miércoles, 24 de septiembre de 2008

Elecciones y medios de comunicación masiva en El Salvador...

Diez tesis sobre la actual coyuntura nacional

Luis Armando González (*)

SAN SALVADOR - El Salvador está inmerso en un intenso debate socio político. El centro del debate son los temas electorales, que están atrapando a la sociedad de manera apabullante. Eso es casi inexorable, pues en el desenlace del proceso electoral se juega la posibilidad de comenzar a generar algunos cambios en la forma cómo se ha conducido el país desde el Ejecutivo en los últimos veinte años.

Esa es, sin embargo, una posibilidad; la otra es que todo siga más o menos igual con un nuevo triunfo electoral de ARENA. Los salvadoreños y salvadoreñas decidirán en marzo del otro año cuál de las dos posibilidades de hará realidad. Con todo, las condiciones de esa decisión se están fraguando, en parte, en estos momentos, en el marco de los dinamismos que atraviesan al país y que, junto con la percepciones y valoraciones ciudadanas, desembocarán en el evento electoral del otro año.

¿Cuáles son los dinamismos más importantes de El Salvador en la actualidad? Intentaré dar respuesta a esa interrogante a partir de un conjunto de tesis que son una especie de balance global de la coyuntura por la que atraviesa actualmente nuestro país.

I. La situación actual del país está dominada por la dinámica política, misma que va orientada de lleno hacia las elecciones generales del 2009. Es decir, otros asuntos relevantes para la sociedad salvadoreña o bien han pasado a segundo término o bien están siendo subordinados al debate político-electoral, con el propósito de servir como sostén de las plataformas (ya hechas o en proceso de elaboración) de los dos partidos más grandes: el FMLN y ARENA. De ninguna manera es negativo que los problemas nacionales alimenten las plataformas políticas; lo negativo es que se usen los problemas nacionales como mero recurso de mercadeo electoral, tal como están haciendo el partido ARENA y su candidato, Rodrigo Ávila, con sus compromisos “radicales” en torno a lo social.

II. Hay que prestar atención, pues, a los ejes de la dinámica política, pero sin dejar de ser conscientes de que la misma se superpone sobre problemas de carácter estructural que agobian a la sociedad y que se han agravado en los últimos veinte años: exclusión socioeconómica de amplios sectores de la población, deterioro de las condiciones de vida de los sectores medios y populares, migraciones forzadas, crisis de la seguridad pública, deterioro medioambiental, crisis alimentaria… La lista puede continuar, pero los aspectos apuntados son una muestra suficiente de lo mal que está el país en la actualidad y de lo urgente de atajar, con medidas estatales audaces, ese deslizamiento hacia el despeñadero por el que va nuestra sociedad en esta primera década del siglo XXI.

III. Desde el ámbito político se debería responder a esos problemas y las campañas electorales deberían ser el espacio propicio para que los partidos y sus candidatos elaboraran y plantearan propuestas de solución que, una vez discutidas y reflexionadas por los ciudadanos y ciudadanas, llevaran a la elección de la más realista, viable y razonable. Lamentablemente, en nuestro país eso ha sido, por tradición, lo más ajeno al quehacer político-electoral. Y es que en el mismo lo que ha sobreabundado es la retórica vacía, la manipulación, el engaño y, en los últimos procesos electorales, las campañas de miedo y los ataques arteros a los adversarios políticos.

IV. La actual campaña electoral está siendo atravesada por dos tendencias: una, la de los planteamientos y las formulaciones serias (o relativamente serias) sobre los problemas del país y sus posibles vías de solución; y la otra, la de los ataques y descalificación de un contendiente por otro, las artimañas y la manipulación, es decir, la ya tradicional campaña sucia. Lo que debe preocupar, sin embargo, es que de predominar esta última tendencia, no sólo se daría al traste con una campaña política de una cierta altura, sino que se estaría contribuyendo a hundir más a la sociedad salvadoreña en el agujero negro del desánimo y la desafección política e institucional, que no hacen más que abonar el terreno para la anomia y el caos social. No se quiere decir aquí que la primera tendencia, de predominar, va a conducir a un proceso electoral maravilloso y nunca antes visto, o algo semejante, sino que ella nos puede llevar a una campaña política un poco más decente y madura que las que se han tenido en los últimos tiempos. Nada más.

V. En este sentido, sobre los partidos FMLN y ARENA –y sus respectivos candidatos—recae la gran responsabilidad de conducir la actual campaña electoral y sus resultados por la senda de la madurez, el debate de altura y las propuestas de solución más realistas y viables a los problemas del país. Esa es su mayor responsabilidad en estos momentos; otra cosa es que estén a la altura del desafío que tienen ante sí. Cada ciudadano y ciudadana debe valorar eso; debe valorar, por ejemplo, a cuál de los dos candidatos –tanto del FMLN como de ARENA— es probable que el cargo de presidente de la República le quede grande.

VI. Lo anterior no significa que ambos partidos y sus candidatos estén en una paridad en sus posibilidades electorales o en su credibilidad. Y es que, a raíz de la ventaja que Mauricio Funes ha sacado a Rodrigo Ávila en distintos planos –lo cual ha venido siendo registrado por distintos sondeos de opinión—, la estrategia de ARENA ha sido intentar acercar a su candidato al del FMLN, y ello no sólo en los resultados de algunas encuestas, sino en el contenido de su discurso y compromisos: en esta campaña, los temas de la justicia y la erradicación de la pobreza se han convertido en medulares para el candidato de ARENA, en una especie de corrimiento hacia la izquierda por parte de, al menos, un sector de la derecha.

VII. Si la derecha se ha corrido hacia la izquierda, ¿quiere decir entonces que el FMLN, con Funes, se ha corrido hacia la derecha? ¿Quiere decir, asimismo, que da igual elegir a cualquiera de los dos, porque al fin y al cabo hacen propuestas semejantes? Inquietudes de este tipo ya circulan en ciertos ambientes intelectuales y políticos. Pero hay que saber ver sus debilidades.

VIII. Hay evidencias suficientes para sostener que no se ha tratado de un corrimiento de la derecha hacia la izquierda y viceversa, sino de lo inexorable que se ha convertido para ARENA el reconocer los graves problemas del país y proponer, al menos retóricamente, soluciones para ellos. Es cierto que, en muchos aspectos, el discurso del FMLN se ha moderado, pero los temas gruesos del país siguen, como siempre, en su ideario y preocupaciones. ARENA y candidato han tenido que abjurar de compromisos ideológicos sustantivos para asumir –así sea en el discurso— algunos de los temas que el FMLN ha hecho suyos desde hace mucho tiempo, sin problema alguno. De tal suerte que es ARENA y Ávila quienes han “girado” en su discurso hacia la izquierda, y no el FMLN hacia la derecha, por más que en los planteamientos del partido de izquierda ya no se encuentre la beligerancia ideológica de otras épocas o de otras coyunturas electorales.

Se suele usar como ejemplos de la derechización del FMLN: (1) su renuncia al discurso anti-dolarización; (2) su renuncia al discurso anti-TLC; y (3) su aceptación de la institucionalidad de la Fuerza Armada. Sobre los dos primeros tópicos se tiene que decir que no son sustanciales para definir o no un compromiso de izquierda. De hecho, la oposición a la dolarización tenía más un afán movilizador que un sostén técnico –salvo en lo que se refiere a la pérdida de control de la política monetaria— en quienes la asumieron desde el FMLN. Hubo voces de izquierda que, en lo que se refiere al encarecimiento de la vida para la sociedad salvadoreña, en su momento señalaron que el problema no era el cambio de moneda, sino que en el mismo no se hubieran ajustado debidamente los salarios para que estuvieran en sintonía con el incremento de precios generado con la dolarización.

En lo que se refiere a los TLC tampoco define una identidad de izquierda estar en su contra, y ello porque marginarse de los tratados comerciales significa marginarse de los circuitos del comercio mundial. Más bien, el asunto crucial son los términos en los que se suscriben esos acuerdos, que pueden tomar en consideración intereses sociales más amplios o enfocarse hacia el beneficio de las élites de poder económico. Por último, en el tema de la Fuerza Armada, la postura del FMLJN –en el sentido de respetar a la institución armada— dice mucho de su realismo y madurez, pues –en caso contrario— quienes están empeñados en atizar la llama de la confrontación entre los militares y los efemelenistas se saldrían con la suya.

IX. También hay que decir que, visto con un poco de objetividad, no dan igual las propuestas de uno y otro partido y candidato. Si se las ve sólo en su formulación y se da por supuesta una paridad de ambos, es lógico tomar las propuestas respectivas como igualmente buenas. Pero eso sólo puede hacerse si se dejan de lado los veinte años que ARENA ha controlado el Ejecutivo y todos los desatinos que ha cometido desde ahí. Despacharse estos veinte años como si no existieran es totalmente absurdo; en ARENA están apostando a que eso es posible y que, en consecuencia, Rodrigo Ávila puede ser catapultado a la presidencia ofreciendo hacer en materia social todo lo que los cuatro anteriores presidentes de la República no quisieron (o no pudieron) hacer. El FMLN y Funes son conscientes de que esos veinte años son el principal obstáculo para que ARENA se salga con la suya de nueva cuenta, pero es obvio que eso no les garantiza automáticamente la victoria. De ahí los esfuerzos por mantener a Funes presente en el ámbito público, esta vez respaldado por la plataforma de gobierno. Queda por ver qué sucederá de aquí a marzo de 2009.

X. La competencia electoral por la presidencia, en este sentido, concentra las mayores energías de los dos partidos más grandes. Esto explica el relativo descuido de las otras dos elecciones, quizás por considerar que quienes se decidan a apoyar las candidaturas presidenciales lo harán por los alcaldes y diputados. Esta puede ser una conjetura peligrosa, pues se trata de elecciones con dinámicas distintas. De todos modos, hay una cierta inercia electoral que hace presumir que tanto en las elecciones municipales como en las legislativas se repetirán tendencias pasadas, con un equilibrio relativo entre ARENA y el FMLN, y algunos de partidos pequeños sirviendo como piezas de negociación. Algunos de estos partidos ya se están preparando para negociar con quien se quede con la presidencia de la República, aunque su fuerza real para negociar dependerá de su cuota de poder en la Asamblea Legislativa.

En definitiva, la situación actual del país está abriéndose a dinamismos que o bien pueden convertir el evento electoral del otro año en un peldaño para avanzar en la democratización o bien convertirlo en un proceso marcado por las tensiones, el fanatismo y la intolerancia. Si este último fuera el caso, la sociedad salvadoreña sería la gran perdedora, pues a sus graves problemas se añadirían otros derivados de una fractura, peligrosa y grave, en el sistema político.

(*) Politólogo salvadoreño, columnista de ContraPunto.


De líderes políticos e imágenes mediáticas

En días recientes, la prensa nacional ha dado cobertura al actual alcalde de Santa Tecla, Óscar Ortiz, en relación con sus comentarios a propósito de lo que se ha dado en llamar el auge de la izquierda en América Latina. Las notas periodísticas han dejado entrever las criticas que el jefe municipal lanza contra las estructuras partidistas, en especial referencia al FMLN, cuando señala la falta de renovación de los cuadros dirigentes. A partir de las opiniones de Ortiz, surge entonces una interrogante esencial: existe en América Latina y, de manera específica, en El Salvador una nueva generación de cuadros de izquierda o se trata de viejos líderes reciclados en nuevos puestos de mando. ¿Es acaso este un verdadero ejercicio de democracia interna en la vida de los partidos políticos? O ¿es sólo un intento por mantener el estatus quo de su jerarquía, presentado ante la opinión pública como una estrategia necesaria para el buen desempeño del partido?
Estas y otras preguntas llevan a cuestionar el sentido que hoy tienen los liderazgos políticos y, en especial, el papel que los líderes de los principales partidos políticos han ocupado y ocupan dentro de la sociedad salvadoreña. En ese sentido, estas interrogantes son válidas para evaluar tanto a la izquierda como a la derecha en El Salvador y la tan publicitada imagen de algunos de sus dirigentes como líderes natos al servicio de la sociedad.

En la derecha
El partido oficial insiste a través de sus campañas mediáticas y sus instrumentos de propaganda en denominar “líderes” a aquellos personajes designados como candidatos (y luego electos) a la presidencia de la República. Así, para buena parte de la derecha salvadoreña, los ex presidentes Alfredo Cristiani, Armando Calderón Sol, Francisco Flores y, el actual mandatario, Antonio Saca, son ejemplos claros de líderes políticos. Incluso, algunos se atrevieron a considerar a Flores como un estadista en el sentido cabal de la expresión. Quienes hacen este señalamiento parecen olvidar que aquel presidió de la manera más discutible al país durante su periodo en el poder y mostró la más reacia actitud a dialogar y escuchar al resto de actores políticos.
Ahora bien, esta tendencia de buscar líderes a toda costa, marcada por intereses electorales en juego, encuentra su antecedente histórico en el ex mayor Roberto d´Aubuisson, fundador y principal ideólogo de ARENA. Este personaje, elevado a la categoría de héroe y considerado ya un mito para la derecha, se caracterizó por defender valores contrarios a cualquier tendencia democrática. Más que dignidad, igualdad y justicia, el ex mayor encarnaba la más beligerante aversión a la disidencia y la nula tolerancia contra aquellos que no compartían su visión política ni su aversión hacia todo lo que apuntara a cambios sociales necesarios.
Al contrario, para d´Aubuisson, la defensa de la libertad como principio fundamental del hombre y de la vida social debía prevalecer, en su lógica, sobre cualquier otra consideración, ya fuera política o de carácter moral. En ese sentido, la defensa de esa libertad debía llevarse hasta sus últimas consecuencias, sin importar los caminos seguidos para lograr el éxito en tal tarea. Por ello, su carrera política como líder de la derecha más recalcitrante se explica tanto por su odio a la oposición y su nacionalismo exacerbado, como por su capacidad para defender la imperiosa necesidad de exterminar cualquier indicio de comunismo en el país.
Pese a sus antecedentes, aún ahora, a 25 años de fundación del partido y 15 años de su muerte, d´Aubuisson es considerado como un líder político indiscutible para la derecha. Este inmerecido reconocimiento se le otorga a pesar de los informes certeros que dan cuenta de su participación en crímenes de lesa humanidad y, además, de ser el principal impulsor de los llamados “escuadrones de la muerte”, cuyo objetivo era el exterminio de cualquier persona considerada “peligrosa” durante la guerra. A esta lista se endosa su responsabilidad directa en el asesinato de Monseñor Oscar Romero.
Con la llegada de ARENA a la presidencia, en 1989, el partido forjó una imagen de líder distinta, ya no basada en las características del ex mayor, sino más bien centradas en el perfil profesional y en una supuesta vocación democrática de sus candidatos y principales dirigentes, quienes, por su carácter civil, daban fe de su ética personal y de su calidad como ciudadanos. No obstante, el carisma tecnocrático si bien le ha dado a ARENA, en términos electorales, resultados positivos, también ha socavado su credibilidad ante el resto de sectores críticos y disconformes con las medidas llevadas a cabo por sus gobiernos.
Así, gestión tras gestión, el partido oficial ha buscado fortalecer su práctica política en función de sus candidatos presidenciales. El caso más emblemático ha sido el de Antonio Saca, quien pareciera encarnar las cualidades de un buen líder empresarial, más no político, tal como la constante campaña mediática a su favor insiste en mostrar. Sin embargo, de momento del lado de la derecha no existe –-y cuesta creer que existirá— un líder político sensato y que responda a los intereses de las mayorías.

En la izquierda
La izquierda partidista, por su lado, se ha caracterizado por la constante presencia de los mismos cuadros al frente del partido. Hasta en los últimos años, el FMLN ha visto el surgimiento de nuevos líderes, impulsados sobre todo a partir de sus gestiones municipales, lo cual les ha brindado notoriedad y experiencia política. ARENA resuelve la ausencia de líderes reales entre sus filas mediante campañas y estrategias de comunicación masiva. Por su lado, el FMLN la resuelve mediante la puesta a prueba de los dirigentes más experimentados en la conducción del partido.
Desde antes del conflicto armado –que enfrentó en mayor medida a la guerrilla contra el gobierno pedecista de turno, respaldado por Estados Unidos— en la izquierda destacaba el liderazgo de Schafik Handal, aunque compartía el liderazgo con otras figuras que después pasaron al olvido. Handal era reconocido no sólo por su capacidad política, sino por su ética personal y la coherencia con la cual conducía su vida y su función al frente de la organización militar. Posteriormente, su talante le granjeó respeto de parte de sus simpatizantes así como de sus críticos, lo cual se evidenció tras su muerte, el 24 de enero de 2006.
Con todo, al examinar al actual FMLN es palpable la ausencia de líderes como Handal. Si en la derecha partidista se ha carecido históricamente de líderes políticos, en la izquierda la ausencia del único líder nato ha evidenciado de igual modo una falta de candidatos que llenen un perfil idóneo para hacer frente a los desafíos del país. Pese a esta ausencia, el FMLN sí cuenta con una ventaja, pues muchos de los actuales alcaldes municipales cumplen con su labor de manera ética, trabajan al servicio de las mayorías y poseen ante todo una actitud crítica ante la realidad y las dinámicas internas del partido. No obstante, el talón de Aquiles de estos líderes sigue siendo la falta de una propuesta viable y alternativa que dé respuesta a los problemas y necesidades más globales de El Salvador.

Consideraciones finales
De momento, el país carece de líderes políticos capaces de trascender los apoyos e intereses partidistas. En ese sentido, los partidos políticos debieran preocuparse por formar verdaderos cuadros de dirigentes y líderes capaces de asumir la conducción de las estructuras partidistas y de gobernar al país, más que por fabricar una imagen redituable en términos de votos. Estos retos institucionales deben ser complementados con desafíos personales para los actuales miembros de los partidos políticos, en tanto posibles agentes de cambio en la sociedad, lo cual requiere de un fuerte y serio compromiso con el bien común.
Hoy por hoy, en la dinámica política salvadoreña, existen personajes políticos locales con algún arraigo entre los votantes, pero carentes de algunos rasgos característicos de un líder. Entre los atributos de un líder político se esperan su capacidad comprobada en el manejo de la cosa pública, su responsabilidad y compromiso en nombre del interés común y de la defensa de las mayorías, coherencia entre su acción y su discurso, y su capacidad para el diálogo y el entendimiento, entre otros. En ese sentido, un líder debe poseer un talante ético fundamentado en valores humanos que le permitan gobernar por y para la gente, sin caer en demagogia, mercadeo electoral o el populismo llano.


Las campañas electorales o la política como mercado

El año 1998 constituye un año preelectoral. A medida que nos vayamos acercando a 1999, los distintos partidos políticos irán afinando los componentes de la estrategia que deberán seguir para hacerse de la presidencia y vice- presidencia de la República. Cada partido político diseñará la campaña propagandística que crea le va a redituar los mejores resultados. No cabe duda de que en el interior de las estrategias político-partidarias las campañas propagandísticas ocupan un lugar de primera importancia. Y es que los resultados electorales dependen, aunque no exclusivamente, del tipo de campaña diseñado; es decir, de la habilidad y sagacidad de los partidos para promoverse con un marketing que los haga atractivos para los electores.

Cualquiera diría que al comportarse de esa forma, los partidos políticos se comportan como vendedores y los votantes como compradores, y ciertamente ello es así, al menos en la concepción predominante de la política en nuestros días. En efecto, en la actualidad, distintos politólogos defienden la idea de que la política funciona según las reglas del mercado; esto es, que los partidos son instituciones que compiten entre sí por el voto de los electores, quienes "compran" con este voto el proyecto que les es ofrecido como mercancía durante cada período electoral. Los partidos hacen una oferta política y los votantes deciden si la compran o no; el partido que logra vender mejor su producto es el partido de mayor éxito, el partido que ve maximizados sus beneficios.

Por supuesto que para vender un producto hay que promocionarlo; y los partidos dedican buena parte de sus recursos para ello. Se trata de hacer que el proyecto político ofrecido (el producto) sea atractivo para los electores, para lo cual es importante la imagen del mismo. Una imagen que guste, que impacte los sentidos, que sea fácil de recordar e identificar por el segmento del mercado al que se quiere acceder. Pero también se trata de promocionar un producto apelando a su calidad, sobre todo en un mercado saturado de ofertantes. Y la calidad del producto ofrecido por los partidos (es decir, los proyectos políticos) se mide por el contenido de los mismos, la claridad para plantear los principales retos de la sociedad, la estrategia para enfrentarlos y los costos que ello va a suponer.
En otras palabras, la mercancía política para venderse requiere de una forma y un contenido. Dependiendo de cuán buenos sean ambos --de cuán superiores sean a los ofrecidos por los competidores-- así será su posibilidad de ser adquirida por los compradores de proyectos políticos. De aquí que sea una preocupación de primera importancia dedicar esfuerzos (invertir) en mejorar tanto la calidad del producto como su imagen.

En buena medida, todos los partidos tienden a aceptar esta lógica mercantil; y si no, allí están los reveses electorales que los hacen caer en la cuenta de esta realidad tan poco digna de esa actividad que se consideró, entre los griegos, como una de las más nobles. Quien en la política contemporánea no asume con un mínimo de consecuencia las reglas del mercado está condenado al fracaso; quien piensa que basta con un proyecto sustantivo de gobierno y que la forma en que el mismo se presenta no cuenta, pues sencillamente está compitiendo mal. Al igual que lo hace quien pretende vender puras imágenes, por atractivas que sean, y se olvida de presentar proyectos con algún tipo de viabilidad económica, política y social.
En El Salvador, los partidos políticos lentamente han comenzado a asumir --y no sin resistencias-- la competencia por el voto de los ciudadanos como una realidad de mercado. En la década de los setenta, la exclusión de competidores de izquierda y el fraude descarado impidieron que se pudiera desarrollar la lógica del mercado en la política. Durante los ochenta, pese a que esa lógica comenzó a ganar algún espacio, la guerra civil y la, en ese entonces vigente, exclusión de la izquierda no permitieron su avance más allá de lo que toleraban las exigencias de la guerra. Después de la firma de los acuerdos de paz, las cosas comenzaron a cambiar notablemente. Así, en 1994, hubo un ejercicio de competencia entre los principales proyectos ideológico-políticos (la izquierda, el centro y la derecha) y, de alguna manera, los competidores se asumieron como tales: como vendedores de proyectos político económicos.

Ciertamente, hubo partidos que no fueron totalmente coherentes con la opción mercado, aunque hubiesen accedido a jugar con ella. Y ello porque o manejaron una concepción reduccionista de lo que es pensar la política como mercado, o porque no contaban con la experiencia y habilidad para ello. El FMLN --y los demás partidos de izquierda que se vincularon a él en la coyuntura electoral de 1994-- compitió, pero no compitió; llevó ante los electores un proyecto poco claro, sin una agenda de problemas por enfrentar y, por ello, sin una propuesta de solución factible. Pero lo que es peor, lo que ofrecía el FMLN fue ofrecido mal, con poco atractivo, con una imagen pésimamente concebida.

ARENA, con más experiencia, con recursos casi ilimitados, asumió las elecciones, en 1994, como una competencia de mercado. Pero, en su perspectiva, de lo que se trataba era de promover única y exclusivamente la imagen del producto (su proyecto político económico), dejando totalmente de lado la promoción de su contenido y, en consecuencia, su calidad. De este modo, muchos de quienes compraron el producto ofrecido por ARENA lo hicieron motivados por el bonito envase de presentación del mismo, y no por lo que éste llevaba en su interior.

Del resto de partidos que participaron en las elecciones de 1994 --el MAC (ya desaparecido), el MSN, el Partido de Conciliación Nacional y el Partido Demócrata Cristiano-- cabe decir que no sólo fueron incapaces de hacerse de una imagen que fuese atractiva para un número suficiente de votantes, sino que además fueron incapaces de elaborar una propuesta que pudiera ser evaluada por éstos.

En la coyuntura electoral de 1997, el mercado político tuvo ofertas del FMLN, ARENA, PCN, PDC, MU, MSN, CD, el PD y el PRSC. Es decir, hubo productos de derecha, del centro y de izquierda; del centro derecha y centro izquierda. Cada uno quiso venderse mejor; esto es, cada uno pretendió ser comprado por un mayor número de votantes. Y, por supuesto, para alcanzar ese objetivo hicieron esfuerzos denodados por promoverse publicitariamente. En los resultados de ese evento electoral fue importante la imagen que cada uno logró forjarse, la cual ciertamente dejó a ARENA y al FMLN como los mejores oferentes políticos.

La "envoltura", como lo demostró ARENA en 1994, es clave para atraer compradores; incluso puede ser tan decisiva que haga obviar el contenido del "frasco". Pero también es un dato inobjetable que los "clientes" en la política (al igual que en otros ámbitos del mercado) se preocupan también por la calidad, y que ésta puede ser decisiva para que un producto pueda ser nuevamente adquirido o rechazado en una nueva oportunidad de compra. Eso también lo demostró, por la vía negativa, ARENA en 1997, pues su fiasco electoral puso de manifiesto que la calidad del ejercicio político está en la mira de los electores. Estos pueden ser "manipulados" infinidad de veces por la imagen (la forma), pero ello no será siempre así. También es importante la calidad (el contenido) de lo que se propone o hace. Cabría esperar que ambas cosas --imagen y calidad-- fuesen componentes esenciales en las estrategias de los partidos políticos en la campaña electoral de 1998-1999.

Por lo demás, los procesos electorales --con todo lo que tienen de publicidad y promoción de imágenes-- son parte esencial de la instauración de un ordenamiento democrático. Pero esa afirmación, dicha así sin más, puede dar lugar a graves equívocos porque puede entenderse que basta con que hayan eventos electorales relativamente transparentes y periódicos para tener garantizado el avance en la institucionalización democrática. Sin embargo, la periodicidad de las elecciones y su transparencia --suponiendo que ambas cosas están garantizadas-- poco o nada dicen sobre la seriedad con que los contendientes políticos asumen su papel como representantes de los intereses ciudadanos, o sobre lo sustantivo de sus proyectos y propuestas electorales. Una visión meramente mercantil de la democracia respondería a esta objeción diciendo que si las debilidades apuntadas son importantes para los electores como compradores de proyectos políticos, el mercado se encargaría de orientar sus preferencias hacia ofertas más acordes con las mismas, haciendo que en la competencia política prevalezcan los partidos que sí satisfacen las expectativas ciudadanas.

En política, pues, el mercado --al igual que en la esfera económica-- haría posible que la mejor oferta se impusiera en el gusto de los consumidores. Según los propugnadores de la extensión de la lógica del mercado a la política, esto sería lo más justo y equitativo, pues no respondería a más interés que al de los consumidores, a quienes no se puede privar del derecho a decir la última palabra en cuanto a sus preferencias.

A estas alturas de las discusiones en ciencias sociales, no puede negarse que en muchos aspectos la política --los partidos, los candidatos, la propaganda-- se rige siguiendo una lógica de mercado; es decir, por muchos motivos, la política no es ajena a las leyes de la oferta y la demanda. Pero, al igual que en la economía, esas leyes no operan en estado puro, sino que son interferidas por una sinnúmero de factores que distorsionan la "asignación óptima de recursos" y que conllevan a que no siempre el consumidor se quede con --o adquiera-- el mejor producto. Y ello no como un caso aislado, lo cual en definitiva sería eliminado por la contundencia del mercado, sino como hecho generalizado en las relaciones entre compradores y vendedores. Porque, curiosamente, en las economías de mercado realmente existentes lo que predomina es la interferencia --estatal o privada-- en la lógica del mercado, sea a nivel nacional o a escala internacional. Por consiguiente, no se puede apelar a ésta para legitimar la existencia de determinadas mercancías o esperar a que, por un automatismo del mercado, las mismas, si son deficientes o de baja calidad, van a desaparecer y ser reemplazadas por otras de mejor calidad. En muchas ocasiones, los consumidores adquieren determinados productos haciendo resistencia a interferencias estatales o privadas que acompañan permanentemente el quehacer económico.

Pues bien, si en un terreno como el económico el mercado no tiene un dominio absoluto, mucho menos lo tiene en el ámbito político. Más aún, mucho menos lo puede tener en un país como el nuestro donde las manipulaciones más burdas son algo cotidiano. Confiar en que la lógica del mercado pondrá a los empresarios más aventajados e innovadores a la cabeza del quehacer económico es ignorar las redes de poder y el proteccionismo existente entre los grupos económicos y la élite que gestiona el aparato estatal. Confiar en que el mercado va a dejar fuera de la competencia y sin posibilidad de gobernar a aquellos partidos políticos que no ofrezcan nada sustantivo es ignorar que las preferencias de los ciudadanos no sólo no apuntan a la mejor calidad de los productos políticos, sino que están mediatizadas por toda suerte de elementos, entre los cuales las falsas promesas, la frustración y la manipulación distorsionan la asignación óptima de recursos en política.

En nuestro país, en su gran mayoría, los partidos políticos existen y seguirán subsistiendo no porque impere una lógica de mercado en la política, sino por las limitaciones que la misma encuentra para imponerse. De los defensores a ultranza del mercado --muchos de ellos dirigentes políticos de alto rango-- habría que esperar mayor coherencia con lo que profesan, pues de lo contrario se exponen a ser devorados por el Dios al que rinden culto sin cumplir con los sacrificios que impone.

Luis Armando González


Las campañas electorales

Este año es un año prelectoral. A medida que nos vayamos acercando a 1997, los distintos partidos políticos irán afinando los componentes de la estrategia a seguir para hacerse de una cuota de poder aceptable a los intereses partidarios o para hacerse del espacio necesario para poder negociar con otras fuerzas políticas. No cabe duda de que al interior de las estrategias político-partidarias las campañas propagandísticas ocupan un lugar de primera importancia. Y es que los resultados electorales dependen, aunque no exclusivamente, del tipo de campaña diseñado; es decir, de la habilidad y sagacidad de los partidos para promoverse con un marketing que los haga atractivos para los electores.

Cualquiera diría que al comportarse de esa forma los partidos políticos se comportan como vendedores y los votantes como compradores, y ciertamente ello es así, al menos en la concepción predominante de la política en nuestros días. En efecto, en la actualidad, distintos politólogos defienden la idea de que la política funciona según las reglas del mercado; esto es, que los partidos son instituciones que compiten entre sí por el voto de los electores, quienes " compran " con este voto el proyecto que les es ofrecido como mercancía durante cada periodo electoral. Los partidos hacen una oferta política y los votantes deciden si la compran o no; el partido que logra vender mejor su producto es el partido de mayor éxito, el partido que ve maximizados sus beneficios.

Por supuesto que para vender un producto hay que promocionarlo; y los partidos dedican buena parte de sus recursos para ello. Se trata de hacer que el proyecto político ofrecido (el producto) sea atractivo para los electores, para lo cual es importante la imagen del mismo. Una imagen que guste, que impacte los sentidos, que sea fácil de recordar e identificar por el segmento del mercado al que se quiere acceder.

Pero también se trata de promocionar un producto apelando a su calidad, sobre todo en un mercado saturado de ofertantes. Y la calidad del producto ofrecido por los partidos (es decir, los proyectos políticos) se mide por el contenido de los mismos, por la claridad para plantear los principales retos de la sociedad, la estrategia para enfrentarlos y los costos que ello va a suponer.

En otras palabras, la mercancía política para venderse requiere de una forma y un contenido. Dependiendo de cuán buenos sean ambos -de cuán superiores sean a los ofrecidos por los competidores- así será su posibilidad de ser adquirida por los compradores de proyectos políticos. De aquí que sea una preocupación de primera importancia dedicar esfuerzos (invertir) en mejorar la calidad del producto, así como en mejorar su imagen.

En buena medida, todos los partidos tienden a aceptar esta lógica mercantil; y si no, allí están los reveses electorales que les hacen caer en la cuenta de esta realidad tan poco digna de esa actividad que se consideró, entre los griegos, como una de las más nobles. Quien en la política contemporánea no asume con un mínimo de consecuencia las reglas del mercado está condenado al fracaso; quien piensa que basta con un proyecto sustantivo de gobierno y que la forma en que el mismo es presentado no cuenta, pues sencillamente está compitiendo mal. Al igual que lo hace quien pretende vender puras imágenes, por atractivas que sean, y se olvida de presentar proyectos con algún tipo de viabilidad económica, política y social.

En El Salvador, los partidos políticos lentamente han comenzado a asumir -y no sin resistencias- la competencia por el voto de los ciudadanos como una realidad de mercado. En la década de los 70, la exclusión de competidores de izquierda y el fraude descarado impidieron que se pudiera desarrollar la lógica del mercado en la política.

Durante los 80, pese a que esa lógica comenzó a ganar algún espacio, la guerra civil y la aún vigente exclusión de la izquierda no permitieron su avance más allá de lo que toleraban las exigencias de la guerra. Después de la firma de los Acuerdos de Paz, las cosas comenzaron a cambiar notablemente. Así, en 1994, hubo un ejercicio de competencia entre los principales proyectos ideológico-políticos (la izquierda, el centro y la derecha) y, de alguna manera, los competidores se asumieron como tales: como vendedores de proyectos de político-económicos.

Ciertamente, los partidos no fueron totalmente coherentes con la opción mercado, aunque hubiesen accedido a jugar con ella. Y ello porque o manejaron una concepción reduccionista de lo que es pensar la política como mercado o porque no contaban con la experiencia y habilidad para ello. El FMLN -y los demás partidos de izquierda que se vincularon a él en la coyuntura electoral del 94- compitió, pero no compitió; llevó ante los electores un proyecto poco claro, sin una agenda de problemas a enfrentar y, por ello, sin una propuesta de solución factible. Pero lo que es peor, lo que ofrecía el FMLN fue ofrecido mal, con poco atractivo, con una imagen pésimamente concebida.

ARENA, con más experiencia, con recursos casi ilimitados, asumió las elecciones como una competencia de mercado. Pero, en su perspectiva, de lo que se trataba era de promover única y exclusivamente la imagen del producto (su proyecto político-económico), dejando totalmente de lado la promoción de su contenido y, en consecuencia, su calidad. De este modo, muchos de quienes compraron el producto ofrecido por ARENA lo hicieron motivados por el bonito envase de presentación del mismo, y no por lo que éste llevaba en su interior. Este contenido se reservó para después, y es el que está rigiendo, para bien o para mal, la vida de los salvadoreños en la actualidad.

Del resto de partidos que participaron en las elecciones de 1994 -el MAC (ya desaparecido), el MSN, el PCN y el PDC-, cabe decir que no sólo fueron incapaces de hacerse de una imagen que fuese atractiva para un número suficiente de votantes, sino que además fueron incapaces de elaborar una propuesta que pudiera ser evaluada por éstos. Si el talón de Aquiles del FMLN y la coalición estuvo en una "campaña que tuvo problemas de fondo [y en] la falta de un mensaje común coherente e integrador " (ECA, 545-546, marzo-abril de 1994, p. 221), la astucia de ARENA consistió en que diseñó una campaña publicitaria (forma) sumamente elaborada que, a la vez que hizo atractivo su proyecto (contenido) para un número significativo de electores (651, 632 en la primera ronda y 818, 264, en la segunda ronda de votación para elegir presidente y vicepresidente), lo mantuvo " oculto " .
Para la coyuntura electoral de 1997, nuestro mercado político tendrá ofertas de los principales partidos que participaron en el 94 (FMLN, ARENA, PCN, PDC, MU, MSN, CD). Pero también habrán nuevas ofertas: el PD y el PRSC. Es decir, habrá productos de derecha, de centro y de izquierda; de centro derecha y de centro izquierda. Cada uno de ellos querrá venderse mejor; esto es, cada uno ellos querrá ser comprado por un mayor número de votantes.
Y, por supuesto, para alcanzar ese objetivo tendrán que promoverse publicitariamente. Aquí será crucial la imagen que cada uno de ellos logre forjarse, la cual ciertamente tiene que ser atractiva para los electores.

La " envoltura " , como lo demostró ARENA en el 94, es clave para atraer compradores; incluso puede ser tan decisiva que haga obviar el contenido del " frasco " .
Pero también es un dato inobjetable que los "clientes " en la política (al igual que en otros ámbitos del mercado) se preocupan también por la calidad, y que ésta puede ser decisiva para que un producto pueda ser nuevamente adquirido o sea rechazado en una nueva oportunidad de compra. Los electores pueden ser "manipulados " por la imagen, pero ello no será siempre así. También es importante su calidad.

Cabría esperar que ambas cosas -imagen y calidad- fuesen componentes esenciales en las estrategias de los partidos políticos en la campaña electoral de 1997 y en las campañas electorales siguientes.


Los medios y la oposición

José M. Tojeira

Los medios de comunicación de masas, el periodismo en particular, que fue el primero en aparecer, nacieron del deseo del ciudadano de hacerse copartícipe de la gestión de la cosa pública. Se traba de informar, y a partir de la información opinar y debatir sobre los diversos acontecimientos que impactaban a la población, los rumbos que debía llevar la vida pública, la política, la ciencia, etc. Y ciertamente fueron desde el principio un freno democrático para el poder. Sólo cuando el poder quedó capturado por dictadores, los medios o bien sufrieron persecución y golpes, o bien quedaron controlados por los regímenes autoritarios. Pero en democracia los medios han sido siempre considerados como una especie de freno a los abusos del poder.

En ese sentido siempre ha sido normal que los medios de comunicación critiquen más a quienes están en el poder que a la oposición. Evidentemente hay excepciones, y cuando el dueño de un periódico llega a la Presidencia de la República (como por ejemplo pasó en Honduras no hace mucho, sin ir más lejos), el susodicho diario se suele convertir en una especie de versión populista y propagandista del diario oficial.

Entre nosotros ha cobrado relevancia la discusión de si Mauricio Funes se lleva bien con los medios o no. Algunos insisten en que habiendo sido periodista hasta hace poco es incomprensible que ahora trate tan mal a los colegas. Sobre este tema quisiera dar algunas pistas.

En primer lugar es un tema en el que se mezcla el narcisismo natural de la profesión periodística con la semicampaña electoral, por llamarla de alguna manera, que se viene realizando desde hace ya algunos meses. Como en todos los gremios y profesiones hay comunicadores que son ignorantes, manipuladores, hacen preguntas francamente ridículas y tienden a no entender las respuestas.

Pero si uno los confronta con su propia realidad suelen ponerse agresivos y llenarse la boca con la libertad de expresión. Cuando en realidad la libertad de expresión es patrimonio de todos y no sólo de los periodistas. A nadie se le ocurre decir que se vulnera el estado de derecho cuando se critica a un abogado, o el derecho a la salud cuando se ataca a los médicos.

Además, entre comunicadores y dueños de medios, se establecen con cierta frecuencia flujos de información demasiado orientados a intereses particulares, que olvidan el bien común y que, en ese contexto, vulneran la libertad de expresión de otros. No todos los periodistas son así, ciertamente, pero que los hay, los hay.

El hecho de que las afirmaciones del último informe de Amnistía Internacional sobre El Salvador no hayan despertado investigaciones periodísticas, muestra el rumbo de un periodismo que está más interesado en el carácter de Mauricio Funes que en los problemas estructurales de El Salvador en el campo de los Derechos Humanos.

En segundo lugar no es normal que un buen número de medios de comunicación critiquen más a la oposición, y eso medido en número de páginas, que al gobierno de turno. Y es menos normal que lo hagan de modo sistemático. Independientemente de que la reacción de Mauricio Funes sea la mejor o la peor, políticamente hablando, lo cierto es que algunas campañas de prensa le pueden hacer perder la paciencia a cualquiera. Cuando Belisario Artiga hace algunos años decidió abrir el caso jesuitas contra los autores intelectuales del crimen (simplemente para pedir el sobreseimiento), algunos periódicos de este país estuvieron publicando durante toda una semana noticias contra tal decisión. Y no contra Belisario Artiga sino contra los jesuitas que habían solicitado justicia. Y en ningún momento entrevistaron a los jesuitas sobre el tema. Es normal que uno, aunque tenga a la paciencia como virtud a cultivar y conquistar, la pierda cuando los medios actúan de esa manera.

El que medios que se suponen serios se preocupen desmesuradamente de la sicología de Mauricio Funes, y publiquen cualquier apreciación al respecto, escrita por personas que ni siquiera son sicólogos, no deja de oler a regustillo político orientado.

Y a ganas de hurgarle las cosquillas a un candidato que para sufrimiento de algunos tiene bastante aceptación pública. En torno a la sicología de muchos de los candidatos, de izquierda y de derecha en el país, se podría hablar mucho. Desde problemas de sobrevaloración de sí mismos, narcisismo, ansiedad, deseo inmaduro de satisfacción en el tener, hasta situaciones de autoestima seriamente dañada. Pero ahora el tema es nuevo y va dirigido sólo en una dirección.

Los sicólogos de panfleto se dedican sólo a «Mauricito el rojo», como le llama uno de sus admiradores más obsesivo-compulsivo, por usar un término del nuevo ambiente sicoanalítico que parecen promover algunos medios.

A algunos de los lectores sistemáticos de los medios nos gustaría más que las preguntas agresivas se dirigieran en todas las direcciones políticas. Y que especialmente se tuvieran en cuenta los problemas estructurales de El Salvador. El modelo de desarrollo salvadoreño es en esencia inequitativo y mantiene serias diferencias económicas, sociales, educativas y culturales entre nuestra población.

Las diferencias en el ingreso son escandalosas y el lujo de algunos no puede sino considerarse moralmente como una agresión frente a la pobreza de otros. Sería importante que los medios dirigieran sus preguntas sobre ese tema, tanto a Mauricio Funes como a Rodrigo Ávila. Porque no tenemos seguridad de que cualquiera de ellos que gane las elecciones vaya a ser eficaz a la hora de enfrentar esta problemática. La excesiva seguridad en el mercado de ARENA, y la inercia de tantos años en el poder, así como la dependencia de poderes fácticos excesivamente egoístas, no ofrecen demasiadas esperanzas.

Como tampoco la ofrece el manejo populista que con frecuencia ha hecho el FMLN frente a los problemas nacionales, o la ignorancia supina frente cuestiones de desarrollo que se trasluce en algunos de sus cuadros directivos. Si lo que le interesa a los medios es realmente el país, no será malo que se preocuparan más de los asuntos de fondo que de una (o varias) mala respuesta de Mauricio Funes a los periodistas.


Las campañas electorales o la política como mercado

El año 1998 constituye un año preelectoral. A medida que nos vayamos acercando a 1999, los distintos partidos políticos irán afinando los componentes de la estrategia que deberán seguir para hacerse de la presidencia y vice- presidencia de la República. Cada partido político diseñará la campaña propagandística que crea le va a redituar los mejores resultados. No cabe duda de que en el interior de las estrategias político-partidarias las campañas propagandísticas ocupan un lugar de primera importancia. Y es que los resultados electorales dependen, aunque no exclusivamente, del tipo de campaña diseñado; es decir, de la habilidad y sagacidad de los partidos para promoverse con un marketing que los haga atractivos para los electores.

Cualquiera diría que al comportarse de esa forma, los partidos políticos se comportan como vendedores y los votantes como compradores, y ciertamente ello es así, al menos en la concepción predominante de la política en nuestros días. En efecto, en la actualidad, distintos politólogos defienden la idea de que la política funciona según las reglas del mercado; esto es, que los partidos son instituciones que compiten entre sí por el voto de los electores, quienes "compran" con este voto el proyecto que les es ofrecido como mercancía durante cada período electoral. Los partidos hacen una oferta política y los votantes deciden si la compran o no; el partido que logra vender mejor su producto es el partido de mayor éxito, el partido que ve maximizados sus beneficios.

Por supuesto que para vender un producto hay que promocionarlo; y los partidos dedican buena parte de sus recursos para ello. Se trata de hacer que el proyecto político ofrecido (el producto) sea atractivo para los electores, para lo cual es importante la imagen del mismo. Una imagen que guste, que impacte los sentidos, que sea fácil de recordar e identificar por el segmento del mercado al que se quiere acceder. Pero también se trata de promocionar un producto apelando a su calidad, sobre todo en un mercado saturado de ofertantes. Y la calidad del producto ofrecido por los partidos (es decir, los proyectos políticos) se mide por el contenido de los mismos, la claridad para plantear los principales retos de la sociedad, la estrategia para enfrentarlos y los costos que ello va a suponer.
En otras palabras, la mercancía política para venderse requiere de una forma y un contenido. Dependiendo de cuán buenos sean ambos --de cuán superiores sean a los ofrecidos por los competidores-- así será su posibilidad de ser adquirida por los compradores de proyectos políticos. De aquí que sea una preocupación de primera importancia dedicar esfuerzos (invertir) en mejorar tanto la calidad del producto como su imagen.

En buena medida, todos los partidos tienden a aceptar esta lógica mercantil; y si no, allí están los reveses electorales que los hacen caer en la cuenta de esta realidad tan poco digna de esa actividad que se consideró, entre los griegos, como una de las más nobles. Quien en la política contemporánea no asume con un mínimo de consecuencia las reglas del mercado está condenado al fracaso; quien piensa que basta con un proyecto sustantivo de gobierno y que la forma en que el mismo se presenta no cuenta, pues sencillamente está compitiendo mal. Al igual que lo hace quien pretende vender puras imágenes, por atractivas que sean, y se olvida de presentar proyectos con algún tipo de viabilidad económica, política y social.
En El Salvador, los partidos políticos lentamente han comenzado a asumir --y no sin resistencias-- la competencia por el voto de los ciudadanos como una realidad de mercado. En la década de los setenta, la exclusión de competidores de izquierda y el fraude descarado impidieron que se pudiera desarrollar la lógica del mercado en la política. Durante los ochenta, pese a que esa lógica comenzó a ganar algún espacio, la guerra civil y la, en ese entonces vigente, exclusión de la izquierda no permitieron su avance más allá de lo que toleraban las exigencias de la guerra. Después de la firma de los acuerdos de paz, las cosas comenzaron a cambiar notablemente. Así, en 1994, hubo un ejercicio de competencia entre los principales proyectos ideológico-políticos (la izquierda, el centro y la derecha) y, de alguna manera, los competidores se asumieron como tales: como vendedores de proyectos político económicos.

Ciertamente, hubo partidos que no fueron totalmente coherentes con la opción mercado, aunque hubiesen accedido a jugar con ella. Y ello porque o manejaron una concepción reduccionista de lo que es pensar la política como mercado, o porque no contaban con la experiencia y habilidad para ello. El FMLN --y los demás partidos de izquierda que se vincularon a él en la coyuntura electoral de 1994-- compitió, pero no compitió; llevó ante los electores un proyecto poco claro, sin una agenda de problemas por enfrentar y, por ello, sin una propuesta de solución factible. Pero lo que es peor, lo que ofrecía el FMLN fue ofrecido mal, con poco atractivo, con una imagen pésimamente concebida.

ARENA, con más experiencia, con recursos casi ilimitados, asumió las elecciones, en 1994, como una competencia de mercado. Pero, en su perspectiva, de lo que se trataba era de promover única y exclusivamente la imagen del producto (su proyecto político económico), dejando totalmente de lado la promoción de su contenido y, en consecuencia, su calidad. De este modo, muchos de quienes compraron el producto ofrecido por ARENA lo hicieron motivados por el bonito envase de presentación del mismo, y no por lo que éste llevaba en su interior.

Del resto de partidos que participaron en las elecciones de 1994 --el MAC (ya desaparecido), el MSN, el Partido de Conciliación Nacional y el Partido Demócrata Cristiano-- cabe decir que no sólo fueron incapaces de hacerse de una imagen que fuese atractiva para un número suficiente de votantes, sino que además fueron incapaces de elaborar una propuesta que pudiera ser evaluada por éstos.

En la coyuntura electoral de 1997, el mercado político tuvo ofertas del FMLN, ARENA, PCN, PDC, MU, MSN, CD, el PD y el PRSC. Es decir, hubo productos de derecha, del centro y de izquierda; del centro derecha y centro izquierda. Cada uno quiso venderse mejor; esto es, cada uno pretendió ser comprado por un mayor número de votantes. Y, por supuesto, para alcanzar ese objetivo hicieron esfuerzos denodados por promoverse publicitariamente. En los resultados de ese evento electoral fue importante la imagen que cada uno logró forjarse, la cual ciertamente dejó a ARENA y al FMLN como los mejores oferentes políticos.

La "envoltura", como lo demostró ARENA en 1994, es clave para atraer compradores; incluso puede ser tan decisiva que haga obviar el contenido del "frasco". Pero también es un dato inobjetable que los "clientes" en la política (al igual que en otros ámbitos del mercado) se preocupan también por la calidad, y que ésta puede ser decisiva para que un producto pueda ser nuevamente adquirido o rechazado en una nueva oportunidad de compra. Eso también lo demostró, por la vía negativa, ARENA en 1997, pues su fiasco electoral puso de manifiesto que la calidad del ejercicio político está en la mira de los electores. Estos pueden ser "manipulados" infinidad de veces por la imagen (la forma), pero ello no será siempre así. También es importante la calidad (el contenido) de lo que se propone o hace. Cabría esperar que ambas cosas --imagen y calidad-- fuesen componentes esenciales en las estrategias de los partidos políticos en la campaña electoral de 1998-1999.

Por lo demás, los procesos electorales --con todo lo que tienen de publicidad y promoción de imágenes-- son parte esencial de la instauración de un ordenamiento democrático. Pero esa afirmación, dicha así sin más, puede dar lugar a graves equívocos porque puede entenderse que basta con que hayan eventos electorales relativamente transparentes y periódicos para tener garantizado el avance en la institucionalización democrática. Sin embargo, la periodicidad de las elecciones y su transparencia --suponiendo que ambas cosas están garantizadas-- poco o nada dicen sobre la seriedad con que los contendientes políticos asumen su papel como representantes de los intereses ciudadanos, o sobre lo sustantivo de sus proyectos y propuestas electorales. Una visión meramente mercantil de la democracia respondería a esta objeción diciendo que si las debilidades apuntadas son importantes para los electores como compradores de proyectos políticos, el mercado se encargaría de orientar sus preferencias hacia ofertas más acordes con las mismas, haciendo que en la competencia política prevalezcan los partidos que sí satisfacen las expectativas ciudadanas.

En política, pues, el mercado --al igual que en la esfera económica-- haría posible que la mejor oferta se impusiera en el gusto de los consumidores. Según los propugnadores de la extensión de la lógica del mercado a la política, esto sería lo más justo y equitativo, pues no respondería a más interés que al de los consumidores, a quienes no se puede privar del derecho a decir la última palabra en cuanto a sus preferencias.

A estas alturas de las discusiones en ciencias sociales, no puede negarse que en muchos aspectos la política --los partidos, los candidatos, la propaganda-- se rige siguiendo una lógica de mercado; es decir, por muchos motivos, la política no es ajena a las leyes de la oferta y la demanda. Pero, al igual que en la economía, esas leyes no operan en estado puro, sino que son interferidas por una sinnúmero de factores que distorsionan la "asignación óptima de recursos" y que conllevan a que no siempre el consumidor se quede con --o adquiera-- el mejor producto. Y ello no como un caso aislado, lo cual en definitiva sería eliminado por la contundencia del mercado, sino como hecho generalizado en las relaciones entre compradores y vendedores. Porque, curiosamente, en las economías de mercado realmente existentes lo que predomina es la interferencia --estatal o privada-- en la lógica del mercado, sea a nivel nacional o a escala internacional. Por consiguiente, no se puede apelar a ésta para legitimar la existencia de determinadas mercancías o esperar a que, por un automatismo del mercado, las mismas, si son deficientes o de baja calidad, van a desaparecer y ser reemplazadas por otras de mejor calidad. En muchas ocasiones, los consumidores adquieren determinados productos haciendo resistencia a interferencias estatales o privadas que acompañan permanentemente el quehacer económico.

Pues bien, si en un terreno como el económico el mercado no tiene un dominio absoluto, mucho menos lo tiene en el ámbito político. Más aún, mucho menos lo puede tener en un país como el nuestro donde las manipulaciones más burdas son algo cotidiano. Confiar en que la lógica del mercado pondrá a los empresarios más aventajados e innovadores a la cabeza del quehacer económico es ignorar las redes de poder y el proteccionismo existente entre los grupos económicos y la élite que gestiona el aparato estatal. Confiar en que el mercado va a dejar fuera de la competencia y sin posibilidad de gobernar a aquellos partidos políticos que no ofrezcan nada sustantivo es ignorar que las preferencias de los ciudadanos no sólo no apuntan a la mejor calidad de los productos políticos, sino que están mediatizadas por toda suerte de elementos, entre los cuales las falsas promesas, la frustración y la manipulación distorsionan la asignación óptima de recursos en política.

En nuestro país, en su gran mayoría, los partidos políticos existen y seguirán subsistiendo no porque impere una lógica de mercado en la política, sino por las limitaciones que la misma encuentra para imponerse. De los defensores a ultranza del mercado --muchos de ellos dirigentes políticos de alto rango-- habría que esperar mayor coherencia con lo que profesan, pues de lo contrario se exponen a ser devorados por el Dios al que rinden culto sin cumplir con los sacrificios que impone.

Luis Armando González


Las campañas electorales

Este año es un año prelectoral. A medida que nos vayamos acercando a 1997, los distintos partidos políticos irán afinando los componentes de la estrategia a seguir para hacerse de una cuota de poder aceptable a los intereses partidarios o para hacerse del espacio necesario para poder negociar con otras fuerzas políticas. No cabe duda de que al interior de las estrategias político-partidarias las campañas propagandísticas ocupan un lugar de primera importancia. Y es que los resultados electorales dependen, aunque no exclusivamente, del tipo de campaña diseñado; es decir, de la habilidad y sagacidad de los partidos para promoverse con un marketing que los haga atractivos para los electores.

Cualquiera diría que al comportarse de esa forma los partidos políticos se comportan como vendedores y los votantes como compradores, y ciertamente ello es así, al menos en la concepción predominante de la política en nuestros días. En efecto, en la actualidad, distintos politólogos defienden la idea de que la política funciona según las reglas del mercado; esto es, que los partidos son instituciones que compiten entre sí por el voto de los electores, quienes " compran " con este voto el proyecto que les es ofrecido como mercancía durante cada periodo electoral. Los partidos hacen una oferta política y los votantes deciden si la compran o no; el partido que logra vender mejor su producto es el partido de mayor éxito, el partido que ve maximizados sus beneficios.

Por supuesto que para vender un producto hay que promocionarlo; y los partidos dedican buena parte de sus recursos para ello. Se trata de hacer que el proyecto político ofrecido (el producto) sea atractivo para los electores, para lo cual es importante la imagen del mismo. Una imagen que guste, que impacte los sentidos, que sea fácil de recordar e identificar por el segmento del mercado al que se quiere acceder.

Pero también se trata de promocionar un producto apelando a su calidad, sobre todo en un mercado saturado de ofertantes. Y la calidad del producto ofrecido por los partidos (es decir, los proyectos políticos) se mide por el contenido de los mismos, por la claridad para plantear los principales retos de la sociedad, la estrategia para enfrentarlos y los costos que ello va a suponer.

En otras palabras, la mercancía política para venderse requiere de una forma y un contenido. Dependiendo de cuán buenos sean ambos -de cuán superiores sean a los ofrecidos por los competidores- así será su posibilidad de ser adquirida por los compradores de proyectos políticos. De aquí que sea una preocupación de primera importancia dedicar esfuerzos (invertir) en mejorar la calidad del producto, así como en mejorar su imagen.

En buena medida, todos los partidos tienden a aceptar esta lógica mercantil; y si no, allí están los reveses electorales que les hacen caer en la cuenta de esta realidad tan poco digna de esa actividad que se consideró, entre los griegos, como una de las más nobles. Quien en la política contemporánea no asume con un mínimo de consecuencia las reglas del mercado está condenado al fracaso; quien piensa que basta con un proyecto sustantivo de gobierno y que la forma en que el mismo es presentado no cuenta, pues sencillamente está compitiendo mal. Al igual que lo hace quien pretende vender puras imágenes, por atractivas que sean, y se olvida de presentar proyectos con algún tipo de viabilidad económica, política y social.

En El Salvador, los partidos políticos lentamente han comenzado a asumir -y no sin resistencias- la competencia por el voto de los ciudadanos como una realidad de mercado. En la década de los 70, la exclusión de competidores de izquierda y el fraude descarado impidieron que se pudiera desarrollar la lógica del mercado en la política.

Durante los 80, pese a que esa lógica comenzó a ganar algún espacio, la guerra civil y la aún vigente exclusión de la izquierda no permitieron su avance más allá de lo que toleraban las exigencias de la guerra. Después de la firma de los Acuerdos de Paz, las cosas comenzaron a cambiar notablemente. Así, en 1994, hubo un ejercicio de competencia entre los principales proyectos ideológico-políticos (la izquierda, el centro y la derecha) y, de alguna manera, los competidores se asumieron como tales: como vendedores de proyectos de político-económicos.

Ciertamente, los partidos no fueron totalmente coherentes con la opción mercado, aunque hubiesen accedido a jugar con ella. Y ello porque o manejaron una concepción reduccionista de lo que es pensar la política como mercado o porque no contaban con la experiencia y habilidad para ello. El FMLN -y los demás partidos de izquierda que se vincularon a él en la coyuntura electoral del 94- compitió, pero no compitió; llevó ante los electores un proyecto poco claro, sin una agenda de problemas a enfrentar y, por ello, sin una propuesta de solución factible. Pero lo que es peor, lo que ofrecía el FMLN fue ofrecido mal, con poco atractivo, con una imagen pésimamente concebida.

ARENA, con más experiencia, con recursos casi ilimitados, asumió las elecciones como una competencia de mercado. Pero, en su perspectiva, de lo que se trataba era de promover única y exclusivamente la imagen del producto (su proyecto político-económico), dejando totalmente de lado la promoción de su contenido y, en consecuencia, su calidad. De este modo, muchos de quienes compraron el producto ofrecido por ARENA lo hicieron motivados por el bonito envase de presentación del mismo, y no por lo que éste llevaba en su interior. Este contenido se reservó para después, y es el que está rigiendo, para bien o para mal, la vida de los salvadoreños en la actualidad.

Del resto de partidos que participaron en las elecciones de 1994 -el MAC (ya desaparecido), el MSN, el PCN y el PDC-, cabe decir que no sólo fueron incapaces de hacerse de una imagen que fuese atractiva para un número suficiente de votantes, sino que además fueron incapaces de elaborar una propuesta que pudiera ser evaluada por éstos. Si el talón de Aquiles del FMLN y la coalición estuvo en una "campaña que tuvo problemas de fondo [y en] la falta de un mensaje común coherente e integrador " (ECA, 545-546, marzo-abril de 1994, p. 221), la astucia de ARENA consistió en que diseñó una campaña publicitaria (forma) sumamente elaborada que, a la vez que hizo atractivo su proyecto (contenido) para un número significativo de electores (651, 632 en la primera ronda y 818, 264, en la segunda ronda de votación para elegir presidente y vicepresidente), lo mantuvo " oculto " .
Para la coyuntura electoral de 1997, nuestro mercado político tendrá ofertas de los principales partidos que participaron en el 94 (FMLN, ARENA, PCN, PDC, MU, MSN, CD). Pero también habrán nuevas ofertas: el PD y el PRSC. Es decir, habrá productos de derecha, de centro y de izquierda; de centro derecha y de centro izquierda. Cada uno de ellos querrá venderse mejor; esto es, cada uno ellos querrá ser comprado por un mayor número de votantes.
Y, por supuesto, para alcanzar ese objetivo tendrán que promoverse publicitariamente. Aquí será crucial la imagen que cada uno de ellos logre forjarse, la cual ciertamente tiene que ser atractiva para los electores.

La " envoltura " , como lo demostró ARENA en el 94, es clave para atraer compradores; incluso puede ser tan decisiva que haga obviar el contenido del " frasco " .
Pero también es un dato inobjetable que los "clientes " en la política (al igual que en otros ámbitos del mercado) se preocupan también por la calidad, y que ésta puede ser decisiva para que un producto pueda ser nuevamente adquirido o sea rechazado en una nueva oportunidad de compra. Los electores pueden ser "manipulados " por la imagen, pero ello no será siempre así. También es importante su calidad.

Cabría esperar que ambas cosas -imagen y calidad- fuesen componentes esenciales en las estrategias de los partidos políticos en la campaña electoral de 1997 y en las campañas electorales siguientes.


Hay confusión entre opinión e información

Avalado por su experiencia en estudios sobre comunicación política, habla de cómo se hacen y cómo deberían hacerse las cosas a la hora de juzgar el papel de los medios de comunicación en los procesos electorales. La visita de este académico español deja 40 minutos de reflexión sobre el papel del periodismo salvadoreño en la política. Habla de los medios como un factor para construir democracia, pero también como un factor que puede torpedearla.


¿Cuál es el papel que deben jugar los medios de comunicación en procesos electorales?

En la construcción de la democracia son los que tienen la responsabilidad de dar los elementos al ciudadano para que comprenda lo que pasa. Cuando eso no ocurre y los medios se mueven por intereses partidistas o por intereses cercanos al poder político, se está pervirtiendo la democracia.


¿Eso implica algo más que el mero hecho de informar?

Un medio puede ser, legítimamente, privado, pero ofrece un servicio público. Hay un gran problema en las democracias: existe confusión entre opinión e información. Cuando los medios cruzan esa barrera, están pervirtiendo la esencia del periodismo.


¿Conoce la realidad política de este país?

Llevo una semana y me he sumergido todo lo que he podido, pero tengo una imagen rápida.


En esa lectura rápida, ¿qué opinión tiene de los periódicos?

Creo que estamos ante medios impresos modernos, que están muy implicados en la vida política del país. No sé si es porque estamos ante una campaña electoral o porque, realmente, no existe todavía un divorcio claro entre el medio como servicio público y determinados poderes políticos y económicos. Me sería muy difícil evaluar cuál es la posición real de los medios en tan poco tiempo.


¿Qué percibe a simple vista?

Veo que hay una cierta tensión en algunos casos. He podido leer, aunque no voy a entrar en detalles por lo que decía antes, algunas afirmaciones rotundas que incluso a mí, como espectador de fuera, me parece que no tienen que coincidir necesariamente con la realidad. Hay cierto subjetivismo en algunas informaciones. Creo que se está produciendo esta confusión entre la opinión y la información.


¿Qué tipo de cobertura deberían ofrecer los medios en tiempo de elecciones?

En etapas complejas como una campaña electoral es legítimo que un medio se posicione. No pasa nada, siempre y cuando deje claro en su editorial cuál es su posicionamiento, pero en el resto del periódico tiene la obligación de seguir informando. Es legítimo que lo hagan, ¿por qué no? Forma parte del juego democrático. Además, los medios tienen que participar en el debate de las ideas.


¿Cree que los medios siguen siendo el cuarto poder?

La expresión nace para un poder que contrarresta a los otros tres: Legislativo, Ejecutivo y Judicial. A lo que asistimos en muchos sitios hoy es que los medios se han convertido en la prolongación de los otros tres poderes. Los grandes medios han conseguido en muchos países convertir a esos países en “mediocracia”. En algunos casos, la prensa puede ser uno de los primeros poderes. Lo dicen muchos otros teóricos, aunque debe ser evaluado.


¿Qué tan válido es que dueños de medios también se involucren en partidos políticos?

Yo precisamente soy contrario al papel que desempeña Berlusconi en Italia. Un empresario tiene derecho a hacer política. El problema es que no pueden seguir defendiendo sus intereses con los intereses de la política, porque entonces se contamina.

El que ahora es candidato para presidente por la izquierda trabajó muchos años como periodista. ¿Hay algo de malo en eso?

No veo ningún problema si deja por completo el periodismo y se dedica a la política.


¿Cómo logra la prensa atraer a sus lectores a temas políticos?

Los medios tienen que empezar a construir una agenda al revés, porque la construyen basándose en intereses de la clase política. Deben estar atentos a lo que demanda la sociedad. Ilusionar a la gente con investigaciones cualitativas, una información de calidad. A veces la gente se aleja por el amarillismo.


¿Cree que un periódico incide en la decisión de un votante?

No se gana una elección con tres días de campaña. Tendría que ser una campaña muy agresiva que, evidentemente, yo no la deseo. Los medios no influyen directamente, ni de un día para otro, en la opinión pública. Van produciendo un efecto de acumulación. Su verdadera influencia es la que se da bajo ese sistema.


¿Cuál debe ser el rol de los medios ante la polarización?

De responsabilidad. Los medios deben tratar de llamar a la cordura. No contribuir a aumentar la crispación y la confrontación. Otra cosa es la polémica periodística, que esa es sana.


¿Cómo establecer los límites?

Que un medio en sus páginas polemice políticamente con el medio de enfrente. ¡Qué lo haga! Eso es sano. La frontera está en la ética. La polémica es importante, porque los lectores se van quedando con sus propias ideas.


Encuestas sujetas a manipulación ideológica


Por Magdalena Flores

SAN SALVADOR – ¿Qué puede uno pensar si una encuesta dice que el candidato presidencial del FMLN Mauricio Funes le lleva diez puntos de ventaja a su contrincante de ARENA Rodrigo Ávila, mientras otra encuesta, publicada en el mismo período, dice que esa diferencia es de sólo tres puntos?

Siete puntos de diferencia entre una y otra son bastante. ¿Cuál de las dos se acerca más a la realidad? Esas marcadas diferencias han comenzado a mostrarse en el ambiente pre electoral que ya se vive en el país, de cara a las elecciones presidenciales, legislativas y municipales del próximo año.

Recientemente LPG- Datos, de La Prensa Gráfica, publicó que la diferencia entre el partido de izquierda Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y el partido gobernante Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) ha disminuido de 6.3% en la encuesta de julio a 3.1% en la de septiembre. Mientras que el estudio realizado y publicado por el periódico Diario El Mundo, publicado más o menos en el mismo período, resaltó que existen 11 puntos porcentuales de diferencia.

Las recientes encuestas del Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP), de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) y del Centro de Información de la Opinión Pública Salvadoreña (CIOPS), de la Universidad Tecnológica, presentadas en el mes de junio, determinaron que la diferencia en la intención de votos entre el FMLN y ARENA era de 16 y 18.5 puntos porcentuales, respectivamente, (el 42.1% votaría por el FMLN y el 26.1% por ARENA, según el IUDOP; y el 48.3% lo haría por el FMLN y el 29.9 por ARENA, según el CIOPS).

Esos ejemplos reflejan como cada casa encuestadora tiene su propia forma de presentar los resultados. En el caso de los periódicos aunque ambas encuestas fueron elaboradas y presentadas casi en el mismo período, las cifras son bastante dispares, a diferencia de los resultados presentados por las universidades.

Mano peluda

Las encuestas electorales varían unas de otras debido a que hay ciertos factores que influyen en los resultados: la tendencia política de la empresa o casa encuestadora, la selección de la muestra, interpretación y publicación de los datos, entre otros aspectos. Los expertos consultados por ContraPunto admitieron que las variaciones de las encuestas pueden darse porque hay cierta manipulación ideológica, pero no el sentido de que le pueden subir o bajar a un porcentaje para que beneficie a uno u otro partido; sino que tiene que ver con el momento de ejecución de la encuesta, selección de la muestra, interpretación o publicación de los datos.

Existen aspectos tan sencillos que intervienen en la variación de los resultados, como la hora y el día que se realiza el estudio, la forma de las preguntas y hasta el ambiente del momento que se lleva a cabo el sondeo, así como la determinación de la muestra.

Por ejemplo, si una casa encuestadora realiza un sondeo después de que un partido político lleva a cabo una gran concentración para promover a su candidato, y ejecuta el estudio en los municipios o zonas donde ese partido tiene mayores adeptos, entonces los resultados son casi esperados: el candidato en cuestión saldrá con mejores índices.

Es decir, no es cuestión de inventarse datos. Pero el “cuándo” y el “dónde” de la muestra pueden conducir los resultados por el camino deseado por la casa encuestadora.


“Obviamente si yo hago una encuesta donde un partido tiene mayor arraigo electoral, las respuestas van a salir a favor de este candidato”, enfatizó el director de la maestría en Ciencias Políticas de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), Álvaro Artiga.

Janette Aguilar, directora del IUDOP, agregó que “la experticia del analista que interpreta la encuesta también puede incidir en los resultados finales que se presentan”. Además “es importe quien paga la encuesta, eso hay que tomarlo muy en cuenta porque a veces de ahí puede venir un tipo de tendencia y manipulación”, señaló Francisco Armando Zepeda, director del CIOPS.

“En el país es ampliamente conocido que algunas casas encuestadoras tienen intereses sectoriales que de alguna manera a veces se refleja en la forma en que interpretan los datos o presentan la información”, agregó Aguilar.

Agregó que en el caso de las encuestas que impulsan los dos principales periódicos (El Diario de Hoy y La Prensa Gráfica), se sabe que ambos jalan más hacia la derecha, y responden justamente a esos intereses. “Hay que ver con ojo crítico la información que se vierte”, dijo.

ContraPunto intentó conocer la posición del LPG-Datos, unidad encuestadora de La Prensa Gráfica, sobre está temática pero no fue atendido; en cuanto a El Diario de Hoy ellos no realizan encuestas por su propia cuenta sino que contratan a la empresa costarricense Borges y Asociados (B&A).

Ante está serie de factores que pueden intervenir en los resultados de las encuestas electorales, los expertos sostienen que la población a la hora de conocer los resultados de un sondeo debe de tomar en cuenta la trayectoria, rigurosidad, credibilidad de la casa encuestadora. Porque eso está asociado directamente con la manera con que se diseña el estudio, la metodología, así como el diseño de la muestra que se maneja en un sondeo determinado.

A la hora de divulgar los resultados de las encuestas, los medios ponen su cuota de manipulación, según sostienen expertos.

¿Si las elecciones fueran hoy por quién votarías? Muchas veces los medios presentan la respuesta a esta pregunta como un resultado final, certero, olvidándose que las elecciones la va a ganar aquel que saca más del 50% de los votos.

“Entonces si las encuestas nos dicen que un candidato está con 38% y el otro con 30%; eso no tiene que entenderse como que va a ganar el que está con 38% porque siempre hay que tomar en cuenta el porcentaje de votos nulos que podría marca la diferencia”, sostuvo Artiga.

En conclusión los expertos coincidieron que a la hora de levantar los datos y publicitarlos se puede dar cierto sesgo, pero eso no significa que los datos sean alterados para beneficiar o perjudicar a cualquier partido político. De ser así, las casas encuestadoras, los medios o las instituciones que se dedican a esto estarían jugándose su prestigio.

“Quizá las encuestas que hacen las universidades tienen más como objetivo dar a conocer que esta pensando la población en determinado momento, pero si son encuestas que hacen los partidos, candidatos o un periódico que tiene ciertas afinidades con alguno de los candidatos, más que dar a conocer como está pensando la gente lo que intenta hacer es influir en la manera de pensar de gente…podría existir esa posibilidad” concluyó Artiga.

En El Salvador hay varias entidades que se dedican a realizar este tipo de sondeos electorales. Además de las ya mencionadas UCA, UTEC, LPG-Datos; Borge y Asociados; la Telecorporación Salvadoreña (TCS) contrata a la empresa mexicana Mitofsky.

También realizan estudios la prestigiosa firma CID-Gallup, y recientemente el periódico Diario El Mundo, quien ejecuto su primera encuesta con su propio personal.



Democracia a través de la prensa: elecciones El Salvador 2006
Por Ana Coreas (*)

Dependiendo del lente con que se mire, la democracia en El Salvador se ha mantenido y consolidado desde la firma de los Acuerdos de Paz y también se ha estancado en la profundidad de las reformas. Una cosa es el regular ejercicio de las elecciones, para las cuales el índice de votación en las últimas elecciones fue del 52%, un incremento del 25% desde las pasadas elecciones municipales y legislativas; y otra muy distinta es la calidad de la democracia que se vive en el país. Por un lado, se supone que la sociedad civil salvadoreña valora el sistema de democracia con el cual se gobierna, aún si la confianza en los partidos, las instituciones y los políticos es pobre. Esto no se aleja de la realidad en otros países de América Latina donde, según Latinobarómetro el 64% de las personas piensa que la democracia es el mejor sistema de gobierno pero sólo el 28% está satisfecha con la manera en que funciona la democracia en sus países. Estos datos nos arrojan un camino a seguir hacia la gobernabilidad de nuestro país, iluminando áreas críticas donde son necesarios cambios y reformas que contribuyan a construir una nueva cultura política.

No basta con medir la consolidación democrática con el respeto a los resultados electorales (que en estas pasadas elecciones municipales y legislativas es un tema de controversia) o con el ejercicio de las elecciones cada cierto tiempo. Es necesario también que se desarrolle un verdadero clima político que refleje el sistema democrático que se ha elegido como el ideal. La democracia supone que en las sociedades se puede llegar a un consenso en cuanto a los mejores gobernantes posibles para conciliar los distintos grupos que la conforman. En una sociedad plural, verdaderamente democrática, debe haber una gran tolerancia hacia la diferencia de pensamiento y eso es algo en lo que El Salvador se encuentra atrasado, aunque sí existen intentos en otra dirección.

Dado que la batalla electoral – principalmente la campaña y pre campaña - se da en gran medida en los medios masivos (prensa, radio y televisión, y en menor medida en medios electrónicos), estudiar el contenido de los medios es de gran valor, como herramienta de medición de la calidad democrática salvadoreña. Por un lado se puede medir la variedad de distintos mensajes, positivos o negativos, hacia ciertos candidatos y partidos, y por otro se pueden desvelar los entramados de las organizaciones de prensa, de gobierno y de empresa que motivan a que ciertos periódicos le den un trato preferencial al partido al que apoyan.

No es ningún secreto que los dos periódicos de más amplia circulación en el país, El Diario de Hoy y La Prensa Gráfica apoyan al partido de derecha, ARENA que ha gobernado en la presidencia ya por 17 años, así como tampoco lo es que el periódico El Mundo ha pasado de ser la opción para los sindicatos y otras voces de oposición a ser un medio más para la difusión de los mensajes de derecha. El hecho que el Co-Latino tenga una deficiente estructura de distribución tampoco ayuda a generar un clima de pluralidad, ya que no se comparan los miles de ejemplares distribuidos de este periódico con los 100,000 de La Prensa Gráfica.

Respecto a este apartado, la Asociación de Periodistas de El Salvador (APES) publicó después de las elecciones para diputaciones y alcaldías el “Informe del Observatorio de Medios de Comunicación de El Salvador”. Los resultados, de acuerdo a la muestra observada, son reveladores, la orientación de la cobertura efectuada por los medios (prensa escrita) fue notoriamente positiva para el partido ARENA en el 67% de las piezas periodísticas en las que este partido político fue mencionado, mientras que las calificaciones negativas fueron sólo del 21%, las no calificadoras llegaron apenas al 12%.

Por otro lado, y al contrario de los resultados para ARENA, el partido FMLN fue tratado en forma positiva sólo en el 21% de los casos, mientras que en el 62% recibió menciones negativas, sólo el 17% de las menciones resultaron no calificadoras. El tratamiento de las otras cuatro fuerzas políticas en contienda fue tendiente a la no calificación (entre el 30 y 55% de los casos).
De esta desigualdad en el trato de temas políticos en la prensa es responsable en parte la misma naturaleza del negocio de las publicaciones que dependen no directamente de la cantidad de ejemplares que vendan sino de la cantidad de espacios publicitarios que les compren. Tanto el interés del periódico de mantener contentos a los anunciantes, quienes estarán a favor del sistema donde han prosperado y donde lo puedan seguir haciendo, como las tendencias ideológicas de los dueños de estos medios, a quienes, especialmente en momentos de alta polarización, especialmente en períodos de campaña electoral, les interesaría más mantener a un partido en el poder que ser democráticos y plurales en las noticias que publican, son fuerzas que socavan la posibilidad de tener una prensa que analice y dialogue para fortalecer una cultura política democrática dentro de la sociedad.

La alta polarización que se vive en el país, que en su análisis no debe ser desligada de la historia, se ve reflejada en la prensa. El que en los dos principales periódicos de circulación nacional, las noticias son más favorables hacia ARENA y más negativas hacia el FMLN nos lleva a cuestionar, sin entrar en las propuestas de cualquiera de ellos, qué pasa con los partidos en el resto del amplio espectro político. No podemos suponer que una sociedad sólo pueda ser o de derecha o de izquierda, sino que existe el hecho que tanto los políticos como los medios y la prensa en particular, están comportándose de una manera que no permite más opiniones, ideas con más matices que verdaderamente refleje la variedad de estilos de vida, intereses y necesidades de la población. A esto hay que añadir la profesionalización y sofisticación del manejo de las campañas donde unos partidos tienen más fondos, más capital y vínculos con la empresa privada y más intereses con la prensa y otros medios de comunicación como para hacer más efectivo su mensaje que otros. En este sentido, no depende tanto la elección de un candidato de sus propuestas sino de quién tiene más fondos para convencer a más personas de maneras más efectivas.

¿Qué papel debe jugar la prensa en todo este nuevo escenario político? ¿Hasta dónde debe la prensa comportarse como un negocio donde sus clientes principales son sus anunciantes y no sus lectores? ¿Dónde queda el valor educativo y de formación de nación de los medios? La cultura cívica y política se forma a través de todos los actores de una sociedad, las instituciones, los partidos, el gobierno y en gran medida los medios y si todos estos actores le apuestan a la polarización, los ciudadanos tendrán finalmente menos opciones y, si tomamos como ejemplo en las recientes elecciones las explosiones de violencia que se dieron en varios lugares del país, tendrán también más amenazas a la paz que tanto ha costado conseguir. Es por esto que es necesario evaluar y estudiar la manera en que la prensa opera dentro de un país que camina hacia un sistema democrático, ya que nos brindará una medición útil del nivel de consolidación democrática con que se cuenta.

(*) Ana Coreas es estudiante de la Universidad de Salamanca y colaboradora de la FHB.


Se pueden descarga los números publicados por el Departamento de Sociología y Ciencias Políticas de la UCA en los siguientes Enlaces para tener un análisis más completo y actualizado de la actual campaña electoral y el rol de los medios de comunicación:








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