Espiral del silencio
La Espiral del silencio es una teoría de ciencias políticas y comunicación propuesta por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann. La teoría declara que es menos probable que un individuo dé su opinión sobre un determinado tema entre un grupo de personas si siente que es parte de la minoría, por miedo a la represión o aislamiento por parte de la mayoría (Anderson 1996: 214; Miller 2005: 277).
Estructura básica
Los individuos utilizan lo que es descrito como una "habilidad innata" o sentido cuasi-estadístico para medir la opinión pública (Miller 2005: 278). Los medios de comunicación influyen mucho en la determinación de cuál es la opinión predominante, pues nuestra observación directa está limitada a un pequeño porcentaje de la población. Esta influencia sobre la percepción de los individuos es enorme, aun cuando los medios de comunicación den una interpretación errada de lo que es la opinión pública.(Scheufele y Moy 1999).
Noelle-Neumann describe a la espiral del silencio como un proceso dinámico, en el cual las predicciones sobre la opinión pública se convierten en un hecho mientras que, gracias a la cobertura de los medios de la opinión de la mayoría, ésta se convierte en el statu quo, y la minoría se vuelve menos propensa a manifestar su opinión. (Miller 2005:278). No obstante, la teoría sólo se puede aplicar a asuntos morales, y no a los temas que pueden probarse como ciertos o equivocados por medio del uso de evidencia.
La espiral del silencio aparece cuando por un tiempo más o menos largo una parte importante de las opiniones se esconden en el silencio por no encontrar el apoyo necesario en el espacio público informativo.
Usos y limitaciones
Como sólo se aplica a asuntos morales, que tienden a causar respuestas apasionadas incluso en los individuos más reservados, la teoría puede ser utilizada para contener el descontento social sobre asuntos bastantes controvertidos. (Eckstein y Turman 2002; Gozenbach y Stevenson 1994; Gonzenbach, King, y Jablonski 1999; Moy, Domke y Stamm 2001; Shanahan, Scheufele, Fang Yang, y Hizi 2004). A pesar de que puede ayudar a mantener el orden civil, cualquier intento de emplearla conscientemente son esencialmente métodos de manipulación y coerción.
Excepciones
La teoría enuncia que la gente más educada, o que tiene una mayor influencia y los individuos altivos que no temen al aislamiento, es propensa a manifestarse sin importarle la opinión pública (Miller 2005: 279). Además asegura que aquella minoría es un factor necesario de cambio mientras que la mayoría es un factor necesario de estabilidad, siendo los dos un producto de la evolución.
Investigación actual
En la actualidad, la mayoría de las investigaciones sobre la espiral del silencio se enfocan en asuntos sociales controvertidos como el tabaquismo, y el desenlace de los Atentados del 11 de septiembre de 2001. (Shanahan y otros. 2004; Scheufele y Moy 2005). También se enfocan en hechos recientes, y en consecuencia la teoría puede indicar cambios en las normas sociales y las estructuras de valores.
La teoría aparentemente es válida cuando se examinan las culturas occidentales, pero los estudios han fracasado al no tomar en consideración las diferencias interculturales que pueden incidir en la voluntad de manifestarse del individuo (Scheufele y Moy 1999).
La espiral de silencio
Elisabeth Noelle-Neumann
Inspirándome en las exposiciones clásicas del concepto de opinión pública, quisiera aducir un informe empírico sobre el proceso de formación de ésta, que parte de la observación que hace el individuo de su entorno social.
Entre las distintas ponencias procedentes, de Tocqueville, Tönnies, Bryce y Allport, apenas Allport presenta el ejemplo de un proceso de formación de la opinión pública: la presión que se ejerce sobre los habitantes de un barrio para que despejen de nieve sus aceras. Este ejemplo demuestra que las convenciones sociales, las costumbres y las normas, junto con las cuestiones políticas, están entre las "situaciones" y las "proposiciones de significación" capaces de multiplicar las posturas públicas.
Si la opinión pública es el resultado de la interacci6n entre los individuos y su entorno social, deberíamos encontrar en ejecución los procesos que Aschs y Milgram han confirmado de modo experimental. Para no encontrarse aislado, un individuo puede renunciar a su propio juicio. Esta es una condición de la vida en una sociedad humana; si fuera de otra manera, la integración sería imposible.
Ese temor al aislamiento (no sólo el temor que tiene el individuo de que lo aparten sino también la duda sobre su propia capacidad de juicio) forma parte integrante, según nosotros, de todos los procesos de opinión pública. Aquí reside el punto vulnerable del in-dividuo; en esto los grupos sociales pueden castigarlo por no haber sabido adaptarse. Hay un vínculo estrecho entre los conceptos de opinión pública, sanción y castigo.
¿Pero en qué momento uno se encuentra aislado? Es lo que el individuo intenta descubrir mediante un "órgano cuasiestadístico" al observar su entorno social, estimar la distribución de las opiniones a favor o en contra de sus ideas, pero sobre todo al evaluar la fuerza y el carácter movilizador y apremiante, así como las posibilidades de éxito, de ciertos puntos de vista o de ciertas propuestas.
Esto es especialmente importante cuando, en una situación de inestabilidad, el individuo es testigo de una lucha entre posiciones opuestas y debe tomar partido. Puede estar de acuerdo con el punto de vista dominante, lo cual refuerza su confianza en sí mismo y le permite expresarse sin reticencias y sin correr el riesgo de quedar aislado frente a los que sostienen puntos de vista diferentes. Por el contrario, puede advertir que sus convicciones pierden terreno; cuanto más suceda esto, menos seguro estará de sí y menos propenso estará a expresar sus opiniones. No hablamos de ese 20% de los sujetos de la experiencia de Asch cuyas convicciones siguen inquebrantables, sino del 80% restante. Estas conductas remiten, pues, a la imagen cuasiestadística que se forma el individuo de su entorno social en términos de reparto de las opiniones. La opinión dividida se afirma cada vez con más frecuencia y con más seguridad; al otro se lo escucha cada vez menos. Los individuos perciben estas tendencias y adaptan sus convicciones en consecuencia. Uno de los dos campos presentes acrecienta su ventaja mientras el otro retrocede. La tendencia a expresarse en un caso, y a guardar silencio en el otro, engendra un proceso en espiral que en forma gradual va instalando una opinión dominante.
Basándonos en el concepto de un proceso interactivo que genera una "espiral" del silencio, definimos la opinión pública como aquella que puede ser expresada en público sin riesgo de sanciones, y en la cual puede fundarse la acción llevada adelante en público.
Expresar la opinión opuesta y efectuar una acción pública en su nombre significa correr peligro de encontrarse aislado. En otras palabras, podemos describir la opinión pública como la opinión dominante que impone una postura y una conducta de sumisión, a la vez que amenaza con aislamiento al individuo rebelde y, al político, con una pérdida del apoyo popular. Por esto, el papel activo de iniciador de un proceso de formación de la opinión queda reservado para cualquiera que pueda resistir a la amenaza de aislamiento.
Entre los autores clásicos ya encontramos a quienes escribieron sobre la opinión pública y mencionaron que la opinión pública es asunto de palabra y silencio.
Tönnies escribe: "La opinión pública siempre pretende ser autoridad. Exige el consentimiento. Al menos obliga al silencio o a evitar que se sostenga la contradicción". Bryce habla de una mayoría que permanece en silencio pues se siente vencida: "El fatalismo de la multitud no depende de una obligación moral o legal. Se trata de una pérdida de la capacidad para resistir, de un sentido debilitado de la responsabilidad personal y del deber de combatir por las propias opiniones"·.
El proceso de formación de la opinión pública fundado en la "espiral del silencio" es descrito por Toequeville, en El Antiguo Régimen y la Revolución. Tocqueville, al mostrar cómo el desprecio por la religión se convierte en una actitud ampliamente difundida y dominante durante el siglo XVIII francés, propone la siguiente explicación: la Iglesia francesa "se volvió muda": "Los hombres que conservaban la antigua fe temieron ser los únicos que seguían fieles a ella y, más amedrentados por el aislamiento que por el error, se unieron a la multitud sin pensar como ella. Lo que aún no era más que el sentimiento de una parte de la nación pareció entonces la opinión de todos, y desde ese momento pareció irresistible ante los mismos que le daban esa falsa apariencia".
Antes de someter a prueba ese modelo interactivo del proceso de formación de la opinión pública, expondré cinco hipótesis.
1. Los individuos se forman una idea del reparto y del éxito de las opiniones dentro de su entorno social. Observan cuáles son los puntos de vista que cobran fuerza y cuáles decaen. Este es un requisito para que exista y se desarrolle una opinión pública, entendida como la interacción entre los puntos de vista del individuo y los que él atribuye a su entorno. La intensidad de la observación de su entorno por parte de un individuo determinado varía no sólo conforme su interés por tal o cual asunto en especial sino también según pueda o no ser impelido a tomar partido públicamente respecto de eso.
2. La disposición de un individuo a exponer en público su punto de vista varía según la apreciación que hace acerca del reparto de las opiniones en su entorno social y de las tendencias que caracterizan la fortuna de esas opiniones. Estará tanto mejor dispuesto a expresarse que piensa que su punto de vista es, y seguirá siendo, el punto de vista dominante; o si bien aún no es dominante, comienza a expandirse con creces. La mayor o menor disposición de un individuo para expresar abiertamente una opinión influye en su apreciación del favor que hallan las opiniones que suelen exponerse en público.
3. Se puede deducir de esto que si la apreciación del reparto de una opinión está en flagrante contradicción con su efectiva distribución es porque la opinión cuya fuerza se sobrevalora es la que con más frecuencia se expresa en público.
4. Hay una correlación positiva entre la apreciación presente y la apreciación anticipada: si a una opinión se la considera dominante, es plausible pensar que seguirá siéndolo en el futuro (y viceversa). Esta correlación, no obstante, puede variar. Cuanto más débil es, la opinión pública más se enreda en un proceso de cambio.
5. Si la apreciación de la fuerza presente de una opinión determinada difiero de la de su fuerza futura, lo que determinará el punto hasta el cual el individuo esté dispuesto a exponerse será la previsión de la situación futura, pues se supone que la mayor o menor buena disposición de un individuo depende de su temor a encontrarse aislado, del temor a ver su confianza quebrantada en sí, en caso de que la opinión mayoritaria o la tendencia de ésta no confirmara su propio punto de vista. Si está convencido de que la tendencia de la opinión va en su misma dirección, el riesgo de aislamiento es mínimo.
Para probar estas hipótesis me he servido de encuestas sobre temas varios, organizadas por el Institut für Demoskopie Allenbasch, sobre todo entre 1971 y 1972. Estas encuestas representan en total entre 1000 y 2000 entrevistas, mediante cuestionarios referidos a muestras representativas de la población. Se formulaban cuatro tipo de preguntas:
a) preguntas sobre la opinión del entrevistado, concernientes a temas controvertidos (una persona o una organización, un tipo de conducta, una propuesta);
b) preguntas sobre el punto de vista del entrevistado, referidas a lo que la mayoría ("la mayor parte de los alemanes occidentales") piensa sobre un tema;
c) preguntas referentes a la evolución de la opinión en el porvenir;
d) preguntas relacionadas con la disposición del entrevistado a tomar partido públicamente. Por eso les pedí a los entrevistados que imaginaran una conversación vinculada con un tema controvertido entre los pasajeros de un tren de línea principal y que indicaran si intervendrían o no, y de qué manera, en semejante conversación.
De este modo se sometieron a los entrevistados doce temas que más o menos daban lugar a controversias:
la ley sobre el aborto (abril de 1972);
el nivel reprensible del porcentaje de alcohol en sangre de los conductores de automóviles (abril de 1972);
la pena capital (junio de 1972);
la unión libre (septiembre de 1972);
los castigos corporales a los niños (noviembre de 1972);
los trabajadores extranjeros en la República Federal (mayo de 1972);
el triunfo social (agosto de 1972);
los tratados de Moscú y de Varsovia (mayo de 1972);
el reconocimiento de la RDA (enero de 1971);
la prohibición del Partido Comunista (septiembre de 1972);
la influencia creciente de Franz Josef Strauss (octubre/noviembre de 1972);
¿Hay que dejar a Willy Brandt como canciller? (octubre de 1972).
Como podemos ver en la Tabla 1 (ver anexo al final), la disposición a discutir sobre un tema en público varía según el sexo, la edad, la profesión, la renta y el lugar de residencia. Los hombres, las categorías más jóvenes y las clases media y superior se expresarán en general con más gusto. Estas mismas discrepancias se encuentran respecto de todos los demás resultados de la investigación. Por eso me pondré a examinarlos sin hacer distinciones entre estos subgrupos demográficos.
Se hizo una comparación entre dos grupos de personas que comparten una visión similar sobre la evolución de Alemania. Piensan que la República Federal se encamina. al socialismo. La diferencia entre esos dos grupos es que uno se congratula por eso; el otro se inquieta. Los resultados mostraron diferencias de grado en la propensión a expresarse de cada uno de los dos grupos. La "facción preocupada" en realidad es numéricamente más importante que la "fracción triunfante", pero la tendencia de esta mayoría a guardar silencio es considerable y da la impresión de una "mayoría silenciosa".
Conviene ahora examinar si la propensión a la expresión del grupo que se alegra por el avance del socialismo se debe a un interés más pronunciado por la política. El resultado fue que la tendencia a hablar en la facción victoriosa y la tendencia a guardar silencio en la facción perdedora es evidente tanto en los que refieren interés por la política como en los que no lo refieren.
Si los partidarios de las tesis de izquierda parecen más inclinados que los conservadores a situarse en la brecha, es porque sus previsiones sobre la evolución de los acontecimientos se han revelado correctas. Respecto de este punto se llevó a cabo una encuesta sobre el reconocimiento de la RDA. La investigación se realizó en 1971, unos dos años antes de la firma del tratado entre la República Federal de Alemania y la República Democrática Alemana. En 1971, en líneas generales, había igual cantidad de personas a favor y en contra del reconocimiento. Ambos grupos diferían poco cuando se les preguntaba si pensaban que tenían consigo a la mayoría. Esta diferencia se acentuaba desde el momento en que se interrogaba a los dos grupos acerca de lo que esperaban de la evolución venidera. Los que pensaban que representaban a la mayoría tenían la clara impresión de que el tiempo les daría la razón.
En esta serie de pruebas, dos ejemplos modifican la hipótesis del silencio. En dos temas, las facciones perdedoras (minorías entre el 17 y el 25%, frente a mayorías de entre el 53 y el 61%) muestran una disposición a tomar partido por lo menos igual, si no superior, a la de la mayoría. Se trata de minorías opuestas a los tratados con Moscú y Varsovia, que apoyaban al político conservador Franz Josef Strauss. Estos resultados sugieren que tras un combate prolongado, una facción minoritaria se puede reducir a un núcleo compacto cuyos miembros no están dispuestos a adaptarse, a cambiar de opinión, o incluso a guardar silencio ante la opinión pública. Algunos de los miembros de este grupo son capaces de enfrentar su aislamiento. En su mayoría, podrán seguir manteniendo sus puntos de vista apoyándose en un círculo selectivo y eligiendo los medios de los que se dispone.
Para lograr una confirmación inequívoca de la hipótesis 3 se necesitarían otros estudios. En especial, habría que examinar la diferencia entre los repartos reales y supuestos de la opinión. Además habría que saber si la percepción de las opiniones expresadas en público con mayor frecuencia se correlaciona con la opinión del entrevistado mismo o con su apreciación de lo que es la opinión dominante en torno de él. Tengo la hipótesis de que en los procesos de formación de la opinión la observación que un individuo hace de las modificaciones de su entorno precede a las modificaciones de su propia opinión. De este modo, mis estudios han demostrado un cambio en la voluntad de votar durante la campaña de las elecciones de 1972 a favor de la opinión que se presentaba públicamente con la mayor fuerza. El balanceo aparece más marcado entre las mujeres, que suelen estar menos seguras de sí en materia política.
Basándonos en esta comprobación de un efecto diferido de la previsión de los resultados de una elección acerca de las intenciones de voto, examinemos el valor predictivo de la hipótesis del silencio.
Las ponderaciones sociográficas habituales sobre la distribución de las opiniones en la población deben ser completadas con preguntas concernientes a la evaluación de las opiniones en e entorno -¿cuáles son las opiniones que predominan y cuáles ganarán terreno?-, así corno con preguntas acerca de la disposición del entrevistado para defender determinado punto de vista en público.
Disponiendo de semejante información es posible considerar, en el análisis de un grupo, la opinión de parámetros tales como la confianza que tiene él en sí mismo (de acuerdo con su seguridad de tener consigo o no a la mayoría presente o futura), así como su inclinación a defender cierto punto de vista en público. Partiendo de los resultados de este análisis, podemos deducir si hay que contar con un cambio de opinión. ¿Cuáles son las opiniones que deberían difundirse y cuáles deberían decaer? ¿Cuál es la forma de la presión conformista? Entonces es posible hacer previsiones tales como:
Si una mayoría se considera minoría, tenderá a declinar en el futuro. A la inversa, si una minoría es vista como mayoritaria, irá en aumento.
Si los miembros de una mayoría no prevén que ésta pueda mantenerse en el porvenir, fracasará. A la inversa, si la creencia en una evolución favorable es compartida por muchos, sus miembros necesitarán mucho tiempo para cambiar de opinión.
Si la inseguridad en cuanto a lo que es la opinión dominante, o lo que será, aumenta, es porque está ocurriendo un cambio profundo en la opinión dominante.
Si dos facciones se distinguen claramente por su respectiva disposición para exponer sus puntos de vista en público, la que muestre mayor disposición será quizá la que predomine en el futuro.
Combinando estas ponderaciones, podemos concluir que una minoría convencida de su predominio futuro y, por consiguiente, dispuesta a expresarse, verá hacerse dominante su opinión, si se confronta con una mayoría que duda de que sus puntos de vista sigan prevaleciendo en el futuro y, por lo tanto, menos dispuesto a defenderlos en público. La opinión de esta minoría se convierte en una opinión que en adelante no se puede contradecir sin correr el riesgo de alguna sanción. De este modo pasa de la jerarquía de simple opinión de una facción a la de opinión pública.
Este tipo de análisis puede aplicarse a la previsión de las opiniones políticas, a la de las tendencias de la moda o a la de la evo- lución de las costumbres y las convenciones sociales, es decir, a todos los campos respecto de los cuales la actitud y la conducta del individuo están determinados por la relación entre sus propias convicciones y el resultado de la observación de su entorno social. A mi modo de ver, esta interacción es el principal aspecto del proceso de formación de la opinión pública. La importancia del papel de la observación del entorno hace que todas las ponencias sobre la opinión pública sólo valgan para períodos y sitios determinados.
Se suele afirmar que los medios de comunicación masiva influyen en la opinión pública, pero en realidad esta relación no es para nada clara.
Los medios de comunicación masiva pertenecen al sistema por el cual el individuo consigue informarse sobre su entorno. Respecto de todas las preguntas que no atañen a su esfera personal, depende casi totalmente de los medios de comunicación masiva tanto en lo que se refiere a los hechos mismos como a la evaluación del clima de la opinión. Por regla general, reaccionará ante la presión de la opinión en la forma en que ésta se ha hecho pública (o sea, publicada). Habría que dirigir investigaciones acerca del modo como una opinión sobre una persona o un tema específico llega a prevalecer a partir del sistema de los medios. ¿Cuáles son los factores que facilitan este proceso o, por el contrario, que lo inhiben? ¿Este proceso depende de las convicciones de los periodistas? ¿Está vinculado con las obligaciones del oficio de periodista? Los partidarios de la opinión predominante, ¿ocupan, en el sistema de los medios, los sitios clave que les permiten tener a distancia a grupos numéricamente considerables de contradictores?
No se puede estudiar la influencia de los medios de comunicación masiva en la opinión pública sin proponer un concepto opera- torio del origen de la opinión pública. La "espiral del silencio" es un concepto así. Las preguntas que plantea son las siguientes: ¿cuáles son los temas que los medios de comunicación masiva presentan como opinión pública (función de agenda) y, entre éstos, cuáles son los temas privilegiados? ¿A qué personas y a qué argumentos se confiese un prestigio especial y se profetiza una importancia futura? ¿Hay unanimidad en la presentación de los temas, en la evaluación de su urgencia, en la anticipación de su futuro?
La pregunta acerca de saber si los medios anticipan la opinión pública o si solo la reflejan constituye el centro de las discusiones científicas desde hace ya mucho tiempo. Según el mecanismo psicosocial que hemos llamado "la espiral del silencio", conviene ver a los medios como creadores de la opinión pública. Constituyen el entorno cuya presión desencadena la combatividad, la sumisión o el silencio.
Conceder atención pública, privilegio del periodista
«He experimentado la espiral del silencio en mi club.» «La he visto funcionar en mi equipo de voleibol.» «Así son exactamente las cosas en mi empresa-» La gente confirma a menudo de esta manera el concepto de la espiral de silencio. Y es lo que cabía esperar, porque hay múltiples ocasiones para observar este comportamiento tan humano de conformidad. Las experiencias como las que todos tenemos en los grupos pequeños forman parte del proceso. Cuando se está formando la opinión pública, la comprobación por parte de los individuos observadores de idénticas o similares experiencias en los distintos grupos lleva a suponer que «todo el mundo» va a pensar igual. Sin embargo, cuando la espiral del silencio empieza a desarrollarse en público sucede algo único. Lo que da una fuerza irresistible al proceso es su carácter público. El elemento de la atención pública se introduce en el proceso con máxima eficacia a través de los medios de comunicación de masas. De hecho, los medios de comunicación encarnan la exposición pública, una «publicidad» informe, anónima, inalcanzable e inflexible.
La sensación de impotencia ante los medios de Comunicación
La comunicación puede dividirse en unilateral y bilateral (una conversación, por ejemplo, es bilateral), directa e indirecta (una conversación es directa), pública y privada (una conversación suele ser privada). Los medios de comunicación de masas son formas de comunicación unilaterales, indirectas y públicas. Contrastan, pues, de manera triple con la forma de comunicación humana más natural, la conversación. Por eso los individuos se sienten tan desvalidos ante los medios de comunicación. En todas las encuestas en que se pregunta a la gente quién tiene demasiado poder en la sociedad actual, los medios de comunicación aparecen en los primeros lugares. Esta impotencia se expresa de dos formas. Las primera sucede cuando una persona intenta conseguir la atención pública (en el sentido de Luhmann), y los medios, en sus procesos de selección, deciden no prestarle atención. Lo mismo sucede cuando se realizan esfuerzos infructuosos para que la atención pública se fije en una idea, una información o un punto de vista. Esto puede desembocar en un estallido desesperado en presencia de los guardianes que han denegado el acceso a la atención pública: uno tira un bote de tinta a un Rubens en el museo de arte de Munich; otro arroja una botella de ácido contra un Rembrandt en un museo de Amsterdam, otro secuestra un avión para que la atención pública se fije en un mensaje o en una causa.
El segundo aspecto de la impotencia entra en juego cuando se usan los medios como una picota; cuando orientan la atención pública anónima hacia un individuo entregado a ellos como un chivo expiatorio para ser «exhibido». No puede defenderse. No puede desviar las piedras y las flechas. Las formas de réplica son grotescas por su debilidad, por su torpeza en comparación con la tersa objetividad de los medios. Los que aceptan voluntariamente aparecer en un debate o una entrevista televisiva sin pertenecer al círculo interior de los «cancerberos» de los medios están metiendo la cabeza en la boca del tigre.
Un nuevo punto de partida para la investigación sobre los efectos de los medios
La atención pública puede experimentarse desde dos puntos de vista diferentes: el del individuo expuesto a ella o ignorado por ella - que acabamos de describir -, y desde la perspectiva del acontecimiento colectivo, cuando cientos de miles o millones de personas observan su medio y hablan o se quedan callados, creando así la opinión pública. La observación del entorno tiene dos fuentes, dos manantiales que nutren la opinión pública: por una parte el individuo observa directamente su medio; por otra, recibe información sobre el entorno a través de los medios de comunicación. En la actualidad la televisión crea, con el color y el sonido, una gran confusión entre la propia observación y la observación mediada. «Buenas tardes», dijo el hombre del tiempo al comenzar la información meteorológica. «Buenas tardes», respondieron los clientes de un hotel en el que yo estaba pasando las vacaciones.
La gente lleva mucho tiempo cuestionando los efectos de los medios de comunicación, creyendo que hay una relación muy simple y directa entre la causa y el efecto. Han supuesto que las afirmaciones que se transmiten por cualquier medio producen cambios de opinión o - lo que también sería un efecto- refuerzan la opinión de la audiencia. La relación entre los medios de comunicación y la audiencia tiende a compararse con una conversación privada entre dos personas, una de las cuales dice algo y la otra queda reforzada o convertida. La influencia real de los medios es mucho más compleja, y muy diferente del modelo de la conversación individual. Walter Lippmann nos lo enseñó mostrando que los medios graban los estereotipos mediante innumerables repeticiones, y que éstos sirven de ladrillos del (mundo intermedio(, de la pseudorrealidad que surge entre la gente y el mundo objetivo exterior. Ésta es la consecuencia de la «función del agenda-setting de Luhmann», la selección de lo que debe ser atendido por el público, de lo que debe considerarse urgente, de los asuntos que deben importar a todos. Todo esto lo deciden los medios.
Además, los medios influyen en la percepción individual de lo que puede decirse o hacerse sin peligro de aislamiento. Y, por último, encontramos algo que podría llamarse la función de articulación de los medios de comunicación. Esto nos devuelve al punto de partida de nuestro análisis de la espiral del silencio, el test del tren como situación paradigmática de un pequeño grupo en el que se crea opinión pública mediante el habla y la resistencia a hablar.
Pero por ahora vamos a seguir con el tema de cómo experimentan las personas el clima de opinión a través de los medios de comunicación.
El conocimiento público legitima
Todos los que leyeron reimpresiones del «memorial» que hizo público un grupo de estudiantes con ocasión de la muerte de Buback, un fiscal federal asesinado por terroristas en 1977, sabían que la reimpresión no pretendía sólo documentar. El texto, firmado por el seudónimo «Mescaleros», volvió a ser publicado, evidentemente, para que el máximo número de personas pudiera leerlo y formarse una opinión sobre él. La publicidad activa que acompañó a su reimpresión incremento el impacto del texto. A pesar de comentarios editoriales tibiamente condenatorios, que apenas ocultaban una aprobación subyacente, la publicidad produjo la impresión de que se podía estar secretamente satisfecho por saber que un fiscal federal hubiera sido asesinado, y que esto podía expresarse públicamente sin correr riesgo de aislamiento. Algo semejante sucede siempre que una conducta tabú se conoce públicamente - por el motivo que sea- sin que la califiquen de mala, de algo a evitar o a empicotar. Es muy fácil saber si nos encontramos con una notoriedad que estigmatiza o con una que perdona un comportamiento. Dar a conocer una conducta que viola normas sin censurarla enérgicamente la hace más adecuada socialmente, más aceptable. Todos pueden ver que esa conducta ya no aísla. Los que rompen normas sociales anhelan con frecuencia recibir las mínimas muestras de simpatía pública. Y su avidez está justificada, porque de ese modo la regla, la norma, queda debilitada.
La opinión Pública tiene dos fuentes: una de ellas, los medios de comunicación
A principios de 1976, medio año antes de las elecciones federales de Alemania, se montó por primera vez todo el instrumental de investigación demoscópica disponible para seguir el desarrollo del clima de opinión y la consiguiente configuración de las intenciones de voto a partir de la teoría de la espiral del silencio. El principal método empleado fue la entrevista repetida de una muestra representativa de votantes, lo que se llama técnicamente un estudio panel. Se emplearon, además, encuestas representativas normales para no perder de vista lo que iba sucediendo. Se realizaron dos encuestas a periodistas, y se grabaron en vídeo los programas políticos de los dos canales nacionales de televisión.. Sólo expondremos aquí una pequeña parte del esfuerzo total realizado, para mostrar cómo la teoría de la espiral de silencio orientó la investigación empírica (Noelle-Neumann 1977b; 1978; Kepplinger 1979; 1980a).
Habíamos diseñado preguntas pertinentes desde las elecciones federales de 1965. Se referían a las intenciones de voto de los entrevistados, sus creencias sobre el posible ganador, su disposición a demostrar públicamente sus preferencias políticas, su interés por la política en general y su grado de utilización de los medios de comunicación (periódicos y revistas leídos -y televisión vista-), con una atención especial a los programas políticos de televisión.
Cambio súbito del clima de opinión antes de las elecciones de 1976
En julio, en plena temporada de vacaciones, llegó al Instituto Allensbach una remesa de cuestionarios contestados. Constituían la segunda ola de un panel de aproximadamente 1.000 votantes representativos de toda la población de Alemania Occidental. En aquella época yo me encontraba en Tessin (Suiza), disfrutando de los soleados días de verano, y recuerdo vivamente el contraste entre las grandes hojas verdes de los viñedos y la mesa de granito sobre la que descansaban los resultados de las encuestas. Faltaban pocos meses para las elecciones y no era el momento de olvidarse completamente del trabajo. De los impresos se desprendía algo con claridad: la medición más importante, la pregunta sobre la percepción que la gente tenía del clima de opinión, mostraba un dramático descenso de los cristianodemócratas. La pregunta era ésta: «Por supuesto nadie puede estar seguro pero, ¿quién cree usted que va a ganar las próximas elecciones federales? ¿Quién va a recibir más votos, la Unión Cristianodemócrata o el Partido Socialdemócrata- Partido Demócrata Libre?». En marzo de 1976, los entrevistados del panel habían dado una ventaja del 20 por ciento a la Unión Cristianodemócrata, esperando que triunfase en las elecciones; pero ahora la sensación había cambiado y sólo una diferencia del 7 por ciento separaba las estimaciones de la Unión Cristianodemócrata y del Partido Socialdemócrata- Partido Demócrata Libre. Poco después el Partido Socialdemócrata- Partido Demócrata Libre alcanzaba a la Unión Cristianodemócrata (tabla 2, al final del artículo).
Mi primera suposición fue que los que apoyaban a los cristianodemócratas se habían comportado aproximadamente igual que en las elecciones de 1972, permaneciendo públicamente en silencio y no demostrando, incluso una vez empezada la campaña electoral, cuáles eran sus convicciones.
Yo sabía que la jefatura de campaña de todos los partidos, incluida la Unión Cristianodemócrata, había intentado hacer ver a sus votantes lo importante que era pro- clamar su posición públicamente; pero, como sabemos, la gente es precavida y miedosa. Telefoneé a Allensbach y pregunté por los resultados de las preguntas sobre la disposición a apoyar públicamente a un partido. El resultado fue sorprendente: no cuadraba con la teoría. En comparación con los resultados de marzo, los seguidores del Partido Socialdemócrata tendían a mostrarse más remisos que los de la Unión Cristianodemócrata. En respuesta a la pregunta de qué estaban dispuestos a hacer por su partido, y dada una lista de actividades posibles incluida la respuesta «nada de todo esto», el número de votantes del Partido Socialdemócrata que dijeron que no harían nada aumentó entre marzo y julio del 34 al 43 por ciento, mientras que los de la Unión Cristianodemócrata permanecían casi constantes (el 38 por ciento dijo que no haría nada en marzo, y el 39 por ciento en julio). Una disposición decreciente de los partidarios cristianodemócratas a apoyar públicamente a su partido no podía explicar el cambio en el clima de opinión (tabla 3, al final del artículo).
Con el ojo de la televisión
Después pensé en las dos fuentes de que disponemos para obtener información sobre la distribución de las opiniones en nuestro medio: la observación de primera mano de la realidad y la observación de la realidad a través de los ojos de los medios. De modo que pedí que en Allensbach se tabulasen los datos de acuerdo con la cantidad de prensa leída o de televisión vista por los encuestados. Cuando tuve los resultados desplegados sobre la mesa, eran tan sencillos como una cartilla escolar. Sólo los que habían observado el entorno con mayor frecuencia a través de los ojos de la televisión habían percibido un cambio en el clima; los que habían observado el entorno sin los ojos de la televisión no habían notado ningún cambio en el clima (tabla 4, al final del artículo).
Las diversas comprobaciones que realizamos para ver si el filtro de la realidad por la televisión cambió el clima de opinión en el año electoral de 1976 se describen detalladamente en otro lugar (Noelle-Neumann 1977b; 1978). De todas formas, no podemos evitar sentir curiosidad por el modo en que se produjo esta impresión de un cambio de clima de opinión. De nuevo entramos en territorios escasamente explorados por la investigación.
Los periodistas no manipularon. Refirieron lo que vieron
Para acercarnos al menos a la solución de este enigma, analizamos las encuestas realizadas a periodistas y, los videos de programas políticos de televisión de ese año electoral. Según las tesis de Walter Lippmann, no es en absoluto sorprendente que los televidentes vieran esfumarse las posibilidades de la Unión Cristianodemócrata. Los propios periodistas no creían que los cristianodemócratas pudieran ganar las elecciones federales de 1976. En realidad, los dos bandos políticos tenían prácticamente la misma fuerza, y la Unión Cristianodemócrata habría vencido el día de las elecciones, el 3 de octubre de 1976, si 350.000 de los aproximadamente 38 millones de votantes (un 0,9 por ciento) hubieran cambiado su voto del Partido Socialdemócrata o el Partido Demócrata Libre a la Unión Cristianodemócrata. Una estimación objetiva de la situa- ción anterior a las elecciones hubiera conducido a los periodistas a responder a la pregunta «¿Quién cree que va a ganar las elecciones?» con un «Está completamente en el aire». Por el contrario, más del 70 por ciento respondió que creía que iba a vencer la coalición socialdemócrata-liberal, mientras que sólo un 10 por ciento esperaba una victoria cristianodemócrata.
Los periodistas veían el mundo de un modo muy distinto al electorado y, si Lippmann tiene razón, sólo podían mostrar el mundo tal como lo veían ellos. En otras palabras, la audiencia tenía dos visiones de la realidad, dos impresiones distintas sobre el clima de opinión: la impresión propia, basada en observaciones de primera mano, y la impresión basada en el ojo de la televisión. Se produjo un fenómeno fascinante: un «clima doble de opinión» (tabla 5).
¿Por qué veían de manera tan diferente la situación política la población y los periodistas? El electorado, al fin y al cabo, todavía creía (en el verano de 1976) que una victoria de los cristianodemócratas era un poco más probable que una victoria de los socialdemócratas y liberales.
Una razón era que la población y los periodistas diferían considerablemente en sus convicciones políticas y sus preferencias por unos u otros partidos. Y, por supuesto, como deja claro Lippmann, las convicciones guiaron sus puntos de vista. Los partidarios del Partido Socialdemócrata y del Partido Demócrata Liberal (los Liberales) veían más indicios de victoria para sus partidos, mientras que los partidarios de la Unión Cristianodemócrata consideraban más probable la victoria de su propio partido. Esto es así en general, y así fue en el caso de la población y de los periodistas en 1976. Como la población en general estaba dividida a partes casi iguales entre el Partido Socialdemócrata- Partido Demócrata Libre, por una parte, y la Unión Cristianodemócrata por la otra, mientras que los periodistas se decantaban en una proporción de tres a uno a favor del Partido Socialdemócrata y el Partido Demócrata Libre, era natural que percibieran la realidad de manera distinta.
La descodificación del lenguaje de las señales visuales
Así comenzó la expedición por el territorio virgen para la investigación del modo en que los periodistas de televisión transmiten sus percepciones a los televidentes mediante las imágenes y el sonido. Primero dirigimos nuestra mirada hacia los Estados Unidos, Gran Bretaña, Suecia y Francia en la esperanza de que los investigadores de la comunicación de esos países ya hubieran resuelto el problema. Pero no encontramos nada. Después organizamos un seminario - de estudiantes, ayudantes y profesores - y nos examinamos a nosotros mismos.
Contemplamos, sin discusión previa, grabaciones en vídeo de congresos políticos o de entrevistas con políticos, e inmediatamente después respondimos cuestionarios sobre el modo en que nos habían influido las personas que habíamos visto. Donde coincidíamos en nuestra descodificación del mensaje visual, intentábamos indagar las claves que hablamos empleado para obtener esa impresión particular. Por último, invitamos a conocidos investigadores de la comunicación -como Perey Tannenbaum, de la Universidad de California (Berkeley), y Kurt y Gladys Engel Lang, de la Universidad Stony Brook de Nueva York- al Instituto de Publicística de Maguncia. Les mostramos los videos de los programas políticos y les pedimos consejo. Percy Tannenbaum sugirió que hiciéramos una encuesta a los cámaras preguntándoles qué técnicas visuales empleaban cuando querían lograr un efecto determinado. O podíamos preguntarlo al revés: cómo evaluaban el efecto de los distintos planos y las distintas técnicas sobre los televidentes. Llevamos a la práctica esta sugerencia en 1979 (Kepplinger 1983; Kepplinger y Donsbach 1982). La mayoría de los cámaras, el 51 por ciento, respondió a nuestras preguntas escritas, y recibimos 151 cuestionarios. El 78 por ciento de los cámaras creía «muy probable» y el 22 por ciento «bastante posible» que «un cámara pudiera conseguir, por métodos puramente ópticos, que se viera a las personas mas positiva o más negativamente». ¿Qué técnicas pueden producir estos efectos?
Los cámaras encuestados estaban mayoritariamente de acuerdo en un punto. Dos tercios de los cámaras harían un plano frontal a la altura de los ojos a los políticos que les gustasen, ya que, en su opinión, esto tendería a despertar simpatía y a causar una im- presión de calma y de espontaneidad. Ninguno de ellos los enfocaría desde arriba (plano picado) o desde abajo (plano contrapicado), ya que estas posiciones tenderían a provocar antipatía y a producir una impresión de debilidad o de vacuidad.
El profesor Hans Mathias Kepplinger y un grupo de trabajo estudiaron después las grabaciones en vídeo de la campaña electoral tal como la habían cubierto las dos cadenas de televisión alemanas, la ARD y la ZDF, entre el 1 de abril y las elecciones del 3 de octubre de 1976. Entre otras muchas cosas descubrieron que Helmut Schmidt apareció sólo 31 veces en planos picados o contrapicados, mientras que Kohl apareció así 55 veces. Pero hubo que interrumpir la investigación por las protestas de los periodistas y los cámaras, que se oponían a que se analizasen los efectos de los ángulos de las cámaras.
Actualmente, más de una década después, seguimos investigando cómo transmiten los periodistas de televisión sus percepciones a los televidentes mediante las imágenes y el sonido. Pero en este tiempo ha remitido la indignación causada por el estudio científico de los cámaras y de los montadores. Estudios experimentales publicados posteriormente han confirmado definitivamente la influencia ejercida por las técnicas de filmación y montaje sobre las concepciones de la realidad de los televidentes. Estos estudios, sin embargo, se han escrito tan desapasionadamente, que probablemente no vayan a servir de estímulo para ulteriores investigaciones (Kepplinger 1987, 1989b).
Además, no ha habido elecciones federales en Alemania con unos resultados tan igualados como los de las elecciones de 1976. No habrá, por supuesto, acusaciones virulentas sobre la influencia de los medios en el clima de opinión, si esa influencia no puede ser decisiva, por depender el resultado de unos pocos centenares de miles de votos. Esta ausencia de interés público ha sido en realidad favorable para la investigación de la comunicación que aspira a determinar la influencia de las imágenes de la televisión sobre los televidentes. Michael Ostertag dedicó su tesis (1992), elaborada en el Instituto de Publicística de Maguncia al tema de cómo afectan las preferencias políticas de los periodistas a los políticos entrevistados en la televisión, y cómo este efecto, a su vez, configura las impresiones que los políticos causan en el público. Analizando 40 entrevistas televisadas con los principales candidatos -Sehmidt, Kohi, Strauss y Genscher- realizadas durante la campaña de las elecciones federales de 1980, Ostertag y sus colaboradores trabajaron con el sonido apagado. Querían evitar ser influidos por los argumentos esgrimidos y el lenguaje utilizado, así como por los elementos relacionados con el habla, tales como el timbre de voz, la entonación y las pausas deliberadas; en otras palabras, por los considerados «modos de expresión paraverbales» o «paralingüísticos». Su único interés residía en los contenidos visuales.
La investigación de Ostertag incluía una comparación de las expresiones faciales y los gestos de los cuatro políticos alemanes principales según fuesen entrevistados por un periodista con opiniones políticas similares o por uno que se inclinara hacia el otro bando. El resultado fue que las expresiones faciales y los gestos típicos de los cuatro políticos eran esencialmente los mismos en todas las entrevistas. Habla, sin embargo, un cambio de grado. Cuando hablaban con un periodista de otra tendencia política, el asentimiento rítmico con la cabeza de los políticos se volvía más intenso al hablar; y el proceso de apartar la mirada o mirar fijamente a la otra persona se prolongaba. Esta intensidad parecía producir un efecto desfavorable en el televidente. Entrevistados por periodistas con los que parecían estar de acuerdo, los cuatro políticos recibieron una mayoritaria valoración positiva de los televidentes, "mientras que los políticos que discutían con el entrevistador obtenían una valoración negativa (Ostertag 1992, 191 y sigs.).
Sin embargo, aunque ahora podemos identificar algunas de las señales visuales que influyen en la opinión sobre los políticos que aparecen en la televisión, la investigación aún tiene que avanzar mucho antes de poder determinar realmente cómo transmite la televisión el clima de opinión.
Fuente. El nuevo espacio público, Gedisa, Barcelona, 1992 y NOELLE-NEUMANN, Elisabeth. La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social, Paidós. Barcelona, 1995 (capítulos 20 y 21)
El temor a la marginación se traduce en falsas verdades
Miedo a la soledad
Elisabeth Noelle-Neumann
La opinión de la mayoría no sólo se configura a partir de una discusión argumentativa, sino que también depende de los elementos psicosociales, de los valores seguidos y perseguidos por el individuo en su socialización y que hayan dado lugar a su estructura cognitiva, de la percepción propia de la opinión mayoritaria y, principalmente, del temor al aislamiento. La sociedad amenaza con la exclusión a quienes se alejan del consenso; de lo moral y supuestamente válido; de lo establecido, que es establecido, a su vez, por ellos mismos y por los medios de comunicación de masas, en contra de cuyos criterios asentados nos cuesta tanto opinar. Esto es lo que viene a expresar la teoría de la espiral del silencio, que la opinión de la mayoría determina el comportamiento de los individuos y cuestionan la elección de expresarse públicamente o permanecer en silencio.
Esta teoría fue expresada por primera vez hace unos 20 años por la directora del Centro de Investigación de la Opinión Pública de Allensbach, Elisabeth Noelle-Neuman, quien en este libro La espiral del silencio nos muestra con numeroso ejemplos el poder que tiene la opinión pública en cada uno de los individuos, entendidos como seres particulares y, sobre todo en aquellos más frágiles que se sienten ligeramente desplazados del entorno social. Así, para la creación de su opinión individual, que más tarde cuando sea compartida se convertirá en una opinión colectiva y pública, el individuo parte de la perspectiva de la observación de su entorno social, y es capaz de renunciar a su propio juicio y de reprimir sus instintos con tal de evitar el rechazo por parte de la mayoría, por la sociedad que acepta, apoya y defiende otra postura. Estos individuos frágiles que se percatan de que sus juicios y convicciones pierden terreno y firmeza se sienten cada vez más inseguros, y como consecuencia, son cada vez menos propensos a expresarse públicamente, y apoyan a la opinión dominante. Opinión dominante que en la mayoría de los casos ha surgido como consecuencia de los medios de comunicación, de la mediatización de los mensajes y del trasvase de información, que son canales de los cuales procede la estimación, al menos en un primer momento, del clima de opinión. Los medios se constituyen en empresas informativas, las cuales tienen unos intereses propios que ponen, en ocasiones, en boca de los periodistas. Que un individuo se vea apoyado por los medios de comunicación con respecto a un tema en cuestión le hace tender a la elección de la expresión pública, porque en cierto modo se siente respaldado por una gran fuerza y le hace perder ese miedo constante que tenemos al aislamiento, que nos hace evaluar continuamente el clima de opinión.
Un paseo por la historia
Para aproximarnos al concepto de opinión pública, la socióloga y comunicóloga alemana recorre los supuestos y definiciones expresadas por los grandes pensadores y estudiosos del tema. Maquiavello, en el siglo XVI, es quien se aproxima a la raíz de esta teoría de la espiral del silencio cuando diferenció la política de la moral y anunció que nunca hay que parecer contrario a la opinión que tenga la mayoría: ”Todos ven lo que tu aparentas, pero pocos sienten lo que eres, y estos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría”.
Otros pensadores acuñan el término con cierta vinculación política, donde podría interpretarse ese aislamiento social con la falta de apoyo por parte de los votantes, es decir, la pérdida del voto, por lo que los discursos de los políticos siempre van ampliamente ligados con los temas de actualidad, con lo que informan los medios de comunicación que pretenden formar una opinión pública que sirva, en cierto modo, como moderadora de la sociedad, es decir, que ejerza un papel de control social.
Los números no mienten
Para justificarnos todo lo expresado en su teoría, la autora nos muestra multitud de ejemplos que fueron llevados a cabo durante los años 70 en Alemania, que por aquel entonces eran dos, la democrática y la federal. Así se sirve de sondeos y encuestas electorales que se realizaron antes de las elecciones de 1972 y 1976, para analizar la intención de voto de los ciudadanos.
También nos muestra ejemplos de un corte más sociológico de estudios y muestras que reflejan el miedo del individuo al aislamiento, a la marginación, que se traduce no en el cambio de una postura adoptada, sino en la interiorización de la misma y la muestra pública de otra muy diferente, pero que es la dominante.
El periodista ante la espiral de silencio
La Espiral del silencio es una teoría de ciencias políticas y comunicación propuesta por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann. La teoría declara que es menos probable que un individuo dé su opinión sobre un determinado tema entre un grupo de personas si siente que es parte de la minoría, por miedo a la represión o aislamiento por parte de la mayoría (Anderson 1996: 214; Miller 2005: 277).
Estructura básica
Los individuos utilizan lo que es descrito como una "habilidad innata" o sentido cuasi-estadístico para medir la opinión pública (Miller 2005: 278). Los medios de comunicación influyen mucho en la determinación de cuál es la opinión predominante, pues nuestra observación directa está limitada a un pequeño porcentaje de la población. Esta influencia sobre la percepción de los individuos es enorme, aun cuando los medios de comunicación den una interpretación errada de lo que es la opinión pública.(Scheufele y Moy 1999).
Noelle-Neumann describe a la espiral del silencio como un proceso dinámico, en el cual las predicciones sobre la opinión pública se convierten en un hecho mientras que, gracias a la cobertura de los medios de la opinión de la mayoría, ésta se convierte en el statu quo, y la minoría se vuelve menos propensa a manifestar su opinión. (Miller 2005:278). No obstante, la teoría sólo se puede aplicar a asuntos morales, y no a los temas que pueden probarse como ciertos o equivocados por medio del uso de evidencia.
La espiral del silencio aparece cuando por un tiempo más o menos largo una parte importante de las opiniones se esconden en el silencio por no encontrar el apoyo necesario en el espacio público informativo.
Usos y limitaciones
Como sólo se aplica a asuntos morales, que tienden a causar respuestas apasionadas incluso en los individuos más reservados, la teoría puede ser utilizada para contener el descontento social sobre asuntos bastantes controvertidos. (Eckstein y Turman 2002; Gozenbach y Stevenson 1994; Gonzenbach, King, y Jablonski 1999; Moy, Domke y Stamm 2001; Shanahan, Scheufele, Fang Yang, y Hizi 2004). A pesar de que puede ayudar a mantener el orden civil, cualquier intento de emplearla conscientemente son esencialmente métodos de manipulación y coerción.
Excepciones
La teoría enuncia que la gente más educada, o que tiene una mayor influencia y los individuos altivos que no temen al aislamiento, es propensa a manifestarse sin importarle la opinión pública (Miller 2005: 279). Además asegura que aquella minoría es un factor necesario de cambio mientras que la mayoría es un factor necesario de estabilidad, siendo los dos un producto de la evolución.
Investigación actual
En la actualidad, la mayoría de las investigaciones sobre la espiral del silencio se enfocan en asuntos sociales controvertidos como el tabaquismo, y el desenlace de los Atentados del 11 de septiembre de 2001. (Shanahan y otros. 2004; Scheufele y Moy 2005). También se enfocan en hechos recientes, y en consecuencia la teoría puede indicar cambios en las normas sociales y las estructuras de valores.
La teoría aparentemente es válida cuando se examinan las culturas occidentales, pero los estudios han fracasado al no tomar en consideración las diferencias interculturales que pueden incidir en la voluntad de manifestarse del individuo (Scheufele y Moy 1999).
La espiral de silencio
Elisabeth Noelle-Neumann
Inspirándome en las exposiciones clásicas del concepto de opinión pública, quisiera aducir un informe empírico sobre el proceso de formación de ésta, que parte de la observación que hace el individuo de su entorno social.
Entre las distintas ponencias procedentes, de Tocqueville, Tönnies, Bryce y Allport, apenas Allport presenta el ejemplo de un proceso de formación de la opinión pública: la presión que se ejerce sobre los habitantes de un barrio para que despejen de nieve sus aceras. Este ejemplo demuestra que las convenciones sociales, las costumbres y las normas, junto con las cuestiones políticas, están entre las "situaciones" y las "proposiciones de significación" capaces de multiplicar las posturas públicas.
Si la opinión pública es el resultado de la interacci6n entre los individuos y su entorno social, deberíamos encontrar en ejecución los procesos que Aschs y Milgram han confirmado de modo experimental. Para no encontrarse aislado, un individuo puede renunciar a su propio juicio. Esta es una condición de la vida en una sociedad humana; si fuera de otra manera, la integración sería imposible.
Ese temor al aislamiento (no sólo el temor que tiene el individuo de que lo aparten sino también la duda sobre su propia capacidad de juicio) forma parte integrante, según nosotros, de todos los procesos de opinión pública. Aquí reside el punto vulnerable del in-dividuo; en esto los grupos sociales pueden castigarlo por no haber sabido adaptarse. Hay un vínculo estrecho entre los conceptos de opinión pública, sanción y castigo.
¿Pero en qué momento uno se encuentra aislado? Es lo que el individuo intenta descubrir mediante un "órgano cuasiestadístico" al observar su entorno social, estimar la distribución de las opiniones a favor o en contra de sus ideas, pero sobre todo al evaluar la fuerza y el carácter movilizador y apremiante, así como las posibilidades de éxito, de ciertos puntos de vista o de ciertas propuestas.
Esto es especialmente importante cuando, en una situación de inestabilidad, el individuo es testigo de una lucha entre posiciones opuestas y debe tomar partido. Puede estar de acuerdo con el punto de vista dominante, lo cual refuerza su confianza en sí mismo y le permite expresarse sin reticencias y sin correr el riesgo de quedar aislado frente a los que sostienen puntos de vista diferentes. Por el contrario, puede advertir que sus convicciones pierden terreno; cuanto más suceda esto, menos seguro estará de sí y menos propenso estará a expresar sus opiniones. No hablamos de ese 20% de los sujetos de la experiencia de Asch cuyas convicciones siguen inquebrantables, sino del 80% restante. Estas conductas remiten, pues, a la imagen cuasiestadística que se forma el individuo de su entorno social en términos de reparto de las opiniones. La opinión dividida se afirma cada vez con más frecuencia y con más seguridad; al otro se lo escucha cada vez menos. Los individuos perciben estas tendencias y adaptan sus convicciones en consecuencia. Uno de los dos campos presentes acrecienta su ventaja mientras el otro retrocede. La tendencia a expresarse en un caso, y a guardar silencio en el otro, engendra un proceso en espiral que en forma gradual va instalando una opinión dominante.
Basándonos en el concepto de un proceso interactivo que genera una "espiral" del silencio, definimos la opinión pública como aquella que puede ser expresada en público sin riesgo de sanciones, y en la cual puede fundarse la acción llevada adelante en público.
Expresar la opinión opuesta y efectuar una acción pública en su nombre significa correr peligro de encontrarse aislado. En otras palabras, podemos describir la opinión pública como la opinión dominante que impone una postura y una conducta de sumisión, a la vez que amenaza con aislamiento al individuo rebelde y, al político, con una pérdida del apoyo popular. Por esto, el papel activo de iniciador de un proceso de formación de la opinión queda reservado para cualquiera que pueda resistir a la amenaza de aislamiento.
Entre los autores clásicos ya encontramos a quienes escribieron sobre la opinión pública y mencionaron que la opinión pública es asunto de palabra y silencio.
Tönnies escribe: "La opinión pública siempre pretende ser autoridad. Exige el consentimiento. Al menos obliga al silencio o a evitar que se sostenga la contradicción". Bryce habla de una mayoría que permanece en silencio pues se siente vencida: "El fatalismo de la multitud no depende de una obligación moral o legal. Se trata de una pérdida de la capacidad para resistir, de un sentido debilitado de la responsabilidad personal y del deber de combatir por las propias opiniones"·.
El proceso de formación de la opinión pública fundado en la "espiral del silencio" es descrito por Toequeville, en El Antiguo Régimen y la Revolución. Tocqueville, al mostrar cómo el desprecio por la religión se convierte en una actitud ampliamente difundida y dominante durante el siglo XVIII francés, propone la siguiente explicación: la Iglesia francesa "se volvió muda": "Los hombres que conservaban la antigua fe temieron ser los únicos que seguían fieles a ella y, más amedrentados por el aislamiento que por el error, se unieron a la multitud sin pensar como ella. Lo que aún no era más que el sentimiento de una parte de la nación pareció entonces la opinión de todos, y desde ese momento pareció irresistible ante los mismos que le daban esa falsa apariencia".
Antes de someter a prueba ese modelo interactivo del proceso de formación de la opinión pública, expondré cinco hipótesis.
1. Los individuos se forman una idea del reparto y del éxito de las opiniones dentro de su entorno social. Observan cuáles son los puntos de vista que cobran fuerza y cuáles decaen. Este es un requisito para que exista y se desarrolle una opinión pública, entendida como la interacción entre los puntos de vista del individuo y los que él atribuye a su entorno. La intensidad de la observación de su entorno por parte de un individuo determinado varía no sólo conforme su interés por tal o cual asunto en especial sino también según pueda o no ser impelido a tomar partido públicamente respecto de eso.
2. La disposición de un individuo a exponer en público su punto de vista varía según la apreciación que hace acerca del reparto de las opiniones en su entorno social y de las tendencias que caracterizan la fortuna de esas opiniones. Estará tanto mejor dispuesto a expresarse que piensa que su punto de vista es, y seguirá siendo, el punto de vista dominante; o si bien aún no es dominante, comienza a expandirse con creces. La mayor o menor disposición de un individuo para expresar abiertamente una opinión influye en su apreciación del favor que hallan las opiniones que suelen exponerse en público.
3. Se puede deducir de esto que si la apreciación del reparto de una opinión está en flagrante contradicción con su efectiva distribución es porque la opinión cuya fuerza se sobrevalora es la que con más frecuencia se expresa en público.
4. Hay una correlación positiva entre la apreciación presente y la apreciación anticipada: si a una opinión se la considera dominante, es plausible pensar que seguirá siéndolo en el futuro (y viceversa). Esta correlación, no obstante, puede variar. Cuanto más débil es, la opinión pública más se enreda en un proceso de cambio.
5. Si la apreciación de la fuerza presente de una opinión determinada difiero de la de su fuerza futura, lo que determinará el punto hasta el cual el individuo esté dispuesto a exponerse será la previsión de la situación futura, pues se supone que la mayor o menor buena disposición de un individuo depende de su temor a encontrarse aislado, del temor a ver su confianza quebrantada en sí, en caso de que la opinión mayoritaria o la tendencia de ésta no confirmara su propio punto de vista. Si está convencido de que la tendencia de la opinión va en su misma dirección, el riesgo de aislamiento es mínimo.
Para probar estas hipótesis me he servido de encuestas sobre temas varios, organizadas por el Institut für Demoskopie Allenbasch, sobre todo entre 1971 y 1972. Estas encuestas representan en total entre 1000 y 2000 entrevistas, mediante cuestionarios referidos a muestras representativas de la población. Se formulaban cuatro tipo de preguntas:
a) preguntas sobre la opinión del entrevistado, concernientes a temas controvertidos (una persona o una organización, un tipo de conducta, una propuesta);
b) preguntas sobre el punto de vista del entrevistado, referidas a lo que la mayoría ("la mayor parte de los alemanes occidentales") piensa sobre un tema;
c) preguntas referentes a la evolución de la opinión en el porvenir;
d) preguntas relacionadas con la disposición del entrevistado a tomar partido públicamente. Por eso les pedí a los entrevistados que imaginaran una conversación vinculada con un tema controvertido entre los pasajeros de un tren de línea principal y que indicaran si intervendrían o no, y de qué manera, en semejante conversación.
De este modo se sometieron a los entrevistados doce temas que más o menos daban lugar a controversias:
la ley sobre el aborto (abril de 1972);
el nivel reprensible del porcentaje de alcohol en sangre de los conductores de automóviles (abril de 1972);
la pena capital (junio de 1972);
la unión libre (septiembre de 1972);
los castigos corporales a los niños (noviembre de 1972);
los trabajadores extranjeros en la República Federal (mayo de 1972);
el triunfo social (agosto de 1972);
los tratados de Moscú y de Varsovia (mayo de 1972);
el reconocimiento de la RDA (enero de 1971);
la prohibición del Partido Comunista (septiembre de 1972);
la influencia creciente de Franz Josef Strauss (octubre/noviembre de 1972);
¿Hay que dejar a Willy Brandt como canciller? (octubre de 1972).
Como podemos ver en la Tabla 1 (ver anexo al final), la disposición a discutir sobre un tema en público varía según el sexo, la edad, la profesión, la renta y el lugar de residencia. Los hombres, las categorías más jóvenes y las clases media y superior se expresarán en general con más gusto. Estas mismas discrepancias se encuentran respecto de todos los demás resultados de la investigación. Por eso me pondré a examinarlos sin hacer distinciones entre estos subgrupos demográficos.
Se hizo una comparación entre dos grupos de personas que comparten una visión similar sobre la evolución de Alemania. Piensan que la República Federal se encamina. al socialismo. La diferencia entre esos dos grupos es que uno se congratula por eso; el otro se inquieta. Los resultados mostraron diferencias de grado en la propensión a expresarse de cada uno de los dos grupos. La "facción preocupada" en realidad es numéricamente más importante que la "fracción triunfante", pero la tendencia de esta mayoría a guardar silencio es considerable y da la impresión de una "mayoría silenciosa".
Conviene ahora examinar si la propensión a la expresión del grupo que se alegra por el avance del socialismo se debe a un interés más pronunciado por la política. El resultado fue que la tendencia a hablar en la facción victoriosa y la tendencia a guardar silencio en la facción perdedora es evidente tanto en los que refieren interés por la política como en los que no lo refieren.
Si los partidarios de las tesis de izquierda parecen más inclinados que los conservadores a situarse en la brecha, es porque sus previsiones sobre la evolución de los acontecimientos se han revelado correctas. Respecto de este punto se llevó a cabo una encuesta sobre el reconocimiento de la RDA. La investigación se realizó en 1971, unos dos años antes de la firma del tratado entre la República Federal de Alemania y la República Democrática Alemana. En 1971, en líneas generales, había igual cantidad de personas a favor y en contra del reconocimiento. Ambos grupos diferían poco cuando se les preguntaba si pensaban que tenían consigo a la mayoría. Esta diferencia se acentuaba desde el momento en que se interrogaba a los dos grupos acerca de lo que esperaban de la evolución venidera. Los que pensaban que representaban a la mayoría tenían la clara impresión de que el tiempo les daría la razón.
En esta serie de pruebas, dos ejemplos modifican la hipótesis del silencio. En dos temas, las facciones perdedoras (minorías entre el 17 y el 25%, frente a mayorías de entre el 53 y el 61%) muestran una disposición a tomar partido por lo menos igual, si no superior, a la de la mayoría. Se trata de minorías opuestas a los tratados con Moscú y Varsovia, que apoyaban al político conservador Franz Josef Strauss. Estos resultados sugieren que tras un combate prolongado, una facción minoritaria se puede reducir a un núcleo compacto cuyos miembros no están dispuestos a adaptarse, a cambiar de opinión, o incluso a guardar silencio ante la opinión pública. Algunos de los miembros de este grupo son capaces de enfrentar su aislamiento. En su mayoría, podrán seguir manteniendo sus puntos de vista apoyándose en un círculo selectivo y eligiendo los medios de los que se dispone.
Para lograr una confirmación inequívoca de la hipótesis 3 se necesitarían otros estudios. En especial, habría que examinar la diferencia entre los repartos reales y supuestos de la opinión. Además habría que saber si la percepción de las opiniones expresadas en público con mayor frecuencia se correlaciona con la opinión del entrevistado mismo o con su apreciación de lo que es la opinión dominante en torno de él. Tengo la hipótesis de que en los procesos de formación de la opinión la observación que un individuo hace de las modificaciones de su entorno precede a las modificaciones de su propia opinión. De este modo, mis estudios han demostrado un cambio en la voluntad de votar durante la campaña de las elecciones de 1972 a favor de la opinión que se presentaba públicamente con la mayor fuerza. El balanceo aparece más marcado entre las mujeres, que suelen estar menos seguras de sí en materia política.
Basándonos en esta comprobación de un efecto diferido de la previsión de los resultados de una elección acerca de las intenciones de voto, examinemos el valor predictivo de la hipótesis del silencio.
Las ponderaciones sociográficas habituales sobre la distribución de las opiniones en la población deben ser completadas con preguntas concernientes a la evaluación de las opiniones en e entorno -¿cuáles son las opiniones que predominan y cuáles ganarán terreno?-, así corno con preguntas acerca de la disposición del entrevistado para defender determinado punto de vista en público.
Disponiendo de semejante información es posible considerar, en el análisis de un grupo, la opinión de parámetros tales como la confianza que tiene él en sí mismo (de acuerdo con su seguridad de tener consigo o no a la mayoría presente o futura), así como su inclinación a defender cierto punto de vista en público. Partiendo de los resultados de este análisis, podemos deducir si hay que contar con un cambio de opinión. ¿Cuáles son las opiniones que deberían difundirse y cuáles deberían decaer? ¿Cuál es la forma de la presión conformista? Entonces es posible hacer previsiones tales como:
Si una mayoría se considera minoría, tenderá a declinar en el futuro. A la inversa, si una minoría es vista como mayoritaria, irá en aumento.
Si los miembros de una mayoría no prevén que ésta pueda mantenerse en el porvenir, fracasará. A la inversa, si la creencia en una evolución favorable es compartida por muchos, sus miembros necesitarán mucho tiempo para cambiar de opinión.
Si la inseguridad en cuanto a lo que es la opinión dominante, o lo que será, aumenta, es porque está ocurriendo un cambio profundo en la opinión dominante.
Si dos facciones se distinguen claramente por su respectiva disposición para exponer sus puntos de vista en público, la que muestre mayor disposición será quizá la que predomine en el futuro.
Combinando estas ponderaciones, podemos concluir que una minoría convencida de su predominio futuro y, por consiguiente, dispuesta a expresarse, verá hacerse dominante su opinión, si se confronta con una mayoría que duda de que sus puntos de vista sigan prevaleciendo en el futuro y, por lo tanto, menos dispuesto a defenderlos en público. La opinión de esta minoría se convierte en una opinión que en adelante no se puede contradecir sin correr el riesgo de alguna sanción. De este modo pasa de la jerarquía de simple opinión de una facción a la de opinión pública.
Este tipo de análisis puede aplicarse a la previsión de las opiniones políticas, a la de las tendencias de la moda o a la de la evo- lución de las costumbres y las convenciones sociales, es decir, a todos los campos respecto de los cuales la actitud y la conducta del individuo están determinados por la relación entre sus propias convicciones y el resultado de la observación de su entorno social. A mi modo de ver, esta interacción es el principal aspecto del proceso de formación de la opinión pública. La importancia del papel de la observación del entorno hace que todas las ponencias sobre la opinión pública sólo valgan para períodos y sitios determinados.
Se suele afirmar que los medios de comunicación masiva influyen en la opinión pública, pero en realidad esta relación no es para nada clara.
Los medios de comunicación masiva pertenecen al sistema por el cual el individuo consigue informarse sobre su entorno. Respecto de todas las preguntas que no atañen a su esfera personal, depende casi totalmente de los medios de comunicación masiva tanto en lo que se refiere a los hechos mismos como a la evaluación del clima de la opinión. Por regla general, reaccionará ante la presión de la opinión en la forma en que ésta se ha hecho pública (o sea, publicada). Habría que dirigir investigaciones acerca del modo como una opinión sobre una persona o un tema específico llega a prevalecer a partir del sistema de los medios. ¿Cuáles son los factores que facilitan este proceso o, por el contrario, que lo inhiben? ¿Este proceso depende de las convicciones de los periodistas? ¿Está vinculado con las obligaciones del oficio de periodista? Los partidarios de la opinión predominante, ¿ocupan, en el sistema de los medios, los sitios clave que les permiten tener a distancia a grupos numéricamente considerables de contradictores?
No se puede estudiar la influencia de los medios de comunicación masiva en la opinión pública sin proponer un concepto opera- torio del origen de la opinión pública. La "espiral del silencio" es un concepto así. Las preguntas que plantea son las siguientes: ¿cuáles son los temas que los medios de comunicación masiva presentan como opinión pública (función de agenda) y, entre éstos, cuáles son los temas privilegiados? ¿A qué personas y a qué argumentos se confiese un prestigio especial y se profetiza una importancia futura? ¿Hay unanimidad en la presentación de los temas, en la evaluación de su urgencia, en la anticipación de su futuro?
La pregunta acerca de saber si los medios anticipan la opinión pública o si solo la reflejan constituye el centro de las discusiones científicas desde hace ya mucho tiempo. Según el mecanismo psicosocial que hemos llamado "la espiral del silencio", conviene ver a los medios como creadores de la opinión pública. Constituyen el entorno cuya presión desencadena la combatividad, la sumisión o el silencio.
Conceder atención pública, privilegio del periodista
«He experimentado la espiral del silencio en mi club.» «La he visto funcionar en mi equipo de voleibol.» «Así son exactamente las cosas en mi empresa-» La gente confirma a menudo de esta manera el concepto de la espiral de silencio. Y es lo que cabía esperar, porque hay múltiples ocasiones para observar este comportamiento tan humano de conformidad. Las experiencias como las que todos tenemos en los grupos pequeños forman parte del proceso. Cuando se está formando la opinión pública, la comprobación por parte de los individuos observadores de idénticas o similares experiencias en los distintos grupos lleva a suponer que «todo el mundo» va a pensar igual. Sin embargo, cuando la espiral del silencio empieza a desarrollarse en público sucede algo único. Lo que da una fuerza irresistible al proceso es su carácter público. El elemento de la atención pública se introduce en el proceso con máxima eficacia a través de los medios de comunicación de masas. De hecho, los medios de comunicación encarnan la exposición pública, una «publicidad» informe, anónima, inalcanzable e inflexible.
La sensación de impotencia ante los medios de Comunicación
La comunicación puede dividirse en unilateral y bilateral (una conversación, por ejemplo, es bilateral), directa e indirecta (una conversación es directa), pública y privada (una conversación suele ser privada). Los medios de comunicación de masas son formas de comunicación unilaterales, indirectas y públicas. Contrastan, pues, de manera triple con la forma de comunicación humana más natural, la conversación. Por eso los individuos se sienten tan desvalidos ante los medios de comunicación. En todas las encuestas en que se pregunta a la gente quién tiene demasiado poder en la sociedad actual, los medios de comunicación aparecen en los primeros lugares. Esta impotencia se expresa de dos formas. Las primera sucede cuando una persona intenta conseguir la atención pública (en el sentido de Luhmann), y los medios, en sus procesos de selección, deciden no prestarle atención. Lo mismo sucede cuando se realizan esfuerzos infructuosos para que la atención pública se fije en una idea, una información o un punto de vista. Esto puede desembocar en un estallido desesperado en presencia de los guardianes que han denegado el acceso a la atención pública: uno tira un bote de tinta a un Rubens en el museo de arte de Munich; otro arroja una botella de ácido contra un Rembrandt en un museo de Amsterdam, otro secuestra un avión para que la atención pública se fije en un mensaje o en una causa.
El segundo aspecto de la impotencia entra en juego cuando se usan los medios como una picota; cuando orientan la atención pública anónima hacia un individuo entregado a ellos como un chivo expiatorio para ser «exhibido». No puede defenderse. No puede desviar las piedras y las flechas. Las formas de réplica son grotescas por su debilidad, por su torpeza en comparación con la tersa objetividad de los medios. Los que aceptan voluntariamente aparecer en un debate o una entrevista televisiva sin pertenecer al círculo interior de los «cancerberos» de los medios están metiendo la cabeza en la boca del tigre.
Un nuevo punto de partida para la investigación sobre los efectos de los medios
La atención pública puede experimentarse desde dos puntos de vista diferentes: el del individuo expuesto a ella o ignorado por ella - que acabamos de describir -, y desde la perspectiva del acontecimiento colectivo, cuando cientos de miles o millones de personas observan su medio y hablan o se quedan callados, creando así la opinión pública. La observación del entorno tiene dos fuentes, dos manantiales que nutren la opinión pública: por una parte el individuo observa directamente su medio; por otra, recibe información sobre el entorno a través de los medios de comunicación. En la actualidad la televisión crea, con el color y el sonido, una gran confusión entre la propia observación y la observación mediada. «Buenas tardes», dijo el hombre del tiempo al comenzar la información meteorológica. «Buenas tardes», respondieron los clientes de un hotel en el que yo estaba pasando las vacaciones.
La gente lleva mucho tiempo cuestionando los efectos de los medios de comunicación, creyendo que hay una relación muy simple y directa entre la causa y el efecto. Han supuesto que las afirmaciones que se transmiten por cualquier medio producen cambios de opinión o - lo que también sería un efecto- refuerzan la opinión de la audiencia. La relación entre los medios de comunicación y la audiencia tiende a compararse con una conversación privada entre dos personas, una de las cuales dice algo y la otra queda reforzada o convertida. La influencia real de los medios es mucho más compleja, y muy diferente del modelo de la conversación individual. Walter Lippmann nos lo enseñó mostrando que los medios graban los estereotipos mediante innumerables repeticiones, y que éstos sirven de ladrillos del (mundo intermedio(, de la pseudorrealidad que surge entre la gente y el mundo objetivo exterior. Ésta es la consecuencia de la «función del agenda-setting de Luhmann», la selección de lo que debe ser atendido por el público, de lo que debe considerarse urgente, de los asuntos que deben importar a todos. Todo esto lo deciden los medios.
Además, los medios influyen en la percepción individual de lo que puede decirse o hacerse sin peligro de aislamiento. Y, por último, encontramos algo que podría llamarse la función de articulación de los medios de comunicación. Esto nos devuelve al punto de partida de nuestro análisis de la espiral del silencio, el test del tren como situación paradigmática de un pequeño grupo en el que se crea opinión pública mediante el habla y la resistencia a hablar.
Pero por ahora vamos a seguir con el tema de cómo experimentan las personas el clima de opinión a través de los medios de comunicación.
El conocimiento público legitima
Todos los que leyeron reimpresiones del «memorial» que hizo público un grupo de estudiantes con ocasión de la muerte de Buback, un fiscal federal asesinado por terroristas en 1977, sabían que la reimpresión no pretendía sólo documentar. El texto, firmado por el seudónimo «Mescaleros», volvió a ser publicado, evidentemente, para que el máximo número de personas pudiera leerlo y formarse una opinión sobre él. La publicidad activa que acompañó a su reimpresión incremento el impacto del texto. A pesar de comentarios editoriales tibiamente condenatorios, que apenas ocultaban una aprobación subyacente, la publicidad produjo la impresión de que se podía estar secretamente satisfecho por saber que un fiscal federal hubiera sido asesinado, y que esto podía expresarse públicamente sin correr riesgo de aislamiento. Algo semejante sucede siempre que una conducta tabú se conoce públicamente - por el motivo que sea- sin que la califiquen de mala, de algo a evitar o a empicotar. Es muy fácil saber si nos encontramos con una notoriedad que estigmatiza o con una que perdona un comportamiento. Dar a conocer una conducta que viola normas sin censurarla enérgicamente la hace más adecuada socialmente, más aceptable. Todos pueden ver que esa conducta ya no aísla. Los que rompen normas sociales anhelan con frecuencia recibir las mínimas muestras de simpatía pública. Y su avidez está justificada, porque de ese modo la regla, la norma, queda debilitada.
La opinión Pública tiene dos fuentes: una de ellas, los medios de comunicación
A principios de 1976, medio año antes de las elecciones federales de Alemania, se montó por primera vez todo el instrumental de investigación demoscópica disponible para seguir el desarrollo del clima de opinión y la consiguiente configuración de las intenciones de voto a partir de la teoría de la espiral del silencio. El principal método empleado fue la entrevista repetida de una muestra representativa de votantes, lo que se llama técnicamente un estudio panel. Se emplearon, además, encuestas representativas normales para no perder de vista lo que iba sucediendo. Se realizaron dos encuestas a periodistas, y se grabaron en vídeo los programas políticos de los dos canales nacionales de televisión.. Sólo expondremos aquí una pequeña parte del esfuerzo total realizado, para mostrar cómo la teoría de la espiral de silencio orientó la investigación empírica (Noelle-Neumann 1977b; 1978; Kepplinger 1979; 1980a).
Habíamos diseñado preguntas pertinentes desde las elecciones federales de 1965. Se referían a las intenciones de voto de los entrevistados, sus creencias sobre el posible ganador, su disposición a demostrar públicamente sus preferencias políticas, su interés por la política en general y su grado de utilización de los medios de comunicación (periódicos y revistas leídos -y televisión vista-), con una atención especial a los programas políticos de televisión.
Cambio súbito del clima de opinión antes de las elecciones de 1976
En julio, en plena temporada de vacaciones, llegó al Instituto Allensbach una remesa de cuestionarios contestados. Constituían la segunda ola de un panel de aproximadamente 1.000 votantes representativos de toda la población de Alemania Occidental. En aquella época yo me encontraba en Tessin (Suiza), disfrutando de los soleados días de verano, y recuerdo vivamente el contraste entre las grandes hojas verdes de los viñedos y la mesa de granito sobre la que descansaban los resultados de las encuestas. Faltaban pocos meses para las elecciones y no era el momento de olvidarse completamente del trabajo. De los impresos se desprendía algo con claridad: la medición más importante, la pregunta sobre la percepción que la gente tenía del clima de opinión, mostraba un dramático descenso de los cristianodemócratas. La pregunta era ésta: «Por supuesto nadie puede estar seguro pero, ¿quién cree usted que va a ganar las próximas elecciones federales? ¿Quién va a recibir más votos, la Unión Cristianodemócrata o el Partido Socialdemócrata- Partido Demócrata Libre?». En marzo de 1976, los entrevistados del panel habían dado una ventaja del 20 por ciento a la Unión Cristianodemócrata, esperando que triunfase en las elecciones; pero ahora la sensación había cambiado y sólo una diferencia del 7 por ciento separaba las estimaciones de la Unión Cristianodemócrata y del Partido Socialdemócrata- Partido Demócrata Libre. Poco después el Partido Socialdemócrata- Partido Demócrata Libre alcanzaba a la Unión Cristianodemócrata (tabla 2, al final del artículo).
Mi primera suposición fue que los que apoyaban a los cristianodemócratas se habían comportado aproximadamente igual que en las elecciones de 1972, permaneciendo públicamente en silencio y no demostrando, incluso una vez empezada la campaña electoral, cuáles eran sus convicciones.
Yo sabía que la jefatura de campaña de todos los partidos, incluida la Unión Cristianodemócrata, había intentado hacer ver a sus votantes lo importante que era pro- clamar su posición públicamente; pero, como sabemos, la gente es precavida y miedosa. Telefoneé a Allensbach y pregunté por los resultados de las preguntas sobre la disposición a apoyar públicamente a un partido. El resultado fue sorprendente: no cuadraba con la teoría. En comparación con los resultados de marzo, los seguidores del Partido Socialdemócrata tendían a mostrarse más remisos que los de la Unión Cristianodemócrata. En respuesta a la pregunta de qué estaban dispuestos a hacer por su partido, y dada una lista de actividades posibles incluida la respuesta «nada de todo esto», el número de votantes del Partido Socialdemócrata que dijeron que no harían nada aumentó entre marzo y julio del 34 al 43 por ciento, mientras que los de la Unión Cristianodemócrata permanecían casi constantes (el 38 por ciento dijo que no haría nada en marzo, y el 39 por ciento en julio). Una disposición decreciente de los partidarios cristianodemócratas a apoyar públicamente a su partido no podía explicar el cambio en el clima de opinión (tabla 3, al final del artículo).
Con el ojo de la televisión
Después pensé en las dos fuentes de que disponemos para obtener información sobre la distribución de las opiniones en nuestro medio: la observación de primera mano de la realidad y la observación de la realidad a través de los ojos de los medios. De modo que pedí que en Allensbach se tabulasen los datos de acuerdo con la cantidad de prensa leída o de televisión vista por los encuestados. Cuando tuve los resultados desplegados sobre la mesa, eran tan sencillos como una cartilla escolar. Sólo los que habían observado el entorno con mayor frecuencia a través de los ojos de la televisión habían percibido un cambio en el clima; los que habían observado el entorno sin los ojos de la televisión no habían notado ningún cambio en el clima (tabla 4, al final del artículo).
Las diversas comprobaciones que realizamos para ver si el filtro de la realidad por la televisión cambió el clima de opinión en el año electoral de 1976 se describen detalladamente en otro lugar (Noelle-Neumann 1977b; 1978). De todas formas, no podemos evitar sentir curiosidad por el modo en que se produjo esta impresión de un cambio de clima de opinión. De nuevo entramos en territorios escasamente explorados por la investigación.
Los periodistas no manipularon. Refirieron lo que vieron
Para acercarnos al menos a la solución de este enigma, analizamos las encuestas realizadas a periodistas y, los videos de programas políticos de televisión de ese año electoral. Según las tesis de Walter Lippmann, no es en absoluto sorprendente que los televidentes vieran esfumarse las posibilidades de la Unión Cristianodemócrata. Los propios periodistas no creían que los cristianodemócratas pudieran ganar las elecciones federales de 1976. En realidad, los dos bandos políticos tenían prácticamente la misma fuerza, y la Unión Cristianodemócrata habría vencido el día de las elecciones, el 3 de octubre de 1976, si 350.000 de los aproximadamente 38 millones de votantes (un 0,9 por ciento) hubieran cambiado su voto del Partido Socialdemócrata o el Partido Demócrata Libre a la Unión Cristianodemócrata. Una estimación objetiva de la situa- ción anterior a las elecciones hubiera conducido a los periodistas a responder a la pregunta «¿Quién cree que va a ganar las elecciones?» con un «Está completamente en el aire». Por el contrario, más del 70 por ciento respondió que creía que iba a vencer la coalición socialdemócrata-liberal, mientras que sólo un 10 por ciento esperaba una victoria cristianodemócrata.
Los periodistas veían el mundo de un modo muy distinto al electorado y, si Lippmann tiene razón, sólo podían mostrar el mundo tal como lo veían ellos. En otras palabras, la audiencia tenía dos visiones de la realidad, dos impresiones distintas sobre el clima de opinión: la impresión propia, basada en observaciones de primera mano, y la impresión basada en el ojo de la televisión. Se produjo un fenómeno fascinante: un «clima doble de opinión» (tabla 5).
¿Por qué veían de manera tan diferente la situación política la población y los periodistas? El electorado, al fin y al cabo, todavía creía (en el verano de 1976) que una victoria de los cristianodemócratas era un poco más probable que una victoria de los socialdemócratas y liberales.
Una razón era que la población y los periodistas diferían considerablemente en sus convicciones políticas y sus preferencias por unos u otros partidos. Y, por supuesto, como deja claro Lippmann, las convicciones guiaron sus puntos de vista. Los partidarios del Partido Socialdemócrata y del Partido Demócrata Liberal (los Liberales) veían más indicios de victoria para sus partidos, mientras que los partidarios de la Unión Cristianodemócrata consideraban más probable la victoria de su propio partido. Esto es así en general, y así fue en el caso de la población y de los periodistas en 1976. Como la población en general estaba dividida a partes casi iguales entre el Partido Socialdemócrata- Partido Demócrata Libre, por una parte, y la Unión Cristianodemócrata por la otra, mientras que los periodistas se decantaban en una proporción de tres a uno a favor del Partido Socialdemócrata y el Partido Demócrata Libre, era natural que percibieran la realidad de manera distinta.
La descodificación del lenguaje de las señales visuales
Así comenzó la expedición por el territorio virgen para la investigación del modo en que los periodistas de televisión transmiten sus percepciones a los televidentes mediante las imágenes y el sonido. Primero dirigimos nuestra mirada hacia los Estados Unidos, Gran Bretaña, Suecia y Francia en la esperanza de que los investigadores de la comunicación de esos países ya hubieran resuelto el problema. Pero no encontramos nada. Después organizamos un seminario - de estudiantes, ayudantes y profesores - y nos examinamos a nosotros mismos.
Contemplamos, sin discusión previa, grabaciones en vídeo de congresos políticos o de entrevistas con políticos, e inmediatamente después respondimos cuestionarios sobre el modo en que nos habían influido las personas que habíamos visto. Donde coincidíamos en nuestra descodificación del mensaje visual, intentábamos indagar las claves que hablamos empleado para obtener esa impresión particular. Por último, invitamos a conocidos investigadores de la comunicación -como Perey Tannenbaum, de la Universidad de California (Berkeley), y Kurt y Gladys Engel Lang, de la Universidad Stony Brook de Nueva York- al Instituto de Publicística de Maguncia. Les mostramos los videos de los programas políticos y les pedimos consejo. Percy Tannenbaum sugirió que hiciéramos una encuesta a los cámaras preguntándoles qué técnicas visuales empleaban cuando querían lograr un efecto determinado. O podíamos preguntarlo al revés: cómo evaluaban el efecto de los distintos planos y las distintas técnicas sobre los televidentes. Llevamos a la práctica esta sugerencia en 1979 (Kepplinger 1983; Kepplinger y Donsbach 1982). La mayoría de los cámaras, el 51 por ciento, respondió a nuestras preguntas escritas, y recibimos 151 cuestionarios. El 78 por ciento de los cámaras creía «muy probable» y el 22 por ciento «bastante posible» que «un cámara pudiera conseguir, por métodos puramente ópticos, que se viera a las personas mas positiva o más negativamente». ¿Qué técnicas pueden producir estos efectos?
Los cámaras encuestados estaban mayoritariamente de acuerdo en un punto. Dos tercios de los cámaras harían un plano frontal a la altura de los ojos a los políticos que les gustasen, ya que, en su opinión, esto tendería a despertar simpatía y a causar una im- presión de calma y de espontaneidad. Ninguno de ellos los enfocaría desde arriba (plano picado) o desde abajo (plano contrapicado), ya que estas posiciones tenderían a provocar antipatía y a producir una impresión de debilidad o de vacuidad.
El profesor Hans Mathias Kepplinger y un grupo de trabajo estudiaron después las grabaciones en vídeo de la campaña electoral tal como la habían cubierto las dos cadenas de televisión alemanas, la ARD y la ZDF, entre el 1 de abril y las elecciones del 3 de octubre de 1976. Entre otras muchas cosas descubrieron que Helmut Schmidt apareció sólo 31 veces en planos picados o contrapicados, mientras que Kohl apareció así 55 veces. Pero hubo que interrumpir la investigación por las protestas de los periodistas y los cámaras, que se oponían a que se analizasen los efectos de los ángulos de las cámaras.
Actualmente, más de una década después, seguimos investigando cómo transmiten los periodistas de televisión sus percepciones a los televidentes mediante las imágenes y el sonido. Pero en este tiempo ha remitido la indignación causada por el estudio científico de los cámaras y de los montadores. Estudios experimentales publicados posteriormente han confirmado definitivamente la influencia ejercida por las técnicas de filmación y montaje sobre las concepciones de la realidad de los televidentes. Estos estudios, sin embargo, se han escrito tan desapasionadamente, que probablemente no vayan a servir de estímulo para ulteriores investigaciones (Kepplinger 1987, 1989b).
Además, no ha habido elecciones federales en Alemania con unos resultados tan igualados como los de las elecciones de 1976. No habrá, por supuesto, acusaciones virulentas sobre la influencia de los medios en el clima de opinión, si esa influencia no puede ser decisiva, por depender el resultado de unos pocos centenares de miles de votos. Esta ausencia de interés público ha sido en realidad favorable para la investigación de la comunicación que aspira a determinar la influencia de las imágenes de la televisión sobre los televidentes. Michael Ostertag dedicó su tesis (1992), elaborada en el Instituto de Publicística de Maguncia al tema de cómo afectan las preferencias políticas de los periodistas a los políticos entrevistados en la televisión, y cómo este efecto, a su vez, configura las impresiones que los políticos causan en el público. Analizando 40 entrevistas televisadas con los principales candidatos -Sehmidt, Kohi, Strauss y Genscher- realizadas durante la campaña de las elecciones federales de 1980, Ostertag y sus colaboradores trabajaron con el sonido apagado. Querían evitar ser influidos por los argumentos esgrimidos y el lenguaje utilizado, así como por los elementos relacionados con el habla, tales como el timbre de voz, la entonación y las pausas deliberadas; en otras palabras, por los considerados «modos de expresión paraverbales» o «paralingüísticos». Su único interés residía en los contenidos visuales.
La investigación de Ostertag incluía una comparación de las expresiones faciales y los gestos de los cuatro políticos alemanes principales según fuesen entrevistados por un periodista con opiniones políticas similares o por uno que se inclinara hacia el otro bando. El resultado fue que las expresiones faciales y los gestos típicos de los cuatro políticos eran esencialmente los mismos en todas las entrevistas. Habla, sin embargo, un cambio de grado. Cuando hablaban con un periodista de otra tendencia política, el asentimiento rítmico con la cabeza de los políticos se volvía más intenso al hablar; y el proceso de apartar la mirada o mirar fijamente a la otra persona se prolongaba. Esta intensidad parecía producir un efecto desfavorable en el televidente. Entrevistados por periodistas con los que parecían estar de acuerdo, los cuatro políticos recibieron una mayoritaria valoración positiva de los televidentes, "mientras que los políticos que discutían con el entrevistador obtenían una valoración negativa (Ostertag 1992, 191 y sigs.).
Sin embargo, aunque ahora podemos identificar algunas de las señales visuales que influyen en la opinión sobre los políticos que aparecen en la televisión, la investigación aún tiene que avanzar mucho antes de poder determinar realmente cómo transmite la televisión el clima de opinión.
Fuente. El nuevo espacio público, Gedisa, Barcelona, 1992 y NOELLE-NEUMANN, Elisabeth. La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social, Paidós. Barcelona, 1995 (capítulos 20 y 21)
El temor a la marginación se traduce en falsas verdades
Miedo a la soledad
Elisabeth Noelle-Neumann
La opinión de la mayoría no sólo se configura a partir de una discusión argumentativa, sino que también depende de los elementos psicosociales, de los valores seguidos y perseguidos por el individuo en su socialización y que hayan dado lugar a su estructura cognitiva, de la percepción propia de la opinión mayoritaria y, principalmente, del temor al aislamiento. La sociedad amenaza con la exclusión a quienes se alejan del consenso; de lo moral y supuestamente válido; de lo establecido, que es establecido, a su vez, por ellos mismos y por los medios de comunicación de masas, en contra de cuyos criterios asentados nos cuesta tanto opinar. Esto es lo que viene a expresar la teoría de la espiral del silencio, que la opinión de la mayoría determina el comportamiento de los individuos y cuestionan la elección de expresarse públicamente o permanecer en silencio.
Esta teoría fue expresada por primera vez hace unos 20 años por la directora del Centro de Investigación de la Opinión Pública de Allensbach, Elisabeth Noelle-Neuman, quien en este libro La espiral del silencio nos muestra con numeroso ejemplos el poder que tiene la opinión pública en cada uno de los individuos, entendidos como seres particulares y, sobre todo en aquellos más frágiles que se sienten ligeramente desplazados del entorno social. Así, para la creación de su opinión individual, que más tarde cuando sea compartida se convertirá en una opinión colectiva y pública, el individuo parte de la perspectiva de la observación de su entorno social, y es capaz de renunciar a su propio juicio y de reprimir sus instintos con tal de evitar el rechazo por parte de la mayoría, por la sociedad que acepta, apoya y defiende otra postura. Estos individuos frágiles que se percatan de que sus juicios y convicciones pierden terreno y firmeza se sienten cada vez más inseguros, y como consecuencia, son cada vez menos propensos a expresarse públicamente, y apoyan a la opinión dominante. Opinión dominante que en la mayoría de los casos ha surgido como consecuencia de los medios de comunicación, de la mediatización de los mensajes y del trasvase de información, que son canales de los cuales procede la estimación, al menos en un primer momento, del clima de opinión. Los medios se constituyen en empresas informativas, las cuales tienen unos intereses propios que ponen, en ocasiones, en boca de los periodistas. Que un individuo se vea apoyado por los medios de comunicación con respecto a un tema en cuestión le hace tender a la elección de la expresión pública, porque en cierto modo se siente respaldado por una gran fuerza y le hace perder ese miedo constante que tenemos al aislamiento, que nos hace evaluar continuamente el clima de opinión.
Un paseo por la historia
Para aproximarnos al concepto de opinión pública, la socióloga y comunicóloga alemana recorre los supuestos y definiciones expresadas por los grandes pensadores y estudiosos del tema. Maquiavello, en el siglo XVI, es quien se aproxima a la raíz de esta teoría de la espiral del silencio cuando diferenció la política de la moral y anunció que nunca hay que parecer contrario a la opinión que tenga la mayoría: ”Todos ven lo que tu aparentas, pero pocos sienten lo que eres, y estos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría”.
Otros pensadores acuñan el término con cierta vinculación política, donde podría interpretarse ese aislamiento social con la falta de apoyo por parte de los votantes, es decir, la pérdida del voto, por lo que los discursos de los políticos siempre van ampliamente ligados con los temas de actualidad, con lo que informan los medios de comunicación que pretenden formar una opinión pública que sirva, en cierto modo, como moderadora de la sociedad, es decir, que ejerza un papel de control social.
Los números no mienten
Para justificarnos todo lo expresado en su teoría, la autora nos muestra multitud de ejemplos que fueron llevados a cabo durante los años 70 en Alemania, que por aquel entonces eran dos, la democrática y la federal. Así se sirve de sondeos y encuestas electorales que se realizaron antes de las elecciones de 1972 y 1976, para analizar la intención de voto de los ciudadanos.
También nos muestra ejemplos de un corte más sociológico de estudios y muestras que reflejan el miedo del individuo al aislamiento, a la marginación, que se traduce no en el cambio de una postura adoptada, sino en la interiorización de la misma y la muestra pública de otra muy diferente, pero que es la dominante.
El periodista ante la espiral de silencio
Fermín Galindo Arranz
En los años noventa, el papel que ocupan, o que deben tener, los periodistas en la opinión pública ha ocupado un espacio central en la actualidad política e informativa. Se ha escrito mucho sobre este asunto, ya sea sobre el periódico como actor político (Borrat,1984), sobre la relación entre el poder y la prensa (Sinova, 1995), sobre la función del periodista en el espacio público (Dader, 1992) y en general sobre las múltiples relaciones encontradas entre el poder y los medios de comunicación. Incluso en los últimos días (febrero de 1998) a raíz de las declaraciones de Luis María Ansón, al semanario Tiempo, se ha reavivado la polémica relativa al papel de la prensa en un sistema democrático, que han puesto en boca de políticos y periodistas multitud de argumentos relativos a la legitimidad de unos y otros para intervenir en el debate público condicionando decisivamente la vida política.
Éste es un tema complejo, pero es sabido que la posición de los medios, o un cambio en la posición de los medios, suele preceder a un cambio en las actitudes personales. La conducta de la gente se suele adaptar a la evaluación del clima de opinión pero, recíprocamente, también influye en las evaluaciones del clima de opinión en un proceso de retroalimentación que suele provocar una suerte de tendencias de opinión de distinta intensidad, pudiendo alcanzar su máximo grado en la conocida como espiral de silencio. Por este motivo, la entrevista del ex director de ABC ha desatado todo tipo de declaraciones y calificativos en todos los sentidos, sólo por citar algunos, en los últimos días nos hemos acostumbrado a escuchar términos como conspiraciones periodísticas, golpismos de salón, comandos mediáticos, chismes de la Corte y Villa, principios deontológicos, tramas civiles, confabulaciones y prácticas deleznables, acoso y derribo, legitimidad democráticas... y toda suerte de expresiones imaginables.
Seguramente, una de las sensaciones finales de esta polémica y aquella sobre la que nos interesa incidir es la que firmaba Pedro de Silva en un artículo publicado en el diario Faro de Vigo con el expresivo título "La ansonada":
"Hoy, para dar un golpe de timón se reúnen directores de medios y líderes de opinión. El poder está en el cuarto poder, y casi sobran los otros tres, sería la conclusión. La Facultad de Periodismo debería llamarse de Ciencias Políticas".
Nada más lejos de la realidad que esta idea sobre la función del periodista en la opinión pública y su capacidad de influencia sobre la alternancia en el poder, o el control de la gestión de los personajes públicos.
Opiniones, periodistas y consecuencias
La percepción de la profesión periodística y de su influencia cambia mucho a lo largo del tiempo, de las coyunturas históricas y de los diferentes países y sociedades en las que desempeñan su labor. Así, el último barómetro de la libertad de prensa (publicado por el diario El País e febrero de 1998) incidía en esta realidad:
"Sólo en 79 de los 185 países miembros de Naciones Unidas puede considerarse como correcta la situación de la libertad de prensa. En otros 80 países, la situación informativa es difícil, y en 26, muy grave. En el último mes se registraba el asesinato de un periodista, 44 detenidos, 86 todavía encarcelados, 47 agredidos o amenazados y 47 medios de comunicación censurados en distintos países marcan la situación de la libertad de prensa en el mundo. Un periodista, Morteza Fiaruzi, puede ser colgado en cualquier momento en Irán tras haber confirmado la Corte Suprema su condena a muerte por supuesto espionaje. Sigue sin esclarecerse el asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas en Argentina, el 25 de enero de 1997".
Se podrían seguir enumerando casos y situaciones de máximo riesgo en el ejercicio de la profesión periodística. En el último informe del Instituto Internacional de Prensa (IPI) se sitúa a Colombia, con siete víctimas en el último año, en el primer lugar de riesgo periodístico de Latinoamérica. Sorprende incluso que los propios periodistas consideran lógicas las amenazas que reciben dentro de la propia situación de violencia que vive el país.
María Teresa Herrán, una de las periodistas más influyentes del país y mujer de uno de los candidatos presidenciales, Juan Camilo Restrepo, declaraba en una reciente entrevista: "Los periodistas colombianos no deben posar de mártires porque su caso no es especial en esta sociedad; hay más asesinatos entre jueces, activistas de derechos humanos o educadores".
En fin que, en un contexto mundial, la gravedad de las situaciones de riesgo periodístico se encuadran en situaciones políticas, económicas o sociales también conflictivas, es entonces cuando se suele reproducir con facilidad en la opinión pública el fenómeno de la espiral del silencio ante el que inevitablemente se sitúa el periodista.
Las novedades y la espiral de silencio
Noelle Neuman, autora de la teoría de la espiral del silencio, ha rebuscado en la historia de la literatura, en la filosofía, en la ciencia política precedentes y enunciados anteriores al enunciado de su conocida idea de la espiral de silencio. En una de estas alusiones, la de William Temple, resume el eje central de la espiral de silencio: el hombre "difícilmente esperará o se arriesgará a introducir opiniones nuevas donde no conozca a nadie, o a pocos que las compartan, y donde piense que todos los demás van a defender las que ya habían recibido".
Noelle-Neuman detecta y explica en todos sus trabajos la tendencia de los individuos a concordar lo interior y lo exterior, la existencia de una opinión pública y de una opinión privada en los individuos, y de la elaboración en la mayoría de los casos de un discurso de racionalización y autoconvencimiento, de adaptación a la opinión pública generalmente aceptada. Concluyendo, que cuando se produce un fenómeno de estas características, la mayoría de las personas están dispuestas a expresar una opinión acerca del punto de vista mayoritario sobre un tema controvertido y que "sólo cuando una espiral de silencio se ha desarrollado plenamente y una facción posee toda la visibilidad pública mientras que la otra se ha ocultado completamente en su concha, sólo cuando la tendencia a hablar o a permanecer en silencio se ha estabilizado, las personas participan o se callan independientemente de que las otras personas sean o no amigos o enemigos explícitos. Pero, además de esas situaciones decantadas, hay controversias abiertas, discusiones todavía inconclusas o casos en que el conflicto latente aún tiene que salir a la superficie".
Por definición, el trabajo del periodista consiste en ser portavoz de las novedades que se producen, en dar informaciones y emitir opiniones en la esfera pública, se tiene que situar, por tanto, de forma individual y notoriamente pública ante los fenómenos de espiral de silencio que puedan producirse en la opinión pública.
El Lisboa, Pereira y la espiral de silencio
Antonio Tabucchi nos presenta en su novela "Sostiene Pereira" un ejemplo magnífico del dilema del periodista ante este tipo de situaciones. En la ciudad de Lisboa en 1938, Pereira, un viejo periodista, dedicado a escribir la página cultural del Lisboa, un periódico vespertino de poca monta, desde el que por diversas circunstancias se verá obligado a afrontar la realidad totalitaria que recorre Europa.
A lo largo de la novela, Tabucchi describe continuas situaciones en las que Pereira va tomando conciencia de la situación política de su entorno y de la responsabilidad social que sus amigos depositan en él. La presencia en su vida de un joven colaborador, Monteiro Rossi, en el que ve el hijo que no tuvo, es determinante para afrontar su situación.
Tabucchi, en una nota a la décima edición italiana de su novela, explica cómo en septiembre del año 92 leyó la noticia de que un viejo periodista había muerto en el Hospital de Santa María de Lisboa. Afirma que era alguien a quien había conocido fugazmente en París a finales de los años sesenta, cuando él, como exiliado portugués, escribía en un periódico parisiense. Era un hombre que había ejercido su oficio de periodista en los años cuarenta y cincuenta en Portugal, bajo la dictadura de Salazar. Y había conseguido hacerle una buena jugarreta a la dictadura salazarista publicando en un periódico portugués un feroz artículo contra el régimen. Después, naturalmente, había tenido serios problemas con la policía y se había visto obligado a escoger la vía del exilio. El protagonista de la novela corre igual suerte y será la denuncia pública del asesinato de su colaborador Monteiro Rossi la circunstancia que le obliga a romper el silencio.
A lo largo de la novela, la percepción de la realidad y la versión que se ofrece de la misma en las páginas de su periódico remueven su conciencia. Cada vez que acude al Café Orquídea, Manuel el camarero le informa de la situación política al cabo de la calle y en cierta forma le reprende por la selección de noticias que publica su periódico.
En uno de los capítulos, una mujer judía, la señora Delgado, que huye de una Europa en la que se presagia otra gran guerra, le sugiere: "Las personas como usted tienen que hacer algo". Pereira se justifica en la conversación: "Quizá yo tampoco esté contento con lo que esta sucediendo en Portugal", admitió Pereira.
La señora Delgado bebió un sorbo de agua mineral y dijo: "Pues, entonces, haga algo".
-- ¿Algo, como qué?, contestó Pereira.
-- Bueno, dijo la señora Delgado, usted es un intelectual, diga lo que está pasando en Europa, exprese su libre pensamiento, en suma haga usted algo.
Sostiene Pereira que hubiera querido decir muchas cosas. Hubiera querido responder que por encima de él estaba su director, el cual era un personaje del régimen, y que, además, estaba el régimen con su policía y su censura, y que en Portugal estaban amordazados, en resumidas cuentas, que no se podían expresar libremente las propias opiniones, y que él pasaba sus jornadas en un miserable cuartucho de rúa Rodrigo de Fonseca, en compañía de un ventilador asmático y vigilado por una portera que probablemente era una confidente de la policía.
Pero no dijo nada de todo ello, Pereira, dijo solamente:
-- Haré lo que pueda, señora Delgado, pero no es fácil hacer lo que se puede en un país como éste para una persona como yo...".
La descripción del fenómeno de la espiral de silencio que atenaza a la sociedad portuguesa, y con ella al señor Pereira es tan exacta que incluso en este pasaje de la novela se reproduce una de las técnicas utilizadas por Noelle Neumann para describir el fenómeno, y consistente en sondear las opiniones que mantienen distintos viajeros en un tren al participar en una conversación espontánea, sobre un tema especialmente comprometido y que pueda ser motivo de autocensura entre los interlocutores.
Para concluir, en el relato de Tabucchi nos encontramos con una acertada descripción del dilema del periodista ante la espiral de silencio, con sus presiones políticas y sociales, con la obligación del periodista de informar con veracidad de aquello que acontece, con la obligación ética de afrontar la opinión dominante de forma individual y pública. Actúa Pereira con la prudencia y el valor necesarios para dejar en la calle su exclusiva y romper de esta forma la espiral de silencio en la que se ha visto atrapado.
Marcello Mastroianni, que interpreta la magnífica adaptación al cine de Roberto Faenza, se pierde entre la multitud en la última secuencia. En la calle se escucha: !Ha salido el Lisboa!, !Joven periodista asesinado sin piedad.
Bibliografía
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Dader, J. L. El periodista en el espacio público. Bosch. Barcelona, 1992.
Miranda, I. "Periodistas en Colombia, peligro de muerte". El Mundo, 13/2/1998.
Noelle-Neumann, E. La espiral de silencio. Paidós. Barcelona, 1995.
Periodistas sin Fronteras. "Barómetro de la libertad de prensa". El País, 16/2/1998.
Price, V. La opinión pública. Paidós Comunicación, Barcelona, 1994.
Silva, P. "La ansonada". Faro de Vigo. 18/2/1998.
Sinova, J. El poder y la prensa. EIU. Barcelona, 1995.
Tabucchi, A. Sostiene Pereira. Anagrama, Madrid, 1995.
Sostiene Pereira. Adaptación cinematográfica de Roberto Faenza. Coprodución Italo-franco-portuguesa, 1996.
Fermín Galindo Arranz es Profesor del Departamento de Ciencias da Comunicación - Facultad de Ciencias da Información - Universidad de Santiago de Compostela.
Fuente: Revista Latina de Comunicación Social - La Laguna (Tenerife) - abril de 1998 - número 4 - D.L.: TF - 135 - 98 / ISSN: 1138 – 5820
Elisabeth Noelle-Neumann
(nacida el 19 de diciembre de 1916) es una politóloga alemana.
Profesora emérita de la Universidad de Mainz, su contribución más famosa es el modelo de la espiral del silencio, una teoría sobre cómo la percepción de la opinión pública puede influir en el comportamiento de un individuo.
PERFIL BIOGRÁFICO Y ACADÉMICO
Nació en Berlín, Alemania, en 1916. Estudió periodismo con Emil Dovifat en Berlín, y filosofía e historia en Königsberg y Munich. Amplió estudios de periodismo en la Universidad de Missouri, Estados Unidos. Se doctoró en periodismo en Berlín en 1939. A los 19 años se unió al Partido Nazi y militó activamente, con escritos ideológicos en las publicaciones del momento. Concluida la guerra mundial, cambió su expresión política y ocultó su pasado. Junto con su marido, Hubert Neumann, fundó el Institut Demoskopie Allensbach, que trabajó en encuestas de opinión para la democracia cristiana germana. En 1961 comenzó su trabajo académico en la Universidad Libre de Berlín y, más tarde, en 1964 se trasladó a la Universidad Johannes Gutenberg de Mainz, donde obtuvo su cátedra de periodismo y fundó el Institut für Publizistik, de la que fue directora hasta 1983. Profesora visitante de las Universidades de Chicago y Munich. Columnista habitual del Frankfurter Allgemeine Zeitung.
PENSAMIENTO Y EXPRESIÓN CIENTÍFICA
Noelle-Neumann, E. comenzó publicar en los años 60 sus trabajos sobre la formación y evolución de la opinión pública, que, dos décadas después, se presentó como la teoría de la 'espiral del silencio', según la cual las corrientes de opinión dominantes o percibidas como vencedoras generan un efecto de atracción que incrementa su fuerza final. Los movimientos de adhesión a las grandes corrientes de opinión son un acto reflejo del sentimiento de protector que confiere la mayoría y el rechazo al aislamiento, al silencio y la exclusión. Es más, quienes se identifican con corrientes que pierden vigencia o no tienen el reconocimiento mayoritario, tratan de ocultar sus opiniones. Los individuos, según Noelle-Neumann, E., tienen un sentido perceptivo de evaluación del ambiente ideológico, de las modas de opinión y de los valores que constituyen valores mayoritarios y minoritarios.
Los críticos de los planteamientos de la pensadora germana creen que su teoría sobre la 'espiral del silencio' está muy relacionada con sus vivencias políticas y que su propia vida, en la que oculta su pasado nazi, hay una migración y un silencio que expresa el entramado subjetivo en el que basa la reflexión. En todo caso, las ocultaciones y los silencios son, señalan, más probables en los regímenes totalitarios que en aquellos donde la está garantizada la libertad de expresión.
El papel de los medios es significativo, en la medida que sus valores de agenda y su papel de habilitador de la presencia o protagonismo contribuye a la percepción social de los climas de opinión mayoritarias o políticamente correctas... El efecto de los medios recobra aquí una importancia mayor a la que habían fijado los sociólogos norteamericanos de los años 50 y 60 -teorías de los 'efectos limitados'-. Los medios, a través de sus contenidos, contribuyen a establecer el espacio público de debate y, con ello, el marco en el que se desarrolla la opinión pública. Los silencios de los medios, sus ocultaciones de la realidad, llevan consigo la salida de la escena de aquellos valores y protagonistas que han perdido huella publicada o emitida.
Los efectos de los medios son, a juicio de Noelle-Neumann, E., acumulativos, de modo que su incidencia en la opinión no es inmediata, sino que se va fraguando y consolidando en función del número de medios que avalen una postura y el tiempo que persistan en una posición.
La espiral del silencio en Colombia
Las grandes fábricas de opinión colombianas siguen reciclando los resultados del más reciente sondeo sobre la popularidad del Presidente Uribe.
Concluyen las encuestas que el 75 por ciento de los colombianos siguen apoyándolo, a pesar de los escándalos de corrupción, nexos con asociaciones para delinquir, el desempleo, el desplazamiento forzado, el hambre, el creciente deterioro de su imagen en el exterior y todos los etcéteras archiconocidos. El efecto teflón, dicen unos. El reconocimiento al talento, la franqueza campechana y la laboriosidad del estadista, dicen otros. Es un fenómeno, exclaman los pontífices de la radio.
En las últimas décadas muchos investigadores, sociólogos y comunicadores, se han dedicado a estudiar los procesos de formación de la opinión pública. Todos aceptan que los medios modernos de comunicación, desde Johannes Gutemberg hacia acá, hacen parte insustituible de tales procesos.
Una teoría muy difundida entre los especialistas pertenece a la periodista de la Universidad de Berlín, Elisabeth Noelle-Neumann, quien perteneció al partido Nazi desde 1935 hasta finalizar la segunda guerra y fundó con su esposo Hubert Neumann el Instituto Demoskopie Allenbach, el cual hizo las encuestas de opinión dela Democracia Cristiana alemana en la década de los setentas. La teoría de Elisabeth comenzó a difundirse después de 1980 desde la Universidad Gutemberg de Mainz y parte del principio: “La opinión pública es asunto de palabra y silencio”.
En su libro “La espiral del silencio. Opinión Pública: Nuestra piel social” (Paidós, Barcelona, 1995) la periodista alemana escribe: “Podemos describir la opinión pública como la opinión dominante que impone una postura y una conducta de sumisión, a la vez que amenaza con aislamiento al individuo rebelde y, al político, con una pérdida de apoyo popular”.
Apoyándose en ejemplos trágicos como el enmudecimiento de la iglesia católica durante el terror de la Revolución Francesa, Noelle-Neumann, concluye que “para no encontrarse aislado, un individuo puede renunciar a su propio juicio” porque “los grupos sociales pueden castigarlo por no haber sabido adaptarse”.
En otro lugar afirma: “La tendencia a expresarse en un caso, y a guardar silencio en el otro, engendra un proceso en espiral que, en forma gradual, va instalando una opinión dominante”.
En ciertas regiones del país parece que la teoría Noelle-Neumann resiste la prueba. Las dos terceras partes de la ciudadanía expresan la opinión, por convicción o por sumisión, a la tendencia predominante, de que Colombia necesita un líder carismático y de carácter fuerte y que ese líder ya está al frente del Estado. Los sumisos no solo temen al aislamiento social sino a algo peor, a ser víctimas del castigo violento de las que el escritor Fernando Garavito llamara “ciertas yerbas del pantano” que lo llevaron al duro oficio del exilio.
Pero cuando se examina más a fondo la composición de ese 25 por ciento de “todos los colombianos” que se resiste a creer que ya estamos en presencia de un nuevo Mesías que nos traerá la paz, la abundancia y el progreso, entonces comienzan a fallar las cuentas.
Si partimos de un potencial electoral de 26 millones de ciudadanos, encontramos que, en las elecciones de 2006, los 7 millones 400 mil votos del Presidente Uribe apenas llegan al 28, 5 por ciento de los votantes. En este caso habría que presumir que los 14 millones de personas que se abstuvieron de concurrir a las urnas se sumaron a la espiral de la opinión publica favorable a Uribe y la cuarta parte, adversa al Presidente o que en las encuestas “no sabe o no responde”, correspondería a los mas de cinco millones de votos del partido liberal y del Polo Democrático Alternativo.
Pero tampoco salen las cuentas. Porque entre los abstencionistas hay una alta cifra de ciudadanos desplazados por la violencia en los campos, centenares de miles de electores que se ausentaron del país para salvar sus vidas o, lo que es casi lo mismo, para encontrar fuentes de trabajo, y los millones de desempleados parciales y totales que no tienen ningún aliciente para votar o responder encuestas.
Ahora bien, las firmas encuestadoras revelan que el universo de la muestra está constituido por un promedio aproximado de mil personas, residentes en algunas ciudades importantes y las preguntas se formularon por teléfono.
La mayoría de la población campesina, los desplazados, los marginados o pobres absolutos no disponen de teléfono fijo o móvil. Ni siquiera tienen derecho a influir en la espiral del silencio.
¿Cuál espiral del silencio?
UCA
Desde hace unos días, en algunos espacios de discusión se ha comenzado a plantear la tesis de la existencia de una “espiral del silencio” en El Salvador. Poco más o menos, la mencionada tesis viene a decir que, en la actual coyuntura electoral, un segmento importante de salvadoreños estaría ocultando expresamente sus preferencias políticas —sobre todo a quienes pretenden auscultarla mediante sondeos de opinión—, dando pie a una incertidumbre acerca de por dónde se podría decantar el desenlace de los comicios presidenciales. En otras palabras, muchos de quienes en las encuestas —o ante cualquier otro tipo de consulta pública— deciden mantener en reserva sus preferencias partidarias, lo hacen, no porque carezcan de ellas, sino porque no quieren revelarlas. Quienes aceptan por válida esta conjetura no dudan en hacerla pasar como el gran acierto analítico e interpretativo de los últimos tiempos: en estas elecciones, muchos salvadoreños, con una decisión política tomada, no estarían haciendo público por quién votarán en marzo. Por tanto, cualquier cálculo sobre los posibles resultados de las elecciones que no explore la decisión oculta de esos salvadoreños y salvadoreñas estará condenado al fracaso.
La tesis mencionada, de entrada, suena sugerente. La misma expresión “espiral del silencio” es —además de sonora— novedosa. Pero la novedad de una formulación no es razón suficiente para considerar como novedoso el fenómeno que con ella se quiere describir. En efecto, desde 1992 hasta la fecha, durante los sucesivos procesos electorales ha habido un segmento significativo de salvadoreños que, sistemáticamente, ha ocultado sus preferencias políticas o ideológicas a quienes han indagado por ellas. De ser cierta ahora la tesis de la espiral del silencio, no estaría apuntando a nada nuevo, a menos que se creyera que es a partir de estos comicios presidenciales que muchos salvadoreños han optado por ocultar sus preferencias electorales. Ahora bien, para que ello fuese así, tendrían que existir razones poderosas —que no han existido en elecciones pasadas— que en estos momentos estarían llevando a esos salvadoreños a mostrarse reacios a manifestar públicamente sus afinidades y simpatías políticas.
Es precisamente en este terreno de las razones que explicarían esa presunta espiral del silencio donde las cosas son poco claras. Por un lado, una visión de conjunto de los últimos procesos electorales, incluido el actualmente en curso, no arroja evidencia de que este último cuente con factores absolutamente inexistentes en aquellos, es decir, factores que obliguen, muevan, motiven o induzcan a la gente a ocultar sus preferencias partidarias. Porque es obvio que deben existir condicionantes de peso para que los ciudadanos opten por el silencio político. Ciertamente, pueden hacerlo porque les da la gana, simple y llanamente. Pueden hacerlo también porque no tienen nada qué decir, esto es, porque no tienen una preferencia definida y su silencio —que podría obedecer a su desconocimiento del tema, o simplemente a su renuencia a contestar— reflejaría su propia falta de claridad. Pueden hacerlo, por último, movidos por el miedo a ser violentados, marginados, o a sufrir persecución.
Por donde quiera que se mire, el silencio ciudadano debe tener una motivación que lo explique. Pues bien, las motivaciones que pudieran tener los salvadoreños —o un grupo significativo de ellos— para no manifestar sus opciones políticas no son tan distintas a las que pudieron tener en el pasado. El no tener ganas de manifestar una simpatía partidaria es algo propio de muchas personas en distintas circunstancias; la indecisión motivada por las propias dudas y confusión ha sido permanente en buena parte del electorado salvadoreño. Se puede esgrimir que, en estos momentos, es el miedo el factor que explica la espiral del silencio. Pero tampoco el miedo ha estado ausente en otros procesos electorales. Más aún, siendo realistas, se tendría que reconocer que el factor miedo ha sido menos fuerte en esta coyuntura electoral, respecto de las coyunturas que se dieron inmediatamente después de la firma de la paz, cuando las heridas de la guerra y el recuerdo del terrorismo de Estado estaban frescos entre los salvadoreños.
Es cierto que ha habido brotes de violencia entre militantes del FMLN y ARENA, pero los mismos no han sido ni más graves ni más recurrentes que los suscitados en otras jornadas electorales. Ha habido propaganda sucia y agresiva, pero ello ha estado en sintonía con la costumbre inveterada de atacar a los contrarios, tan propia de los partidos políticos y tan normal desde la firma de la paz hasta nuestros días. Ni esos brotes de violencia ni esa propaganda agresiva han impedido que cada vez más salvadoreños expresen públicamente sus simpatías políticas e ideológicas. En cantones, caseríos y zonas urbanas del interior del país lo usual en estos días es la identificación de familias e individuos con alguno de los partidos que compiten por la presidencia, principalmente con ARENA y el FMLN. Casas adornadas con banderas de uno u otro partido —entre vecinos o entre casas colindantes en una misma cuadra—, vehículos de todo tipo con banderas de uno u otro partido circulando tranquilamente por calles y avenidas, personas con camisetas y vinchas... En fin, una serie de manifestaciones de las propias simpatías políticas que desdicen, por lo menos en lo que concierne a estos salvadoreños, la tesis de la espiral del silencio.
Sin duda, hay muchos salvadoreños que prefieren ocultar sus simpatías partidarias, aunque las tengan. Pero apuntar esto no constituye ninguna novedad, porque siempre habrá salvadoreños que prefieran la privacidad a la publicidad en materia política. Si la tesis de la espiral del silencio se refiriera a esto, no habría mayor dificultad en aceptarla. El problema es que con ella no sólo se quiere apuntar a que algo grave e inusitado está sucediendo en el país, sino que se quiere manipular —en algunas de sus lecturas más forzadas— a la opinión pública. No pretenden otra cosa quienes sostienen el argumento de que el espiral del silencio afecta a los simpatizantes del FMLN, temerosos de manifestar —dado el pavor que les suscita Schafik Handal— sus verdaderas preferencias políticas y no a los “seguidores del partido de la libertad”. Una lectura de este tipo ilumina, más que la situación del FMLN, la de ARENA: muchos simpatizantes acomodados del partido de derecha, desencantados y hartos de los desmanes de Flores y los suyos, no la tienen fácil si quieren hacer pública una adscripción distinta a la tradicional, sobre todo cuando vecinos, amigos y familiares son incondicionales del credo arenero.
El EPR: pánico moral, espiral del silencio y establecimiento de agenda
Por Salvador Guerrero Chiprés
Pánico moral
La irrupción de un nuevo emisor primario detonó todos los resortes del conjunto de hacedores de la opinión pública que habían arribado a una etapa de relativa estabilidad en la intensa agitación de la propagandizada y presunta transición democrática.
No habían transcurrido más de cinco minutos de que Cuauhtémoc Cárdenas se había retirado del presidium desde el cual se dirigía la ceremonia por el primer aniversario de los 17 campesinos asesinados en Aguas Blancas a manos de integrantes de la policía motorizada de Guerrero, cuando una columna de hombres armados y encapuchados, al mando del Mayor Emiliano, se hizo del micrófono sorpresivamente, habiendo llegado por la parte de atrás del acto, donde empieza la sierra a la que se conoce como Filo Mayor.
Su primer acto público se relacionaba con el propósito de ubicarse tan pronto como fuera posible y de la manera menos violenta, entre los actores políticos. Cárdenas estaba a cien metros. Por la tarde habría de formalizar su primer comentario respecto del nuevo protagonista: "es una pantomima". La expresión fue tan oportuna y atinada para los efectos de la descalificación, que el secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet Chémor, la hizo propia. La reprodujo explicando que era una pantomima también en el sentido de que los que se decían miembros de una agrupación que defendía intereses populares no actuaban como tales reivindicadores sino como terroristas.
Así, dio inicio la primera etapa del proceso de convertir al EPR en una organización que era presentada como amenaza a los valores y estilos de vida, en este caso estilos de hacer política, aceptados por los segmentos dominantes de la clase política.
Los medios de difusión canalizaron la información acerca de un grupo armado que se había presentado en un acto presidido por el líder del PRD, en una asociación que pretendía que la previsible descalificación para el nuevo grupo alcanzará a Cárdenas.
Se incluía en el paquete la mención del Frente Amplio para la Construcción del Movimiento de Liberación Nacional (FAC-MLN) y del líder de la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS), Benigno Guzmán, acusado por Gobernación de ser "cabecilla" del EPR cuando fue detenido en enero de 1997. El equipo de difusión de Cárdenas elaboró un comunicado en que se ampliaba el posicionamiento casi intuitivo que Cárdenas usó como cobertura para deslindarse lo más amplia y evidentemente posible. El mismo había visto bajar, de un cerro contiguo, a una parte de la columna. En cierta forma encabezó la fuerza de opinión reactiva, dirigida para el control, que los medios masivos y la opinión pública dirigen contra lo que Cohen llama formas de actividad desviada. "Una condición, un episodio, una persona o un grupo de personas se presentan como una amenaza a los valores e intereses sociales" dice ese autor para sintetizar su idea del pánico moral como concepto que interrelaciona las fuerzas emergentes que incomodan a los actores sociales y políticos y las fuerzas que reaccionan ante aquellas.
A diferencia del primer día de enero de 1994, hubo tiempo, experiencia y múltiples participantes en el proceso de actuar ante los desafíos y amenazas implícitos en los nuevos encapuchados. Además, la primera figura que los descalificaba gozaba de tal autoridad entre todos los sectores de la misma izquierda que no podía ser más apetitoso cubrirse detrás de él en la descalificación gubernamental. La conciencia pública ante la emergente organización la convirtió de inmediato en un nuevo problema. El significado de su aparición fue convertido en un principio en una misma moneda para el gobierno y para el Estado. Para el primero aparecía un actor que descomponía el escenario de la posible dinámica que se interrumpía en el diálogo con el EZLN. Para el Estado, conjunto de gobierno, población y territorio la lectura de la televisión y la radio, predecible, era presentada como el modo de mirar el fenómeno: más complicaciones en un entorno que se sabía represivo, en una realidad económica que apenas salía de la etapa más complicada de la crisis de 1995 y que parecía buscar el daño de las pocas figuras políticas que gozan de representatividad amplia en tanto figuras que representan también valores depuradores de las desviaciones en la acción pública.
El espacio público en el cual actuaba el EZLN como definidor primario sin competencia alguna hasta ese momento se modificó radicalmente. Precisamente, un día después, en Chiapas, se iniciaba un nuevo encuentro del EZLN con representantes y dirigentes sociales. En San Cristóbal la bomba de la noticia causó el mismo trastocamiento al EZLN que el de la aparición de esta organización amada ocasionó al gobierno federal. El pánico moral le fue aplicado al EPR desde el EZLN con la misma intensidad con que la organización del subcomandante Marcos padeció lo propio desde el momento que el gobierno logró semincorporarse del primer impacto de la ola expansiva que llegó de Chiapas en el ámbito de lo público en 1994.
San Cristóbal de las Casas había sido convertido a la institucionalidad relativa de un diálogo que era asumido ya con naturalidad por la sociedad informada. En cierta forma era parte del statu quo de la información que normalmente se vehiculaba sobre el actor aceptado en que ya se había convertido el EZLN. En un escenario semejante la aparición de la nueva organización fue resuelta de inmediato con la misma técnica descalficatoria en tanto se racionalizaba el evento. Marcos nombró a los tres días a Javier Elorriaga como el representante y responsable del naciente Frente Zapatista de Liberación Nacional (FZLN) en un acto que no deja de ser significativo en la medida en que se evidenciaba la relación del presunto teniente Vicente detenido hasta hacía poco tiempo en Cerro Hueco y la aparente disposición en avanzar en el proceso inverso al que lo habían obligado las circunstancias: si la guerrilla era el brazo armado y contenido de la actividad política había que regresar a la fase de convertir al organismo político en el brazo público de la actividad clandestina. Además, había que hacerlo bajo la presión del acontecimiento que para el EZLN significó la aparición sorpresiva de la nueva organización armada.
En la disputa por la iniciativa histórica, los grupos armados pueden mostrar eventualmente matices en el uso del pánico moral dirigido contra los contendientes por el abanderamiento público de la lucha revolucionaria y clandestina. Magníficamente sintetizada esta la técnica de desplazamiento del prójimo armado en la frase que Marcos dedica al EPR. El nuevo grupo, dijo, utilizó para su ascenso al espacio público "una emboscada propagandística", como si el propio accionar político militar el primer día de enero de 1994, las entrevistas durante la toma de San Cristóbal, la exhibición de ingenio y buen humor para consumo de turistas y de periodistas locales y enviados desde la capital del país no fueran por sí mismos elementos propagandísticos. El EPR tardó en reponerse de su golpe dirigido al derribamiento momentáneo del escenario ya dispuesto por el conjunto de los actores políticos aceptados.
Al empujar con la fuerza de la irrupción el biombo de las apariencias significantes de la clase política y la opinión pública, el EPR había tropezado en la acción. No en la parte militar, ni siquiera en el escenario de su aparición donde primero ocasionó la incorporación adherente de los presentes que gritaron hurras y se repusieron a la sorpresa con un entusiasmo que ningún medio electrónico incorporó en sus reportes. Tropezó ante el muro que de inmediato levantó la sustancia pánica con que la sociedad masiva fue impregnada y que incluso alcanzó a sectores de la clase política de la izquierda. La materia informativa había tenido un enorme impacto, la fuerza creada debía diluirse en tanto los actores razonaban como equilibrar deslinde, descalificación y sentido de oportunidad.
Debieron pasar tres semanas para que nuevos elementos condujeran al equilibrio de juicios y el pánico moral comenzará a debilitarse en su primera etapa de utilización y de registro como fenómeno casi natural y casi concertado de desautorización. En la primera entrevista diseñada para enviar a la opinión pública más señales del sentido y dirección del nuevo grupo, el comandante José Arturo ofreció la imagen de un dirigente preparado, informado, dotado de alguna serenidad para consumo mediático, con clara capacidad de improvisación pero carente de la frescura real o actuada que se atribuye a Marcos.
En esa ocasión dijo a Proceso respecto de Marcos y en respuesta a la acusación pánica de no haber ofrecido ni credenciales que combinaban valor y capacidad militar y haber acudido solamente a la emboscada de la cual el señalador es primero en animar: Dijo José Arturo: "nosotros no pensamos que la poesía sea la continuación de la política por otros medios". En mención indirecta de la memoria sobre las enseñanzas de padres fundadores de rebeldías planeadas y organizadas a partir de una concepción del mundo que comparte con Marcos, el dirigente eperrista respondía, reciprocaba, retroalimentaba, un debate que antes tenía en el escenario de la clandestinidad relativa a un solo gran actor.
El pánico moral como instrumento útil, comenzó a diluirse él mismo. Ya había diluído el primer impacto del significado rebelde de la nueva organización que reivindicaba la exigencia de justicia dirigida contra el ex gobernador Rubén Figueoa Alcocer.
Esta primera etapa de uso del pánico moral se derrumbó para la izquierda el 28 de agosto. La misma fecha en que se incrementó su empleo por las demás fuerzas políticas que están lejos de intentar explicaciones o justificaciones respecto de los actores políticos armados. Al revelar su capacidad operativa, logística, militar, el EPR demostró que tenía "las agallas" de las cuales había aparecido como propietario monopólico el EZLN y por cuya presunta ausencia Marcos las reclamaba en demostración de capacidad, compromiso y entrega antes de darles "su aval" como organismo representativo de una lucha que dice combinar elementos legales, sociales, clandestinos en beneficio de la mayoría de la población.
A pesar de la evidencia, algunos simpatizantes del EZLN trataron de disminuir el significado del nuevo acontecimiento: "no hay que exagerar, quién sabe en realidad como hayan estado los enfrentamientos, deben haber sido contra puros policías borrachos" llegó a decir un líder de opinión dedicado a la asesoría sindical y cercano a los grupos de organización de encuentros "con la sociedad civil".
Al dramatismo con que la opinión pública había asistido a la irrupción del EZLN le había acompañado un fenómeno semejante de sorpresa, empatía relativa, justificación a distancia. No ocurrió con el EPR sino en menor proporción. Los instrumentos de comunicación tenían la experiencia fresca que sustituía esa ingenuidad pánica con que el gobierno de Chiapas había difundido una imagen insuficiente e inútil para desautorizar al EZLN al llamarlos grupo de campesinos monolingües.
Al mismo tiempo el pánico moral era insuficiente para contener la elemental asociación entre los asesinatos y la represión en Guerrero y la eventualidad de que hubiese señales de desesperación ante ellas desde grupos de pobladores politizados y armados.
Tampoco podía evitarse asociar el suceso con la idea de que no hay razón para suponer que un solo grupo armado tenga legitimidad pública por ser encabezado por un dirigente carismático, culto, aceptable para el consumo de estratos medios, jóvenes y universitarios y que otros no puedan representar verdades igualmente históricas y reivindicaciones tan sociales como las de aquellos.
En el gobierno los sucesos del 28 de agosto impactaron a tal grado de hacer previsible la concentración del mensaje presidencial de tres días después en lo que el Jefe del Ejecutivo diría sobre el EPR. Como en el caso del Fobaproa el EPR existió en el aire, durante el mensaje, sin nombre y apellido. Se trataba de una organización terrorista, causante de pánico moral, respecto de la cual no había otra salida que el ejercicio de todo el peso del Estado que comenzó aplicándose mediáticamente a través del esperable anuncio de su utilización y acompañado después de un conjunto de medidas persecutorias y represivas que ha sido considerablemente documentado por organizaciones nacionales, oficales y no gubernamentales así como por organismos internacionales cuyo trabajo afectó en 1997 la imagen presidencial en la primera gira por Europa después de aquella irrupción armada y activa.
Como en la definición de Cohen, los medios privilegiaron la difusión de las opiniones de los definidores primarios tradicionales vinculados a los poderes, al control del patrimonio, a la defensa del la dinámica general de reproducción del esquema y de la distribución habitual del poder y de la imagen que lo acompaña.
Como en la propia propuesta realizada por Cohen en 1972, esos mismos definidores se situaron en los dos extremos posibles del pánico moral:
Ante el EPR, unos advirtieron que la amenaza podría ser mayor y mucho más significativa en la medida en que hubiese correspondencia entre condiciones de marginalidad y politización que estuvieran siendo reproducidas por el propio esquema de acumulación neoliberal en combinación con las rupturas de los puentes políticos que permitían la cooptación de liderazgos e inquietudes en las regiones más pauperizadas.
Otros, insistieron sencillamente en la urgencia de fortalecer el esquema de controles militares, policíacos, los castigos penales y el desmantelamiento del prejuicio para usar toda la fuerza que fuese necesaria en cualquier sitio y de cualquier manera para barrer con la amenaza eperrista.
Espiral del silencio
Noelle-Neumann nos recuerda que la opinión pública es el resultado de la interacción entre los individuos y su entorno social. Par no encontrarse aislado, dice, un individuo puede renunciar a su propio juicio "esta es una condición de la vida en una sociedad humana; si fuera de otra manera la integración sería imposible".
El EPR irrumpió. Sin padrinazgos ni simpatías de preestablecidos personajes aceptados como definidores primarios determinantes en la opinión pública y en el espacio de los hechos y las ideas destinados a modificar o mantener el estado de cosas en el sistema político. Opinar estaba condicionado a un mínimo ejercicio de reflexión en un entorno en que había sido recorrido un largo trayecto para llegar a la aceptación de realidades extremas como la pobreza indígena y su correlación con organismos armados como el EZLN.
En un contexto de presión gubernamental y de amplia e íntima división de la izquierda, la aparición del nuevo actor obligaba a la cautela en el mejor de los casos y, en el peor de ellos, a ser individualmente contaminado por la precipitada descalificación que desde el PRD y desde la Secretaría de Gobernación fue promovida en un primer momento. La cautela es acompañada por el silencio y el murmullo. Las pocas voces que se expresaron acerca de la legitimidad de la nueva organización fueron calificadas por perredistas y autoridaes federales como ejemplo de la interrelación entre ellas y el EPR o al menos como grupos de participación política "ultraizquierdista" cuya inmadurez e impreparación demostraba que el Estado había tenido razón anticipada al marginarlas de las decisiones regionales, estatales, federales. Incluso no falto quienes justificaron retroactivamente la persecución a la OCSS y al FAC-MLN por haber quedado demostrado que la clandestinidad involucra riesgos como la represión y que la represión es el castigo previsible del ultraizquierdismo.
Lo dictaban los cánones y lo mencionaban los iconos del santoral del análisis y la recomendación asesoral. Sin la bendición de santones de la izquierda, con la sola fuerza de la convocatoria y uso de sus propios medios simbólicos y propagandísticos, el EPR comenzó a ser centro de la persecución gubernamental. Hablar de ellos y opinar de ellos era previsiblemente antesala de aislamiento:
"Ese temor al aislamiento (no solo el temor que tiene el individuo de que lo aparten sino también la duda sobre su propia capacidad de juicio) forma parte, según nosotros, de todos los procesos de opinión pública. Aquí reside el punto vulnerable del individuo; en esto los grupos sociales pueden castigarlo por no haber sabido adaptarse. Hay un vínculo estrecho entre los conceptos de opinión pública, sanción y castigo", resume Noelle-Neumann.
Respecto del EPR ese fenómeno es registrable en dos niveles.
En primer lugar, en el caso de quienes como observadores políticos, activistas, periodistas, dirigentes sociales se atrevieron, aún bajo la doble presión gubernamental y de la opinión aparentemente dominante de la izquierda en la izquierda misma, a plantear la legitimidad de su reivindicación y por tanto podían y se vieron efectivamente sujetos a procesos de descalificación y aislamiento ellos mismos, como, en segundo lugar, para la propia organización que por su discurso y accionar era presentada como un organismo anacrónico, heredera de "las peores" tradiciones en materia de política clandestina, "contaminada" por la incorporación de elementos provenientes de organismos "cuando menos sospechosos" como el Procup-Pdlp, "carentes de base social", "manejados por extraños intereses", "relacionados con los grupos de poder que buscan la Presidencia de la República y a quienes no importa el país sino salvaguardar sus propios y mezquinos intereses".
Incluso las comandancias tanto del EZLN como del EPR, en una segunda etapa de su interrelación a través del espacio público, reconocieron que las mismas descalificaciones, con variantes en intensidad y significado, fueron dirigidas contra ellas en las primeras semanas de su aparición respectiva.
A los organismos y dirigentes que percibían la cercanía con el poder desde la izquierda les tocó representar el rol de gatekeepers de la opinión dominante respecto del EPR: ¿cómo era posible que los eperristas se atreverían, inegenua o malignamente, decían ellos, a representar a su vez el rol de provocadores, estando las cosas como estaban? Es decir "muy delicadas" y en la víspera del establecimiento de condiciones favorables para el imperio de un proyecto popular al cual los eperristas deberían favorecer, pero parecían perjudicar con su sola existencia .
Sobre todo se trataba de ir correspondiendo con la imagen de gobernabilidad que toda oposición debe comenzar a defender como mecanismo propio para su proyecto de nación, comenzar a adquirir conforme se acerca la probabilidad del ejercicio del poder público a partir de procesos de elección institucional. Esa imagen requería moderación, cautela y producía fenómenos de descalificación de opiniones no digamos entusiastas sino simplemente analíticas respecto del EZLN y la relación de diferencias y similitudes que podía revisarse respecto del EPR.
Como en el fenómeno relatado por Noelle-Neumann, el individuo observa su entorno social, estima la distribución de las opiniones a favor o en contra de sus ideas. Sobre todo, dice la investigadora, evalúa la fuerza y el carácter movilizador y apremiante "así como las posibilidades de éxito" de ciertos puntos de vista o de ciertas propuestas. Si en otros espectáculos la gente tolera y hasta acepta estar con el más débil o el próximo a ser vencido, en actividad política eso es visto como una verdadera enfermedad contagiosa y mortal.
En la situación de inestabilidad, de desplazamientos de discursos, actividades y medidas políticas, creada por la irrupción eperrista, los individuos políticos y periodistas, así como los líderes de opinión presenciaron la lucha entre posiciones opuestas respecto de la cual debían tomar partido. Como se sabe, compartir el punto de vista dominante fortalece la confianza en uno mismo lo mismo que ver perder terreno en las opiniones propias debilita a cada cual.
"La opinión dividida se afirma cada vez con más frecuencia y con más seguridad; al otro se lo escucha cada vez menos. Los individuos perciben estas tendencias y adaptan sus convicciones en consecuencia. Uno de los dos campos presentes acrecienta su ventaja mientras el otro retrocede. La tendencia a expresarse en un caso y a guardar silencio en el otro, engendra un proceso en espiral que en forma gradual va instalando una opinión dominante". El planteamiento de Noelle-Neumann tiene amplio verificativo, combinado y desigual, en el conjunto de opiniones vertidas y vertibles públicamente sobre el EPR. En la medida en que la organización, a diferencia del EZLN, no está incorporada al torrente central de información -aún cuando es notable que se le acepta, con un perfil menor, entre el grupo selecto de definidores primarios pero fundamentalmente a nivel regional-, es fundamentalmente una organización clandestina ilegal, perseguida y reprimida, sus propuestas, opiniones y denuncias son doblemente revisables y constituyen aún parte del universo de emisores inaceptados por amplios sectores que moldean la opinión pública.
Si la opinión pública, con el ingrediente de la espiral, es definido, al menos desde 1974, como "aquella que puede ser expresada en público sin riesgo de sanciones, y en la cual puede fundarse la acción llevada adelante en público", la percepción y alusión al EPR es una especie de espacio de transición entre lo inaceptable y lo aceptado. Se ha modificado su status inicial, de organismo inmediatamente rechazable, para convertirse en un organismo relativamente aceptado y referido en tanto emisor aunque permanezcan en muchos sectores -por otra parte no muy interesados en indagar más sobre el asunto- "más preguntas que respuestas" como, ahora eufemísticamente, se continúa expresando para ilustrar la reserva vinculada al fenómeno de descalificación que aún se mantiene.
Se ha debilitado el peligro de quedar aislado así como el fenómeno que en la opinión pública supone asociar la opinión dominante con el de la sumisión del resto de las opiniones. Si hay algo más sagrado para un político, un periodista o un líder de opinión que el apoyo popular, no es fácil encontrar qué cosa sea. Separarse de ese respaldo tiene un costo que no hay razón aparente para asumir.
Los riesgos que ha corrido en tal sentido el EPR, en la guerra por el espacio público, aparecen tan estratégicamente relevantes como los relativos a la búsqueda de un espacio como definidor primario escuchable nacionalmente.
Al respecto dice Noelle-Neumann "Por esto el papel activo de iniciador de un proceso de formación de la opinión queda reservado para cualquiera que pueda resistir la amenaza de aislamiento". La opinión pública requiere de definidores capaces de equilibrar silencio y discurso. En esa combinación busca ser aceptado y conseguir autoridad que potencie el interés por dar legitimidad nacional a un proyecto que en el caso del EPR no deja de ser controvertido en la medida en que la clase política que acepta las reglas lo rechazará invariablemente. Quienes están fuera de ese esquema solo ocasionalmente estarán dispuestos a reconocer validez en ese modo de intervención en lo público para hacerse escuchar como revela que parcialmente lo fueron en Guerrero y Oaxaca con las respectivas convocatorias al diálogo incluso con el nuevo gobernador, José Murat.
Ante la presión gubernamental y el rechazo, como en el EZLN, puede encontrase en el EPR, por supuesto con mucho más frecuencia, fenómenos de mudez.
La misma mudez que experimentaba la iglesia ante las fuerzas revolucionarias emergentes en Francia en el siglo XVIII cuando, como dice Tocqueville en cita de Noelle- Newmann, el clero eligió quedar callado ante el desprestigio de su posición y su discurso. Se presentó, como se sabe, el hecho de que actores eclesiásticos se unieron fingidamente a la causa revolucionaria antes que continuar en el amedrentamiento, la persecución y el error de no coincidir con "las fuerzas de la historia".
En el EPR, parte de ese fenómeno corresponde eventualmente a arrinconamiento por ocasión de lo público, una parte por la decisión de los propios equilibrios y el timing de su política comunicativa y una importante porción se explica sin duda por el cerco dispuesto en torno a la información sobre la organización armada, decidido desde los medios que simpatizan con otras organizaciones, desde aquellos que privilegian el estado general de cosas o los que comparten bajo presión el establecimiento gubernamental del mismo cerco.
Para el EZLN el cerco y la anulación militar, para el EPR el cerco y la anulación informativa.
Es ese uno de los resultados concretos del fenómeno de espiral del silencio que rodea a la organización aparecida en Guerrero y con expresión en varias entidades.
Noelle-Newmann tiene la hipótesis de que en los proceso de formación de la opinión la observación que un individuo hace de las modificaciones de su entorno precede a las modificaciones de su propia opinión". En el EPR se advierten posicionamientos que evidentemente incorporan la observación de la parte de la opinión pública que se expresa a través de la prensa escrita. Se percibe la realización de un seguimiento acerca de los posicionamientos de los definidores primarios, secundarios y de sectores relacionados con la construcción de la opinión pública. A diferencia del EZLN, que en su propio actuar comunicativo ha privilegiado la relación con cabezas de sector de la difusión y la opinión, el EPR se dirige informadamente a los reporteros, a la infantería, de los medios informativos.
Además de que el hecho se demuestra en diversas experiencias, destaca que entre los primeros comunicados del organismo armado uno dirigidos "a los periodistas y los trabajadores de los medios de comunicación".
Fechado el 22 de agosto de 1996, seis antes de la principal ofensiva eperrista, pueden encontrarse estos párrafos:
"La manipulación de la opinión pública, característica de la antidemocracia, es pieza clave para la sobrevivencia del impopular régimen actual que teje una telaraña buscando atrapar y volver incondicionales a quienes transmiten y analizan la información: los periodistas. El control de la información tiene carácter estratégico para el gobierno que está contra el pueblo. Por eso los trabajadores de los medios de comunicación son uno de los sectores más presionados y reprimidos por la antidemocracia.
...Un elemento fundamental del esquema estadounidense de Guerra de Baja Intensidad (GBI) es la guerra sicológica y dentro de ella las acciones encubiertas que intentan deformar la imagen de los revolucionarios. En ese marco contrainsurgente, el control de los medios de comunicación y la desinformación adquieren aún mayor importancia para el Estado policíaco-militar.
...A luchar por el derecho social a la información sea una realidad, como parte de la democratización de la sociedad. El Estado tiene el deber ineludible de informar, no permitan (los periodistas) que con pretextos como el de la seguridad nacional u otros, les oculten la verdad sobre esta guerra descarnada que el Estado desarrolla contra el pueblo."
El texto evidencia lectura especializada, reconocimiento, aunque básico, de procesos que se registran en los medios -se hace alusión a la diversidad de mecanismos de corrupción, censura, cooptación y mediatización de la prensa- e implica la búsqueda esperablemente infructuosa de simpatías y aliados en un sector profundamente preocupado por la sobrevivencia laboral y profesional.
Por encima de todo ello y en relación con la hipótesis de Noelle-Newmann, se muestra de qué manera, efectivamente, la observación del entorno modifica la opinión, especialmente considerando la historia de algunas de las catorce organizaciones que constituyeron el EPR y la evolución pública que había tenido hasta junio de 1996 el EZLN.
El EPR no podía someterse, no digamos a la espiral de silencio, sino a la sepultura en que prácticamente fueron enclaustradas las opiniones de la guerrilla guerrerense de los setenta. Tampoco podía acceder aun nivel de participación como el del EZLN que tiene tantos micrófonos como se los permite su relativa popularidad como, sobre todo, el hecho de que es una instancia reconocida por el gobierno federal y los poderes e instituciones públicas, como interlocutor del Estado.
En la medida en que los medios de comunicación masiva -difusión, insisten algunos- son parte del sistema por el cual los individuos consiguen información de su entorno, el EPR ha intentado hacer saber al conjunto de la nación que además de las reglas predominantes que hacen operar el sistema político en su conjunto, existen realidades que han generado organizaciones y respuestas como las del propio EPR. De todo aquello que no atañe al ámbito inmediato y mediato de su actividad cotidiana, incluidos los partidos políticos y la aparición del fenómeno de la alternancia en el poder, el ciudadano se informa por los medios. Si los medios no canalizan información sobre el EPR ¿quién se va a enterar de su sobrevivencia, de su propuesta, de sus posicionamientos, de su real o virtual cercanía con realidades semejantes a quienes ven televisión gratuita? Menos aún habrá quien les conceda legitimidad ¿cómo reconocerla en quien no existe?
Ciertamente los medios reflejan y crean opinión pública. Son ellos mismos parte del medio ambiente, sujetos y objeto de presiones asociadas al desencadenamiento de fenómenos de rebeldía, de la sumisión de los mismos o del silencio en torno de ellos.
Establecimiento de agenda
El núcleo de la función de agenda -agenda setting- es la manera como se sitúan las posiciones, conductas y acciones políticas de ciudadanos y grupos que supuestamente son estructuradas por los medios. Los medios, recuerda Dorine Bregman, pueden no ser exitosos en su intento de decir a la gente qué pensar pero pueden conseguir avances en decir sobre qué pensar. Lo que puede pensar cada quien sobre el EPR es asunto que los medios pueden no determinar pero al privilegiar la omisión de información acerca de esa organización y proponer información, por ejemplo, sobre el EZLN, acerca de declaraciones o realidades sociopolicíacas influye en el conjunto de hechos respecto de los cuales hay que tomar una actitud.
Como se sabe, existen tres tipos de agenda: la de los medios, la de los ciudadanos, la de los actores políticos. Para una organización clandestina, ilegal y relativamente inaceptada como emisor primario, la única posibilidad es crear un espacio de intersección entre esos conjuntos. Convertir su propia estructuración de prioridad y propósitos en motivo de interés para los medios y los ciudadanos.
El EPR, limitado por las reglas, usos y costumbres de la operación de medios que pueden determinar conjuntamente, corporativamente, cuáles temas considerar, cuáles censurar y cuáles repudiar -como en el caso de la iniciativa de Ley Federal de Comunicación Social- parece estar lejos de influir en la agenda del resto de los actores del proceso comunicativo a menos que acuda al elemento militar.
Pardójicamente, su probabilidad se concentra en el ejercicio de un poder que el conjunto del sistema rechaza pero al mismo tiempo es el único medio consolidado de ascender y acceder al espacio público desde la clandestinidad perseguida. Se sabe que la cantidad de las informaciones no corresponden necesariamente a la importancia real de los acontecimientos. De la misma manera, sabemos que la omisión de información no corresponde necesariamente a la nulidad o impertinencia de los planteamientos sociales, económicos y políticos de una organización como el EPR.
Ray Funkhouser, en The Issues of the Sixties: an Exploration Study in the Dynamics of Public Opinion, citado por Bregman, establece que existen correspondencias básicas en la función de agenda de los medios. A saber, 1) está demostrada una relación entre el grado de preocupación de los ciudadanos, expresado respecto de ciertos problemas, y la cantidad de información que los medios dedican a los mismos temas y 2) "el surgimiento de esta sensibilidad del público ante las posturas consideradas está muy ligado con el grado de cobertura mediática".
En otras palabras, indirectamente para el caso del EPR, al ciudadano promedio le quedó demostrado que un fenómeno sociopolítico como el relacionado con el surgimiento del EZLN, si bien ocasiona la conmoción del sistema político, no genera cambios radicales en los fenómenos básicos respecto de los cuales el EZLN se presenta como abierto opositor. Específicamente, el tema de la explotación, los bajos ingresos y en sentido general un proceso de acumulación y distribución del ingreso que está intocado. No hay argumento o fuerza en el mundo que haya demostrado que puede trastocarse. Más bien aparecen ejemplos en sentido contrario y la emergencia de un neoliberalismo con rostro social. Por lo tanto la aparición de otro grupo armado, con menos carisma y difusión, difícilmente puede ser representativo y puntal de la lanza que modifique el esquema general de condiciones.
También dicho de otra manera, para el caso de la afirmación 2), si la cobertura mediática en torno al EPR ha sido mínima en comparación con la brindada al EZLN y es casi nula en comparación con cualquier partido político es de esperarse que se interrumpa la relación natural entre los temas que interesan al público a partir de la difusión que se les da. Es obvio que tiene cierta validez la información según la cual, se da la cobertura que tiene el EPR en el contexto nacional, es decir, mucho menor que la que la misma organización desea y busca tener. Baja cobertura de los medios, bajo impacto en la sensibilidad del público. Baja cobertura por bajo interés para la nación y la nación incluye también a la República de los Medios, con sus propios poderes y soberanías interiores.
Al explicar las aportaciones de quienes llama herederos del enfoque original de agenda setting, Bregman recuerda que el retrato del ciudadano requiere de asumir la complejidad como parte de su comportamiento. La opinión pública -demostraron tales "herederos", entre los que destaca McCombs para este caso-, "lejos de orientarse exclusivamente por las informaciones que recibe, se impresiona ante el contenido simbólico de los acontecimientos y los elementos del mundo real que tienen una implicación respecto de la vida cotidiana....los ciudadanos son susceptibles a los cambios de sus condiciones de vida y han aprendido a trasponerlos en intereses políticos, pero no necesariamente en acciones políticas".
En este caso el avance del EPR es considerable. Ninguna masacre tuvo más auditorio que la de Aguas Blancas ocurrida el 28 de junio de 1995. Los campesinos muertos de la OCSS fueron seguidos por la mirada de millones de televidentes. Eso estaba en la conciencia nacional y en las preocupaciones de la opinión pública. El EPR aparece como respuesta, según la organización se reivindica a través de su Manifiesto de Aguas Blancas, a la impunidad que impidió, dicen, que se juzgara penalmente a quien acusan como principal responsable, el gobernador Figueroa Alcocer quien reivindica amistad con el presidente Ernesto Zedillo.
Al irrumpir en el primer aniversario de ese crimen, colectivo por sus víctimas y por sus victimarios, el EPR nace como respuesta que está armada por el símbolo de la impotencia institucional y se ve obligada a responder por la vía armada. Aunque en la realidad ocurre que la organización precede en su concepción y construcción, por muchos años, al incidente sangriento, probablemente dirigido contra el nacimiento del propio EPR, aparece, ante la opinión pública más sensible a las imágenes que a las palabras, como respuesta justa ante la impunidad que se acusa en el gobierno federal y estatal.
El segundo elemento simbólico que contribuye a establecer como emisor primario y como definidor de la agenda -al menos ese día la aparición del EPR dio la vuelta al mundo, dicen sus propios comandantes- es la combinación de formalidad del uniforme que es idéntico al del ejército federal en su textura y color y la secrecía de rostros encapuchados cuando esa cobertura facial no es vista con antipatía por la población impactada o fascinada por el EZLN. Es posible pensar que los encapuchados sean honestos guerrilleros, podría pensarse o sentirse en la explicación probable del júbilo con que el EPR fue recibido después de la sorpresa.
Otro elemento es el disparo de una salva por cada uno de los campesinos asesinados un año antes. La propia agenda de los eperristas prioriza la búsqueda de empatía con los deudos directos y con las poblaciones que vieron salir a esos campesinos rumbo a Acapulco en una protesta que fue criminalmente saboteada. La alocución en náhuatl presume el mismo interés con la identificación que permita colocarse entre los ciudadanos del estado y un sector de los indígenas de un país que los reconoce nuevamente, a partir del EZLN, como grupo defendible, digno y con capacidad de combatividad y de reivindicación pública y directa.
Son solo algunos elementos simbólicos que impactan a la opinión pública y contribuyen a posicionar al EPR entre los organismos a considerar de una transición mediática cruzada por efectos contradictorios de pánico moral, silenciamiento en espiral y posibilidad menguada de establecimiento de la agenda desde un organismo clandestino, armado y sin cerco militar a la vista.
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Salvador Guerrero Ciprés
En los años noventa, el papel que ocupan, o que deben tener, los periodistas en la opinión pública ha ocupado un espacio central en la actualidad política e informativa. Se ha escrito mucho sobre este asunto, ya sea sobre el periódico como actor político (Borrat,1984), sobre la relación entre el poder y la prensa (Sinova, 1995), sobre la función del periodista en el espacio público (Dader, 1992) y en general sobre las múltiples relaciones encontradas entre el poder y los medios de comunicación. Incluso en los últimos días (febrero de 1998) a raíz de las declaraciones de Luis María Ansón, al semanario Tiempo, se ha reavivado la polémica relativa al papel de la prensa en un sistema democrático, que han puesto en boca de políticos y periodistas multitud de argumentos relativos a la legitimidad de unos y otros para intervenir en el debate público condicionando decisivamente la vida política.
Éste es un tema complejo, pero es sabido que la posición de los medios, o un cambio en la posición de los medios, suele preceder a un cambio en las actitudes personales. La conducta de la gente se suele adaptar a la evaluación del clima de opinión pero, recíprocamente, también influye en las evaluaciones del clima de opinión en un proceso de retroalimentación que suele provocar una suerte de tendencias de opinión de distinta intensidad, pudiendo alcanzar su máximo grado en la conocida como espiral de silencio. Por este motivo, la entrevista del ex director de ABC ha desatado todo tipo de declaraciones y calificativos en todos los sentidos, sólo por citar algunos, en los últimos días nos hemos acostumbrado a escuchar términos como conspiraciones periodísticas, golpismos de salón, comandos mediáticos, chismes de la Corte y Villa, principios deontológicos, tramas civiles, confabulaciones y prácticas deleznables, acoso y derribo, legitimidad democráticas... y toda suerte de expresiones imaginables.
Seguramente, una de las sensaciones finales de esta polémica y aquella sobre la que nos interesa incidir es la que firmaba Pedro de Silva en un artículo publicado en el diario Faro de Vigo con el expresivo título "La ansonada":
"Hoy, para dar un golpe de timón se reúnen directores de medios y líderes de opinión. El poder está en el cuarto poder, y casi sobran los otros tres, sería la conclusión. La Facultad de Periodismo debería llamarse de Ciencias Políticas".
Nada más lejos de la realidad que esta idea sobre la función del periodista en la opinión pública y su capacidad de influencia sobre la alternancia en el poder, o el control de la gestión de los personajes públicos.
Opiniones, periodistas y consecuencias
La percepción de la profesión periodística y de su influencia cambia mucho a lo largo del tiempo, de las coyunturas históricas y de los diferentes países y sociedades en las que desempeñan su labor. Así, el último barómetro de la libertad de prensa (publicado por el diario El País e febrero de 1998) incidía en esta realidad:
"Sólo en 79 de los 185 países miembros de Naciones Unidas puede considerarse como correcta la situación de la libertad de prensa. En otros 80 países, la situación informativa es difícil, y en 26, muy grave. En el último mes se registraba el asesinato de un periodista, 44 detenidos, 86 todavía encarcelados, 47 agredidos o amenazados y 47 medios de comunicación censurados en distintos países marcan la situación de la libertad de prensa en el mundo. Un periodista, Morteza Fiaruzi, puede ser colgado en cualquier momento en Irán tras haber confirmado la Corte Suprema su condena a muerte por supuesto espionaje. Sigue sin esclarecerse el asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas en Argentina, el 25 de enero de 1997".
Se podrían seguir enumerando casos y situaciones de máximo riesgo en el ejercicio de la profesión periodística. En el último informe del Instituto Internacional de Prensa (IPI) se sitúa a Colombia, con siete víctimas en el último año, en el primer lugar de riesgo periodístico de Latinoamérica. Sorprende incluso que los propios periodistas consideran lógicas las amenazas que reciben dentro de la propia situación de violencia que vive el país.
María Teresa Herrán, una de las periodistas más influyentes del país y mujer de uno de los candidatos presidenciales, Juan Camilo Restrepo, declaraba en una reciente entrevista: "Los periodistas colombianos no deben posar de mártires porque su caso no es especial en esta sociedad; hay más asesinatos entre jueces, activistas de derechos humanos o educadores".
En fin que, en un contexto mundial, la gravedad de las situaciones de riesgo periodístico se encuadran en situaciones políticas, económicas o sociales también conflictivas, es entonces cuando se suele reproducir con facilidad en la opinión pública el fenómeno de la espiral del silencio ante el que inevitablemente se sitúa el periodista.
Las novedades y la espiral de silencio
Noelle Neuman, autora de la teoría de la espiral del silencio, ha rebuscado en la historia de la literatura, en la filosofía, en la ciencia política precedentes y enunciados anteriores al enunciado de su conocida idea de la espiral de silencio. En una de estas alusiones, la de William Temple, resume el eje central de la espiral de silencio: el hombre "difícilmente esperará o se arriesgará a introducir opiniones nuevas donde no conozca a nadie, o a pocos que las compartan, y donde piense que todos los demás van a defender las que ya habían recibido".
Noelle-Neuman detecta y explica en todos sus trabajos la tendencia de los individuos a concordar lo interior y lo exterior, la existencia de una opinión pública y de una opinión privada en los individuos, y de la elaboración en la mayoría de los casos de un discurso de racionalización y autoconvencimiento, de adaptación a la opinión pública generalmente aceptada. Concluyendo, que cuando se produce un fenómeno de estas características, la mayoría de las personas están dispuestas a expresar una opinión acerca del punto de vista mayoritario sobre un tema controvertido y que "sólo cuando una espiral de silencio se ha desarrollado plenamente y una facción posee toda la visibilidad pública mientras que la otra se ha ocultado completamente en su concha, sólo cuando la tendencia a hablar o a permanecer en silencio se ha estabilizado, las personas participan o se callan independientemente de que las otras personas sean o no amigos o enemigos explícitos. Pero, además de esas situaciones decantadas, hay controversias abiertas, discusiones todavía inconclusas o casos en que el conflicto latente aún tiene que salir a la superficie".
Por definición, el trabajo del periodista consiste en ser portavoz de las novedades que se producen, en dar informaciones y emitir opiniones en la esfera pública, se tiene que situar, por tanto, de forma individual y notoriamente pública ante los fenómenos de espiral de silencio que puedan producirse en la opinión pública.
El Lisboa, Pereira y la espiral de silencio
Antonio Tabucchi nos presenta en su novela "Sostiene Pereira" un ejemplo magnífico del dilema del periodista ante este tipo de situaciones. En la ciudad de Lisboa en 1938, Pereira, un viejo periodista, dedicado a escribir la página cultural del Lisboa, un periódico vespertino de poca monta, desde el que por diversas circunstancias se verá obligado a afrontar la realidad totalitaria que recorre Europa.
A lo largo de la novela, Tabucchi describe continuas situaciones en las que Pereira va tomando conciencia de la situación política de su entorno y de la responsabilidad social que sus amigos depositan en él. La presencia en su vida de un joven colaborador, Monteiro Rossi, en el que ve el hijo que no tuvo, es determinante para afrontar su situación.
Tabucchi, en una nota a la décima edición italiana de su novela, explica cómo en septiembre del año 92 leyó la noticia de que un viejo periodista había muerto en el Hospital de Santa María de Lisboa. Afirma que era alguien a quien había conocido fugazmente en París a finales de los años sesenta, cuando él, como exiliado portugués, escribía en un periódico parisiense. Era un hombre que había ejercido su oficio de periodista en los años cuarenta y cincuenta en Portugal, bajo la dictadura de Salazar. Y había conseguido hacerle una buena jugarreta a la dictadura salazarista publicando en un periódico portugués un feroz artículo contra el régimen. Después, naturalmente, había tenido serios problemas con la policía y se había visto obligado a escoger la vía del exilio. El protagonista de la novela corre igual suerte y será la denuncia pública del asesinato de su colaborador Monteiro Rossi la circunstancia que le obliga a romper el silencio.
A lo largo de la novela, la percepción de la realidad y la versión que se ofrece de la misma en las páginas de su periódico remueven su conciencia. Cada vez que acude al Café Orquídea, Manuel el camarero le informa de la situación política al cabo de la calle y en cierta forma le reprende por la selección de noticias que publica su periódico.
En uno de los capítulos, una mujer judía, la señora Delgado, que huye de una Europa en la que se presagia otra gran guerra, le sugiere: "Las personas como usted tienen que hacer algo". Pereira se justifica en la conversación: "Quizá yo tampoco esté contento con lo que esta sucediendo en Portugal", admitió Pereira.
La señora Delgado bebió un sorbo de agua mineral y dijo: "Pues, entonces, haga algo".
-- ¿Algo, como qué?, contestó Pereira.
-- Bueno, dijo la señora Delgado, usted es un intelectual, diga lo que está pasando en Europa, exprese su libre pensamiento, en suma haga usted algo.
Sostiene Pereira que hubiera querido decir muchas cosas. Hubiera querido responder que por encima de él estaba su director, el cual era un personaje del régimen, y que, además, estaba el régimen con su policía y su censura, y que en Portugal estaban amordazados, en resumidas cuentas, que no se podían expresar libremente las propias opiniones, y que él pasaba sus jornadas en un miserable cuartucho de rúa Rodrigo de Fonseca, en compañía de un ventilador asmático y vigilado por una portera que probablemente era una confidente de la policía.
Pero no dijo nada de todo ello, Pereira, dijo solamente:
-- Haré lo que pueda, señora Delgado, pero no es fácil hacer lo que se puede en un país como éste para una persona como yo...".
La descripción del fenómeno de la espiral de silencio que atenaza a la sociedad portuguesa, y con ella al señor Pereira es tan exacta que incluso en este pasaje de la novela se reproduce una de las técnicas utilizadas por Noelle Neumann para describir el fenómeno, y consistente en sondear las opiniones que mantienen distintos viajeros en un tren al participar en una conversación espontánea, sobre un tema especialmente comprometido y que pueda ser motivo de autocensura entre los interlocutores.
Para concluir, en el relato de Tabucchi nos encontramos con una acertada descripción del dilema del periodista ante la espiral de silencio, con sus presiones políticas y sociales, con la obligación del periodista de informar con veracidad de aquello que acontece, con la obligación ética de afrontar la opinión dominante de forma individual y pública. Actúa Pereira con la prudencia y el valor necesarios para dejar en la calle su exclusiva y romper de esta forma la espiral de silencio en la que se ha visto atrapado.
Marcello Mastroianni, que interpreta la magnífica adaptación al cine de Roberto Faenza, se pierde entre la multitud en la última secuencia. En la calle se escucha: !Ha salido el Lisboa!, !Joven periodista asesinado sin piedad.
Bibliografía
Borrat, H. El periódico, actor político. Gustavo Gili, 1989.
Dader, J. L. El periodista en el espacio público. Bosch. Barcelona, 1992.
Miranda, I. "Periodistas en Colombia, peligro de muerte". El Mundo, 13/2/1998.
Noelle-Neumann, E. La espiral de silencio. Paidós. Barcelona, 1995.
Periodistas sin Fronteras. "Barómetro de la libertad de prensa". El País, 16/2/1998.
Price, V. La opinión pública. Paidós Comunicación, Barcelona, 1994.
Silva, P. "La ansonada". Faro de Vigo. 18/2/1998.
Sinova, J. El poder y la prensa. EIU. Barcelona, 1995.
Tabucchi, A. Sostiene Pereira. Anagrama, Madrid, 1995.
Sostiene Pereira. Adaptación cinematográfica de Roberto Faenza. Coprodución Italo-franco-portuguesa, 1996.
Fermín Galindo Arranz es Profesor del Departamento de Ciencias da Comunicación - Facultad de Ciencias da Información - Universidad de Santiago de Compostela.
Fuente: Revista Latina de Comunicación Social - La Laguna (Tenerife) - abril de 1998 - número 4 - D.L.: TF - 135 - 98 / ISSN: 1138 – 5820
Elisabeth Noelle-Neumann
(nacida el 19 de diciembre de 1916) es una politóloga alemana.
Profesora emérita de la Universidad de Mainz, su contribución más famosa es el modelo de la espiral del silencio, una teoría sobre cómo la percepción de la opinión pública puede influir en el comportamiento de un individuo.
PERFIL BIOGRÁFICO Y ACADÉMICO
Nació en Berlín, Alemania, en 1916. Estudió periodismo con Emil Dovifat en Berlín, y filosofía e historia en Königsberg y Munich. Amplió estudios de periodismo en la Universidad de Missouri, Estados Unidos. Se doctoró en periodismo en Berlín en 1939. A los 19 años se unió al Partido Nazi y militó activamente, con escritos ideológicos en las publicaciones del momento. Concluida la guerra mundial, cambió su expresión política y ocultó su pasado. Junto con su marido, Hubert Neumann, fundó el Institut Demoskopie Allensbach, que trabajó en encuestas de opinión para la democracia cristiana germana. En 1961 comenzó su trabajo académico en la Universidad Libre de Berlín y, más tarde, en 1964 se trasladó a la Universidad Johannes Gutenberg de Mainz, donde obtuvo su cátedra de periodismo y fundó el Institut für Publizistik, de la que fue directora hasta 1983. Profesora visitante de las Universidades de Chicago y Munich. Columnista habitual del Frankfurter Allgemeine Zeitung.
PENSAMIENTO Y EXPRESIÓN CIENTÍFICA
Noelle-Neumann, E. comenzó publicar en los años 60 sus trabajos sobre la formación y evolución de la opinión pública, que, dos décadas después, se presentó como la teoría de la 'espiral del silencio', según la cual las corrientes de opinión dominantes o percibidas como vencedoras generan un efecto de atracción que incrementa su fuerza final. Los movimientos de adhesión a las grandes corrientes de opinión son un acto reflejo del sentimiento de protector que confiere la mayoría y el rechazo al aislamiento, al silencio y la exclusión. Es más, quienes se identifican con corrientes que pierden vigencia o no tienen el reconocimiento mayoritario, tratan de ocultar sus opiniones. Los individuos, según Noelle-Neumann, E., tienen un sentido perceptivo de evaluación del ambiente ideológico, de las modas de opinión y de los valores que constituyen valores mayoritarios y minoritarios.
Los críticos de los planteamientos de la pensadora germana creen que su teoría sobre la 'espiral del silencio' está muy relacionada con sus vivencias políticas y que su propia vida, en la que oculta su pasado nazi, hay una migración y un silencio que expresa el entramado subjetivo en el que basa la reflexión. En todo caso, las ocultaciones y los silencios son, señalan, más probables en los regímenes totalitarios que en aquellos donde la está garantizada la libertad de expresión.
El papel de los medios es significativo, en la medida que sus valores de agenda y su papel de habilitador de la presencia o protagonismo contribuye a la percepción social de los climas de opinión mayoritarias o políticamente correctas... El efecto de los medios recobra aquí una importancia mayor a la que habían fijado los sociólogos norteamericanos de los años 50 y 60 -teorías de los 'efectos limitados'-. Los medios, a través de sus contenidos, contribuyen a establecer el espacio público de debate y, con ello, el marco en el que se desarrolla la opinión pública. Los silencios de los medios, sus ocultaciones de la realidad, llevan consigo la salida de la escena de aquellos valores y protagonistas que han perdido huella publicada o emitida.
Los efectos de los medios son, a juicio de Noelle-Neumann, E., acumulativos, de modo que su incidencia en la opinión no es inmediata, sino que se va fraguando y consolidando en función del número de medios que avalen una postura y el tiempo que persistan en una posición.
La espiral del silencio en Colombia
Las grandes fábricas de opinión colombianas siguen reciclando los resultados del más reciente sondeo sobre la popularidad del Presidente Uribe.
Concluyen las encuestas que el 75 por ciento de los colombianos siguen apoyándolo, a pesar de los escándalos de corrupción, nexos con asociaciones para delinquir, el desempleo, el desplazamiento forzado, el hambre, el creciente deterioro de su imagen en el exterior y todos los etcéteras archiconocidos. El efecto teflón, dicen unos. El reconocimiento al talento, la franqueza campechana y la laboriosidad del estadista, dicen otros. Es un fenómeno, exclaman los pontífices de la radio.
En las últimas décadas muchos investigadores, sociólogos y comunicadores, se han dedicado a estudiar los procesos de formación de la opinión pública. Todos aceptan que los medios modernos de comunicación, desde Johannes Gutemberg hacia acá, hacen parte insustituible de tales procesos.
Una teoría muy difundida entre los especialistas pertenece a la periodista de la Universidad de Berlín, Elisabeth Noelle-Neumann, quien perteneció al partido Nazi desde 1935 hasta finalizar la segunda guerra y fundó con su esposo Hubert Neumann el Instituto Demoskopie Allenbach, el cual hizo las encuestas de opinión dela Democracia Cristiana alemana en la década de los setentas. La teoría de Elisabeth comenzó a difundirse después de 1980 desde la Universidad Gutemberg de Mainz y parte del principio: “La opinión pública es asunto de palabra y silencio”.
En su libro “La espiral del silencio. Opinión Pública: Nuestra piel social” (Paidós, Barcelona, 1995) la periodista alemana escribe: “Podemos describir la opinión pública como la opinión dominante que impone una postura y una conducta de sumisión, a la vez que amenaza con aislamiento al individuo rebelde y, al político, con una pérdida de apoyo popular”.
Apoyándose en ejemplos trágicos como el enmudecimiento de la iglesia católica durante el terror de la Revolución Francesa, Noelle-Neumann, concluye que “para no encontrarse aislado, un individuo puede renunciar a su propio juicio” porque “los grupos sociales pueden castigarlo por no haber sabido adaptarse”.
En otro lugar afirma: “La tendencia a expresarse en un caso, y a guardar silencio en el otro, engendra un proceso en espiral que, en forma gradual, va instalando una opinión dominante”.
En ciertas regiones del país parece que la teoría Noelle-Neumann resiste la prueba. Las dos terceras partes de la ciudadanía expresan la opinión, por convicción o por sumisión, a la tendencia predominante, de que Colombia necesita un líder carismático y de carácter fuerte y que ese líder ya está al frente del Estado. Los sumisos no solo temen al aislamiento social sino a algo peor, a ser víctimas del castigo violento de las que el escritor Fernando Garavito llamara “ciertas yerbas del pantano” que lo llevaron al duro oficio del exilio.
Pero cuando se examina más a fondo la composición de ese 25 por ciento de “todos los colombianos” que se resiste a creer que ya estamos en presencia de un nuevo Mesías que nos traerá la paz, la abundancia y el progreso, entonces comienzan a fallar las cuentas.
Si partimos de un potencial electoral de 26 millones de ciudadanos, encontramos que, en las elecciones de 2006, los 7 millones 400 mil votos del Presidente Uribe apenas llegan al 28, 5 por ciento de los votantes. En este caso habría que presumir que los 14 millones de personas que se abstuvieron de concurrir a las urnas se sumaron a la espiral de la opinión publica favorable a Uribe y la cuarta parte, adversa al Presidente o que en las encuestas “no sabe o no responde”, correspondería a los mas de cinco millones de votos del partido liberal y del Polo Democrático Alternativo.
Pero tampoco salen las cuentas. Porque entre los abstencionistas hay una alta cifra de ciudadanos desplazados por la violencia en los campos, centenares de miles de electores que se ausentaron del país para salvar sus vidas o, lo que es casi lo mismo, para encontrar fuentes de trabajo, y los millones de desempleados parciales y totales que no tienen ningún aliciente para votar o responder encuestas.
Ahora bien, las firmas encuestadoras revelan que el universo de la muestra está constituido por un promedio aproximado de mil personas, residentes en algunas ciudades importantes y las preguntas se formularon por teléfono.
La mayoría de la población campesina, los desplazados, los marginados o pobres absolutos no disponen de teléfono fijo o móvil. Ni siquiera tienen derecho a influir en la espiral del silencio.
¿Cuál espiral del silencio?
UCA
Desde hace unos días, en algunos espacios de discusión se ha comenzado a plantear la tesis de la existencia de una “espiral del silencio” en El Salvador. Poco más o menos, la mencionada tesis viene a decir que, en la actual coyuntura electoral, un segmento importante de salvadoreños estaría ocultando expresamente sus preferencias políticas —sobre todo a quienes pretenden auscultarla mediante sondeos de opinión—, dando pie a una incertidumbre acerca de por dónde se podría decantar el desenlace de los comicios presidenciales. En otras palabras, muchos de quienes en las encuestas —o ante cualquier otro tipo de consulta pública— deciden mantener en reserva sus preferencias partidarias, lo hacen, no porque carezcan de ellas, sino porque no quieren revelarlas. Quienes aceptan por válida esta conjetura no dudan en hacerla pasar como el gran acierto analítico e interpretativo de los últimos tiempos: en estas elecciones, muchos salvadoreños, con una decisión política tomada, no estarían haciendo público por quién votarán en marzo. Por tanto, cualquier cálculo sobre los posibles resultados de las elecciones que no explore la decisión oculta de esos salvadoreños y salvadoreñas estará condenado al fracaso.
La tesis mencionada, de entrada, suena sugerente. La misma expresión “espiral del silencio” es —además de sonora— novedosa. Pero la novedad de una formulación no es razón suficiente para considerar como novedoso el fenómeno que con ella se quiere describir. En efecto, desde 1992 hasta la fecha, durante los sucesivos procesos electorales ha habido un segmento significativo de salvadoreños que, sistemáticamente, ha ocultado sus preferencias políticas o ideológicas a quienes han indagado por ellas. De ser cierta ahora la tesis de la espiral del silencio, no estaría apuntando a nada nuevo, a menos que se creyera que es a partir de estos comicios presidenciales que muchos salvadoreños han optado por ocultar sus preferencias electorales. Ahora bien, para que ello fuese así, tendrían que existir razones poderosas —que no han existido en elecciones pasadas— que en estos momentos estarían llevando a esos salvadoreños a mostrarse reacios a manifestar públicamente sus afinidades y simpatías políticas.
Es precisamente en este terreno de las razones que explicarían esa presunta espiral del silencio donde las cosas son poco claras. Por un lado, una visión de conjunto de los últimos procesos electorales, incluido el actualmente en curso, no arroja evidencia de que este último cuente con factores absolutamente inexistentes en aquellos, es decir, factores que obliguen, muevan, motiven o induzcan a la gente a ocultar sus preferencias partidarias. Porque es obvio que deben existir condicionantes de peso para que los ciudadanos opten por el silencio político. Ciertamente, pueden hacerlo porque les da la gana, simple y llanamente. Pueden hacerlo también porque no tienen nada qué decir, esto es, porque no tienen una preferencia definida y su silencio —que podría obedecer a su desconocimiento del tema, o simplemente a su renuencia a contestar— reflejaría su propia falta de claridad. Pueden hacerlo, por último, movidos por el miedo a ser violentados, marginados, o a sufrir persecución.
Por donde quiera que se mire, el silencio ciudadano debe tener una motivación que lo explique. Pues bien, las motivaciones que pudieran tener los salvadoreños —o un grupo significativo de ellos— para no manifestar sus opciones políticas no son tan distintas a las que pudieron tener en el pasado. El no tener ganas de manifestar una simpatía partidaria es algo propio de muchas personas en distintas circunstancias; la indecisión motivada por las propias dudas y confusión ha sido permanente en buena parte del electorado salvadoreño. Se puede esgrimir que, en estos momentos, es el miedo el factor que explica la espiral del silencio. Pero tampoco el miedo ha estado ausente en otros procesos electorales. Más aún, siendo realistas, se tendría que reconocer que el factor miedo ha sido menos fuerte en esta coyuntura electoral, respecto de las coyunturas que se dieron inmediatamente después de la firma de la paz, cuando las heridas de la guerra y el recuerdo del terrorismo de Estado estaban frescos entre los salvadoreños.
Es cierto que ha habido brotes de violencia entre militantes del FMLN y ARENA, pero los mismos no han sido ni más graves ni más recurrentes que los suscitados en otras jornadas electorales. Ha habido propaganda sucia y agresiva, pero ello ha estado en sintonía con la costumbre inveterada de atacar a los contrarios, tan propia de los partidos políticos y tan normal desde la firma de la paz hasta nuestros días. Ni esos brotes de violencia ni esa propaganda agresiva han impedido que cada vez más salvadoreños expresen públicamente sus simpatías políticas e ideológicas. En cantones, caseríos y zonas urbanas del interior del país lo usual en estos días es la identificación de familias e individuos con alguno de los partidos que compiten por la presidencia, principalmente con ARENA y el FMLN. Casas adornadas con banderas de uno u otro partido —entre vecinos o entre casas colindantes en una misma cuadra—, vehículos de todo tipo con banderas de uno u otro partido circulando tranquilamente por calles y avenidas, personas con camisetas y vinchas... En fin, una serie de manifestaciones de las propias simpatías políticas que desdicen, por lo menos en lo que concierne a estos salvadoreños, la tesis de la espiral del silencio.
Sin duda, hay muchos salvadoreños que prefieren ocultar sus simpatías partidarias, aunque las tengan. Pero apuntar esto no constituye ninguna novedad, porque siempre habrá salvadoreños que prefieran la privacidad a la publicidad en materia política. Si la tesis de la espiral del silencio se refiriera a esto, no habría mayor dificultad en aceptarla. El problema es que con ella no sólo se quiere apuntar a que algo grave e inusitado está sucediendo en el país, sino que se quiere manipular —en algunas de sus lecturas más forzadas— a la opinión pública. No pretenden otra cosa quienes sostienen el argumento de que el espiral del silencio afecta a los simpatizantes del FMLN, temerosos de manifestar —dado el pavor que les suscita Schafik Handal— sus verdaderas preferencias políticas y no a los “seguidores del partido de la libertad”. Una lectura de este tipo ilumina, más que la situación del FMLN, la de ARENA: muchos simpatizantes acomodados del partido de derecha, desencantados y hartos de los desmanes de Flores y los suyos, no la tienen fácil si quieren hacer pública una adscripción distinta a la tradicional, sobre todo cuando vecinos, amigos y familiares son incondicionales del credo arenero.
El EPR: pánico moral, espiral del silencio y establecimiento de agenda
Por Salvador Guerrero Chiprés
Pánico moral
La irrupción de un nuevo emisor primario detonó todos los resortes del conjunto de hacedores de la opinión pública que habían arribado a una etapa de relativa estabilidad en la intensa agitación de la propagandizada y presunta transición democrática.
No habían transcurrido más de cinco minutos de que Cuauhtémoc Cárdenas se había retirado del presidium desde el cual se dirigía la ceremonia por el primer aniversario de los 17 campesinos asesinados en Aguas Blancas a manos de integrantes de la policía motorizada de Guerrero, cuando una columna de hombres armados y encapuchados, al mando del Mayor Emiliano, se hizo del micrófono sorpresivamente, habiendo llegado por la parte de atrás del acto, donde empieza la sierra a la que se conoce como Filo Mayor.
Su primer acto público se relacionaba con el propósito de ubicarse tan pronto como fuera posible y de la manera menos violenta, entre los actores políticos. Cárdenas estaba a cien metros. Por la tarde habría de formalizar su primer comentario respecto del nuevo protagonista: "es una pantomima". La expresión fue tan oportuna y atinada para los efectos de la descalificación, que el secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet Chémor, la hizo propia. La reprodujo explicando que era una pantomima también en el sentido de que los que se decían miembros de una agrupación que defendía intereses populares no actuaban como tales reivindicadores sino como terroristas.
Así, dio inicio la primera etapa del proceso de convertir al EPR en una organización que era presentada como amenaza a los valores y estilos de vida, en este caso estilos de hacer política, aceptados por los segmentos dominantes de la clase política.
Los medios de difusión canalizaron la información acerca de un grupo armado que se había presentado en un acto presidido por el líder del PRD, en una asociación que pretendía que la previsible descalificación para el nuevo grupo alcanzará a Cárdenas.
Se incluía en el paquete la mención del Frente Amplio para la Construcción del Movimiento de Liberación Nacional (FAC-MLN) y del líder de la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS), Benigno Guzmán, acusado por Gobernación de ser "cabecilla" del EPR cuando fue detenido en enero de 1997. El equipo de difusión de Cárdenas elaboró un comunicado en que se ampliaba el posicionamiento casi intuitivo que Cárdenas usó como cobertura para deslindarse lo más amplia y evidentemente posible. El mismo había visto bajar, de un cerro contiguo, a una parte de la columna. En cierta forma encabezó la fuerza de opinión reactiva, dirigida para el control, que los medios masivos y la opinión pública dirigen contra lo que Cohen llama formas de actividad desviada. "Una condición, un episodio, una persona o un grupo de personas se presentan como una amenaza a los valores e intereses sociales" dice ese autor para sintetizar su idea del pánico moral como concepto que interrelaciona las fuerzas emergentes que incomodan a los actores sociales y políticos y las fuerzas que reaccionan ante aquellas.
A diferencia del primer día de enero de 1994, hubo tiempo, experiencia y múltiples participantes en el proceso de actuar ante los desafíos y amenazas implícitos en los nuevos encapuchados. Además, la primera figura que los descalificaba gozaba de tal autoridad entre todos los sectores de la misma izquierda que no podía ser más apetitoso cubrirse detrás de él en la descalificación gubernamental. La conciencia pública ante la emergente organización la convirtió de inmediato en un nuevo problema. El significado de su aparición fue convertido en un principio en una misma moneda para el gobierno y para el Estado. Para el primero aparecía un actor que descomponía el escenario de la posible dinámica que se interrumpía en el diálogo con el EZLN. Para el Estado, conjunto de gobierno, población y territorio la lectura de la televisión y la radio, predecible, era presentada como el modo de mirar el fenómeno: más complicaciones en un entorno que se sabía represivo, en una realidad económica que apenas salía de la etapa más complicada de la crisis de 1995 y que parecía buscar el daño de las pocas figuras políticas que gozan de representatividad amplia en tanto figuras que representan también valores depuradores de las desviaciones en la acción pública.
El espacio público en el cual actuaba el EZLN como definidor primario sin competencia alguna hasta ese momento se modificó radicalmente. Precisamente, un día después, en Chiapas, se iniciaba un nuevo encuentro del EZLN con representantes y dirigentes sociales. En San Cristóbal la bomba de la noticia causó el mismo trastocamiento al EZLN que el de la aparición de esta organización amada ocasionó al gobierno federal. El pánico moral le fue aplicado al EPR desde el EZLN con la misma intensidad con que la organización del subcomandante Marcos padeció lo propio desde el momento que el gobierno logró semincorporarse del primer impacto de la ola expansiva que llegó de Chiapas en el ámbito de lo público en 1994.
San Cristóbal de las Casas había sido convertido a la institucionalidad relativa de un diálogo que era asumido ya con naturalidad por la sociedad informada. En cierta forma era parte del statu quo de la información que normalmente se vehiculaba sobre el actor aceptado en que ya se había convertido el EZLN. En un escenario semejante la aparición de la nueva organización fue resuelta de inmediato con la misma técnica descalficatoria en tanto se racionalizaba el evento. Marcos nombró a los tres días a Javier Elorriaga como el representante y responsable del naciente Frente Zapatista de Liberación Nacional (FZLN) en un acto que no deja de ser significativo en la medida en que se evidenciaba la relación del presunto teniente Vicente detenido hasta hacía poco tiempo en Cerro Hueco y la aparente disposición en avanzar en el proceso inverso al que lo habían obligado las circunstancias: si la guerrilla era el brazo armado y contenido de la actividad política había que regresar a la fase de convertir al organismo político en el brazo público de la actividad clandestina. Además, había que hacerlo bajo la presión del acontecimiento que para el EZLN significó la aparición sorpresiva de la nueva organización armada.
En la disputa por la iniciativa histórica, los grupos armados pueden mostrar eventualmente matices en el uso del pánico moral dirigido contra los contendientes por el abanderamiento público de la lucha revolucionaria y clandestina. Magníficamente sintetizada esta la técnica de desplazamiento del prójimo armado en la frase que Marcos dedica al EPR. El nuevo grupo, dijo, utilizó para su ascenso al espacio público "una emboscada propagandística", como si el propio accionar político militar el primer día de enero de 1994, las entrevistas durante la toma de San Cristóbal, la exhibición de ingenio y buen humor para consumo de turistas y de periodistas locales y enviados desde la capital del país no fueran por sí mismos elementos propagandísticos. El EPR tardó en reponerse de su golpe dirigido al derribamiento momentáneo del escenario ya dispuesto por el conjunto de los actores políticos aceptados.
Al empujar con la fuerza de la irrupción el biombo de las apariencias significantes de la clase política y la opinión pública, el EPR había tropezado en la acción. No en la parte militar, ni siquiera en el escenario de su aparición donde primero ocasionó la incorporación adherente de los presentes que gritaron hurras y se repusieron a la sorpresa con un entusiasmo que ningún medio electrónico incorporó en sus reportes. Tropezó ante el muro que de inmediato levantó la sustancia pánica con que la sociedad masiva fue impregnada y que incluso alcanzó a sectores de la clase política de la izquierda. La materia informativa había tenido un enorme impacto, la fuerza creada debía diluirse en tanto los actores razonaban como equilibrar deslinde, descalificación y sentido de oportunidad.
Debieron pasar tres semanas para que nuevos elementos condujeran al equilibrio de juicios y el pánico moral comenzará a debilitarse en su primera etapa de utilización y de registro como fenómeno casi natural y casi concertado de desautorización. En la primera entrevista diseñada para enviar a la opinión pública más señales del sentido y dirección del nuevo grupo, el comandante José Arturo ofreció la imagen de un dirigente preparado, informado, dotado de alguna serenidad para consumo mediático, con clara capacidad de improvisación pero carente de la frescura real o actuada que se atribuye a Marcos.
En esa ocasión dijo a Proceso respecto de Marcos y en respuesta a la acusación pánica de no haber ofrecido ni credenciales que combinaban valor y capacidad militar y haber acudido solamente a la emboscada de la cual el señalador es primero en animar: Dijo José Arturo: "nosotros no pensamos que la poesía sea la continuación de la política por otros medios". En mención indirecta de la memoria sobre las enseñanzas de padres fundadores de rebeldías planeadas y organizadas a partir de una concepción del mundo que comparte con Marcos, el dirigente eperrista respondía, reciprocaba, retroalimentaba, un debate que antes tenía en el escenario de la clandestinidad relativa a un solo gran actor.
El pánico moral como instrumento útil, comenzó a diluirse él mismo. Ya había diluído el primer impacto del significado rebelde de la nueva organización que reivindicaba la exigencia de justicia dirigida contra el ex gobernador Rubén Figueoa Alcocer.
Esta primera etapa de uso del pánico moral se derrumbó para la izquierda el 28 de agosto. La misma fecha en que se incrementó su empleo por las demás fuerzas políticas que están lejos de intentar explicaciones o justificaciones respecto de los actores políticos armados. Al revelar su capacidad operativa, logística, militar, el EPR demostró que tenía "las agallas" de las cuales había aparecido como propietario monopólico el EZLN y por cuya presunta ausencia Marcos las reclamaba en demostración de capacidad, compromiso y entrega antes de darles "su aval" como organismo representativo de una lucha que dice combinar elementos legales, sociales, clandestinos en beneficio de la mayoría de la población.
A pesar de la evidencia, algunos simpatizantes del EZLN trataron de disminuir el significado del nuevo acontecimiento: "no hay que exagerar, quién sabe en realidad como hayan estado los enfrentamientos, deben haber sido contra puros policías borrachos" llegó a decir un líder de opinión dedicado a la asesoría sindical y cercano a los grupos de organización de encuentros "con la sociedad civil".
Al dramatismo con que la opinión pública había asistido a la irrupción del EZLN le había acompañado un fenómeno semejante de sorpresa, empatía relativa, justificación a distancia. No ocurrió con el EPR sino en menor proporción. Los instrumentos de comunicación tenían la experiencia fresca que sustituía esa ingenuidad pánica con que el gobierno de Chiapas había difundido una imagen insuficiente e inútil para desautorizar al EZLN al llamarlos grupo de campesinos monolingües.
Al mismo tiempo el pánico moral era insuficiente para contener la elemental asociación entre los asesinatos y la represión en Guerrero y la eventualidad de que hubiese señales de desesperación ante ellas desde grupos de pobladores politizados y armados.
Tampoco podía evitarse asociar el suceso con la idea de que no hay razón para suponer que un solo grupo armado tenga legitimidad pública por ser encabezado por un dirigente carismático, culto, aceptable para el consumo de estratos medios, jóvenes y universitarios y que otros no puedan representar verdades igualmente históricas y reivindicaciones tan sociales como las de aquellos.
En el gobierno los sucesos del 28 de agosto impactaron a tal grado de hacer previsible la concentración del mensaje presidencial de tres días después en lo que el Jefe del Ejecutivo diría sobre el EPR. Como en el caso del Fobaproa el EPR existió en el aire, durante el mensaje, sin nombre y apellido. Se trataba de una organización terrorista, causante de pánico moral, respecto de la cual no había otra salida que el ejercicio de todo el peso del Estado que comenzó aplicándose mediáticamente a través del esperable anuncio de su utilización y acompañado después de un conjunto de medidas persecutorias y represivas que ha sido considerablemente documentado por organizaciones nacionales, oficales y no gubernamentales así como por organismos internacionales cuyo trabajo afectó en 1997 la imagen presidencial en la primera gira por Europa después de aquella irrupción armada y activa.
Como en la definición de Cohen, los medios privilegiaron la difusión de las opiniones de los definidores primarios tradicionales vinculados a los poderes, al control del patrimonio, a la defensa del la dinámica general de reproducción del esquema y de la distribución habitual del poder y de la imagen que lo acompaña.
Como en la propia propuesta realizada por Cohen en 1972, esos mismos definidores se situaron en los dos extremos posibles del pánico moral:
Ante el EPR, unos advirtieron que la amenaza podría ser mayor y mucho más significativa en la medida en que hubiese correspondencia entre condiciones de marginalidad y politización que estuvieran siendo reproducidas por el propio esquema de acumulación neoliberal en combinación con las rupturas de los puentes políticos que permitían la cooptación de liderazgos e inquietudes en las regiones más pauperizadas.
Otros, insistieron sencillamente en la urgencia de fortalecer el esquema de controles militares, policíacos, los castigos penales y el desmantelamiento del prejuicio para usar toda la fuerza que fuese necesaria en cualquier sitio y de cualquier manera para barrer con la amenaza eperrista.
Espiral del silencio
Noelle-Neumann nos recuerda que la opinión pública es el resultado de la interacción entre los individuos y su entorno social. Par no encontrarse aislado, dice, un individuo puede renunciar a su propio juicio "esta es una condición de la vida en una sociedad humana; si fuera de otra manera la integración sería imposible".
El EPR irrumpió. Sin padrinazgos ni simpatías de preestablecidos personajes aceptados como definidores primarios determinantes en la opinión pública y en el espacio de los hechos y las ideas destinados a modificar o mantener el estado de cosas en el sistema político. Opinar estaba condicionado a un mínimo ejercicio de reflexión en un entorno en que había sido recorrido un largo trayecto para llegar a la aceptación de realidades extremas como la pobreza indígena y su correlación con organismos armados como el EZLN.
En un contexto de presión gubernamental y de amplia e íntima división de la izquierda, la aparición del nuevo actor obligaba a la cautela en el mejor de los casos y, en el peor de ellos, a ser individualmente contaminado por la precipitada descalificación que desde el PRD y desde la Secretaría de Gobernación fue promovida en un primer momento. La cautela es acompañada por el silencio y el murmullo. Las pocas voces que se expresaron acerca de la legitimidad de la nueva organización fueron calificadas por perredistas y autoridaes federales como ejemplo de la interrelación entre ellas y el EPR o al menos como grupos de participación política "ultraizquierdista" cuya inmadurez e impreparación demostraba que el Estado había tenido razón anticipada al marginarlas de las decisiones regionales, estatales, federales. Incluso no falto quienes justificaron retroactivamente la persecución a la OCSS y al FAC-MLN por haber quedado demostrado que la clandestinidad involucra riesgos como la represión y que la represión es el castigo previsible del ultraizquierdismo.
Lo dictaban los cánones y lo mencionaban los iconos del santoral del análisis y la recomendación asesoral. Sin la bendición de santones de la izquierda, con la sola fuerza de la convocatoria y uso de sus propios medios simbólicos y propagandísticos, el EPR comenzó a ser centro de la persecución gubernamental. Hablar de ellos y opinar de ellos era previsiblemente antesala de aislamiento:
"Ese temor al aislamiento (no solo el temor que tiene el individuo de que lo aparten sino también la duda sobre su propia capacidad de juicio) forma parte, según nosotros, de todos los procesos de opinión pública. Aquí reside el punto vulnerable del individuo; en esto los grupos sociales pueden castigarlo por no haber sabido adaptarse. Hay un vínculo estrecho entre los conceptos de opinión pública, sanción y castigo", resume Noelle-Neumann.
Respecto del EPR ese fenómeno es registrable en dos niveles.
En primer lugar, en el caso de quienes como observadores políticos, activistas, periodistas, dirigentes sociales se atrevieron, aún bajo la doble presión gubernamental y de la opinión aparentemente dominante de la izquierda en la izquierda misma, a plantear la legitimidad de su reivindicación y por tanto podían y se vieron efectivamente sujetos a procesos de descalificación y aislamiento ellos mismos, como, en segundo lugar, para la propia organización que por su discurso y accionar era presentada como un organismo anacrónico, heredera de "las peores" tradiciones en materia de política clandestina, "contaminada" por la incorporación de elementos provenientes de organismos "cuando menos sospechosos" como el Procup-Pdlp, "carentes de base social", "manejados por extraños intereses", "relacionados con los grupos de poder que buscan la Presidencia de la República y a quienes no importa el país sino salvaguardar sus propios y mezquinos intereses".
Incluso las comandancias tanto del EZLN como del EPR, en una segunda etapa de su interrelación a través del espacio público, reconocieron que las mismas descalificaciones, con variantes en intensidad y significado, fueron dirigidas contra ellas en las primeras semanas de su aparición respectiva.
A los organismos y dirigentes que percibían la cercanía con el poder desde la izquierda les tocó representar el rol de gatekeepers de la opinión dominante respecto del EPR: ¿cómo era posible que los eperristas se atreverían, inegenua o malignamente, decían ellos, a representar a su vez el rol de provocadores, estando las cosas como estaban? Es decir "muy delicadas" y en la víspera del establecimiento de condiciones favorables para el imperio de un proyecto popular al cual los eperristas deberían favorecer, pero parecían perjudicar con su sola existencia .
Sobre todo se trataba de ir correspondiendo con la imagen de gobernabilidad que toda oposición debe comenzar a defender como mecanismo propio para su proyecto de nación, comenzar a adquirir conforme se acerca la probabilidad del ejercicio del poder público a partir de procesos de elección institucional. Esa imagen requería moderación, cautela y producía fenómenos de descalificación de opiniones no digamos entusiastas sino simplemente analíticas respecto del EZLN y la relación de diferencias y similitudes que podía revisarse respecto del EPR.
Como en el fenómeno relatado por Noelle-Neumann, el individuo observa su entorno social, estima la distribución de las opiniones a favor o en contra de sus ideas. Sobre todo, dice la investigadora, evalúa la fuerza y el carácter movilizador y apremiante "así como las posibilidades de éxito" de ciertos puntos de vista o de ciertas propuestas. Si en otros espectáculos la gente tolera y hasta acepta estar con el más débil o el próximo a ser vencido, en actividad política eso es visto como una verdadera enfermedad contagiosa y mortal.
En la situación de inestabilidad, de desplazamientos de discursos, actividades y medidas políticas, creada por la irrupción eperrista, los individuos políticos y periodistas, así como los líderes de opinión presenciaron la lucha entre posiciones opuestas respecto de la cual debían tomar partido. Como se sabe, compartir el punto de vista dominante fortalece la confianza en uno mismo lo mismo que ver perder terreno en las opiniones propias debilita a cada cual.
"La opinión dividida se afirma cada vez con más frecuencia y con más seguridad; al otro se lo escucha cada vez menos. Los individuos perciben estas tendencias y adaptan sus convicciones en consecuencia. Uno de los dos campos presentes acrecienta su ventaja mientras el otro retrocede. La tendencia a expresarse en un caso y a guardar silencio en el otro, engendra un proceso en espiral que en forma gradual va instalando una opinión dominante". El planteamiento de Noelle-Neumann tiene amplio verificativo, combinado y desigual, en el conjunto de opiniones vertidas y vertibles públicamente sobre el EPR. En la medida en que la organización, a diferencia del EZLN, no está incorporada al torrente central de información -aún cuando es notable que se le acepta, con un perfil menor, entre el grupo selecto de definidores primarios pero fundamentalmente a nivel regional-, es fundamentalmente una organización clandestina ilegal, perseguida y reprimida, sus propuestas, opiniones y denuncias son doblemente revisables y constituyen aún parte del universo de emisores inaceptados por amplios sectores que moldean la opinión pública.
Si la opinión pública, con el ingrediente de la espiral, es definido, al menos desde 1974, como "aquella que puede ser expresada en público sin riesgo de sanciones, y en la cual puede fundarse la acción llevada adelante en público", la percepción y alusión al EPR es una especie de espacio de transición entre lo inaceptable y lo aceptado. Se ha modificado su status inicial, de organismo inmediatamente rechazable, para convertirse en un organismo relativamente aceptado y referido en tanto emisor aunque permanezcan en muchos sectores -por otra parte no muy interesados en indagar más sobre el asunto- "más preguntas que respuestas" como, ahora eufemísticamente, se continúa expresando para ilustrar la reserva vinculada al fenómeno de descalificación que aún se mantiene.
Se ha debilitado el peligro de quedar aislado así como el fenómeno que en la opinión pública supone asociar la opinión dominante con el de la sumisión del resto de las opiniones. Si hay algo más sagrado para un político, un periodista o un líder de opinión que el apoyo popular, no es fácil encontrar qué cosa sea. Separarse de ese respaldo tiene un costo que no hay razón aparente para asumir.
Los riesgos que ha corrido en tal sentido el EPR, en la guerra por el espacio público, aparecen tan estratégicamente relevantes como los relativos a la búsqueda de un espacio como definidor primario escuchable nacionalmente.
Al respecto dice Noelle-Neumann "Por esto el papel activo de iniciador de un proceso de formación de la opinión queda reservado para cualquiera que pueda resistir la amenaza de aislamiento". La opinión pública requiere de definidores capaces de equilibrar silencio y discurso. En esa combinación busca ser aceptado y conseguir autoridad que potencie el interés por dar legitimidad nacional a un proyecto que en el caso del EPR no deja de ser controvertido en la medida en que la clase política que acepta las reglas lo rechazará invariablemente. Quienes están fuera de ese esquema solo ocasionalmente estarán dispuestos a reconocer validez en ese modo de intervención en lo público para hacerse escuchar como revela que parcialmente lo fueron en Guerrero y Oaxaca con las respectivas convocatorias al diálogo incluso con el nuevo gobernador, José Murat.
Ante la presión gubernamental y el rechazo, como en el EZLN, puede encontrase en el EPR, por supuesto con mucho más frecuencia, fenómenos de mudez.
La misma mudez que experimentaba la iglesia ante las fuerzas revolucionarias emergentes en Francia en el siglo XVIII cuando, como dice Tocqueville en cita de Noelle- Newmann, el clero eligió quedar callado ante el desprestigio de su posición y su discurso. Se presentó, como se sabe, el hecho de que actores eclesiásticos se unieron fingidamente a la causa revolucionaria antes que continuar en el amedrentamiento, la persecución y el error de no coincidir con "las fuerzas de la historia".
En el EPR, parte de ese fenómeno corresponde eventualmente a arrinconamiento por ocasión de lo público, una parte por la decisión de los propios equilibrios y el timing de su política comunicativa y una importante porción se explica sin duda por el cerco dispuesto en torno a la información sobre la organización armada, decidido desde los medios que simpatizan con otras organizaciones, desde aquellos que privilegian el estado general de cosas o los que comparten bajo presión el establecimiento gubernamental del mismo cerco.
Para el EZLN el cerco y la anulación militar, para el EPR el cerco y la anulación informativa.
Es ese uno de los resultados concretos del fenómeno de espiral del silencio que rodea a la organización aparecida en Guerrero y con expresión en varias entidades.
Noelle-Newmann tiene la hipótesis de que en los proceso de formación de la opinión la observación que un individuo hace de las modificaciones de su entorno precede a las modificaciones de su propia opinión". En el EPR se advierten posicionamientos que evidentemente incorporan la observación de la parte de la opinión pública que se expresa a través de la prensa escrita. Se percibe la realización de un seguimiento acerca de los posicionamientos de los definidores primarios, secundarios y de sectores relacionados con la construcción de la opinión pública. A diferencia del EZLN, que en su propio actuar comunicativo ha privilegiado la relación con cabezas de sector de la difusión y la opinión, el EPR se dirige informadamente a los reporteros, a la infantería, de los medios informativos.
Además de que el hecho se demuestra en diversas experiencias, destaca que entre los primeros comunicados del organismo armado uno dirigidos "a los periodistas y los trabajadores de los medios de comunicación".
Fechado el 22 de agosto de 1996, seis antes de la principal ofensiva eperrista, pueden encontrarse estos párrafos:
"La manipulación de la opinión pública, característica de la antidemocracia, es pieza clave para la sobrevivencia del impopular régimen actual que teje una telaraña buscando atrapar y volver incondicionales a quienes transmiten y analizan la información: los periodistas. El control de la información tiene carácter estratégico para el gobierno que está contra el pueblo. Por eso los trabajadores de los medios de comunicación son uno de los sectores más presionados y reprimidos por la antidemocracia.
...Un elemento fundamental del esquema estadounidense de Guerra de Baja Intensidad (GBI) es la guerra sicológica y dentro de ella las acciones encubiertas que intentan deformar la imagen de los revolucionarios. En ese marco contrainsurgente, el control de los medios de comunicación y la desinformación adquieren aún mayor importancia para el Estado policíaco-militar.
...A luchar por el derecho social a la información sea una realidad, como parte de la democratización de la sociedad. El Estado tiene el deber ineludible de informar, no permitan (los periodistas) que con pretextos como el de la seguridad nacional u otros, les oculten la verdad sobre esta guerra descarnada que el Estado desarrolla contra el pueblo."
El texto evidencia lectura especializada, reconocimiento, aunque básico, de procesos que se registran en los medios -se hace alusión a la diversidad de mecanismos de corrupción, censura, cooptación y mediatización de la prensa- e implica la búsqueda esperablemente infructuosa de simpatías y aliados en un sector profundamente preocupado por la sobrevivencia laboral y profesional.
Por encima de todo ello y en relación con la hipótesis de Noelle-Newmann, se muestra de qué manera, efectivamente, la observación del entorno modifica la opinión, especialmente considerando la historia de algunas de las catorce organizaciones que constituyeron el EPR y la evolución pública que había tenido hasta junio de 1996 el EZLN.
El EPR no podía someterse, no digamos a la espiral de silencio, sino a la sepultura en que prácticamente fueron enclaustradas las opiniones de la guerrilla guerrerense de los setenta. Tampoco podía acceder aun nivel de participación como el del EZLN que tiene tantos micrófonos como se los permite su relativa popularidad como, sobre todo, el hecho de que es una instancia reconocida por el gobierno federal y los poderes e instituciones públicas, como interlocutor del Estado.
En la medida en que los medios de comunicación masiva -difusión, insisten algunos- son parte del sistema por el cual los individuos consiguen información de su entorno, el EPR ha intentado hacer saber al conjunto de la nación que además de las reglas predominantes que hacen operar el sistema político en su conjunto, existen realidades que han generado organizaciones y respuestas como las del propio EPR. De todo aquello que no atañe al ámbito inmediato y mediato de su actividad cotidiana, incluidos los partidos políticos y la aparición del fenómeno de la alternancia en el poder, el ciudadano se informa por los medios. Si los medios no canalizan información sobre el EPR ¿quién se va a enterar de su sobrevivencia, de su propuesta, de sus posicionamientos, de su real o virtual cercanía con realidades semejantes a quienes ven televisión gratuita? Menos aún habrá quien les conceda legitimidad ¿cómo reconocerla en quien no existe?
Ciertamente los medios reflejan y crean opinión pública. Son ellos mismos parte del medio ambiente, sujetos y objeto de presiones asociadas al desencadenamiento de fenómenos de rebeldía, de la sumisión de los mismos o del silencio en torno de ellos.
Establecimiento de agenda
El núcleo de la función de agenda -agenda setting- es la manera como se sitúan las posiciones, conductas y acciones políticas de ciudadanos y grupos que supuestamente son estructuradas por los medios. Los medios, recuerda Dorine Bregman, pueden no ser exitosos en su intento de decir a la gente qué pensar pero pueden conseguir avances en decir sobre qué pensar. Lo que puede pensar cada quien sobre el EPR es asunto que los medios pueden no determinar pero al privilegiar la omisión de información acerca de esa organización y proponer información, por ejemplo, sobre el EZLN, acerca de declaraciones o realidades sociopolicíacas influye en el conjunto de hechos respecto de los cuales hay que tomar una actitud.
Como se sabe, existen tres tipos de agenda: la de los medios, la de los ciudadanos, la de los actores políticos. Para una organización clandestina, ilegal y relativamente inaceptada como emisor primario, la única posibilidad es crear un espacio de intersección entre esos conjuntos. Convertir su propia estructuración de prioridad y propósitos en motivo de interés para los medios y los ciudadanos.
El EPR, limitado por las reglas, usos y costumbres de la operación de medios que pueden determinar conjuntamente, corporativamente, cuáles temas considerar, cuáles censurar y cuáles repudiar -como en el caso de la iniciativa de Ley Federal de Comunicación Social- parece estar lejos de influir en la agenda del resto de los actores del proceso comunicativo a menos que acuda al elemento militar.
Pardójicamente, su probabilidad se concentra en el ejercicio de un poder que el conjunto del sistema rechaza pero al mismo tiempo es el único medio consolidado de ascender y acceder al espacio público desde la clandestinidad perseguida. Se sabe que la cantidad de las informaciones no corresponden necesariamente a la importancia real de los acontecimientos. De la misma manera, sabemos que la omisión de información no corresponde necesariamente a la nulidad o impertinencia de los planteamientos sociales, económicos y políticos de una organización como el EPR.
Ray Funkhouser, en The Issues of the Sixties: an Exploration Study in the Dynamics of Public Opinion, citado por Bregman, establece que existen correspondencias básicas en la función de agenda de los medios. A saber, 1) está demostrada una relación entre el grado de preocupación de los ciudadanos, expresado respecto de ciertos problemas, y la cantidad de información que los medios dedican a los mismos temas y 2) "el surgimiento de esta sensibilidad del público ante las posturas consideradas está muy ligado con el grado de cobertura mediática".
En otras palabras, indirectamente para el caso del EPR, al ciudadano promedio le quedó demostrado que un fenómeno sociopolítico como el relacionado con el surgimiento del EZLN, si bien ocasiona la conmoción del sistema político, no genera cambios radicales en los fenómenos básicos respecto de los cuales el EZLN se presenta como abierto opositor. Específicamente, el tema de la explotación, los bajos ingresos y en sentido general un proceso de acumulación y distribución del ingreso que está intocado. No hay argumento o fuerza en el mundo que haya demostrado que puede trastocarse. Más bien aparecen ejemplos en sentido contrario y la emergencia de un neoliberalismo con rostro social. Por lo tanto la aparición de otro grupo armado, con menos carisma y difusión, difícilmente puede ser representativo y puntal de la lanza que modifique el esquema general de condiciones.
También dicho de otra manera, para el caso de la afirmación 2), si la cobertura mediática en torno al EPR ha sido mínima en comparación con la brindada al EZLN y es casi nula en comparación con cualquier partido político es de esperarse que se interrumpa la relación natural entre los temas que interesan al público a partir de la difusión que se les da. Es obvio que tiene cierta validez la información según la cual, se da la cobertura que tiene el EPR en el contexto nacional, es decir, mucho menor que la que la misma organización desea y busca tener. Baja cobertura de los medios, bajo impacto en la sensibilidad del público. Baja cobertura por bajo interés para la nación y la nación incluye también a la República de los Medios, con sus propios poderes y soberanías interiores.
Al explicar las aportaciones de quienes llama herederos del enfoque original de agenda setting, Bregman recuerda que el retrato del ciudadano requiere de asumir la complejidad como parte de su comportamiento. La opinión pública -demostraron tales "herederos", entre los que destaca McCombs para este caso-, "lejos de orientarse exclusivamente por las informaciones que recibe, se impresiona ante el contenido simbólico de los acontecimientos y los elementos del mundo real que tienen una implicación respecto de la vida cotidiana....los ciudadanos son susceptibles a los cambios de sus condiciones de vida y han aprendido a trasponerlos en intereses políticos, pero no necesariamente en acciones políticas".
En este caso el avance del EPR es considerable. Ninguna masacre tuvo más auditorio que la de Aguas Blancas ocurrida el 28 de junio de 1995. Los campesinos muertos de la OCSS fueron seguidos por la mirada de millones de televidentes. Eso estaba en la conciencia nacional y en las preocupaciones de la opinión pública. El EPR aparece como respuesta, según la organización se reivindica a través de su Manifiesto de Aguas Blancas, a la impunidad que impidió, dicen, que se juzgara penalmente a quien acusan como principal responsable, el gobernador Figueroa Alcocer quien reivindica amistad con el presidente Ernesto Zedillo.
Al irrumpir en el primer aniversario de ese crimen, colectivo por sus víctimas y por sus victimarios, el EPR nace como respuesta que está armada por el símbolo de la impotencia institucional y se ve obligada a responder por la vía armada. Aunque en la realidad ocurre que la organización precede en su concepción y construcción, por muchos años, al incidente sangriento, probablemente dirigido contra el nacimiento del propio EPR, aparece, ante la opinión pública más sensible a las imágenes que a las palabras, como respuesta justa ante la impunidad que se acusa en el gobierno federal y estatal.
El segundo elemento simbólico que contribuye a establecer como emisor primario y como definidor de la agenda -al menos ese día la aparición del EPR dio la vuelta al mundo, dicen sus propios comandantes- es la combinación de formalidad del uniforme que es idéntico al del ejército federal en su textura y color y la secrecía de rostros encapuchados cuando esa cobertura facial no es vista con antipatía por la población impactada o fascinada por el EZLN. Es posible pensar que los encapuchados sean honestos guerrilleros, podría pensarse o sentirse en la explicación probable del júbilo con que el EPR fue recibido después de la sorpresa.
Otro elemento es el disparo de una salva por cada uno de los campesinos asesinados un año antes. La propia agenda de los eperristas prioriza la búsqueda de empatía con los deudos directos y con las poblaciones que vieron salir a esos campesinos rumbo a Acapulco en una protesta que fue criminalmente saboteada. La alocución en náhuatl presume el mismo interés con la identificación que permita colocarse entre los ciudadanos del estado y un sector de los indígenas de un país que los reconoce nuevamente, a partir del EZLN, como grupo defendible, digno y con capacidad de combatividad y de reivindicación pública y directa.
Son solo algunos elementos simbólicos que impactan a la opinión pública y contribuyen a posicionar al EPR entre los organismos a considerar de una transición mediática cruzada por efectos contradictorios de pánico moral, silenciamiento en espiral y posibilidad menguada de establecimiento de la agenda desde un organismo clandestino, armado y sin cerco militar a la vista.
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Salvador Guerrero Ciprés
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