras se veía la televisión. Una de las preguntas de dicho estudio era: ¿Cuantas víctimas vietnamitas calcula usted que hubo durante la guerra del Vietnam? La respuesta promedio que se daba era en torno a 100.000, mientras que las cifras oficiales hablan de dos millones, y las reales probablemente sean de tres o cuatro millones. Los responsables del estudio formulaban a continuación una pregunta muy oportuna: ¿Qué pensaríamos de la cultura política alemana si cuando se le preguntara a la gente cuantos judíos murieron en el Holocausto la respuesta fuera unos 300.000? La pregunta quedaba sin respuesta, pero podemos tratar de encontrarla. ¿Qué nos dice todo esto sobre nuestra cultura? Pues bastante: es preciso vencer las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar y a otras desviaciones democráticas. Y en este caso dio resultados satisfactorios y demostró ser cierto en todos los terrenos posibles: tanto si elegimos Próximo Oriente, el terrorismo internacional o Centroamérica. El cuadro del mundo que se presenta a la gente no tiene la más mínima relación con la realidad, ya que la verdad sobre cada asunto queda enterrada bajo montañas de mentiras. Se ha alcanzado un éxito extraordinario en el sentido de disuadir las amenazas democráticas, y lo realmente interesante es que ello se ha producido en condiciones de libertad. No es como en un estado totalitario, donde todo se hace por la fuerza. Esos logros son un fruto conseguido sin violar la libertad. Por ello, si queremos entender y conocer nuestra sociedad, tenemos que pensar en todo esto, en estos hechos que son importantes para todos aquellos que se interesan y preocupan por el tipo de sociedad en el que viven.

La cultura disidente

A pesar de todo, la cultura disidente sobrevivió, y ha experimentado un gran crecimiento desde la década de los sesenta. Al principio su desarrollo era sumamente lento, ya que, por ejemplo, no hubo protestas contra la guerra de Indochina hasta algunos años después de que los Estados Unidos empezaran a bombardear Vietnam del Sur. En los inicios de su andadura era un reducido movimiento contestatario, formado en su mayor parte por estudiantes y jóvenes en general, pero hacia principios de los setenta ya había cambiado de forma notable. Habían surgido movimientos populares importantes: los ecologistas, las feministas, los antinucleares, etcétera. Por otro lado, en la década de 1980 se produjo una expansión incluso mayor y que afectó a todos los movimientos de solidaridad, algo realmente nuevo e importante al menos en la historia de América y quizás en toda la disidencia mundial. La verdad es que estos eran movimientos que no sólo protestaban sino que se implicaban a fondo en las vidas de todos aquellos que sufrían por alguna razón en cualquier parte del mundo. Y sacaron tan buenas lecciones de todo ello, que ejercieron un enorme efecto civilizador sobre las tendencias predominantes en la opinión pública americana. Y a partir de ahí se marcaron diferencias, de modo que cualquiera que haya estado involucrado es este tipo de actividades durante algunos años ha de saberlo perfectamente. Yo mismo soy consciente de que el tipo de conferencias que doy en la actualidad en las regiones más reaccionarias del país —la Georgia central, el Kentucky rural— no las podría haber pronunciado, en el momento culminante del movimiento pacifista, ante una audiencia formada por los elementos más activos de dicho movimiento. Ahora, en cambio, en ninguna parte hay ningún problema. La gente puede estar o no de acuerdo, pero al menos comprende de qué estás hablando y hay una especie de terreno común en el que es posible cuando menos entenderse.

A pesar de toda la propaganda y de todos los intentos por controlar el pensamiento y fabricar el consenso, lo anterior constituye un conjunto de signos de efecto civilizador. Se está adquiriendo una capacidad y una buena disposición para pensar las cosas con el máximo detenimiento. Ha crecido el escepticismo acerca del poder.

Han cambiado muchas actitudes hacia un buen número de cuestiones, lo que ha convertido todo este asunto en algo lento, quizá incluso frío, pero perceptible e importante, al margen de si acaba siendo o no lo bastante rápido como para influir de manera significativa en los aconteceres del mundo. Tomemos otro ejemplo: la brecha que se ha abierto en relación con el género. A principios de la década de 1960 las actitudes de hombres y mujeres eran aproximadamente las mismas en asuntos como las virtudes castrenses, igual que lo eran las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar. Por entonces, nadie, ni hombres ni mujeres, se resentía a causa de dichas posturas, dado que las respuestas coincidían: todo el mundo pensaba que la utilización de la violencia para reprimir a la gente de por ahí estaba justificada. Pero con el tiempo las cosas han cambiado. Aquellas inhibiciones han experimentado un crecimiento lineal, aunque al mismo tiempo ha aparecido un desajuste que poco a poco ha llegado a ser sensiblemente importante y que según los sondeos ha alcanzado el 20%. ¿Qué ha pasado? Pues que las mujeres han formado un tipo de movimiento popular semi organizado, el movimiento feminista, que ha ejercido una influencia decisiva, ya que, por un lado, ha hecho que muchas mujeres se dieran cuenta de que no estaban solas, de que había otras con quienes compartir las mismas ideas, y, por otro, en la organización se pueden apuntalar los pensamientos propios y aprender más acerca de las opiniones e ideas que cada uno tiene. Si bien estos movimientos son en cierto modo informales, sin carácter militante, basados más bien en una disposición del ánimo en favor de las interacciones personales, sus efectos sociales han sido evidentes. Y este es el peligro de la democracia: si se pueden crear organizaciones, si la gente no permanece simplemente pegada al televisor, pueden aparecer estas ideas extravagantes, como las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar. Hay que vencer estas tentaciones, pero no ha sido todavía posible.

Desfile de enemigos

En vez de hablar de la guerra pasada, hablemos de la guerra que viene, porque a veces es más útil estar preparado para lo que puede venir que simplemente reaccionar ante lo que ocurre. En la actualidad se está produciendo en los Estados Unidos —y no es el primer país en que esto sucede— un proceso muy característico. En el ámbito interno, hay problemas económicos y sociales crecientes que pueden devenir en catástrofes, y no parece haber nadie, de entre los que detentan el poder, que tenga intención alguna de prestarles atención. Si se echa una ojeada a los programas de las distintas administraciones durante los últimos diez años no se observa ninguna propuesta seria sobre lo que hay que hacer para resolver los importantes problemas relativos a la salud, la educación, los que no tienen hogar, los parados, el índice de criminalidad, la delincuencia creciente que afecta a amplias capas de la población, las cárceles, el deterioro de los barrios periféricos, es decir, la colección completa de problemas conocidos. Todos conocemos la situación, y sabemos que está empeorando. Solo en los dos años que George Bush estuvo en el poder hubo tres millones más de niños que cruzaron el umbral de la pobreza, la deuda externa creció progresivamente, los estándares educativos experimentaron un declive, los salarios reales retrocedieron al nivel de finales de los años cincuenta para la gran mayoría de la población, y nadie hizo absolutamente nada para remediarlo. En estas circunstancias hay que desviar la atención del rebaño desconcertado ya que si empezara a darse cuenta de lo que ocurre podría no gustarle, porque es quien recibe directamente las consecuencias de lo anterior. Acaso entretenerles simplemente con la final de Copa o los culebrones no sea suficiente y haya que avivar en él el miedo a los enemigos. En los años treinta Hitler difundió entre los alemanes el miedo a los judíos y a los gitanos: había que machacarles como forma de autodefensa. Pero nosotros también tenemos nuestros métodos. A lo largo de la última década, cada año o a lo sumo cada dos, se fabrica algún monstruo de primera línea del que hay que defenderse. Antes los que estaban más a mano eran los rusos, de modo que había que estar siempre a punto de protegerse de ellos. Pero, por desgracia, han perdido atractivo como enemigo, y cada vez resulta más difícil utilizarles como tal, de modo que hay que hacer que aparezcan otros de nueva estampa. De hecho, la gente fue bastante injusta al criticar a George Bush por haber sido incapaz de expresar con claridad hacia dónde estábamos siendo impulsados, ya que hasta mediados de los años ochenta, cuando andábamos despistados se nos ponía constantemente el mismo disco: que vienen los rusos. Pero al perderlos como encarnación del lobo feroz hubo que fabricar otros, al igual que hizo el aparato de relaciones públicas reaganiano en su momento. Y así, precisamente con Bush, se empezó a utilizar a los terroristas internacionales, a los narcotraficantes, a los locos caudillos árabes o a Saddam Hussein, el nuevo Hitler que iba a conquistar el mundo. Han tenido que hacerles aparecer a uno tras otro, asustando a la población, aterrorizándola, de forma que ha acabado muerta de miedo y apoyando cualquier iniciativa del poder. Así se han podido alcanzar extraordinarias victorias sobre Granada, Panamá, o algún otro ejército del Tercer Mundo al que se puede pulverizar antes de siquiera tomarse la molestia de mirar cuántos son. Esto da un gran alivio, ya que nos hemos salvado en el último momento.

Tenemos así, pues, uno de los métodos con el cual se puede evitar que el rebaño desconcertado preste atención a lo que está sucediendo a su alrededor, y permanezca distraído y controlado. Recordemos que la operación terrorista internacional más importante llevada a cabo hasta la fecha ha sido la operación Mongoose, a cargo de la administración Kennedy, a partir de la cual este tipo de actividades prosiguieron contra Cuba. Parece que no ha habido nada que se le pueda comparar ni de lejos, a excepción quizás de la guerra contra Nicaragua, si convenimos en denominar aquello también terrorismo. El Tribunal de La Haya consideró que aquello era algo más que una agresión.

Cuando se trata de construir un monstruo fantástico siempre se produce una ofensiva ideológica, seguida de campañas para aniquilarlo. No se puede atacar si el adversario es capaz de defenderse: sería demasiado peligroso. Pero si se tiene la seguridad de que se le puede vencer, quizá se le consiga despachar rápido y lanzar así otro suspiro de alivio.

Percepción selectiva

Esto ha venido sucediendo desde hace tiempo. En mayo de 1986 se publicaron las memorias del preso cubano liberado Armando Valladares, que causaron rápidamente sensación en los medios de comunicación. Voy a brindarles algunas citas textuales. Los medios informativos describieron sus revelaciones como «el relato definitivo del inmenso sistema de prisión y tortura con el que Castro castiga y elimina a la oposición política». Era «una descripción evocadora e inolvidable» de las «cárceles bestiales, la tortura inhumana [y] el historial de violencia de estado [bajo] todavía uno de los asesinos de masas de este siglo», del que nos enteramos, por fin, gracias a este libro, que «ha creado un nuevo despotismo que ha institucionalizado la tortura como mecanismo de control social» en el «infierno que era la Cuba en la que [Valladares] vivió». Esto es lo que apareció en el Washington Post y el New York Times en sucesivas reseñas. Las atrocidades de Castro —descrito como un «matón dictador»— se revelaron en este libro de manera tan concluyente que «solo los intelectuales occidentales fríos e insensatos saldrán en defensa del tirano», según el primero de los diarios citados. Recordemos que estamos hablando de lo que le ocurrió a un hombre. Y supongamos que todo lo que se dice en el libro es verdad. No le hagamos demasiadas preguntas al protagonista de la historia. En una ceremonia celebrada en la Casa Blanca con motivo del Día de los Derechos Humanos, Ronald Reagan destacó a Armando Valladares e hizo mención especial de su coraje al soportar el sadismo del sangriento dictador cubano. A continuación, se le designó representante de los Estados Unidos en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Allí tuvo la oportunidad de prestar notables servicios en la defensa de los gobiernos de El Salvador y Guatemala en el momento en que estaban recibiendo acusaciones de cometer atrocidades a tan gran escala que cualquier vejación que Valladares pudiera haber sufrido tenía que considerarse forzosamente de mucha menor entidad. Así es como están las cosas.

La historia que viene ahora también ocurría en mayo de 1986, y nos dice mucho acerca de la fabricación del consenso. Por entonces, los supervivientes del Grupo de Derechos Humanos de El Salvador —sus líderes habían sido asesinados— fueron detenidos y torturados, incluyendo al director, Herbert Anaya. Se les encarceló en una prisión llamada La Esperanza, pero mientras estuvieron en ella continuaron su actividad de defensa de los derechos humanos, y, dado que eran abogados, siguieron tomando declaraciones juradas. Había en aquella cárcel 432 presos, de los cuales 430 declararon y relataron bajo juramento las torturas que habían recibido: aparte de la picana y otras atrocidades, se incluía el caso de un interrogatorio, y la tortura consiguiente, dirigido por un oficial del ejército de los Estados Unidos de uniforme, al cual se describía con todo detalle. Ese informe —160 páginas de declaraciones juradas de los presos— constituye un testimonio extraordinariamente explícito y exhaustivo, acaso único en lo referente a los pormenores de lo que ocurre en una cámara de tortura. No sin dificultades se consiguió sacarlo al exterior, junto con una cinta de vídeo que mostraba a la gente mientras testificaba sobre las torturas, y la Marin County Interfaith Task Force (Grupo de trabajo multi confesional Marin County) se encargó de distribuirlo. Pero la prensa nacional se negó a hacer su cobertura informativa y las emisoras de televisión rechazaron la emisión del vídeo. Creo que como mucho apareció un artículo en el periódico local de Marin County, el San Francisco Examiner. Nadie iba a tener interés en aquello. Porque estábamos en la época en que no eran pocos los intelectuales insensatos y ligeros de cascos que estaban cantando alabanzas a José Napoleón Duarte y Ronald Reagan.

Anaya no fue objeto de ningún homenaje. No hubo lugar para él en el Día de los Derechos Humanos. No fue elegido para ningún cargo importante. En vez de ello fue liberado en un intercambio de prisioneros y posteriormente asesinado, al parecer por las fuerzas de seguridad siempre apoyadas militar y económicamente por los Estados Unidos. Nunca se tuvo mucha información sobre aquellos hechos: los medios de comunicación no llegaron en ningún momento a preguntarse si la revelación de las atrocidades que se denunciaban —en vez de mantenerlas en secreto y silenciarlas— podía haber salvado su vida.

Todo lo anterior nos enseña mucho acerca del modo de funcionamiento de un sistema de fabricación de consenso. En comparación con las revelaciones de Herbert Anaya en El Salvador, las memorias de Valladares son como una pulga al lado de un elefante. Pero no podemos ocuparnos de pequeñeces, lo cual nos conduce hacia la próxima guerra. Creo que cada vez tendremos más noticias sobre todo esto, hasta que tenga lugar la operación siguiente.

Sólo algunas consideraciones sobre lo último que se ha dicho, si bien al final volveremos sobre ello. Empecemos recordando el estudio de la Universidad de Massachusetts ya mencionado, ya que llega a conclusiones interesantes. En él se preguntaba a la gente si creía que los Estados Unidos debía intervenir por la fuerza para impedir la invasión ilegal de un país soberano o para atajar los abusos cometidos contra los derechos humanos. En una proporción de dos a uno la respuesta del público americano era afirmativa. Había que utilizar la fuerza militar para que se diera marcha atrás en cualquier caso de invasión o para que se respetaran los derechos humanos. Pero si los Estados Unidos tuvieran que seguir al pie de la letra el consejo que se deriva de la citada encuesta, habría que bombardear El Salvador, Guatemala, Indonesia, Damasco, Tel Aviv, Ciudad del Cabo, Washington, y una lista interminable de países, ya que todos ellos representan casos manifiestos, bien de invasión ilegal, bien de violación de derechos humanos. Si uno conoce los hechos vinculados a estos ejemplos, comprenderá perfectamente que la agresión y las atrocidades de Saddam Hussein —que tampoco son de carácter extremo— se incluyen claramente dentro de este abanico de casos. ¿Por qué, entonces, nadie llega a esta conclusión? La respuesta es que nadie sabe lo suficiente. En un sistema de propaganda bien engrasado nadie sabrá de qué hablo cuando hago una lista como la anterior. Pero si alguien se molesta en examinarla con cuidado, verá que los ejemplos son totalmente apropiados.

Tomemos uno que, de forma amenazadora, estuvo a punto de ser percibido durante la guerra del Golfo. En febrero, justo en la mitad de la campaña de bombardeos, el gobierno del Líbano solicitó a Israel que observara la resolución 425 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de marzo de 1978, por la que se le exigía que se retirara inmediata e incondicionalmente del Líbano. Después de aquella fecha ha habido otras resoluciones posteriores redactadas en los mismos términos, pero desde luego Israel no ha acatado ninguna de ellas porque los Estados Unidos dan su apoyo al mantenimiento de la ocupación. Al mismo tiempo, el sur del Líbano recibe las embestidas del terrorismo del estado judío, y no solo brinda espacio para la ubicación de campos de tortura y aniquilamiento sino que también se utiliza como base para atacar a otras partes del país. Desde 1978, fecha de la resolución citada, el Líbano fue invadido, la ciudad de Beirut sufrió continuos bombardeos, unas 20.000 personas murieron —en torno al 80% eran civiles—, se destruyeron hospitales, y la población tuvo que soportar todo el daño imaginable, incluyendo el robo y el saqueo. Excelente... los Estados Unidos lo apoyaban. Es solo un ejemplo. La cuestión está en que no vimos ni oímos nada en los medios de información acerca de todo ello, ni siquiera una discusión sobre si Israel y los Estados Unidos deberían cumplir la resolución 425 del Consejo de Seguridad, o cualquiera de las otras posteriores, del mismo modo que nadie solicitó el bombardeo de Tel Aviv, a pesar de los principios defendidos por dos tercios de la población. Porque, después de todo, aquello es una ocupación ilegal de un territorio en el que se violan los derechos humanos. Solo es un ejemplo, pero los hay incluso peores. Cuando el ejército de Indonesia invadió Timor Oriental dejó un rastro de 200.000 cadáveres, cifra que no parece tener importancia al lado de otros ejemplos. El caso es que aquella invasión también recibió el apoyo claro y explícito de los Estados Unidos, que todavía prestan al gobierno indonesio ayuda diplomática y militar. Y podríamos seguir indefinidamente.

La guerra del Golfo

Veamos otro ejemplo mas reciente. Vamos viendo cómo funciona un sistema de propaganda bien engrasado. Puede que la gente crea que el uso de la fuerza contra Irak se debe a que América observa realmente el principio de que hay que hacer frente a las invasiones de países extranjeros o a las transgresiones de los derechos humanos por la vía militar, y que no vea, por el contrario, qué pasaría si estos principios fueran también aplicables a la conducta política de los Estados Unidos. Estamos antes un éxito espectacular de la propaganda.

Tomemos otro caso. Si se analiza detenidamente la cobertura periodística de la guerra desde el mes de agosto (1990), se ve, sorprendentemente, que faltan algunas opiniones de cierta relevancia. Por ejemplo, existe una oposición democrática iraquí de cierto prestigio, que, por supuesto, permanece en el exilio dada la quimera de sobrevivir en Irak. En su mayor parte están en Europa y son banqueros, ingenieros, arquitectos, gente así, es decir, con cierta elocuencia, opiniones propias y capacidad y disposición para expresarlas. Pues bien, cuando Saddam Hussein era todavía el amigo favorito de Bush y un socio comercial privilegiado, aquellos miembros de la oposición acudieron a Washington, según las fuentes iraquíes en el exilio, a solicitar algún tipo de apoyo a sus demandas de constitución de un parlamento democrático en Irak. Y claro, se les rechazó de plano, ya que los Estados Unidos no estaban en absoluto interesados en lo mismo. En los archivos no consta que hubiera ninguna reacción ante aquello.

A partir de agosto fue un poco más difícil ignorar la existencia de dicha oposición, ya que cuando de repente se inició el enfrentamiento con Saddam Hussein después de haber sido su más firme apoyo durante años, se adquirió también conciencia de que existía un grupo de demócratas iraquíes que seguramente tenían algo que decir sobre el asunto. Por lo pronto, los opositores se sentirían muy felices si pudieran ver al dictador derrocado y encarcelado, ya que había matado a sus hermanos, torturado a sus hermanas y les había mandado a ellos mismos al exilio. Habían estado luchando contra aquella tiranía que Ronald Reagan y George Bush habían estado protegiendo. ¿Por qué no se tenía en cuenta, pues, su opinión? Echemos un vistazo a los medios de información de ámbito nacional y tratemos de encontrar algo acerca de la oposición democrática iraquí desde agosto de 1990 hasta marzo de 1991: ni una línea. Y no es a causa de que dichos resistentes en el exilio no tengan facilidad de palabra, ya que hacen repetidamente declaraciones, propuestas, llamamientos y solicitudes, y, si se les observa, se hace difícil distinguirles de los componentes del movimiento pacifista americano. Están contra Saddam Hussein y contra la intervención bélica en Irak. No quieren ver cómo su país acaba siendo destruido, desean y son perfectamente conscientes de que es posible una solución pacífica del conflicto. Pero parece que esto no es políticamente correcto, por lo que se les ignora por completo. Así que no oímos ni una palabra acerca de la oposición democrática iraquí, y si alguien está interesado en saber algo de ellos puede comprar la prensa alemana o la británica. Tampoco es que allí se les haga mucho caso, pero los medios de comunicación están menos controlados que los americanos, de modo que, cuando menos, no se les silencia por completo.

Lo descrito en los párrafos anteriores ha constituido un logro espectacular de la propaganda. En primer lugar, se ha conseguido excluir totalmente las voces de los demócratas iraquíes del escenario político, y, segundo, nadie se ha dado cuenta, lo cual es todavía más interesante. Hace falta que la población esté profundamente adoctrinada para que no haya reparado en que no se está dando cancha a las opiniones de la oposición iraquí, aunque, caso de haber observado el hecho, si se hubiera formulado la pregunta ¿por qué?, la respuesta habría sido evidente: porque los demócratas iraquíes piensan por sí mismos; están de acuerdo con los presupuestos del movimiento pacifista internacional, y ello les coloca en fuera de juego.

Veamos ahora las razones que justificaban la guerra. Los agresores no podían ser recompensados por su acción, sino que había que detener la agresión mediante el recurso inmediato a la violencia: esto lo explicaba todo. En esencia, no se expuso ningún otro motivo. Pero, ¿es posible que sea esta una explicación admisible? ¿Defienden en verdad los Estados Unidos estos principios: que los agresores no pueden obtener ningún premio por su agresión y que esta debe ser abortada mediante el uso de la violencia? No quiero poner a prueba la inteligencia de quien me lea al repasar los hechos, pero el caso es que un adolescente que simplemente supiera leer y escribir podría rebatir estos argumentos en dos minutos. Pero nunca nadie lo hizo. Fijémonos en los medios de comunicación, en los comentaristas y críticos liberales, en aquellos que declaraban ante el Congreso, y veamos si había alguien que pusiera en entredicho la suposición de que los Estados Unidos era fiel de verdad a esos principios. ¿Se han opuesto los Estados Unidos a su propia agresión a Panamá, y se ha insistido, por ello, en bombardear Washington? Cuando se declaró ilegal la invasión de Namibia por parte de Sudáfrica, ¿impusieron los Estados Unidos sanciones y embargos de alimentos y medicinas? ¿Declararon la guerra? ¿Bombardearon Ciudad del Cabo? No, transcurrió un período de veinte años de diplomacia discreta. Y la verdad es que no fue muy divertido lo que ocurrió durante estos años, dominados por las administraciones de Reagan y Bush, en los que aproximadamente un millón y medio de personas fueron muertas a manos de Sudáfrica en los países limítrofes. Pero olvidemos lo que ocurrió en Sudáfrica y Namibia: aquello fue algo que no lastimó nuestros espíritus sensibles. Proseguimos con nuestra diplomacia discreta para acabar concediendo una generosa recompensa a los agresores. Se les concedió el puerto más importante de Namibia y numerosas ventajas que tenían que ver con su propia seguridad nacional. ¿Dónde está aquel famoso principio que defendemos? De nuevo, es un juego de niños el demostrar que aquellas no podían ser de ningún modo las razones para ir a la guerra, precisamente porque nosotros mismos no somos fieles a estos principios.

Pero nadie lo hizo; esto es lo importante. Del mismo modo que nadie se molestó en señalar la conclusión que se seguía de todo ello: que no había razón alguna para la guerra. Ninguna, al menos, que un adolescente no analfabeto no pudiera refutar en dos minutos. Y de nuevo estamos ante el sello característico de una cultura totalitaria. Algo sobre lo que deberíamos reflexionar ya que es alarmante que nuestro país sea tan dictatorial que nos pueda llevar a una guerra sin dar ninguna razón de ello y sin que nadie se entere de los llamamientos del Líbano. Es realmente chocante.

Justo antes de que empezara el bombardeo, a mediados de enero, un sondeo llevado a cabo por el Washington Post y la cadena ABC revelaba un dato interesante. La pregunta formulada era: si Irak aceptara retirarse de Kuwait a cambio de que el Consejo de Seguridad estudiara la resolución del conflicto árabe-israelí, ¿estaría de acuerdo? Y el resultado nos decía que, en una proporción de dos a uno, la población estaba a favor. Lo mismo sucedía en el mundo entero, incluyendo a la oposición iraquí, de forma que en el informe final se reflejaba el dato de que dos tercios de los americanos daban un sí como respuesta a la pregunta referida. Cabe presumir que cada uno de estos individuos pensaba que era el único en el mundo en pensar así, ya que desde luego en la prensa nadie había dicho en ningún momento que aquello pudiera ser una buena idea. Las órdenes de Washington habían sido muy claras, es decir, hemos de estar en contra de cualquier conexión, es decir, de cualquier relación diplomática, por lo que todo el mundo debía marcar el paso y oponerse a las soluciones pacíficas que pudieran evitar la guerra. Si intentamos encontrar en la prensa comentarios o reportajes al respecto, solo descubriremos una columna de Alex Cockburn en Los Angeles Times, en la que este se mostraba favorable a la respuesta mayoritaria de la encuesta.

Seguramente, los que contestaron la pregunta pensaban estoy solo, pero esto es lo que pienso. De todos modos, supongamos que hubieran sabido que no estaban solos, que había otros, como la oposición democrática iraquí, que pensaban igual. Y supongamos también que sabían que la pregunta no era una mera hipótesis, sino que, de hecho, Irak había hecho precisamente la oferta señalada, y que esta había sido dada a conocer por el alto mando del ejército americano justo ocho días antes: el día 2 de enero. Se había difundido la oferta iraquí de retirada total de Kuwait a cambio de que el Consejo de Seguridad discutiera y resolviera el conflicto árabe-israelí y el de las armas de destrucción masiva. (Recordemos que los Estados Unidos habían estado rechazando esta negociación desde mucho antes de la invasión de Kuwait) Supongamos, asimismo, que la gente sabía que la propuesta estaba realmente encima de la mesa, que recibía un apoyo generalizado, y que, de hecho, era algo que cualquier persona racional haría si quisiera la paz, al igual que hacemos en otros casos, más esporádicos, en que precisamos de verdad repeler la agresión. Si suponemos que se sabía todo esto, cada uno puede hacer sus propias conjeturas. Personalmente doy por sentado que los dos tercios mencionados se habrían convertido, casi con toda probabilidad, en el 98% de la población. Y aquí tenemos otro éxito de la propaganda. Es casi seguro que no había ni una sola persona, de las que contestaron la pregunta, que supiera algo de lo referido en este párrafo porque seguramente pensaba que estaba sola. Por ello, fue posible seguir adelante con la política belicista sin ninguna oposición. Hubo mucha discusión, protagonizada por el director de la CIA, entre otros, acerca de si las sanciones serían eficaces o no. Sin embargo no se discutía la cuestión más simple: ¿habían funcionado las sanciones hasta aquel momento? Y la respuesta era que sí, que por lo visto habían dado resultados, seguramente hacia finales de agosto, y con más probabilidad hacia finales de diciembre. Es muy difícil pensar en otras razones que justifiquen las propuestas iraquíes de retirada, autentificadas o, en algunos casos, difundidas por el Estado Mayor estadounidense, que las consideraba serias y negociables. Así la pregunta que hay que hacer es: ¿Habían sido eficaces las sanciones? ¿Suponían una salida a la crisis? ¿Se vislumbraba una solución aceptable para la población en general, la oposición democrática iraquí y el mundo en su conjunto? Estos temas no se analizaron ya que para un sistema de propaganda eficaz era decisivo que no aparecieran como elementos de discusión, lo cual permitió al presidente del Comité Nacional Republicano decir que si hubiera habido un demócrata en el poder, Kuwait todavía no habría sido liberado. Puede decir esto y ningún demócrata se levantará y dirá que si hubiera sido presidente habría liberado Kuwait seis meses antes. Hubo entonces oportunidades que se podían haber aprovechado para hacer que la liberación se produjera sin que fuera necesaria la muerte de decenas de miles de personas ni ninguna catástrofe ecológica. Ningún demócrata dirá esto porque no hubo ningún demócrata que adoptara esta postura, si acaso con la excepción de Henry González y Barbara Boxer, es decir, algo tan marginal que se puede considerar prácticamente inexistente.

Cuando los misiles Scud cayeron sobre Israel no hubo ningún editorial de prensa que mostrara su satisfacción por ello. Y otra vez estamos ante un hecho interesante que nos indica cómo funciona un buen sistema de propaganda, ya que podríamos preguntar ¿y por qué no? Después de todo, los argumentos de Saddam Hussein eran tan válidos como los de George Bush: ¿cuáles eran, al fin y al cabo? Tomemos el ejemplo del Líbano. Saddam Hussein dice que rechaza que Israel se anexione el sur del país, de la misma forma que reprueba la ocupación israelí de los Altos del Golán sirios y de Jerusalén Este, tal como ha declarado repetidamente por unanimidad el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Pero para el dirigente iraquí son inadmisibles la anexión y la agresión. Israel ha ocupado el sur del Líbano desde 1978 en clara violación de las resoluciones del Consejo de Seguridad, que se niega a aceptar, y desde entonces hasta el día de hoy ha invadido todo el país y todavía lo bombardea a voluntad. Es inaceptable. Es posible que Saddam Hussein haya leído los informes de Amnistía Internacional sobre las atrocidades cometidas por el ejército israelí en la Cisjordania ocupada y en la franja de Gaza. Por ello, su corazón sufre. No puede soportarlo. Por otro lado, las sanciones no pueden mostrar su eficacia porque los Estados Unidos vetan su aplicación, y las negociaciones siguen bloqueadas. ¿Qué queda, aparte de la fuerza? Ha estado esperando durante años: trece en el caso del Líbano; veinte en el de los territorios ocupados.
Este argumento nos suena. La única diferencia entre este y el que hemos oído en alguna otra ocasión está en que Saddam Hussein podía decir, sin temor a equivocarse, que las sanciones y las negociaciones no se pueden poner en práctica porque los Estados Unidos lo impiden. George Bush no podía decir lo mismo, dado que, en su caso, las sanciones parece que sí funcionaron, por lo que cabía pensar que las negociaciones también darían resultado: en vez de ello, el presidente americano las rechazó de plano, diciendo de manera explícita que en ningún momento iba a haber negociación alguna. ¿Alguien vio que en la prensa hubiera comentarios que señalaran la importancia de todo esto? No, ¿por qué?, es una trivialidad. Es algo que, de nuevo, un adolescente que sepa las cuatro reglas puede resolver en un minuto. Pero nadie, ni comentaristas ni editorialistas, llamaron la atención sobre ello. Nuevamente se pone de relieve, los signos de una cultura totalitaria bien llevada, y demuestra que la fabricación del consenso sí funciona.

Solo otro comentario sobre esto último. Podríamos poner muchos ejemplos a medida que fuéramos hablando. Admitamos, de momento, que efectivamente Saddam Hussein es un monstruo que quiere conquistar el mundo —creencia ampliamente generalizada en los Estados Unidos—. No es de extrañar, ya que la gente experimentó cómo una y otra vez le martilleaban el cerebro con lo mismo: está a punto de quedarse con todo; ahora es el momento de pararle los pies. Pero, ¿cómo pudo Saddam Hussein llegar a ser tan poderoso? Irak es un país del Tercer Mundo, pequeño, sin infraestructura industrial. Libró durante ocho años una guerra terrible contra Irán, país que en la fase posrevolucionaria había visto diezmado su cuerpo de oficiales y la mayor parte de su fuerza militar. Irak, por su lado, había recibido una pequeña ayuda en esa guerra, al ser apoyado por la Unión Soviética, los Estados Unidos, Europa, los países árabes más importantes y las monarquías petroleras del Golfo. Y, aun así, no pudo derrotar a Irán. Pero, de repente, es un país preparado para conquistar el mundo. ¿Hubo alguien que destacara este hecho? La clave del asunto está en que era un país del Tercer Mundo y su ejército estaba formado por campesinos, y en que —como ahora se reconoce— hubo una enorme desinformación acerca de las fortificaciones, de las armas químicas, etc.; ¿hubo alguien que hiciera mención de todo aquello? No, no hubo nadie. Típico.

Fíjense que todo ocurrió exactamente un año después de que se hiciera lo mismo con Manuel Noriega. Este, si vamos a eso, era un gángster de tres al cuarto, comparado con los amigos de Bush, sean Saddam Hussein o los dirigentes chinos, o con Bush mismo. Un desalmado de baja estofa que no alcanzaba los estándares internacionales que a otros colegas les daban una aureola de atracción. Aun así, se le convirtió en una bestia de exageradas proporciones que en su calidad de líder de los narcotraficantes nos iba a destruir a todos. Había que actuar con rapidez y aplastarle, matando a un par de cientos, quizás a un par de miles, de personas. Devolver el poder a la minúscula oligarquía blanca —en torno al 8% de la población— y hacer que el ejército estadounidense controlara todos los niveles del sistema político. Y había que hacer todo esto porque, después de todo, o nos protegíamos a nosotros mismos, o el monstruo nos iba a devorar. Pues bien, un año después se hizo lo mismo con Saddam Hussein. ¿Alguien dijo algo? ¿Alguien escribió algo respecto a lo que pasaba y por qué? Habrá que buscar y mirar con mucha atención para encontrar alguna palabra al respecto.

Démonos cuenta de que todo esto no es tan distinto de lo que hacía la Comisión Creel cuando convirtió a una población pacífica en una masa histérica y delirante que quería matar a todos los alemanes para protegerse a sí misma de aquellos bárbaros que descuartizaban a los niños belgas. Quizás en la actualidad las técnicas son más sofisticadas, por la televisión y las grandes inversiones económicas, pero en el fondo viene a ser lo mismo de siempre.

Creo que la cuestión central, volviendo a mi comentario original, no es simplemente la manipulación informativa, sino algo de dimensiones mucho mayores. Se trata de si queremos vivir en una sociedad libre o bajo lo que viene a ser una forma de totalitarismo auto impuesto, en el que el rebaño desconcertado se encuentra, además, marginado, dirigido, amedrentado, sometido a la repetición inconsciente de eslóganes patrióticos, e imbuido de un temor reverencial hacia el líder que le salva de la destrucción, mientras que las masas que han alcanzado un nivel cultural superior marchan a toque de corneta repitiendo aquellos mismos eslóganes que, dentro del propio país, acaban degradados. Parece que la única alternativa esté en servir a un estado mercenario ejecutor, con la esperanza añadida que otros vayan a pagarnos el favor de que les estemos destrozando el mundo. Estas son las opciones a las que hay que hacer frente. Y la respuesta a estas cuestiones está en gran medida en manos de gente como ustedes y yo.


Los medios de comunicación como vehículos de la ideología dominante

René Naba
Rebelión
30-09-2007

El desarrollo de la transmisión por satélite, la multiplicación de las cadenas transfronterizas y otros canales de difusión como Internet, correo electrónico, blogs y también el fax o el teléfono móvil, llevó a los sociólogos y analistas políticos a celebrar la llegada de una “sociedad de la información” como la marca característica del siglo XXI, el fracaso del totalitarismo y el fin de la democracia neoliberal.

No obstante, el aumento del control de los vectores de información por parte de los grandes conglomerados industriales, la importancia que han adquirido las estrategias de comunicación en detrimento de la información propiamente dicha, la endogamia creciente entre los medios de comunicación y la política, así como la interactividad entre los protagonistas de estos sectores, tienden a relativizar esa primera afirmación hasta el punto de que se plantea la cuestión de la viabilidad de un debate democrático en una sociedad donde los principales vectores de información están dominados por los poderes del dinero y la promoción de intereses privados. En este contexto la lengua, medio de comunicación e intercambio por excelencia, se convierte en una marca de identidad cultural según la terminología o el acento utilizados por el locutor. El hundimiento de la ideología de dimensión humanista, útil contrapeso de la hegemonía capitalista, aceleró esta evolución hasta el punto de que hoy el lenguaje aparece como un temible instrumento de selección y discriminación, de dominación y exclusión.

I. EL DEBATE DEMOCRÁTICO ANTE LA PROFUSIÓN DE INFORMACIÓN. LA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN O LA ALDEA GLOBAL

En la historia de la humanidad la información nunca ha sido tan abundante e instantánea, hasta el punto de que la información globalizada, al suprimir las fronteras físicas y lingüísticas, ha transformado el planeta en una “aldea global”. Todos los grandes acontecimientos mundiales se viven casi en una comunión universal, (Mundial de fútbol, Juegos olímpicos, grandes catástrofes naturales como el Tsunami en Asia en diciembre de 2004 y el huracán Katrina del verano de 2005 al sur de Estados Unidos, las dos guerras de Iraq en 1990 y 2003, y el derrocamiento de la estatua del presidente iraquí Sadam Husein en abril de 2003).

Desde la revolución tecnológica que se operó hace veinte años los canales de información continua han sustituido a las cadenas generalistas (CNN en Estados Unidos, LCI y France Info en Francia) desarrollando programas interactivos con intervenciones de los telespectadores en los debates políticos, induciendo antes del fin de las emisiones a un debate participativo. En Francia el ejemplo más evidente se desarrolló en TF1 con motivo del debate sobre el referéndum constitucional, en abril de 2005, entre el presidente Jacques Chirac y un grupo de jóvenes, así como en la campaña presidencial francesa de 2007, también en TF1, con la emisión “tengo una pregunta para usted”, donde el candidato a la elección presidencial se enfrentaba durante 90 minutos a una muestra representativa de la población francesa. Incluso la prensa escrita ha introducido un cambio y ha añadido a su publicación de papel una edición electrónica, dando así la posibilidad de que un grupo de lectores más amplio, más allá de los océanos, acceda a la información del diario.

En Francia, por ejemplo, los grandes periódicos parisinos se pueden consultar electrónicamente desde África o Asia, soslayando la censura generalmente en vigor en los países autoritarios. En el mundo árabe, donde la censura es la norma, el periódico Al-Qods Al-Arab, diario crítico del mundo árabe, brinda diariamente la hospitalidad de sus columnas a algunos de los principales intelectuales árabes proscritos y así evita, desde Londres, las restricciones decretadas por los gobiernos. Del mismo modo, junto a la prensa de pago, se ha desarrollado en los países occidentales una prensa gratuita que amplía la oferta de información. Además se instituyó un servicio de mensajería a la carta para los usuarios de teléfonos móviles.

A. ¿Sobreinformación o desinformación?

Pero, ¿la concertación mediática y la profusión de información contribuyen sin embargo a un mejor conocimiento de los problemas? ¿A una mejor difusión del conocimiento? ¿Contribuyen a una mejora del debate democrático? ¿La sobreinformación favorece la información o desemboca en la desinformación?

En los años ochenta, cincuenta megacompañías dominaban el panorama mediático en Estados Unidos, pero menos de diez años después ya no permanecían más que veintitrés para un dominio similar. “La ola de enormes mercados concluida en los años noventa y la rápida globalización dejaron la industria mediática centralizada en nueve conglomerados internacionales: AOL-TimeWarner, Viacom CBS) News corporation, Bertelsman (Alemania), General Electric (NBC), Sony, ATT-LIBERTY Media y Vivendi Universal France).

Cuatro de ellos (Disney, AOL Time Warner, Viacom y News corporation) controlan todo el ciclo de la producción (películas, libros, revistas, periódicos, programas de televisión, música, vídeo y juegos) y la distribución (radio, cable, grandes superficies y multicines)” (1).

Pero esta concentración mediática, por muy impresionante que sea y con las inmensas posibilidades de difusión que guarda, ¿contribuye a una mejora de la información al ciudadano y al debate democrático? La respuesta sólo puede ser parcial a juzgar por los disgustos registrados, tanto por Estados Unidos como por Francia, en dos momentos claves de su historia contemporánea: la guerra de Iraq para Estados Unidos y el referéndum sobre la Constitución Europea para Francia.

B. Estados Unidos y la guerra de Iraq

Estados Unidos se dio un baño de fervor nacionalista basado en el horror de los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra los símbolos de la hiperpotencia estadounidense, las Torres Gemelas (Twin Tower) en Nueva York y el Pentágono en Washington. Ese entusiasmo, por otra parte, se fomentó por los medios de comunicación con una amplia difusión de las escenas de horror y los comentarios consecuentes. La unanimidad nacional alcanzó su paroxismo durante la guerra de Afganistán, en octubre-noviembre de 2001, emprendida por Estados Unidos con la fianza de la ONU y percibida por la opinión estadounidense e internacional como la represalia por los atentados del 11 de septiembre. Esa unanimidad se reprodujo con el mismo entusiasmo durante la guerra de Iraq emprendida dos años más tarde, en marzo de 2003, gracias, especialmente, al trabajo de movilización de la prensa estadounidense, aunque la guerra de Iraq se acometió sin el apoyo de las Naciones Unidas. Los grandes medios de comunicación de Estados Unidos retransmitieron durante mucho tiempo las tesis de la administración neoconservadora estadounidense antes de reconsiderar sus posiciones por los sinsabores militares de EEUU sobre el terreno: el saqueo del Museo de Bagdad, las torturas en la prisión de Abu Ghraib y las revelaciones de las mentiras de la guerra (ausencia de armas de destrucción masiva o relación del régimen de Sadam Husein con la organización Al Qaeda).

La periodista estrella del New York Times Judith Miller, una de las propagandistas más activas de la falsa tesis de las armas de destrucción masiva en Iraq, ha sido despedida de su periódico y grandes diarios como el Washington post y el citado New York Times han reconocido públicamente sus errores. Eso no impide que durante la guerra de Iraq los medios de comunicación estadounidenses fueran cómplices de la mayor mistificación de la opinión pública retransmitiendo, sin la menor contención y durante un largo período, la propaganda de guerra del presidente George Bush jr. La guerra de Iraq ha mostrado públicamente la connivencia entre el poder político y el mundo mediático en detrimento de la democracia.

C. Francia y el referéndum de la Constitución Europea

Los dirigentes de las principales formaciones políticas y casi la totalidad de los comentaristas importantes de los grandes medios de comunicación se pronunciaron a favor de la Constitución Europea tachando de arcaicos a sus opositores, aunque el texto sometido a referéndum fuera largo, denso, confuso e inaccesible para el lector de a pie.

Los partidarios del Sí -grandes magnates de la prensa e importantes dirigentes políticos- fueron rechazados de forma ostensible, pero no se pusieron en entredicho sus métodos de funcionamiento.

En el caso de Francia, aunque la connivencia es tan manifiesta como en Estados Unidos, la desaprobación está más marcada.

Al contrario que en Estados Unidos, los grandes medios de comunicación franceses como Le Monde o TFI nunca han formulado la menor autocrítica, ni por la guerra de Iraq, ni por la campaña del referéndum europeo o por la cobertura de la anterior campaña presidencial francesa, la de 2002 donde, contra todo pronóstico, el jefe de la extrema derecha francesa, Jean Marie Le Pen, líder del Frente Nacional, desbancó, en la primera vuelta de las elecciones, al Primer Ministro Lionel Jospin, candidato del partido socialista, eliminando a la izquierda de la primera competición importante del siglo XXI. El diario Le Monde nunca dio una explicación sobre la sonora frase publicada por su ambicioso director según la cual “todos somos estadounidenses” tras los atentados del 11 de septiembre. Tampoco nadie le pidió explicaciones por erigirse en portavoz de todos los franceses sin que nadie lo eligiera. Seis años después de esa profesión de fe, mientras Estados Unidos se atasca en el cenagal iraquí, el Sr. Colombani ha cesado en su cargo, en junio de 2007, por un voto de desconfianza de los periodistas de su empresa que se han opuesto a la prórroga de su mandato.

Anteriormente se demostró la manipulación de Patrick Poivre d’Arvor, presentador estrella de TFI, la cadena de televisión más importante de Europa, sin que eso le haya acarreado el menor descrédito. Poivre d’Arvor se atribuyó abusivamente una entrevista del dirigente cubano Fidel Castro sustituyendo su imagen por la del entrevistado y reformulando las preguntas con el fin de dar a la entrevista un sello personal. Jean Marie Colombani y Patrick Poivre d’Arvor fueron citados en los procesos relacionados con el asunto Pierre Botton, ex yerno del antiguo diputado chiraquiano de Lyon Michel Noir, sin que tampoco eso obstaculizara sus fulgurantes carreras. Poivre d’Arvor incluso fue condecorado con la insignia de caballero de la orden del mérito, en marzo de 2007, por el ministro de Cultura Renaud Donnedieu de Vabres, sin duda como reconocimiento por su contribución a la deontología del periodismo.

Por su parte Serge July, fundador del antiguo diario de izquierda Libération, en vez de preguntarse por su falsa percepción de la sociedad francesa, permanece clavado en su despacho tras el fracaso del referéndum constitucional europeo de mayo de 2005, acusando de todos los males a sus compatriotas, sin la menor crítica hacia los dirigentes que redactaron un texto largo y complejo, sin molestarse en hacer ninguna pedagogía política sobre el alcance y significado de la construcción europea e incluso sin la pretensión de cuestionar al presidente Jacques Chirac por su demagógica maniobra que instrumentalizó la apuesta europea y el referéndum constitucional para recobrar popularidad en la escena política local después de sus amarguras electorales.

Así, dos veces en cinco años, la clase político-mediática francesa ha sido desaprobada sin que eso implique una reforma de las relaciones entre el poder político y los medios de comunicación, hasta el punto de que, a juzgar por el número de emparejamientos cruzados entre políticos y periodistas, parece que se está desarrollando una tendencia a la endogamia.

Los medios de comunicación franceses se declaran y se consideran un “contrapoder” , pero “la prensa escrita y audiovisual está dominada por un periodismo servil, por grupos industriales y financieros, por un pensamiento mercantil, por redes de connivencia (…) Entonces, en un perímetro ideológico minúsculo, se multiplican las informaciones excluidas, los participantes permanentes, las notoriedades indebidas, los enfrentamientos artificiales, los servicios recíprocos (…) un pequeño grupo de periodistas omnipresentes –que consolidan el poder mediante la ley del silencio- impone su definición de la información-mercancía en una profesión cada vez más debilitada por el temor al desempleo. Estos alguaciles del orden son los nuevos perros guardianes de nuestro sistema económico” . Esta acta demoledora se vincula por momentos con la realidad. Ha sido elaborada por un periodista del mensual Le Monde diplomatique, Sarga Halimi, en un opúsculo de título devastador, Les Nouveaux Chiens de Garde (Los nuevos perros guardianes) (2). El colmo de la coincidencia del periodismo con el poder político es el periodismo embedded , literalmente “en la misma cama”, durante la guerra de Iraq. Esta proximidad fue juzgada malsana por un buen número de miembros de la profesión, ya que falseaba el espíritu crítico en la medida en que se incorporaba al periodista literalmente con respecto a su observación, sin el menor distanciamiento. Con la inmersión total en el planteamiento y el combate de su coinquilino de tanque, inevitablemente se deterioraba su capacidad de valoración. Esta técnica consiguió retrasar, sin cancelarla completamente, la valoración objetiva de una política, como fue el caso en la invasión estadounidense de Iraq en marzo de 2003.

II. LAS CIFRAS DE LA PUBLICIDAD Y EL NEUROMARKETING (*)

La comunicación tiende sustituir a la información y sus derivados nos devuelven a la propaganda básica de los regímenes totalitarios que los países democráticos se supone que combaten. Spin doctor’s, es el nombre que se da en Estados Unidos y Reino Unido a sus “maestros del engaño” encargados de gestionar la opinión pública. A finales de los noventa el presupuesto estadounidense de la industria de las relaciones públicas sobrepasó el de la publicidad. Según un estudio de John Stauber y Sheldon Rampton, considerados los mejores especialistas de la profesión y coautores de una notable obra sobre la cuestión: Toxic sludge is good for you (La intoxicación es buena para ti, N. de T.), Common Courage presse 1995, el número de empleados de las agencias de relaciones públicas (150.000) sobrepasa el de los periodistas (130.000).

En Estados Unidos el 40% de lo que se publica en la prensa se reproduce directamente, sin alteraciones, en los comunicados de “Public relations” afirma Paul Moreira, productor de la emisión de referencia de Canal+ y autor de la documentada obra Les nouvelles censures -dans les coulisses- de la manipulation de l’information (Las nuevas censuras -entre bastidores- de la manipulación de la información), Ed. Robert Laffont, febrero 2007. Dos cifras bastan para caracterizar al imperio de los medios de comunicación: viven dos tercios de la publicidad y gastan cada año el doble del presupuesto del estado francés. A escala mundial el volumen de negocios de la televisión, aparte de las subvenciones, se acercó a 220.000 millones de dólares en 2006, de los cuales alrededor de 160.000 millones se financiaron por la publicidad, lo que representa el 70%. El volumen de negocios mundial de los diarios y revistas se acercó en 2006 a 275.000 millones de dólares, de los cuales unos 175.000 millones corresponden a la publicidad, lo que representa un 65%, y subiendo, con un máximo del 88% en Estados Unidos. Si añadimos las emisoras de radio, tendremos unos 540.000 millones de dólares al año, o sea, casi el doble de los gastos anuales del estado francés.

Entertainment (entretenimiento) como herramienta y advertising (publicidad) como finalidad. El objetivo no es informar, sino llamar bastante a la atención para colar el verdadero producto: la publicidad. La “información” que va incluida no es más que un excipiente cuyo objetivo no es informar sino llamar a la atención y transportar mensajes publicitarios. La información se convierte en infotainement, una información de entretenimiento, lo que explica que en Francia las grandes emisiones políticas de las décadas anteriores, como la “Hora de la verdad” en France2, hecha por periodistas desde hacía tiempo, cedió el lugar a las emisiones de entretenimiento. Los políticos prefieren, y con mucho, pasar por los animadores Michel Drucker o Marc Olivier Fogiel para promover sus ideas

El “tiempo de cerebro humano disponible” (**) del lector o telespectador engulle cada año mensajes interesados por valor de 400.000 millones de dólares, ¿emitidos por quién? De los 360.000 millones que proporciona la publicidad a los antiguos medios de comunicación, según un documento del grupo Lagardère, 160.000 millones, lo que representa un 44%, “son asignados” por los siete primeros grupos de publicidad, que hacen un volumen de negocios directo de cerca de 50.000 millones. La captación del imaginario y el condicionamiento psicológico de los consumidores se hace a una edad cada vez más precoz. Según un estudio de un equipo de investigadores de la Universidad de Stanford (California), el 48% de los niños entre 3 y 5 años están condicionados por la publicidad en su gusto alimentario. El director del equipo, el Doctor Thomas Robinson, jefe del departamento de pediatría de la Facultad de medicina de Stanford, cuyas conclusiones se publicaron en agosto de 2007 en la revista The Archives of Pediatrics & Adolescent Medicine, recomienda “controlar e incluso rechazar la publicidad y la comercialización de productos altos en calorías y de escaso valor alimenticio o prohibir toda comercialización dirigida directamente a los niños”, ya que los investigadores consideran que esa publicidad es “esencialmente desleal” (inherently unfair), porque “los menores de 7 u 8 años son incapaces de comprender los objetivos persuasivos de la publicidad”.

Con el lanzamiento de la campaña presidencial francesa en 2007 los publicistas han afinado sus investigaciones y sus objetivos. Se han volcado en el neuromarketing, una técnica para determinar la combinación ideal de medios de comunicación que permita mejor la penetración del mensaje. En resumen: “qué medios de comunicación elegir para que mi publicidad penetre bien en la cabeza del consumidor”. En la jerga profesional, el estudio puede determinar el impacto de un anuncio en la “memoria explícita” (la memoria consciente) así como en la “memoria implícita”, lo que el cerebro registra a espaldas de la persona.

Ciertamente la multiplicación de las fuentes de información es la garantía de la democracia, ya que permite la formación de una opinión libre cotejando los conocimientos. Pero la profusión de los vectores hegemónicos en su enfoque globalizador (con el control del continente, el contenido, la producción y la distribución), lleva en sí misma el riesgo de una desviación de la democracia por las manipulaciones que los operadores del campo mediático pueden intentar para la satisfacción de objetivos personales que pueden revelarse, por repercusión, nefastos tanto para la libertad de pensamiento como para la democracia.

III. LA LENGUA COMO MARCADOR DE IDENTIDAD CULTURAL O LA GUERRA SEMÁNTICA

La lengua es un marcador de identidad cultural lo mismo que las huellas digitales, el código genético y las medidas antropométricas son marcadores biológicos y físicos. El acento, el uso de los términos y el tono revelan la identidad cultural de la persona. Bajo una apariencia engañosa (términos generales, planos e impersonales) se codifica y apacigua la lengua. Se convierte entonces en un temible instrumento de selección y discriminación. Un “plan social” remite a una realidad inmaterial contraria al doloroso término de “despido masivo”.

Al igual que “externalización y subcontratación”, operadores que funcionan fuera de las normas de la legislación social, “deslocalización”, “optimizar el rendimiento” que es la explotación salvaje de la mano de obra barata de países pobres y a menudo dictatoriales, sin la menor protección social, o por fin “privatización”, operación que consiste muchas veces en transferir a los capitalistas empresas de servicios sociales a menudo reflotadas por los caudales públicos, es decir, los contribuyentes. Incluso en el discurso político la lengua se esteriliza hasta el punto de que el antiguo Primer Ministro socialista Pierre Mauroy acusó al candidato socialista a las elecciones presidenciales de 2002, Lionel Jospin, de borrar de su discurso la palabra “trabajadores”. En la lengua convencional se prefiere el pudoroso término “gente de condición modesta” al expresivo “pobres” así como para el tándem “excluidos” y “explotados”. O también clases (que sugiere idea de lucha) y capas sociales. Capas, como capas de pintura.

El lenguaje es connotativo. El único lícito es el LQR Lingua Quintae Respublicae (3), en boga durante la V República Francesa, aprobado y sellado. Cualquiera que recurra a una lengua personalizada forjada en un vocabulario que le sea propio, se arriesga al ostracismo, a ser señalado con el dedo, a que lo ridiculicen y lo tachen de tarado irremediable: “obsoleto”, “indeseable”, etcétera. El lenguaje sustituye las palabras de la emancipación y la subversión por las de la conformidad y la sumisión. Se habla de flexibilidad en vez de precariedad, en un país que instituyó la renta de situación como un privilegio vitalicio, especialmente en la alta función pública. Los altos funcionarios disfrutan de una renta de situación vitalicia pero a cualquiera que se atreva a señalar esta incongruencia se le acusa de hacerle la cama al “populismo”. Lo mismo ocurre en el ámbito diplomático: “el problema” de Oriente Próximo o “la cuestión” del Este.

Para un problema la respuesta es única, el problema abre la vía a los expertos que deben aportar técnicamente la solución. Pero la cuestión del Este es más confusa. Una cuestión sugiere respuestas múltiples e implica la ausencia de solución inmediata. Según utilicen un término u otro se les calificará de “modernos y dinámicos” o de “obsoletos”. Un ejemplo: Le Figaro del 28 de agosto de 2004 ponía en titulares “La confesión del presidente Bush” sin precisar en qué consistía esa confesión, con respecto a qué. Diez años antes, cualquier otro diario complaciente habría titulado: “El presidente Bush admite que sus previsiones en Iraq han fracasado”. Pero si, para su desgracia, un periodista audaz hubiera titulado la verdad estricta: “Bush, el gran perdedor de la guerra de Iraq”, se le habría acusado inmediatamente de “antiestadounidense primario”.

La neolengua resulta de la presencia cada vez mayor de economistas y publicitarios, como responsables en el circuito de la comunicación, que garantizan una instalación gradual del pensamiento neoliberal. Guerra psicológica tanto como semántica, la guerra mediática tiene por objeto someter al receptor a la propia dialéctica del emisor, en este caso la potencia emisora, imponiéndole su propio vocabulario y, más allá, su propia concepción del mundo.

Si la difusión hertziana es el arma menos contaminante en cuanto a la ecología, en cambio es la más corrosiva en cuanto al espíritu. Su efecto es a largo plazo. Las interferencias operan un condicionamiento lento para terminar por subvertir y forjar el modo de vida y el imaginario creativo de la colectividad humana específica. No hay rastros de daños inmediatos o colaterales. No son necesarios ni una intervención quirúrgica ni un golpe en la frente. En la guerra de las ondas dominan lo imperceptible, la insidia, el engaño y lo subliminal. ¿Quién se acuerda de Tal Ar-Rabih (la colina de la primavera)? Casi un siglo de emisiones sucesivas y repetitivas disipó este nombre melodioso, sinónimo de suavidad de vivir, para sustituirlo en la memoria colectiva por una nueva realidad. Tal Ar-Rabih ya se conoce en todo el mundo, incluso por las nuevas generaciones árabes, por su nueva designación hebraica, Tel Aviv, la gran metrópoli israelí. El trabajo de zapa es permanente y el combate desigual. Lo mismo ocurre con las expresiones connotativas: el exterminio de una población debido a sus orígenes se llama en francés genocidio (genocidio armenio en Turquía, genocidio de los tutsis en Ruanda). Elegir la expresión hebraica del término bíblico de Shoah (holocausto) señala la pertenencia al campo pro israelí.

Israel nunca ha reconocido el carácter genocida de las masacres de armenios en Turquía a principios del siglo XX, seguramente para señalar el carácter único de las persecuciones de las que fueron víctimas los judíos en Europa: primero los pogromos de finales del XIX en Rusia y luego en Alemania y Francia durante la Segunda Guerra Mundial (1939-45). Están también los términos antisemitismo y racismo. Árabes y judíos son semitas, pero el antisemitismo sólo se refiere a los judíos para distinguirse de los otros, mientras que el racismo engloba a árabes, negros, musulmanes, asiáticos, etcétera. El propio presidente Jacques Chirac al fustigar “el antisemitismo y el racismo” en su discurso de despedida el pasado 27 de marzo, consagró en el orden subconsciente un racismo institucional.

Hasta ahora los países occidentales en general, y Estados Unidos en particular, han ejercido el monopolio de la información, un monopolio considerablemente propicio a las manipulaciones del espíritu que no obstante se rompió en dos ocasiones con consecuencias perjudiciales para la política occidental: la primera vez en Irán en 1978-79, con la “Revolución de los casetes” en los que se registraron los sermones del ayatolá Jomeini en su exilio de Francia y se comercializaron desde Alemania para levantar a la población iraní contra el Sah de Irán; y la segunda vez con motivo del Irangate en 1986, el escándalo de las ventas de armas estadounidenses a Irán para financiar a la contra nicaragüense, que estalló públicamente como consecuencia de una filtración en el diario de Beirut As-Shirah, poniendo en un serio aprieto a la administración republicana del presidente Ronald Reagan. Salvo estos dos casos, Estados Unidos ha buscado constantemente volver inaudibles a sus enemigos, si es preciso desacreditándolos con sus poderosos enlaces locales o internacionales, ampliando al mismo tiempo su ofensiva mediática, ahogando a la audiencia en una riada de información y practicando la desinformación a través de la pérdida de referencias debida a la superinformación con el fin de convertir a los oyentes y lectores en perfectos “analfabetos secundarios”, parafraseando al alemán Hans Magnus Einsensberger (4).

“No analfabetos o incultos, sino seres etimológicamente en proceso de desorientación, psicológicamente condicionados y reorientados en el sentido deseado. Puro producto de la industrialización, de la hegemonía cultural del norte sobre el sur, de la imposición cultural como un preludio de la invasión y el enriquecimiento de los mercados, el analfabeto secundario no es digno de lástima, la pérdida de memoria de la que adolece no le hace sufrir, su falta de perspectivas le hace las cosas fáciles”. Se produce una inversión radical del esquema económico y la ley de la oferta y la demanda deriva hacia un método radicalmente diferente: ahora la fabricación del deseo de consumo determina la actividad de la empresa. Ya no es el consumidor quien marca el ritmo de la producción, sino el productor quien orquesta el deseo de consumo. El control del aparato de producción ya tiene menos importancia que el control de la demanda de consumo.

El ciudadano activo cede así el paso al consumidor pasivo, el aventurero de espíritu al devorador de televisión, el periodista al animador de entretenimiento, el dueño de prensa al capitalista, lo que implica el deslizamiento del periodismo hacia el reino del infotainement, neologismo procedente de la contracción de información y entertainment (entretenimiento en inglés). La globalización de los flujos de información permite así la infusión intravenosa continua de noticias de la prensa y, en consecuencia, la sedentarización profesional de la información, última etapa del analfabetismo secundario. No obstante, la violación del mundo por la publicidad y la propaganda con su profusión de sonidos e imágenes en el paisaje urbano, en las pantallas, en la prensa y en los hogares, choca con resistencias dispersas pero firmes. Así como el monopolio del conocimiento por la tecnocracia se contradice en el ámbito internacional por contrapoderes, especialmente protagonistas paraestatales (Greenpeace, Médicos sin Fronteras, Confederación campesina), multiplicando las fuentes de información no controladas, también la informática ha desarrollado en la información una esfera de autonomía contestataria contra el orden mundial estadounidense. Cada descubrimiento tecnológico se celebró con un redoble. Al casete del tiempo de la revolución jomeinista le sucedió el fax, luego los sitios de Internet, el blog y el periódico electrónico, cuyo desarrollo se aceleró desde la guerra de Iraq y la última campaña presidencial de George Bush jr. (2004); redobles que resuenan como señales de una venganza del espíritu contestatario y de la esfera de la libertad individual, en reacción al aporreamiento de la propaganda y la concentración capitalista de los medios de comunicación.


Notas de la traductora:

(*) El neuromarketing es la ciencia que permite controlar las decisiones de consumo del cliente mediante técnicas que pueden considerarse agresivas para la intimidad de las personas. La neurología y la psicología se han aliado con la gran industria para llegar a las emociones personales y orientarlas hacia productos del mercado. Se trata de la última versión de la percepción subliminal, explica Le Monde, que señala el objetivo último de neuromarketing: impregnar el cerebro de publicidad sin que la persona pueda darse cuenta.
(**) “…ahora bien, para que un mensaje publicitario sea percibido es necesario que el cerebro del telespectador esté disponible. Nuestros programas tienen por vocación hacer que esté disponible: es decir, divertirlo, relajarlo para prepararlo entre dos mensajes [publicitarios]. Lo que vendemos a Coca-cola es el tiempo disponible del cerebro humano...” (Patrick Le Lay, gerente general de la cadena francesa de televisión TF1).


El empleo de la propaganda en la guerra de Bush contra Irak

Bernie Dwyer
Cubadebate
5 de septiembre del 2003

Entrevista con John Stauber y Sheldon Rampton, realizada por Bernie Dwyer, sobre su libro "Weapons of Mass Deception: The Uses of Propaganda in Bush's War on Iraq" (Armas de engaño en masa - el empleo de la propaganda en la guerra de Bush contra Irak).

El Presidente de Estados Unidos George W. Bush pasó de ser el hazmerreír a ser considerado un héroe en relación con los sucesos del 11 de septiembre y la guerra en Afganistán. Los autores del libro "Las armas de engaño en masa: el uso de la mentira en la guerra de Bush contra Irak" demuestran cómo la administración del presidente Bush utilizó las agencias de inteligencia, a los "tanques pensantes", al personal de la Casa Blanca, una gigantesca maquinaria de relaciones públicas, a cínicos propietarios de medios de comunicación, a periodistas oportunistas y cuantiosas sumas de dinero para fabricar "pruebas" que justificaran la guerra contra un país que no poseía armas de exterminio en masa.

[Bernie Dwyer] Según sus palabras, éste es el primer libro que pone al descubierto la agresiva campaña de relaciones públicas desatada por el gobierno de Estados Unidos para convencer al pueblo estadounidense de que apoyara la guerra contra Irak. Resulta aterrador que se pueda vender una guerra de la misma manera que se vende un producto cualquiera. ¿Considera usted que este método ha funcionado con el pueblo estadounidense? [Sheldon Rampton] John y yo llevamos alrededor de diez años escribiendo sobre la industria de las relaciones públicas y lo primero que puedo decirle es que éstas surgieron de una guerra: la Primera Guerra Mundial. Los fundadores de la industria de las relaciones públicas en Estados Unidos procedían de un comité que promovía el apoyo popular a la guerra.

A lo largo de la historia de las relaciones públicas como industria, se han aplicado las enseñanzas aprendidas de la propaganda de guerra. Es lo opuesto a lo que usted dice. No se trata de que la propaganda comercial se aplique a la guerra, sino que la propaganda de guerra se emplee para comercializar mercancías y pienso que, en cierto sentido, la propaganda desatada alrededor de la guerra contra Irak perseguía simplemente vender una mercancía.

[Bernie Dwyer] Otro aspecto preocupante es que, según usted, altos funcionarios de la administración del presidente Bush abogaban por la invasión contra Irak aún antes de que éste asumiera la presidencia, pero esperaron hasta septiembre del 2001 para informar a la opinión pública. Se aprovecharon del trágico suceso.

¿Considera que fue así realmente? [John Stauber] Sí. Desafortunadamente, es evidente que altos funcionarios de política exterior de la administración del presidente Bush se aprovecharon, de manera totalmente inescrupulosa e insensible, de los ataques terroristas en Nueva York y Washington DC en septiembre del 2001. Conocemos, a través de los informes de Bob Woodward y de otros, que en la propia tarde del 11 de septiembre el Presidente Bush, en una reunión con el consejo de seguridad nacional, dijo que "por horribles que fueran los acontecimientos debían verse como una oportunidad". Al día siguiente, al parecer motivado por estas palabras del presidente, el subsecretario de defensa, Paul Wolfowicz, ya hablaba de desplegar un ataque contra Irak.

Desde entonces, ha salido a la luz información que demuestra hasta qué punto el jefe de Wolfowicz, Donald Rumsfeld, abogaba por un ataque inmediato contra Irak. Buscaban desesperados vincular a Irak con los sucesos del 11 de septiembre. Por supuesto, como sabemos no existe conexión alguna, pero ello no impidió que estos llamados neo-conservadores, después de una década abogando por atacar a Irak, lanzaran la campaña de mentiras que terminó por convencer a la mayoría del pueblo estadounidense de que Saddam Hussein e Irak estaban detrás de la tragedia del 11 de septiembre y que habían iraquíes en los aviones que atacaron Nueva York y Washington DC ese día. Muchos de estos neo-conservadores eran fundadores del denominado Proyecto para el Nuevo Siglo Americano de 1997, encabezado por Bill Cristal, el cual abogaba por un ataque contra Irak. El 11 de septiembre fue solo el pretexto de que se valieron para convertir la denominada guerra contra el terrorismo en una guerra contra Irak.

[Bernie Dwyer] En su libro usted plantea que la propaganda perseguía dos objetivos. Por un lado, crear un estado de opinión en el pueblo de Estados Unidos a favor de la guerra contra Irak y, por otro, suscitar la admiración internacional por el estilo de vida americano ¿Pudiera explicarnos cómo hicieron ellos para convencer a los estadounidenses y conseguir su apoyo a la guerra? [Sheldon Rampton] La campaña para conseguir que los estadounidenses apoyaran la guerra no tiene que ver con la propaganda dirigida a lograr que otras naciones admiraran y secundaran a Estados Unidos. Son dos cosas diferentes. La campaña lanzada por Estados Unidos para convencer al pueblo de que apoyara la guerra aún hoy sigue enviando mensajes muy claros. Uno de esos mensajes es que Irak estaba acumulando armas. Otro se refiere a que Irak estaba de algún modo vinculada con los ataques del 11 de septiembre, en complicidad con Al Quaeda. El tercer mensaje es que el pueblo iraquí recibiría a los soldados estadounidenses como sus libertadores y les agradecería el derrocamiento de Saddam Hussein. Los funcionarios de la Casa Blanca repetían esos mensajes una y otra vez,aunque en algunos casos lo hacían de manera indirecta.

Por ejemplo, ellos nunca dijeron directamente tener pruebas que vincularan a Irak con Al Quaeda, porque realmente no hay evidencia alguna de que Irak y Al Quaeda operaran de manera conjunta. No existe prueba de que Irak tuvo que ver con los atentados del 11 de septiembre. Ellos simplemente lanzaron insinuaciones y luego la propaganda comercial en Estados Unidos se encargó de amplificarlas y difundirlas. Un funcionario de la administración del presidente Bush decía algo así como: "Hemos escuchado informes de que eso fue lo que ocurrió" y luego el periódico lo publicaba como un hecho verídico, sin dejar margen a la duda. Se creó el efecto de una cámara de resonancia. La administración del presidente Bush no tuvo realmente que mentir.

Contaba con los medios de comunicación para exagerar y difundir sus mensajes.

[Bernie Dwyer] Los métodos que usaron fueron obviamente muy efectivos y ello explica el apoyo de la mayoría de los estadounidenses a la guerra en aquel momento ¿Cuáles fueron esos métodos? [John Stauber] Primero hay que entender la rareza de los ataques terroristas contra Nueva York y Washington D.C. Ningún estadounidense de hoy recuerda un caso similar, en que enemigos foráneos atacaran Estados Unidos y causaran miles de muertos. Simplemente, no se conocía nada semejante y pienso que esos hechos causaron un terrible impacto en la psiquis del pueblo estadounidense. Fue un suceso que sorprendió y horrorizó a todos. El hecho de que el ataque tuviera cobertura televisiva en vivo y que todos alrededor del mundo con acceso a este medio presenciaran el horrendo acontecimiento, provocó que el impacto fuera inmensurablemente masivo.

La respuesta fue inmediata en reclamo de venganza, lo cuál es comprensible. La administración del presidente Bush se aprovechó de la fuerte conmoción, pues los ánimos en Estados Unidos eran favorable a una respuesta apropiada a los acontecimientos del 11 de septiembre. Sin embargo, fue necesario desatar una fuerte campaña de relaciones públicas, como se describe en nuestro libro, para lograr el apoyo a la guerra contra Irak. Como explicó Sheldon, se insinuó que Irak estaba detrás de los sucesos del 11 de septiembre.

Luego, la administración del presidente Bush dijo saber dónde se encontraban las armas de exterminio en masa en Irak; que los esfuerzos internacionales por encontrar esas armas nunca resultarían y que si no las encontraban inmediatamente, como sugirió Condoleezza Rice, el próximo ataque terrorista bien podría ser una nube en forma de hongo elevándose por sobre el territorio estadounidense.

Pienso que el éxito de la campaña propagandística que convirtió la guerra contra el terrorismo en una guerra contra Irak se debió en gran medida a la incapacidad de los medios de comunicación en Estados Unidos para examinar y cuestionar esos reclamos. Es irónico, pues una de las quejas de los sectores de negocios contra los medios de comunicación que reciben apoyo gubernamental, ya sean los medios de comunicación en Estados Unidos o la BBC en Inglaterra, es que se han convertido en el brazo propagandístico del gobierno y eso es algo horrible. Lo que presenciamos en Estados Unidos fue que los grandes conglomerados de los medios de comunicación, como Rupert Murdoch, la cadena Fox y la cadena MSMBC, entre otros, se convirtieron en el brazo propagandístico de la administración del presidente Bush, repitiendo una y otra vez las insinuaciones y la falsa información como si se tratara de noticias ciertas.

Un aspecto interesante de nuestro libro ¨Armas de engaño en masa¨ es que incluimos muchos documentos y notas al pie de página. Por cada cuatro páginas de impresión hay una de documentos, y si nos detenemos a analizar ésta encontraremos que las fuentes son fundamentalmente medios masivos de comunicación, tales como The Washington Post, The New York Times, The Wall Street Journal o ABC News. La información contenida en nuestro libro, y que revela hasta qué punto el pueblo está siendo engañado, estaba al alcance de todos, pero la mayoría de los estadounidenses se informan a través de la televisión y en el caso de esta guerra, a través de una cadena en particular, la Fox, propiedad del multimillonario ultraderechista Rupert Murdoch, quien es un partidario acérrimo de la misma ideología del Nuevo Imperio Americano que defienden los neo-conservadores Rumsfeld, Wolfowizc, Bill Crystal y otros.

Lo que realmente ocurrió fue que mientras la administración desataba su campaña propagandística y los tanques pensantes financiados por la ultraderecha, como el American Enterprise Institute, el Hudson Institute y otros, se lanzaban en esfuerzos similares, los medios de comunicación en Estados Unidos fueron incapaces de desenmascarar, confrontar y cuestionar esas campañas. De ahí el éxito de las mismas. Los medios de prensa estadounidenses pasaron a ser el brazo propagandístico de la administración del presidente Bush, el instrumento necesario para convencer al pueblo estadounidense y lograr que apoyaran la guerra, los estadounidenses tienden a confiar en lo que dicen los medios de comunicación y en este caso, los medios de comunicación se hacían eco de la campaña propagandística del gobierno.

[Bernie Dwyer] ¿Podría describir algunos de los métodos empleados para convencer a la opinión pública estadounidense? [Sheldon Rampton] Una de las cosas que ellos hicieron fue abrir una oficina en la Casa Blanca, denominada Oficina de Comunicaciones Globales. Se hizo para garantizar la consistencia de los mensajes que se emitían desde la Casa Blanca, lo cuál pudiera parecer bastante inofensivo. Pero lo que ocurrió realmente era que ellos formulaban diariamente una serie de mensajes que enviaban vía correo electrónico, lo que denominaron Mensajero Global, a las embajadas estadounidenses en el exterior y a las oficinas de gobiernos simpatizantes, como el gobierno de Tony Blair en Inglaterra. Estos repetían el mensaje al cuál todos debían concretarse cuando hablaran sobre Irak ese día.

El objetivo era que nadie, ni siquiera el vicepresidente Dick Cheney, se aventurara a emitir declaraciones independientes sobre el tema Irak. Ésta es una técnica muy común de las relaciones públicas, la consistencia de los mensajes. Aunque parece inofensivo tiene en realidad un efecto bastante insidioso. Favorece el efecto de cámara de resonancia porque el mismo mensaje se repite una y otra vez desde múltiples fuentes y asume una cierta carga de veracidad debido a la repetición. También, tiene el efecto de silenciar a aquellas personas dentro del gobierno que tienen opiniones diferentes. De hecho, había opiniones contrarias dentro de la Agencia Central de Inteligencia, que advertían que el análisis de la Casa Blanca no era exacto: las denuncias referidas a la tenencia iraquí de armas de exterminio en masa no eran exactas y las aseveraciones de que los soldados estadounidenses serían bien recibidos por el pueblo Iraquí eran igualmente erróneas. La CIA emitió avisos claros, pero la necesidad de asegurar la consistencia de los mensajes impidió que esas voces fueran eficaces y a la larga el pueblo estadounidense las desoyó. Ese es un aspecto.

Otro aspecto es la técnica que ellos usan, denominada agencia de prensa. Una mujer llamada Illeana Benidor tiene una compañía de relaciones públicas bajo el nombre de Benidor Associates. Su trabajo consistía en monitorear diariamente todos los principales órganos de prensa en Estados Unidos y pedirles que invitaran a los clientes de su firma a charlas para exponer sus puntos de vista sobre el tema Irak. Ella contactaba a todas las cadenas de televisión y también a publicaciones periódicas como The Wall Street Journal o The New York Times y les pedía que aceptaran escritos de clientes de Benidor Associates, expresando sus puntos de vista sobre el tema Irak. Por supuesto, todos sus clientes estaban a favor de la guerra. Por ejemplo, The Wall Street Journal dijo que hubo un momento en que el periódico ya había utilizado a todos los clientes de la firma. Sin dudas, Illeana Benidor tuvo mucho éxito en lograr que sus enfoques salieran divulgados en los principales medios de comunicación.

El clima de patriotismo predominante en el país, exacerbado a partir de los sucesos del 11 de septiembre y la campaña propagandística a favor de la guerra desatada por la actual administración, impidieron que puntos de vista contrarios lograran algún espacio en los medios de comunicación. De hecho, John y yo conocemos a personas que trabajaban como consultores de relaciones públicas de grupos pacifistas. Ellos también llamaban a los periódicos y a las cadenas de televisión y les pedían que entrevistaran a miembros de esos grupos. Su petición era siempre rechazada. El efecto fue que un punto de vista tuvo toda la divulgación posible, mientras que el otro fue totalmente silenciado.

[Bernie Dwyer] Ellos parecían haber desarrollado un programa de acción detallado que podría aplicarse contra cualquier enemigo ¿Cree usted que algo así pudiera usarse contra Cuba? [John Stauber] Desgraciadamente, hemos sido testigos del éxito de la campaña anticubana desarrollada conjuntamente por ambos partidos aquí en Estados Unidos desde la imposición del embargo décadas atrás.

Resulta verdaderamente difícil encontrar en Estados Unidos un informe investigativo serio y objetivo sobre las relaciones entre ambos países. En parte, se debe a la gran influencia que ejerce el cabildeo anticastrista, en especial dentro del Partido Republicano, pero también dentro del Partido Demócrata, lo cuál se puso de manifiesto hasta cierto punto en la política seguida alrededor del caso del niño Elián González.

Pienso que el tipo de propaganda utilizada para conseguir el apoyo del pueblo estadounidense a esta guerra no es algo nuevo. Los estadounidenses nos engañamos a nosotros mismos, pensando que no hay propaganda en Estados Unidos porque contamos con medios de comunicación libres e independientes, tenemos la Primera Enmienda, derechos constitucionales que abogan y defienden la libertad de expresión y de asociación y una opinión pública con un alto grado de instrucción. Pero la realidad es que Estados Unidos es el país del mundo donde hay más propaganda y ésta es un negocio muy sofisticado - publicidad y relaciones públicas - y en las últimas décadas, las relaciones públicas y la política se han fusionado de varias maneras que nosotros abordamos en PR Watch y en nuestro sitio web: www.prwatch.org.

Pero si se fija bien en la actual administración, comprobará que muchos de los más altos funcionarios son veteranos de anteriores administraciones, como la del presidente Reagan o la de Bush padre. En nuestro primer libro ¨Toxic Sludge is Good for You¨, Sheldon y yo escribimos un extenso trabajo sobre las maneras en que se le vendió a la opinión pública la política de Estados Unidos respecto a Centroamérica, incluido el financiamiento de la Contra asesina en Nicaragua, a través de una campaña de relaciones públicas que violó las leyes estadounidenses. Sin embargo, la campaña de relaciones públicas, desatada durante la administración del presidente Reagan, logró convencer a la mayoría del pueblo estadounidense de que los Contras eran en realidad luchadores por la libertad y la democracia, Existe una larga historia reciente de cómo el gobierno de Estados Unidos utiliza la campaña propagandística, especialmente en su política exterior dirigida a Las Américas. Sin embargo, ésta última campaña propagandística que vendió la guerra en Irak, y que nosotros documentamos en nuestro libro ¨Armas de engaño en masa¨ constituye el mayor, más reciente y desconcertante esfuerzo porque aún hoy está en marcha, [Bernie Dwyer] En su libro, usted desafía los sistemas de creencia de muchas personas ¿Tiene alguna alternativa que ofrecer? [Sheldon Rampton] Pienso que a la larga necesitamos pensar en algunas alternativas a estas campañas propagandísticas. La propaganda es un estilo de la comunicación en el cuál el propagandista es el comunicador privilegiado. Su función es la de educar al resto de las personas a fin de volverlas destinatarios pasivos del mensaje diseñado por él, a quien deben ver como un ser superior a ellos. Existen otras formas de comunicación que las personas utilizan todo el tiempo. Si usted conversa con un vecino suyo, esa conversación no se considera propaganda. Ello no significa necesariamente que usted esté intentando educar o adoctrinar a su vecino.

Creo que debemos pensar seriamente en la era de la información en que vivimos y las maneras en que los medios masivos de comunicación pueden funcionar como instrumentos de propaganda. Debemos crear medios alternativos de comunicación. Esa sería una respuesta. Otra respuesta sería el buen activismo político como se hacía antes y que nos eduquemos a nosotros mismos, en lugar de permitir que poderosas instituciones, gobiernos y corporaciones nos digan qué pensar.

[John Stauber] Concuerdo con lo que ha dicho Sheldon. Es importante que nos volvamos pensadores críticos, que hagamos nuestros propios análisis y no confiemos ciegamente en cualquier información o fuente de información como si se tratara del evangelio. La propaganda sólo triunfa en la medida en que las personas son incapaces de pensar y decidir por sí mismas. Pienso que debemos desafiarnos a nosotros mismos para llegar a nuestras propias conclusiones. Como dijo Sheldon, un aspecto positivo sobre la actual situación es que hoy contamos con muchas fuentes alternativas de información. Sin embargo, probablemente el aspecto más negativo de la situación actual es que los medios masivos de comunicación, son la peor fuente informativa, pero son también los medios a los que recurren la mayoría de las personas en países como Estados Unidos. Por ende, resulta irónico que los medios masivos de comunicación, tales como la televisión, sean las fuentes a la que la mayoría de las personas recurren para informarse y que al propio tiempo sean los medios más propagandísticos.


Periodistas en Irak: Soldados del imperialismo

El papel de los medios en la invasión a Irak: Los jefes de redacción construyen el mensaje.
8 de septiembre del 2003

Roberto Delgado y Jotake
La Haine

El estallido del conflicto iraquí con la toma de postura del Gobierno español a favor de la guerra encabezada por el presidente de Estados Unidos, ha llevado a convertir los servicios informativos en el estado español en un mero instrumento de propaganda al servicio de los intereses imperialistas.

De este modo, hacia el pasado mes de marzo alertaba el sindicato CCOO en sus informes semanales sobre el "grave peligro" para la credibilidad de la cadena TVE que esto representaba. Para los trabajadores de esta televisión estatal afiliados a CCOO, los responsables de los servicios informativos trabajaron a destajo tratando de "evitar o minimizar las informaciones que se contraponen a la tesis pro-invasión que apoya el Gobierno español". En el caso de los programas especiales que se fueron sucediendo desde el inicio de la guerra se destacaban el "uso continuado y repetitivo que los conductores y analistas hacen de las afirmaciones propagandísticas difundidas previamente por los mandos políticos y militares norteamericanos y británicos, sin la debida insistencia en subrayar que se trata, presumiblemente, de propaganda de guerra"(1).

Un ejemplo de la implicación de los responsables de redacción de TVE en el mensaje ideológico de las informaciones emitidas sobre la guerra, es el que el Comité contra la Manipulación formado por trabajadores de esta cadena, denunció el pasado 28 de febrero, cuando "se suprimió del minutado, ya en emisión, una pieza que contenía la posición de Francia y Rusia y la previa de la cumbre árabe de Shamr el Sheij junto a las manifestaciones contra Estados Unidos".(2) También fue difundido en la prensa alternativa el caso de un periodista de la cadena privada Tele 5, cuyo dueño es el corrupto presidente italiano Silvio Berlusconi, que resaltó la "incomprensión" que le produjo el ver que el material que enviaba desde Irak, o era manipulado con descaro o directamente ni se emitía, mientras la dirección de los servicios informativos alegaba "presiones externas".(3) En cualquier caso, la inmensa mayoría de las informaciones que se obtuvieron en primera línea de combate para ser difundidas a nivel mundial, fueron dadas por los propios mandos militares de EEUU. En este sentido, a principios de marzo del 2003, responsables de la prensa estadounidense se mostraban complacidos de la cobertura que el ejército permitiría tener a los reporteros de las acciones militares durante la guerra contra Irak: los periodistas de CNN, CBS, ABC y The New York Times fueron "incrustados" entre la infantería y los marines.(4) Alberto Piris reconocía en La Estrella Digital a finales del mes de mayo que "bastantes programas informativos se limitaron a reproducir lo difundido en las ruedas de prensa organizadas por el Cuartel General estadounidense, que todos podíamos seguir a través de la CNN. Así pues, lo que por uno u otro conducto llegaba a conocimiento del público español estuvo fatalmente contaminado."

Objetivos militares y medios de comunicación

La prensa estadounidense aplaudió con fervor cuando las oficinas de la televisión Iraquí en Bagdad fueron alcanzadas por un misil estadounidense el 25 de marzo de 2003. Días antes la prensa había preparado con sutileza a la opinión pública para lo que en realidad no sería un ataque a un "objetivo militar" sino a un medio de comunicación.

En la cadena de información nocturna NBC, Andrea Mitchell hizo notar el 24 de marzo que "para sorpresa de muchos, los Estados Unidos no han derribado los cuarteles generales de la televisión iraquí". El informe de Mitchell advertía que "permitiendo que la televisión iraquí continúe emitiendo se le otorga a Saddam una gran herramienta para mantener su régimen intacto".

Cuando la instalación fue bombardeada, algunos reporteros expresaron su satisfacción. Aaron Brown de la CNN resaltó el mismo 25 de marzo que "mucha gente se preguntaba por qué la coalición permitió a la televisión iraquí continuar en el aire tanto tiempo como lo hizo".(5) Los que mandan, guerra tras guerra, han aprendido a sopesar perfectamente la importancia de la información hasta tal punto que, en la actualidad, para predeterminar el final de cualquier combate, en términos militares, se toma como un pilar fundamental las fuerzas comunicativas que cada una de las partes posea. En tanto que se le destruya al enemigo su capacidad de comunicar, el éxito de la batalla tendera a inclinarse de una lado o de otro.(6) No por casualidad la televisión iraquí fue destruida a golpe de misiles y tampoco por casualidad dos meses después de "liberar" a Irak, las autoridades angloestadounidenses y su jefe, Paul Bremer, decidieron controlar la nueva y libre prensa iraquí: los periódicos que publicaran "notas escandalosas", material que se considerase "provocador" o "capaz de incitar a la violencia étnica", serían amenazados u obligados a cerrar (7). Esa es la "libre" situación actual.

El objetivo nuclear que tanto el gobierno estadounidense como el español han pretendido alcanzar a través de sus medios de comunicación, abanderando el sentimiento nacional y la ideología neoliberal capitalista, es el de vencer en la guerra y "convencer" a la opinión pública, sin ningún tipo de oposición informativa y definiendo a Saddam Hussein como el mayor peligro del mundo.

17 periodistas en misión de guerra son muertos en Irak

Como en toda guerra, en este caso los invasores no sólo iban previstos de sus propios servicios sanitarios, para lo cual el gobierno español puso de su parte enviando infraestructura médica a Irak. Como hemos visto, además iban previstos de servicios informativos para asegurarse de que la guerra no les provocaría perdida de votos en las próximas elecciones, ni demasiada oposición social. Y lo más imporante es que estarían construyendo la historia desde la óptica del imperialismo. Ese era el trabajo de los periodistas españoles e internacionales ligados a los medios del poder occidental: recoger información que sirviera para mentir al mundo. Pero los informadores, en su alevoso papel de "neutrales", tampoco se salvaron del fuego cruzado.

El 17 agosto 2003 el cámara de la agencia Reuters, Mazen Dana, fue abatido de un tiro cuando trabajaba en las proximidades de un cárcel de EEUU, en la que se encuentran prisioneros "activistas antiestadounidenses", en las afueras de Bagdad. Con éste son ya 17 los periodistas muertos en Irak desde el comienzo de la guerra. Dos informadores más permanecen desaparecidos.

Pero centrémonos en los sonados casos de los periodistas españoles muertos durante la guerra. El 7 de abril muere Julio A. Parrado, enviado especial del diario burgués El Mundo en Bagdad, en un ataque iraquí al ejército estadounidense. Nacido en Córdoba (estado Español) en 1971, era hijo del ex coordinador general de Izquierda Unida Julio Anguita, quien en relación a la muerte de su hijo declaró: "mi hijo mayor, de 32 años, acaba de morir, cumpliendo sus obligaciones de corresponsal de guerra. Hace 20 días estuvo conmigo y me dijo que quería ir a primera línea"(8).

El angelito de Julio A. Parrado cumplía con sus "obligaciones en primera línea" junto a los hombres de la Tercera División de Infantería, aquella avanzadilla del ejército de Estados Unidos que inició la toma de Bagdad y con ella la culminación de la misión petrolífera imperial.

Un día después de estos hechos, el 8 de abril, el cámara de Tele 5 José Couso fallecía a causa de las heridas provocadas por un tanque estadounidense que lanzó una ráfaga contra el hotel 'Palestina' de Bagdad, en el que se alojaban la mayoría de los periodistas internacionales que cubrían la información de la guerra en Irak.

El Pentágono aseguró que "se estaba respondiendo a los disparos y granadas que un francotirador estaba lanzando desde el edificio".

Couso captaba imágenes que luego eran comentadas por otros periodistas de la cadena y supervisadas por la dirección de la cadena. En el estado Español, Tele 5 pasó para muchos por ser "una de las más críticas" del abanico audiovisual con la guerra y con la actitud del gobierno, sin embargo, no dejó de ser un entramado empresarial privado con su pequeño corazoncito, el corazoncito etnocéntrico del capitalismo occidental. Los programas que se esmeraban en demonizar a Saddam Hussein en el contexto brindado por los responsables políticos de EEUU estaban a la orden del día, así como los continuos "reflejos involuntarios pro-ocupación" de los periodistas que adornaban las coberturas. Así, Jon Sistiaga, el enviado especial de Tele 5 en Bagdad, calificaba el día 6 de abril de 2003 la actuación de la tropas iraquíes como "tácticas marrulleras" (¿serían "tácticas nobles" las empleadas por la coalición imperial?). En esa misma cadena y ese mismo día la enviada especial del periódico "El Correo", Mercedes Gallego, describía la situación de la avanzadilla de marines norteamericanos en las puertas de Bagdad: "...los mandos han prohibido a los soldados acercarse a los ciudadanos de Bagdad ante el temor de que pudiesen aprovechar la situación para hacer ataques terroristas.

Los soldados están muy nerviosos y cansados, además no tienen tabaco ni calcetines limpios"(9).

Ésta fue, como no podía ser de otra forma, la tónica reaccionaria general de todos los medios de comunicación masivos, tanto estatales como privados. Todos ellos entonaron el lema tan justificatorio como irreal de "Libertad, Igualdad y Fraternidad", y los medios aparentemente críticos no estaban sino amagando que se movían milímetros de la senda segura de la ganancia económica.

Si alguna lección nos ha dado este nuevo ataque contra Irak, es que la prioridad no pasa por intensificar la lucha contra la guerra, sino contra todos aquellos que hacen posible década tras década que estas se produzcan, poniendo el eje no sólo en desmontar los valores que intentan imponer, sino en la fuerza de la calle y el movimiento social, transgrediendo y saboteando las bases hipócritas del sistema, las grandes cadenas mediatico-mafiosas españolas que cumplen su función de protección ideológica de quienes reproducen estas agresiones, buscando derribarlas(10).

¿Todos somos Couso y Julio A. Parrado?

"Todos somos Couso y Julio A. Parrado", han coreado muchos solidarios con estas muertes. Pero a mi me disculpen, yo no soy ni Couso y Julio A. Parrado, porque yo no elijo formar parte del ejército mediático euro- yanqui e ir al tercer mundo a cubrir sus hazañas bélicas. Entiendo que la desobediencia a la guerra va mucho más allá de una ingenua pretensión de "informar objetivamente".

Primero, ya hemos visto como esa "objetividad" la deciden el Pentágono y los jefes de redacción de cada empresa de comunicación, y siempre está ligada a los intereses de los invasores. Segundo, el que elige ir a la guerra corre el riesgo de morir y yo no pienso morir en el lado de las trincheras imperiales. Ni con una cámara, ni con un micrófono, ni con papel y bolígrafo, ni con nada. Y de hecho me pregunto, ¿se puede saber qué diablos hacían voluntariamente Couso y Julio A. Parrado en Irak?.



La despiadada complicidad de los medios occidentales con la carnicería iraquí

Faluya, las elecciones estadounidenses y el 11/S
18-11-2004

John Pilger
Znet

El hito ensayístico de Edward S. Herman titulado La banalidad del Mal nunca pareció más oportuno. “Para perpetrar actos terribles de forma organizada y sistemática es necesaria la ‘normalización’, escribió Herman. “Existe usualmente una división del trabajo para ejecutar y racionalizar lo impensable: un grupo de individuos lleva a cabo la brutalización y el asesinato... y otros trabajan en mejorar la tecnología (un horno crematorio más eficiente, un tipo de napalm que arda durante más tiempo y sea más adhesivo, fragmentos de bomba que penetran en la carne siguiendo trayectorias de difícil trazado). Es la tarea de los expertos y de los medios de comunicación mayoritarios normalizar lo impensable para el público general”.

En el programa Today de la emisora Radio 4 (6 de noviembre), un reportero de la BBC que transmitía desde Bagdad describía el inminente ataque contra la ciudad de Faluya como “peligroso” y “muy peligroso” para los estadounidenses. Al ser preguntado sobre la población civil el reportero respondió tranquilizadoramente que los marines estadounidenses estaban “haciendo sonar la megafonía” y conminando a la gente a salir. Omitió decir que decenas de miles de personas iban a quedar atrapadas en la ciudad. Mencionó de pasada el “intensísimo bombardeo” de la ciudad, pero en ningún momento sugirió lo que eso significa para la población sobre la que se lanzan las bombas.

Por lo que respecta a los defensores de la ciudad, aquellos irakíes que resisten en una ciudad que desafió heroicamente a Sadam Husein eran simplemente “los insurgentes emboscados en la ciudad”, como si constituyeran un cuerpo extraño, una forma inferior de vida destinada a ser “expurgada” (The Guardian), una presa adecuada para “atraparratas”, que es la palabra que, según informó otro reportero de la BBC, emplean los soldados británicos del Black Watch (1). Según un alto oficial británico, los estadounidenses ven a los irakíes como untermenschen, el término utilizado por Hitler en su Mein Kampf para describir a judíos, gitanos y eslavos como subhumanos. Así es como el ejército nazi plantó sitio a las ciudades rusas, masacrando por igual a combatientes y a civiles.

Ése es el racismo que hace falta para normalizar crímenes coloniales como el ataque contra Faluya, uniendo nuestra imaginación al “otro”. El eje central de las informaciones [que se difunden en los medios occidentales] es que los “insurgentes” están dirigidos por siniestros extranjeros del tipo de los que decapitan a la gente: por ejemplo, por Musab al-Zarkawi, un jordano al que se atribuye ser el “máximo representante” de Al-Kaeda en Irak. Eso es lo que dicen los estadounidenses; ésa es también la última mentira de Blair al Parlamento. Cuéntese las veces que se va repitiendo como cháchara de loro a las cámaras y a nosotros. No se advierte la ironía del hecho de que los extranjeros que hay en Irak son en su abrumadora mayoría estadounidenses y que, según todos los indicios, los irakíes los odian. Estos indicios provienen de organizaciones de prospección aparentemente fiables, una de las cuales calcula que de los cerca de 2.700 ataques llevados a cabo mensualmente por la resistencia, sólo seis son atribuibles al infame al-Zarkawi.

En una carta enviada el 14 de octubre a Kofi Annan, el Consejo de la Shura de Faluya, responsable de la administración de la ciudad, manifestaba lo siguiente: “En Faluya [los estadounidenses] han creado un nuevo objetivo difuso: al-Zarkawi. Ya ha pasado casi un año desde que se inventaron este nuevo pretexto y cada vez que destruyen casas, mezquitas, restaurantes y asesinan niños y mujeres, dicen: `Hemos lanzado una exitosa operación contra al Zarkawi’. El pueblo de Faluya le garantiza a usted que tal persona, caso de que exista, no se halla en Faluya... y que no mantenemos ningún vínculo con ningún grupo que apoye semejante conducta inhumana. Apelamos a usted para que inste a la ONU [a que impida] la nueva masacre que los estadounidenses y el gobierno títere planean perpetrar en breve en Faluya al igual que en otros lugares del país”. Ni una sola palabra de todo esto halló un hueco en los principales medios de comunicación de Gran Bretaña y de los USA.

“¿Qué impacto necesitan experimentar para salir de su desconcertante silencio?”, se preguntaba el autor teatral Ronan Bennett el mes de abril después de que los marines estadounidenses, en un acto de venganza colectiva por la muerte de cuatro mercenarios estadounidenses, mataran a más de 600 personas en Faluya, una cifra que nunca fue disputada. Entonces, igual que ahora, los estadounidenses descargaron sobre miserables barriadas la feroz potencia de fuego de aviones artillados AC-130, de cazabombarderos F-16 y de bombas de 250 kilos. Incineran niños y sus francotiradores se jactan cuando matan a alguien, como hacían los francotiradores de Sarajevo.

Benett se refería a la legión de silenciosos laboristas que se sientan en los escaños de la oposición --salvadas algunas honrosas excepciones-- y a jóvenes ministros lobotomizados (¿recuerdan a Chris Mullin?). Podría haber añadido también a esos periodistas que tensan hasta el último tendón para defender a “nuestro” bando y que normalizan lo impensable sin pararse a señalar la evidente inmoralidad y criminalidad de la empresa. Por supuesto, sentirse impactado por “nuestras” acciones es peligroso, pues puede conducirnos a una comprensión más amplia de la razón por la cual nosotros estamos ahí en absoluto, así como del dolor que nosotros estamos llevando no solamente a Irak sino a muchos lugares del mundo. En definitiva, puede alumbrar la comprensión de que el terrorismo de Al Kaeda es una minucia comparado con nuestro terrorismo. No hay nada de ilegal en este encubrimiento. Está ocurriendo a la luz del día. El ejemplo reciente más impresionante se produjo después de que el pasado 29 de octubre la prestigiosa publicación científica Lancet publicara un estudio que arrojaba una cifra aproximada de 100.000 irakíes muertos como consecuencia de la invasión anglo-estadounidense. Según Lancet, el 85% de las muertes han sido causadas por acciones de estadounidenses y británicos, y el 95% de esos muertos han perecido víctima de ataques aéreos y fuego de artillería. La mayoría de las víctimas son mujeres y niños.

Los editores del excelente MediaLens observaron la prisa, o mejor dicho, la estampida que se produjo para ahogar esta estremecedora noticia bajo un manto de “escepticismo” y silencio (mediaLens.org). Informaron que, a fecha del 2 de noviembre, el informe de Lancet había sido ignorado ya por el Observer, el Telegraph, el Sunday Telegraph, el Financial Times, el Star, el Sun y por muchos otros medios. La BBC dio cuenta del informe encuadrándolo en un contexto de “dudas” gubernamentales y Channel 4 News emitió una crítica feroz basada en instrucciones de Downing Street. Con una sola excepción, nadie pidió a ninguno de los científicos que confeccionaron este informe rigurosamente contrastado por sus colegas que defendiera su trabajo hasta diez días más tarde, cuando el Observer, favorable a la guerra, publicó una entrevista con el editor de Lancet, sesgada de tal forma que daba la impresión de que el editor estaba “respondiendo a sus críticos”. David Edwards, editor de Media Lens, pidió a los investigadores que respondieran a las críticas de los medios de comunicación. Los argumentos con los que las demolieron meticulosamente pueden ser leídos en el número de medialens.org del 2 de noviembre. Nada de todo esto apareció publicado en los medios de comunicación mayoritarios. Así, la impensable realidad de que nosotros nos habíamos dedicado a perpetrar tamaña carnicería fue suprimida –normalizada. Eso recuerda el modo como se suprimió la muerte de más de un millón de irakíes, incluyendo a medio millón de niños menores de cinco años, víctimas del embargo auspiciado por los británicos y estadounidenses.

Por contraste, en ningún momento los medios de comunicación han cuestionado la metodología empleada por el Special Tribune irakí para afirmar que existen 300.000 cadáveres de víctimas de Sadam Husein enterradas en fosas comunes. El Special Tribune, un producto del régimen colaboracionista de Bagdad, está dirigido por estadounidenses; los científicos respetables no quieren tener nada que ver con él. No se cuestiona lo que la BBC denomina “las primeras elecciones democráticas de Irak”. No se informa de que los estadounidenses han asumido el control del proceso electoral mediante dos decretos emitidos en junio que autorizan a una “comisión electoral” a eliminar a los partidos que no sean del agrado de Washington. La revista Time ha revelado que la CIA está comprando a sus candidatos preferidos, método con el que la agencia ha amañado elecciones en todo el mundo. Cuando las elecciones se celebren –si se celebran— nos van a inundar de clichés hueros sobre la nobleza de las votaciones mientras que las marionetas de los USA estarán siendo elegidas “democráticamente”.

El modelo de esta estrategia lo constituyó la “cobertura” de las elecciones presidenciales estadounidenses: una tempestad de tópicos destinados a normalizar lo impensable, es decir, que lo que ocurrió el 2 de noviembre no fue un ejercicio de democracia. Con una sola excepción, ninguno de los expertos transportados en avión desde Londres describió el circo de Bush y Kerry como una martingala controlada por menos del 1% de la población, los ultra-ricos y poderosos, que controlan y gestionan una economía de guerra permanente. El hecho de que los perdedores no fueron solamente los demócratas, sino la vasta mayoría de estadounidenses, independientemente de a quién hubieran votado, era algo inmencionable.

Nadie informó de que John Kerry, al contraponer la “guerra contra el terror“ a la desastrosa invasión de Irak de Bush, se estaba limitando a explotar la desconfianza del público con respecto a la invasión de Irak para recabar apoyos en favor del dominio estadounidense del mundo. “No estoy hablando de salir de Irak”, dijo Kerry. “¡Estoy hablando de ganar!”. A su manera, tanto Bush como Kerry modificaron la agenda para llevarla a posiciones más derechistas, de forma que millones de demócratas opuestos a la guerra pudieran ser persuadidos de que los USA tenían “la responsabilidad de acabar el trabajo empezado” a fin de evitar el “caos”. El tema de la campaña electoral no fue ni Bush ni Kerry, sino una economía de guerra orientada hacia la conquista exterior y hacia la división económica interior. El silencio sobre esta cuestión fue universal, tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña.

Bush ganó las elecciones atizando con más habilidad que Kerry el miedo a una amenaza imprecisa. ¿Cómo fue capaz de normalizar esa paranoia? Echemos un vistazo al pasado más reciente. Después del final de la guerra fría la elite estadounidense –tanto republicana como demócrata-- estaba teniendo muchas dificultades para convencer al público de que los miles de millones de dólares gastados en la economía de guerra no debían ser desviados a “inversiones de paz”. Una mayoría de estadounidenses se negó a creer que seguía habiendo una “amenaza” tan poderosa como la amenaza comunista. Esto no fue óbice para que Bill Clinton presentara ante el Congreso el mayor presupuesto de “defensa” de la historia en apoyo de la estrategia del Pentágono denominada “dominio de espectro completo”. El 11 de septiembre del 2001 se encontró un nombre para designar la nueva amenaza: Islam.

En un reciente viaje a Filadelfia vi que el informe Kean del Congreso sobre el 11 de septiembre estaba en venta en las estanterías de las librerías. “¿Cuántos ejemplares vende?”, pregunté. “Uno o dos”, fue la respuesta. “Pronto lo retiraremos”. Sin embargo, este modesto libro de tapas azules es una auténtica revelación. Como el informe Butter, que reunía toda la evidencia incriminatoria sobre la forma como Blair maquilló la información de los servicios de inteligencia antes de la invasión de Irak y que luego ponía los necesarios paños calientes para acabar afirmando que nadie era responsable, igualmente la Comisión Kean deja prístinamente claro qué es lo que ocurrió para, acto seguido, abstenerse de extraer las conclusiones evidentes. Se trata de un acto supremo de normalización de lo impensable. Nada sorprendente, en vista del carácter explosivo de las conclusiones.

El testimonio más importante recogido por la Comisión lo constituyen las declaraciones del General Ralph Eberhart, jefe del Comando de Defensa Aeroespacial de Norteamérica (NORAD). “Cazas a reacción de la fuerza aérea podrían haber interceptado los aviones de pasajeros que volaban hacia las Torres Gemelas y el Pentágono”, declaró, “si los controladores aéreos hubieran solicitado ayuda solamente 13 minutos antes... Habríamos sido capaces de derribar los tres... los cuatro”.


¿Por qué no sucedió así?

El informe Kean deja claro que “el 9 de septiembre la defensa del espacio aéreo de los USA no se realizó siguiendo los protocolos y ejercicios habituales...

En caso de secuestro aéreo confirmado las reglas del procedimiento establecían que el coordinador de secuestros que se hallara de servicio debía ponerse en contacto con el Centro de Mando Militar Nacional del Pentágono (CMMNP)... El CMMNP debía entonces solicitar la aprobación de la oficina del Secretario de Defensa para proporcionar asistencia militar...” . Sólo que nada de eso se hizo. El viceadministrador de la Autoridad Federal de Aviación dijo a la Comisión que no había ninguna razón para que el procedimiento no fuera aplicado aquella mañana. “En mis 30 años de experiencia...” declaró Monte Belger, “el CMMNP siempre se ha mantenido conectado y a la escucha de todas las incidencias en tiempo real... Puedo decirle que he vivido docenas de secuestros... y en todos los casos siempre estaban escuchándolos junto con el resto de la gente”. Pero esta vez no lo hicieron. El informe Kean dice que nunca se informó al CMMNP. ¿Por qué? Una vez más, se dijo a la Comisión que fallaron de forma excepcional todas las líneas de comunicación con el escalón militar supremo. El secretario de defensa Donald Rumsfeld estaba ilocalizable; y cuando finalmente habló con Bush hora y media más tarde, se trató, según el informe Kean, de “una corta llamada en la que no se habló del tema de la autorización para derribar los aparatos”. Como resultado de ello, los comandantes del NORAD “permanecieron en la oscuridad sin saber qué debían hacer”.

El informe revela que el único segmento de un sistema de comando hasta entonces infalible que funcionó correctamente fue el situado en la Casa Blanca, donde el vicepresidente Cheney se hallaba al mando aquel día, en estrecho contacto con el CMMNP. ¿Por qué no hizo nada respecto a los dos primeros aviones secuestrados? ¿Por qué el CMMNP, el enlace vital, quedó inutilizado por primera vez en toda su existencia? Kean rechaza de forma ostentosa plantear estas cuestiones. Por supuesto, pudo haberse debido a una extraordinaria serie de coincidencias. O tal vez no. En julio del 2001 un informe de alto secreto preparado para Bush decía lo siguiente: “Creemos [la CIA y el FBI] que en las próximas semanas OBL [Osama Ben Laden] va a lanzar un gran ataque terrorista contra intereses de los USA y/o de Israel. El ataque será espectacular y estará diseñado para causar daños masivos contra instalaciones o intereses estadounidenses. Los preparativos para el ataque se han realizado ya. El ataque se producirá sin previo aviso o con un aviso mínimo”.

La tarde del 11 de septiembre Donald Rumsfeld, tras fracasar en su tarea de actuar contra quienes acababan de atacar a los USA, ordenó a sus colaboradores que pusieran en marcha un ataque contra Irak, a pesar de que no existía ninguna evidencia que incriminara a ese país.

Dieciocho meses más tarde se produjo la invasión de Irak sin mediar provocación y basándose en mentiras que ahora están documentadas. Este crimen de proporciones épicas constituye el mayor escándalo político de nuestro tiempo, el último capítulo de la larga historia del siglo XX de las conquistas occidentales de otros países y de sus recursos. Si permitimos que este acto se normalice, si nos negamos a inquirir y a investigar las agendas ocultas y las secretas estructuras de poder ajenas a todo escrutinio que se hallan insertas en el corazón de los gobiernos “democráticos”, y si permitimos que la gente de Faluya sea aplastada en nuestro nombre, condenaremos nuestra democracia y nuestra humanidad.


Guerra, propaganda, y los medios de comunicación

Mainstream Media
25 de octubre del 2001

"Cuando se declara la guerra, la primera víctima es la verdad." Arthur Ponsonby, diplomático y escritor británico "Un principio familiar a los propagandistas es que la doctrina que ha de ser instilada a los miembros del público a los que se dirige, no debiera ser articulada: podría llevarlos a la reflexión, a la interrogación, y, lo que es muy probable, al ridículo. El procedimiento apropiado es amaestrarlos, presuponiéndolos constantemente, de manera que se conviertan en la condición misma para el discurso." Noam Chomsky
"Es más fácil dominar a alguien si no se da cuenta de que está siendo dominado. Tantos los colonizados como los colonizadores saben que la dominación no se basa solamente en la supremacía física. El control de corazones y mentes es la continuación de la conquista militar. Es el motivo por el cual cualquier imperio que quiera durar tiene que capturar las almas de sus sujetos." – Ignacio Ramonet, "El control del placer", Le Monde Diplomatique, mayo de 2000

"La tarea del periodismo, en realidad, -es controlar el poder y los centros del poder," – Amira Hass, citada por Robert Fisk.

"Pronto el estadista inventará mentiras baratas, culpando a la nación que es atacada, y todos se darán por satisfechos con semejantes falsedades, que alivian la conciencia, y las estudiarán diligentemente, y rehusarán examinar cualquier refutación; y así se convencerán poco a poco de que la guerra es justa, y agradecerán a Dios por lo mejor que duermen después de un tal grotesco proceso de autoengaño." –Mark Twain, El Misterioso Extranjero, 1916, c. 9

"En tiempos de guerra, la verdad es tan preciosa que debiera ser custodiada permanentemente por un guardaespaldas." – Winston Churchill (Primer Ministro británico durante la segunda guerra mundial) Todo conflicto se libra probablemente por lo menos en dos frentes: el de la batalla y el de las mentes de la gente a través de la propaganda. Los "buenos" y los "malos" pueden a menudo ser culpables de desorientar a la gente con sus deformaciones, exageraciones, su subjetividad, inexactitud, e incluso sus mentiras, con el fin de recibir su apoyo. La propaganda puede ser servir para unir a un pueblo tras una causa, pero a menudo a costa de exageraciones, tergiversaciones o incluso mentiras para conquistar ese apoyo.

Los que fomentan la imagen negativa del "enemigo" la refuerzan frecuentemente con retórica sobre la propia integridad; el intento de generar apoyo y alimentar la convicción de que lo que hay que hacer es en función del interés positivo, benéfico de todos. A menudo, los principios utilizados para demonizar al otro, no son utilizados para juzgarse a sí mismos, llevando a acusaciones de doblez e hipocresía.

Como mostrarán los diferentes ejemplos que siguen, las tácticas propagandísticas comunes, utilizadas a menudo por cualquiera de los dos lados incluyen el uso de:
· Historias selectivas para que son comprendidas como generales y objetivas.
· Hechos o contextos históricos parciales.
· Razones tonificantes y motivaciones que propulsen a la acción como reacción ante amenazas a la seguridad del individuo.
· Fuentes limitadas de "expertos" que den perspectivas de la situación. (Por ejemplo, los medios convencionales recurren típicamente a entrevistas con personal militar retirado para muchos temas relacionados con conflictos, o tratan declaraciones de las fuentes oficiales del gobierno como si fueran hechos, en vez de decir que se trata de una sola perspectiva que aún debe ser verificada e investigada.)

· La demonización de un "enemigo" que no se ajusta a la visión de lo que es "correcto".

· A menudo se presentan juicios, mientras que el límite del discurso en sí, o el marco en el que se forman habitualmente las opiniones no se discute. Este enfoque restringido ayuda a servir los intereses de los propagandistas.

Esto es expresado claramente por Johann Galtung, profesor de Estudios de la Paz, en un resumen de Danny Schechter: "El profesor Galtung presentó 12 puntos inquietantes en los que el periodismo se equivoca a menudo cuando discute la violencia. Cada caso lleva implícitos remedios más explícitos,

1. Descontextualizar la violencia: concentrarse en lo irracional, sin considerar las razones para los conflictos sin resolver y la polarización.
2. Dualismo: reducir la cantidad de partes en un conflicto a dos, cuando en realidad a menudo hay más implicadas. Historias que sólo enfocan desarrollos internos a menudo ignoran los que suceden afuera o fuerzas "externas" como ser gobiernos extranjeros y compañías transnacionales.

3. Maniqueísmo: Retratar a un lado como bueno y demonizar al otro como "malo".

4. Apocalipsis: presentar la violencia como inevitable, omitiendo las alternativas.

5. Enfocar sólo actos individuales de violencia evitando las causas estructurales, como pobreza, negligencia del gobierno y la represión militar o policial.

6. Confundir: Enfocando sólo el área del conflicto (por ejemplo el campo de batalla o el lugar de incidentes violentos) sin mostrar las fuerzas y los factores que influencian la violencia.

7. Excluir y omitir a los sufrientes, sin explicar jamás por qué hay actos de venganza y espirales de la violencia.

8. No investigar las causas de la escalada y del impacto de la cobertura mediática en sí.

9. No investigar a los intervencionistas extranjeros, especialmente a las grandes potencias.

10. No investigar las proposiciones de paz ni presentar imágenes de resultados pacíficos.

11. Confundir los alto el fuego y las negociaciones con la auténtica paz.

12. Omitir la reconciliación: los conflictos tienden a reaparecer si no se presta atención a los esfuerzos por sanar las sociedades quebrantadas. Cuando no hay noticias sobre los intentos de solucionar los conflictos, se refuerza el fatalismo. Esto puede ayudar a generar más violencia, cuando la gente no tiene imágenes o información sobre posibles salidas pacíficas y las esperanzas de una mejora."(1)

Los militares manipulan a menudo los medios convencionales, restringiendo la información que se les presenta, y por lo tanto, lo que se dice al público. Eso sucedió durante todo el siglo XX (y todos los anteriores.) Con el tiempo, por lo tanto, la forma en la que los medios cubren los conflictos se degrada en calidad, crítica, y objetividad.
"Ottosen identifica diversas etapas clave de una campaña militar para "ablandar" a la opinión pública a través de los medios de comunicación a fin de preparar una intervención armada. Son:

La etapa preliminar – durante la cual el país respectivo es mostrado en las noticias, presentándolo como una causa de "creciente preocupación" por su pobreza/dictadura/anarquía;

La etapa de justificación – durante la cual se producen grandes noticias para prestar urgencia a la necesidad de una intervención armada a fin de lograr un retorno rápido a la "normalidad"

La etapa de implementación – en la que la centralización y la censura de las informaciones logran el control de la cobertura;

Las secuelas – durante las cuales se muestra que la normalidad está volviendo a la región, antes de volver a retirarla de la agenda noticiosa.

O'Kane apunta que "siempre hay una historia del bebé muerto" y viene en un punto clave de la "Etapa de justificación" –en la forma de una historia cuya evidente urgencia no acepta demoras- específicamente no hay tiempo para una deliberación fría o para negociar proposiciones de paz. Las historias de interés humano son ideales para engendrar esta atmósfera.(2)

"Una dificultad es que los medios tienen poca o ninguna memoria. Los corresponsales de guerra tienen vidas activas breves y no hay una tradición o los medios para legar sus conocimientos y experiencia. Los militares, por otra parte, forman una institución y continúan eternamente. Los militares aprendieron mucho de Vietnam y en estos días planifican su estrategia mediática con la misma atención que su estrategia militar."(3)

El uso de palabras es parte integral de las técnicas de propaganda. Aarón Delwiche, en la Escuela de Comunicaciones en la Universidad de Washington, tiene una sección on-line que discute la propaganda. Como se menciona en ella, se creó, en 1937 en Estados Unidos,, el Instituto de Análisis de la Propaganda para educar al público estadounidense sobre la amplia naturaleza de la propaganda política. Formado por periodistas y científicos sociales, el instituto publicó numerosos trabajos. Uno de los temas principales que formaba parte de su trabajo era la definición de siete recursos básicos de propaganda. Aunque hubo una crítica adecuada de la simplificación de semejantes clasificaciones, son descritos comúnmente en muchas conferencias universitarias sobre análisis de la propaganda, como señala también Delwiche. Delwiche aumenta la clasificación (y agrega un par de clasificaciones adicionales) como sigue:

Juegos de palabras
· Insultos (etiquetaje de gente, grupos, instituciones, etc., de una manera negativa)
· Generalidades deslumbrantes (etiquetaje de gente, grupos, instituciones, etc., de una manera positiva)
· Eufemismos (palabras que pacifican a la audiencia con significados y connotaciones anodinas)


Conexiones falsas
· Transferencias (Utilizar los símbolos y la imaginería de instituciones positivas, etc., para fortalecer la aceptación)
· Testimonios (Citar a individuos no calificados para reforzar los argumentos presentados)


Atractivos especiales
· Gente corriente (Los dirigentes llaman a los ciudadanos corrientes a que hagan cosas "corrientes")
· La feria (El argumento de que "todos lo hacen")
· Miedo (Acentuar, explotar, o aumentar los temores de la gente para obtener opiniones y acciones de apoyo)


Un ejemplo vívido de un semejante uso de las palabras es visto igualmente en la siguiente cita:

Ya que la guerra es particularmente desagradable, el discurso militar está repleto de eufemismos. En los años 40, EE.UU. cambió el nombre de su Departamento de Guerra a Departamento de Defensa. Bajo la administración Reagan, el Misil MX fue rebautizado "El mantenedor de la paz". Durante la guerra, las víctimas civiles son calificadas de "daño colateral", y la palabra "liquidación" es utilizada como un sinónimo de "asesinato".(4)

Pero el tema de la propaganda puede ir más allá de la simple influencia militar y no se limita simplemente a los temas relacionados con lo militar, sino que con la identificación de la nación propiamente tal:
"Cuando hay poca o ninguna disensión de la elite respecto a la política de un gobierno, todavía puede haber algún desliz en los medios convencionales, y los hechos pueden tender a debilitar la línea gubernamental... Hace tiempo que argumentamos que la "naturalidad" de los procesos [de presionar indirectamente a los medios de comunicación para que se ajusten aún más tenazmente a las hipótesis propagandísticas de la política estatal], permitiendo que se hable de hechos inconvenientes en pequeñas cantidades y dentro del marco adecuado de las hipótesis, excluyendo virtualmente la disensión fundamental de los medios de masas (pero permitiendo una prensa marginada), logra establecer un sistema de propaganda que es mucho más creíble y efectivo en la presentación de una agenda patriótica que aquel que hace uso de una censura oficial.

Es mucho más difícil ver un sistema de propaganda en función cuando los medios son privados y no existe una censura formal. Esto es especialmente cierto cuando los medios compiten activamente, atacan y denuncian periódicamente los desaciertos corporativos o gubernamentales, y se presenten agresivamente como los portavoces de la libertad de expresión y de los intereses de la comunidad en general. Lo que no es evidente (y sigue sin ser discutido en los medios) es la naturaleza limitada de semejantes críticas, así como la inmensa desigualdad en la disponibilidad de recursos, y su efecto tanto en el acceso a un sistema privado de medios de comunicación y en su conducta y desempeño." (Énfasis agregado)(5)

Entonces, en los conflictos militares, la cobertura presenta un dilema interesante para algunos, por un lado los militares desean presentar varios aspectos que apoyarían una campaña, mientras por otra parte, se supone que un periodista sea crítico y no esté necesariamente dispuesto a hacer lo que se le dice. Eso lo resume bien Jane Kirtley, profesora de Ética y Derecho Mediático:
Poco después del fin de la guerra civil estadounidense, el periodista F. Colburn Adams escribió, "El historiador futuro de la pasada guerra tendrá [una] tarea muy difícil por delante... separar la verdad de las falsedades tal como aparecen en los archivos oficiales."

Igual como el axioma tan frecuentemente repetido que la verdad es la primera víctima de la guerra, la observación de Adams resume sucintamente el quid del conflicto entre los militares y los medios de información. La misión de los militares es combatir, y vencer, sea cual fuere el conflicto que se presente – de preferencia en el campo de batalla, pero ciertamente en la opinión pública y en los libros de historia. El periodista, por otro lado, es un escéptico, si no un cínico, y quiere buscar, encontrar, y expresar la verdad – una misión que ambas partes ven a menudo como incompatible con una guerra exitosa que depende del secreto y del engaño, así como de estrategias, tácticas, armamentos y personal superiores.(6)

Por lo tanto, los militares han tratado, durante todos los conflictos recientes, por todos los medios, de controlar los medios de comunicación utilizando medios sutiles, sea organizando conferencias de medios y ruedas de prensa diarias, o dando acceso a las zonas en conflicto, etcétera.

A menudo, y especialmente cuando cubren conflictos, las organizaciones mediáticas, son coaccionadas por los gobiernos, los militares, la presión de las corporaciones, los intereses económicos, etc. A veces, sin embargo, los medios están más que dispuestos a hacer lo que podría ser descrito como autocensura, tal como se destaca vívidamente a continuación:
"Vivimos en un mundo sucio y peligroso. Hay algunas cosas que el público en general no necesita saber y no debiera saber. Creo que la democracia florece cuando el gobierno puede tomar pasos legítimos para proteger sus secretos y cuando la prensa puede decidir si imprime lo que sabe."(7)

El corolario es que es importante tener en cuenta semejantes elementos de propaganda cuando vemos la cobertura en los medios de conflictos o incluso otros tema, independientemente de la respectiva organización mediática o de su supuesta reputación.

Los medios y la crisis de Kosovo

Los bombardeos de la OTAN en Serbia, que comenzaron el 24 de marzo de 1999, fueron acompañados por los medios con una falta de objetividad y una gran parcialidad, sin consideración de las posibles alternativas.

Según Media Advisory "ha aparecido nueva evidencia confirmando que EE.UU. se llevó deliberadamente al fracaso las conversaciones de paz de Rambouillet en Francia, a fin de crear un "detonador" para el bombardeo de Yugoslavia por la OTAN". Esto trajo graves ramificaciones – yendo desde el papel de los medios a las intenciones de la OTAN.

Un alto funcionario del departamento de estado de EE.UU. admitió que EE.UU. "elevó la barra a una altura inalcanzable" para los serbios, creando la supuesta necesidad de bombardearlos, lo que fue ignorado por los medios oficiales.

De todas las fosas comunes y otros sitios de matanzas con los que los medios occidentales generaron apoyo para la campaña de la OTAN, ni una sola fue encontrada en las investigaciones posteriores por varias instituciones occidentales...

También es notable que la OTAN terminó por firmar un tratado de paz que es casi idéntico con el que fuera propuesto antes del comienzo de los bombardeos, a pesar del elevado costo en vidas humanas y en la ecología. En realidad, tanto la OTAN como Milosevic hicieron concesiones en algunos aspectos contenidos en el acuerdo original de Rambouillet (sin querer decir que el acuerdo de Rambouillet haya sido muy justo, pero demuestra que hasta algunas de esas exigencias desaparecieron.) Incluso los albaneses étnicos perdieron, ya que la última iniciativa y resolución de paz ni siquiera mencionan la Autonomía de Kosovo que era sugerida por el acuerdo de Rambouillet... Una vez más, los medios convencionales, no lo han analizado seriamente – hasta ahora.

Los medios y Vietnam

Hablando de deformaciones por los medios, y de información inexacta, en 1998 se hizo mucho escándalo porque CNN tuvo que retractarse de un artículo sobre el uso militar de gas Sarín en la guerra de Vietnam. Sin embargo, como sugiere el siguiente artículo por Jeff Cohen y Norman Solomon, [http://www.fair.org/extra/9808/tailwind.html], parece que una gran parte de las informaciones durante esa guerra eran inventadas.

"Tailwind (viento de cola) de CNN y las retractaciones selectivas de los medios

La reciente retractación de CNN de su información "Valle de la Muerte" podría sugerir que el periodismo estadounidense mantiene elevados estándares en la información relacionada con aspectos militares o de inteligencia – y que se rectifica cuando no cumple con esos estándares.

En julio, CNN, (y su hermano corporativo Time) se retractaron de artículos indicando que las fuerzas especiales de EE.UU., operando ilegalmente en Laos en 1970, habían utilizado el gas letal Sarín como parte de la "Operación Tailwind" que se dirigía contra desertores estadounidenses.

Basándose en meses de investigación y en entrevistas realizadas sobre todo por la productora de CNN, April Oliver, junto con el productor ejecutivo Jack Smith (con el corresponsal Peter Arnett, utilizado sobre todo por su atractivo como estrella y para un mejor "marketing"), los informes contenían comentarios en directo, públicos, de varios participantes en Tailwind indicando que se utilizó el gas letal Sarín y que murieron desertores estadounidenses. (CNN Newsstand, 7/6/98; véase también CNN Talkback Live, 8/6/98). Pero la presentación de la evidencia por CNN fue estropeada por tratar de hacer demasiado –dedicando insuficiente tiempo a veteranos de Tailwind y a expertos que ponían en duda la conclusión de que se había usado Sarín.

Los productores Oliver y Smith habían defendido su trabajo señalando que su informe habría necesitado una hora para hacer una presentación completa, matizada, (los superiores de CNN se negaron, según Oliver, diciendo que la red "ya no estaba en el negocio de presentar documentales"), y que incluso su informe de 18 minutos había incluido escépticos, y que fueron los ejecutivos superiores de CNN los que eliminaron en la redacción final un comentario de un piloto de Tailwind de que se había lanzado gas lacrimógeno y no gas Sarín.

Poco después de que se emitiera el informe, la dirección de CNN comenzó a replegarse ante la inmensa presión – primero del establishment militar, incluyendo a Henry Kissinger, Colin Powell, y al antiguo jefe de la CIA Richard Helms, y luego de un establishment mediático más inclinado a unirse alrededor de los militares que a explorar la guerra secreta del gobierno de EE.UU. en Laos. Mientras la dirección de CNN procedía a silenciar a los productores durante varias semanas, la "discusión" en los medios pasó por alto la evidencia de periodistas y de veteranos de Vietnam de que los desertores estadounidenses habían ciertamente sido atacados durante la guerra de Vietnam. Incluso el comentario, hecho por el antiguo secretario de defensa, Melvin Laird (Associated Press, 9/6/98) que EE.UU. había enviado gas Sarín a Vietnam en 1967, fue rápidamente olvidado.

Según Oliver, el presidente de CNN, Rick Kaplan, declaró a un grupo de productores que el aluvión de críticas "no había sido un problema periodístico, sino de relaciones públicas." (April Oliver, Washington Post op-ed,12/7/98) Sea como sea, CNN lo solucionó contratando al abogado Floyd Abrams para que realizara una investigación (junto con el vicepresidente ejecutivo de CNN y consejero general David Kohler), pasando luego a retractarse y a despedir a Oliver y Smith. (Arnett, más taquillero, se salvó después de insistir en que sólo les había prestado su nombre y su cara para reportajes por los que no tenía ninguna responsabilidad.)"

[Nota del Traductor: Peter Arnett, fue finalmente despedido por CNN. Según April Oliver CNN no lo despidió antes para evitar el escándalo. Esperaban el momento propicio para evadir la conmoción. Eso porque Arnett era una personalidad destacada.

Su despido –según Oliver- fue resultado directo de la presión del Pentágono. Perry Smith (un general de visión retirado y antiguo consultor de CNN que renunció en protesta por el informe Tailwind) informó al Wall Street Journal en julio de 1998 que CNN no recibiría más cooperación del Pentágono a menos que despidiera a Arnett.

Oliver subrayó que "los militares y los grupos de veteranos no sólo determinan lo que cubre CNN, sino quién lo hace. Dice que es alarmante que los militares tuvieran derecho a veto en la política de empleo de las redes. El mensaje es: pórtate bien o estás acabado. Sobre todo, no te metas en asuntos de seguridad nacional. Da miedo..."]

Sería un gran error, desde luego, si se asumiera que los medios principales se retractan rutinariamente ante informaciones problemáticas. CNN y otros medios de comunicación circularon patrañas pro-Pentágono durante la Guerra del Golfo, tales como las falsas historias sobre los grandes éxitos del misil Patriota, pero es difícil encontrar alguna retractación de importancia.

¿Dónde están las retractaciones de otra historia que afirmaba que se utilizaban armas químicas en el Sudeste Asiático –numerosas noticias en los medios convencionales que pretendían que los vietnamitas y los soviéticos estaban utilizando toxinas conocidas como "lluvia amarilla", que fueron más tarde identificadas por los científicos como excrementos de abejas?

En los años 80, varios medios difundieron el rumor falso de que había agentes soviéticos / búlgaros tras el atentado contra el Papa en 1981. ¿Por qué no se retractaron esos medios cuando la evidencia se evaporó –incluyendo el New York Times, que utilizó a la traficante de supercherías conspirativas, Claire Sterling, para presentar informes de primera página?

Si nadie en los corredores del poder de EE.UU. levanta la voz, falta en general la presión suficiente para una corrección, aún menos para una retractación. Al contrario, los funcionarios estadounidenses aprecian una historia –por falsa que sea—si contribuye a sus intenciones.

A propósito: El 5 de agosto de 1964, los medios noticiosos estadounidenses informaron que las fuerzas de Vietnam del Norte –por segunda vez en tres días- habían lanzado ataques no provocados contra barcos de EE.UU. en el golfo de Tonkín. Pero el ataque de Vietnam del Norte del 2 de agosto no fue "no provocado". Y el "segundo ataque" nunca tuvo lugar.

En todo EE.UU., las primeras planas presentaron falsedades como hechos. El New York Times (8/5/64) proclamó que el gobierno de EE.UU. estaba tomando represalias "después de repetidos ataques contra destructores estadounidenses en el golfo de Tonkín." El titular del Washington Post (8/5/64) tipificó el sesgo nacional: "Aviones estadounidenses atacan a Vietnam del Norte después de un segundo ataque contra nuestros destructores; acción adoptada para impedir una nueva agresión."

Dos días más tarde, la Resolución del Golfo de Tonkín –lo más parecido a una declaración de guerra que jamás hubo contra Vietnam del Norte— obtuvo la aprobación casi unánime del congreso.

Consultamos a varios empleados del Washington Post acaso su periódico se había retractado en alguna ocasión de los reportajes sobre el golfo de Tonkín. "Puedo asegurarles que jamás hubo una retractación," dijo Murrey Marder, un reportero que escribió gran parte de la cobertura del Post sobre los eventos de agosto de 1964 en Tonkín.

Marder recuerda haberse fijado en que la marina de Vietnam del Sur, respaldada por EE.UU., había estado bombardeando las islas costeras de Vietnam del Norte justo antes de los ataques "no provocados" de Vietnam del Norte contra los barcos de EE.UU. en el golfo de Tonkín. Pero la máquina de propaganda del Pentágono estaba acelerando: "Antes de que pudiera hacer algo como reportero, el Washington Post había apoyado la Resolución de Tonkín."

El antiguo reportero del Post comentó: "Si la prensa estadounidense hubiera estado haciendo su trabajo correctamente y el Congreso hubiera hecho lo mismo, no nos hubiéramos implicado en la guerra de Vietnam."

En lo que respecta a los eventos en el golfo de Tonkín, Marder dijo, "Si uno se fuera a retractar, debiera retractarse prácticamente de toda la cobertura de la guerra de Vietnam."

Es el tipo de retractación que nos gustaría ver."

... La siguiente cita, de Ignacio Ramonet en Le Monde Diplomatique, contiene un contundente ejemplo de temas que han sido frecuentemente evitados por los medios oficiales:
"La impresionante película Winter Soldier (Soldado de invierno) fue un llamado a la desobediencia. Se trata de un documental colectivo donde veteranos de la guerra relatan las atrocidades que ellos mismos cometieron en Vietnam, "en nombre de la civilización occidental". De todos los documentales que se realizaron contra la guerra de Vietnam, este fue, sin dudas, el que tuvo mayor impacto en la opinión pública.

A su regreso de la guerra, jóvenes "veteranos" (de entre 20 y 27 años) toman conciencia de haber participado en una carnicería y de que -a raíz del condicionamiento sufrido- han sido deshumanizados y reducidos a la condición de "Terminators" criminales. Comprenden entonces que la guerra de Vietnam no tendrá jamás su Tribunal penal internacional, que los verdaderos responsables políticos y militares de las masacres, de la lluvia de napalm, de los bombardeos aéreos contra civiles, de las ejecuciones masivas en los presidios, y de los desastres ecológicos provocados por el uso generalizado de defoliantes, nunca serán juzgados por una corte marcial ni condenados por crímenes contra la humanidad.

Esa evidencia se les hace insoportable; por lo tanto, para aportar un contra-testimonio a las mentiras difundidas por los medios, ciento veinticinco veteranos, que no son ni desobedientes ni desertores, muchos de ellos cubiertos de condecoraciones, se reúnen en Detroit en febrero de 1971. Cineastas neoyorquinos deciden filmar ese acontecimiento -que los medios oficiales boicotean- y así registran treinta y seis horas de película, cuya síntesis será Winter Soldier.

Allí se puede ver a esos ex soldados - otrora orgullosos de haber combatido por su patria- explicar el lavado de cerebro sufrido previamente en los campos de entrenamiento, donde les enseñaban a amordazar su conciencia moral y a liberar sus instintos agresivos. Cuentan las atrocidades que cometieron luego de haber sido robotizados: las violaciones, las torturas, los incendios de poblados, las ejecuciones sumarias, el uso de niños para practicar tiro al blanco, el intercambio de las orejas de los vietnamitas (vivos o muertos) por latas de cerveza, el lanzamiento de prisioneros desde helicópteros, etc.

Evocan el catálogo de las consignas de guerra: "Todo vietnamita vivo es sospechoso de ser del vietcong; todo vietnamita muerto es un auténtico vietcong"; "Si un campesino escapa ante vuestra presencia, es un vietcong; si no escapa, es un vietcong inteligente; en ambos casos hay que eliminarlo"; "Cuenten los prisioneros únicamente después que el helicóptero llegue a destino, no al despegar; así no tendrán que rendir cuentas por los que hubieren desaparecido en vuelo", etc.

Winter Soldier pone en evidencia la profundidad del traumatismo provocado en Estados Unidos por el conflicto vietnamita, y subraya el desconcierto moral de la juventud que participó en esa guerra.

Posteriormente, en Hearts and Minds (Corazones y mentes, 1973), el director Peter Davis se interrogó sobre las características culturales estadounidenses que -más allá de consideraciones políticas-habían podido favorecer la extensión irracional del conflicto, hasta darle -por la cantidad y la gravedad de las atrocidades cometidas- dimensiones de un crimen contra la humanidad.

En primer lugar, el director procede a rastrear las redes de mentiras, de afirmaciones y de fobias, que paulatinamente aprisionaron a Estados Unidos en la lógica de la intervención.

Abiertamente interrogados, ciertos dirigentes exponen pretextos geopolíticos absurdos: "Si perdemos Indochina, perdemos el Pacífico, y seremos una isla en un mar comunista". Otros ven en la intervención una manera de conservar el acceso a materias primas indispensables: "Si cayera Indochina, dejarían de llegarnos el estaño y el tungsteno de la península de Malaca". Por último, más ideológicos, otros afirman que Estados Unidos interviene "para socorrer a un país víctima de una agresión extranjera".(8)

Los medios e Irak

Incluso durante la Guerra del Golfo de 1991, EE.UU. había impuesto el control militar sobre la información, lo que significaba que la información en los medios de comunicación no mostraría un cuadro completo.

La aserción más frecuente de que hubo muy pocas víctimas llevó a afirmar que se había librado con éxito una guerra de nuevo tipo. Pero casi nunca se aclaró que fueron muertos más de 200.000 iraquíes, casi la mitad de ellos civiles. Cuando el "enemigo" u otras naciones, matan de una vez a 30 o 50 personas, el hecho es descrito corrientemente como una matanza por las mismas empresas mediáticas.

Como un ejemplo de manipulación de los medios, publicamos la siguiente cita sobre el periodista y la información sobre la paz y los conflictos:
"Las tácticas [típicas] de "justificación" [utilizadas] por los que favorecen la intervención militar... [incluyendo casos como cuando] en 1990 se presentaron informes totalmente falsos, pretendiendo que soldados iraquíes estaban asesinando bebés en Kuwait City, apagando las incubadoras en los hospitales, difundidos por la firma de relaciones públicas Washington Hill and Knowlton. Maggie O'Kane (cuya investigación de la manipulación de los medios antes y durante la Guerra del Golfo de 1991 ganó el premio Cameron al ser publicada por el Guardian y que fue emitida por el Canal 4 de Gran Bretaña), describió su reunión con enfermeras del hospital, desconcertadas por semejantes historias.

Resultó que la fuente de la información había sido la hija de quince años del embajador kuwaití en Washington, que fue presentada al congreso estadounidense como enfermera pero que, en realidad, no había estado en Kuwait durante años. Como dice O'Kane:"Siempre hay una historia de bebés muertos." El efecto es demonizar al enemigo y crear un sentido de urgencia que no deja tiempo para la diplomacia."(9)

Esto de ninguna manera significa que el régimen iraquí sea totalmente inocente de todas las acusaciones. Sólo pone en perspectiva la irresponsabilidad de algunas informaciones occidentales y el proceso de propaganda del que también forman parte los medios occidentales.

(Y es un ejemplo de la influencia misma de los medios, el que haya que defender la necesidad de refutar un hecho presentado sobre el "enemigo". La conclusión automática de los medios de comunicación convencionales ha sido que el que los critica tiene que ser "uno de ellos". Es un punto de vista intolerante que no permite la diversificación del discurso. La famosa cita de Dom Helder Camara describe muy bien este hecho: "Cuando doy alimentos a los pobres, me llaman un santo. Cuando pregunto por qué los pobres no tienen alimentos, me llaman comunista.")

Los medios y Ruanda

Durante el horrendo genocidio en Ruanda, los medios jugaron un papel importante apoyándolo, o en creando de una atmósfera propicia a la tolerancia del terrible sufrimiento humano que tuvo lugar a continuación. Un informe detallado de Human Rights Watch describe cómo fue ejecutada la campaña de asesinatos, utilizando testimonios orales y documentación de una amplia variedad de fuentes. Explica cómo lo que sucedió fue planificado de largo y cómo la comunidad internacional sabía lo que estaba sucediendo y a pesar de ello lo ignoró, incluso cuando estaba presente durante los sistemáticos asesinatos.

Por lo menos 500.000 personas fueron asesinadas en el genocidio ruandés, probablemente tres cuartos de la población tutsi. Al mismo tiempo, miles de hutus fueron muertos porque se oponían a la campaña de asesinatos y a las fuerzas que la dirigían.

Los medios y la crisis de Timor Oriental

La información de los medios convencionales sobre la crisis de Timor Oriental ha omitido muchas de las causas fundamentales. Los grupos mediáticos en naciones (como EE.UU., Gran Bretaña y Australia) que apoyaron a Indonesia (que respalda a los paramilitares que desataron una ola de matanzas a partir de la votación de fines de agosto de 1999 que resultó en un voto abrumador a favor de la independencia), no informaron sobre el prolongado apoyo de sus países, para evitar la responsabilidad.

La propaganda y los fabricantes de armamentos

Cuando los principales empresarios militares (de defensa) poseen o influencian grandes canales de televisión en EE.UU., es difícil producir informes y documentales que critiquen temas relacionados con los militares. Pero alianzas de ese tipo fomentan las políticas de los militares.

Semejante propaganda es irresponsable. Involucra a numerosas industrias, utilizando la política y su poderío para convencer al pueblo de una nación de que una amenaza militar es más real de lo que es en realidad. Semejantes estrategias, si tienen éxito, pueden llevar a que el público exija o acepte un aumento en los gastos y los presupuestos militares (que financiamos con nuestros impuestos) mientras problemas reales como la salud y la educación son ignorados o descuidados. La gente, que eventualmente se beneficia de esta "seguridad incrementada", no es el público en general, sino las corporaciones que comercian con armas y los traficantes de armas propiamente tales, que ganan inmensas comisiones.

Conflictos ignorados por los medios convencionales

Mientras los medios de comunicación convencionales se concentraban en el conflicto de Kosovo a principios de 1999, otros como la guerra en la República Democrática de Congo, que simultáneamente hizo estragos durante más de seis meses, apenas recibieron alguna mención incluso durante los llamados más tenaces por la paz.

De hecho, se estima que hay más de 9,5 millones de refugiados en África. Mientras se desarrollaba la crisis de Kosovo se estima que había unos 7,3 millones de refugiados y muchos más desplazados internamente en los diferentes países africanos. Pero en esa época la mayor parte del esfuerzo y la ayuda internacionales se dirigía a los refugiados de Kosovo. Desde luego Kosovo necesitaba ayuda, ¿pero no tienen importancia asimismo las vidas de africanos? ¿Y sus sufrimientos y las injusticias cometidas? Por ejemplo, de los 1,2 millones que se estima fueron desplazados por el conflicto en Angola, unos 750.000 son refugiados desde que comenzó la guerra en abril de 1999. Los riesgos de desnutrición son reales porque los alimentos son inaccesibles. La difícil situación de los países africanos en crisis no ha sido cubierta por los medios convencionales en ninguna proporción con la forma en que informaron sobre Kosovo. Si lo hubieran hecho, el público probablemente hubiera ejercido el mismo tipo de presión sobre sus gobiernos para que ayudaran a la gente sufriente en África, como aquella hecha por los ciudadanos corrientes, esenciales en el suministro de ayuda [humanitaria] a Kosovo.

Los medios convencionales también ignoraron las guerras civiles en Sierra Leona y en la vecina Guinea, donde hay más de 350.000 refugiados. De estos, 100.000 confrontan amenazas directas de violencia.

La cobertura de otros conflictos

Es interesante notar cómo las reacciones y las emociones de la gente en las naciones de la OTAN han sido afectadas por las imágenes mediáticas de la crisis en Kosovo; cómo, durante la guerra del Golfo, las imágenes en los medios de comunicación mostrando las misiones militares y los ataques aéreos llevaron a un apoyo tan abrumador de los ataques por parte del público en Gran Bretaña y EE.UU. Como hemos mencionado, la representación mediática de esos conflictos fue parcial y los medios lograron generar apoyo en lugar de considerar las políticas de las naciones implicadas de una manera objetiva y crítica.

Hay que preguntarse si en caso de que se suministrara información objetiva en los medios de comunicación sobre países como Turquía, Indonesia, la República Democrática del Congo, Angola, Israel, Guatemala, Colombia y otras naciones, se podría llegar a afectar las opiniones y actitudes de la gente, especialmente porque en muchos de esos casos, países como EE.UU. han apoyado habitualmente a regímenes bestiales. Pero, considerando los intereses de los propietarios de los medios convencionales, es poco probable que pueda haber una información equilibrada.

En realidad, aunque en este material, no me he extendido en realidad sobre las políticas exteriores y las intervenciones militares de EE.UU., en todo el detalle que habría deseado, la siguiente cita de Noam Chomsky hablando de las intervenciones humanitarias, ya en 1984, es una mirada muy crítica sobre cómo las sociedades son llevadas a sistemas de creencias que toleran que se originen diferentes acciones:
"En una sociedad bien indoctrinada con sistemas muy efectivos de control del pensamiento, la gente realmente cree esa clase de contrasentidos [comentando sobre la propaganda rusa cuando invadió Checoslovaquia y Afganistán, diciendo que lo hacían para defenderse del militarismo estadounidenses y alemán occidental, y cómo la propaganda estadounidense puede pretender cosas similares.] EE.UU. es una de las sociedades más indoctrinadas en el mundo y, consecuentemente, ese contrasentido ridículo es creído. Por ejemplo, cuando EE.UU. invadió Granada, la gente llegó a discutir seriamente que Granada podría constituir una amenaza militar para EE.UU. Y fue discutido como si fuera una afirmación seria, no humor negro. Y ahora mismo, por ejemplo, se habla de una agresión auspiciada por los rusos en Nicaragua y El Salvador. Que los rusos no estén allí es irrelevante, porque se trata de teología, no de un discurso racional. En la teología los hechos son irrelevantes. Este sistema teológico es aceptado por las clases políticas prácticamente sin excepción, aunque argumentan un poco al respecto –tal vez la amenaza rusa ha sido exagerada- El hecho de que estamos hablando de agresión y de terrorismo estadounidenses no se comprende casi nunca."(10)


Desde internet contra la guerra
Un repaso al panorama virtual a favor de la paz

Pascual Serrano
Rebelión
10 de marzo del 2003

Mucho se ha hablado, y escrito, sobre el papel de internet en las movilizaciones antiglobalización, su poder y sus limitaciones. Ahora, en el movimiento mundial contra el guerra, vuelve a jugar un papel fundamental internet y las redes de colectivos que lo utilizan para la información y la movilización.

Encuestas, campañas de envíos de firmas, sofisticados ficheros ejecutables http://www.marcianos.net/unclefucker.php, foros de debate y, por supuesto, toda la información y análisis de la crisis desde una perspectiva alternativa, libre de los condicionantes e intereses. Se trata de un movimiento ciudadano libre del control mediático que ya definitivamente ha renunciado a "informarse" por los medios de comunicación convencionales, convencidos de sus intereses y que apuesta por formarse una opinión y movilizarse mediante el uso de la red.

Para hacernos una idea cuantitativa del movimiento por internet, según señala Jenaro Villamil en La Jornada de México, la Casa Blanca y el Senado estadounidense recibieron 250.000 correos electrónicos en un solo día, el 26 de febrero en la primera gran "marcha virtual" contra el gobierno de George Bush organizada por www.moveon.org y por www.winwithoutwar.com, ambas en inglés. La primera de ellas tiene ahora una campaña de envío de mensajes a los miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Entre las acciones más sugerentes y originales está la creación de una webcam en Iraq www.webcaminiraq.org. Se trata de instalar una cámara web en una de las calles más concurridas de Bagdad. La webcam debe grabar sin pausa, las 24 horas del día, lo que sucede en esa calle. Nadie moverá la cámara de lugar. Debe ser un testigo objetivo y silencioso, y mostrar a los iraquíes en su vida cotidiana, de modo que no se podrán organizar actos especiales de ningún tipo. La fuerza de este proyecto radica en que nadie se interponga entre los habitantes de Iraq y los del resto del mundo, ni administraciones ni medios de comunicación. Las imágenes filmadas por la webcam podrán verse en una página web durante las 24 horas del día y en las fachadas de algunos de los edificios más importantes del mundo gracias a un proyector que reproducirá la página web como si se tratase de un cine al aire libre. Para hacernos una idea, la imagen será muy similar a la ofrecida en la película "Cinema Paradiso" cuando el proyector enfoca las paredes de la plaza. La proyección sobre espacios urbanos será coordinada por todos aquellos grupos de artistas y organizaciones no gubernamentales que en cualquier parte del mundo deseen adherirse a esta acción pacifista. Proyectar una página web en una pantalla es muy sencillo. El objetivo es que las proyecciones se multipliquen al máximo y logren el impacto deseado al ser simultáneas y vistas por todo tipo de gentes. Por ello, la idea es que las proyecciones no se interrumpan hasta que desaparezca la amenaza contra el pueblo iraquí.

Con este proyecto se pretende que no vuelve a suceder lo que ocurrió en la pasada guerra del Golfo donde el conflicto fue mostrado a la opinión pública de todo el mundo como una guerra espectáculo que llenó las pantallas de los televisores de luces de colores como si se tratase de fuegos artificiales, de batallas de videojuego. Los muertos nunca aparecían en los telediarios. Con el proyecto webcam en Iraq el sufrimiento y el drama del pueblo iraquí será llevado a nuestras ciudades a nuestras conciencias. Por una vez, la cámara, el Gran Hermano, servirá para controlar que nadie bombardea a esas gentes, porque al fin tendrán cara y ojos. Cuando les conozcan nadie podrá llamarles "daños colaterales", sino sencillamente seres humanos amenazados por una maquinaria de guerra que no atiende a razones.

Los artistas también han recurrido a internet para su movilización contra la guerra. Villamil nos recuerda en el diario La Jornada que en internet se pusieron las conferencias de cantantes contra la guerra como Lou Reed o David Byrne o la presentación simultánea y global de la obra de teatro Lisístrata, en la cual participaron cientos de actores de 390 ciudades de 36 países distintos. Un proyecto promocionado en sitios como www.unitedforpeace.org y concebido originalmente por los actores neoyorquinos Kathryn Blume y Sharron Bower, quienes planearon esta celebración global como una experiencia de enseñanza antibélica. La comedia de Aristófanes es promovida como una de las grandes obras clásicas antiguerra de la cultura occidental. En el sitio www.pecosdesign.com y el www.lysistrataproject.com , ambas en inglés, se encuentra más información sobre las redes de los ciberartistas contra una acción armada en Irak. En España es de destacar la iniciativa de la Plataforma Cultura contra la Guerra con su campaña de recogida de firmas "Millones de voces con nuestra firma decimos ¡¡ No a la guerra !!" http://www.culturacontralaguerra.org/. Se trata de una campaña de recogida de firmas no por internet sino en papel, sin embargo internet ha sido fundamental para distribuir por email o poner a disposición de los internautas los impresos en formato pdf. También es de destacar la iniciativa puesta en marcha por algunos colabores de El País, encabezada por Forges, que se puede encontrar en http://www.manueltalens.com/ultima_hora/26porlapaz.htm

Pero probablemente la campaña de firmas para internet que ha tenido más apoyos en nuestro país es la convocada por las cuatro principales ONG´s: Amnistía Internacional, Greenpeace, Intermon Oxfam y Médicos sin Fronteras desde http://www.antelaguerraactua.org/. En el momento de elaborar este reportaje habían firmado 168.853 personas.

Organizaciones políticas como Izquierda Unida también se ha servido de internet para campañas de recogida de firmas, en esta ocasión para pedir al presidente José María Aznar un referéndum sobre la implicación de España en la guerra. Esta campaña fue recogida por Rebelión www.rebelion.org/protesta.php/, quien en una semana superó las cuatro mil firmas al presidente.

La red también ha proporcionado encuestas reveladoras. Por ejemplo de la revista Time, donde a la pregunta de ¿qué país presenta realmente la mayor amenaza para la paz mundial en 2003? http://www.time.com/time/europe/gdml/peace2003.html, entre la opción EEUU, Corea del Norte o Iraq, el 85 % de los lectores señalaba que EEUU (ver http://www.rebelion.org/imperio/pascual140203.htm). También es de destacar otra encuesta de la presidencia de la Unión Europea, ya retirada, en la que mediante un cuestionario de once preguntas al que respondieron casi 50.000 europeos se revela, entre otras muchas cosas, que un 50 % de los encuestados se inclinan por valorar como muy desfavorable el papel de Estados Unidos, frente a un 23'4 % que considera lo mismo a Iraq. Esa misma encuesta señala que el 82´6 % considera que su "país debería utilizar los medios diplomáticos en lugar de la fuerza militar".

En cuanto a proporcionar información, la mayoría de los medios de comunicación alternativos han puesto en marcha especiales sobre la guerra. Es el caso del periódico Rebelión, http://www.rebelion.org/imperio.htm, el servidor Nodo 50 http://www.nodo50.org/paremoslaguerra/ o ATTAC Madrid Campaña Paremos la guerra contra Iraq http://www.attacmadrid.org/indicedin/indicedin.php?p=53. En Latinoamérica destaca el especial de la agencia Alai, América Latina en Movimiento en http://www.alainet.org/paz.phtml.

Otros medios han jugado un papel fundamental debido a su especialización previa en el tema. Es el caso del Comité de Solidaridad con la Causa Arabe http://www.nodo50.org/csca/ .

Existen webs cuya mecánica es editar los artículos y textos que envían sus lectores. Es el caso de Sodepaz http://www.sodepaz.org/ o Indymedia: http://madrid.indymedia.org/ o http://barcelona.indymedia.org/, entre otras muchas.

Gracias a estas páginas internet ya ha consagrado a intelectuales a nivel internacional que estaban siendo marginados en sus países de origen, sobretodo en Estados Unidos, como James Petras o Noam Chomsky. Es espectacular como las traducciones al castellano de muchos de esos intelectuales se ponen a disposición del público en internet antes de que reaccionen los grandes medios de comunicación publicándolos. Es el caso de los dos anteriores pero también de Naomi Klein, Robert Fisk o Edward Said. Es más, algunos manejamos la teoría de que no es que los medios tradicionales sean más lentos para editar sus artículos, es que se ven obligados ante el éxito de esas firmas entre los lectores demostrada en la red.

Sin embargo, no debemos dejarnos llevar por la falsa sensación de una rebelión popular sentados en nuestra mesa de despacho frente a un ordenador. Internet no podrá ser otra cosa que un medio de compartir información, coordinar acciones y, si se quiere, orquestar alguna campaña de protesta virtual. Por mucho que nos pese, siguen siendo las instituciones, la calle, los centros de estudio y trabajo, la huelga y las acciones directas los métodos y la primera línea de batalla en este combate. Tan necio es negar el papel de internet como soñar con una revolución a golpe de teclado.

http://www.pascualserrano.net/